John Atkinson
Grimshaw (1836- 1893) Amantes en un
bosque (1873)
Con
la marcha conseguimos aprender a habitar quizá la dimensión primordial, la
profundidad perspectiva.
Lanzados
por toda la vida hacia adelante no hacemos sino marchar, acechante el olfato,
la mirada y la audición. El camino, el proceso, el devenir son experiencias de
un espaciotiempo vivido en primera persona. De allí aprendemos a discurrir, a
suceder causas y consecuencias, a inferir tesis de hipótesis. Marchando sin
cesar, aunque con ritmos variados y pausas significativas.
Hoy,
en las lastimosas condiciones de nuestra vida cotidiana, nos contentamos, las
más de las veces, en sólo circular
distraídos de un punto a otro y reservamos la plena marcha a las instancias del
turismo, en las vacaciones. Es por ello que nuestras arquitecturas corrientes
sobreabundan en pasillos, nuestras ciudades incurren en autopistas y nuestros
centros históricos proliferan en calles peatonalizadas.
Atrás
queda la gloria de las galerías, de los arbolados paseos y de esas entrañables
sendas que no llevan a ninguna otra parte que al goce anticuado de marchar.
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