En la
ciudad contemporánea proliferan las acciones que se concretan en un diseño
antiurbano.
Cuando
en vez de desarrollar un barrio, con toda su complejidad social, se propone un
conjunto habitacional extenso, se daña el tejido urbano existente. Cuando un
proceso de gentrificación desplaza a la población pobre afincada para ser
sustituida por una nueva y homogénea población solvente, se materializa otra
región de un mosaico de segregación socioespacial. Cuando vastas zonas de la
ciudad se reservan en exclusividad a oficinas e instituciones burocráticas, se
rarifica esta zona de saludables y complejas complementaciones de usos.
Autopistas infligen heridas de muerte a la continuidad de amplias regiones
urbanas. El abuso de la edificación en altura desdibuja el perfil urbano en
términos de skyline. A los pobres se les condena a la segregación y el alejamiento:
hay ciudad empobrecida para pobres y también asentamientos de infravivienda.
Por todo
ello es que hay que apelar a la siembra esforzada, meticulosa y esperanzada de
urbanógenos, gérmenes de una ciudad futura más vivible, más digna de nuestra
condición humana.
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