Cuánto
tiempo se nos dilapida en estas equívocas habitaciones, allí donde los médicos,
los abogados o los dentistas (no es una enumeración exhaustiva) tienen a bien
hacernos esperar, rentabilizando su tiempo a costa del nuestro.
Lo
peor es el arreglo. Ni las más infrecuentes de las elegancias y del buen gusto
pueden con el enfado de la espera, por cierto. Pero el abierto menosprecio con
que ciertos personajes tratan el tiempo enajenado en su favor raya en lo
criminal.
Sospecho
que no hay solución adecuada, digna y decorosa para las salas de espera. Nada
que se haga será apreciada en su logro artístico y confort.
Y la
desidia corriente, por su parte, es una afrenta a la humanidad que, para colmo,
paga los servicios. Las salas de espera proliferan en una fealdad irredimible
La
solución humana (y antiarquitectónica): simplemente, que se nos atienda en
tiempo y forma, sin esperar
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