En
principio, como en tantas cuestiones, se establece una distinción originaria:
por una parte, el sonido significativo y deseable; por otro, el ruido molesto.
Peter
Sloterdijk ha notado que nos reunimos bajo una campana de sonidos y ruidos de
buena gana tolerados. También nos apartamos del ruido extraño, tanto como del
lugar ajeno. Nos movemos, entonces, graduando apropiadamente nuestras emisiones,
así como desentendiendo un cierto umbral, que sirve de fondo perceptivo. Sobre
este fondo se recortan las figuras significativas del sonido que nos son tan necesarias: las palabras del prójimo.
Habitar con cierto confort es poder oír con nitidez todos y cada uno de los
matices del sonido significativo.
Las
formas de la energía tales como el sonido, el calor y la luz dan lugar a otros
tantos lugares (topos) y otras tantas dimensiones del lugar habitado.
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