Una
arquitectura viva tiene que enfrentar a un problema fundamental: adquirir su
dimensión conforme.
Esto
quiere decir: amparar sin constreñir y sin excederse en holguras; alojar sin
confinar y sin abandonar el gesto ritual a su suerte; permitir a las acciones del cuerpo tener
efectivo lugar. La consecución de una dimensión conforme debe provenir del
estudio atento, sensible y comprensivo de cada uno de los gestos del habitar.
No es una medida “técnica”, sino humana.
No hay mejor fórmula de dimensionamiento de escalones que el gesto elegante de una bella cuando
acomete una escalera.
Debemos
dejar danzar los cuerpos gozosos sus coreografías cotidianas... y construir
alrededor. Es difícil —para qué negarlo— pero tiene que sernos posible: es la
única manera sensata de tener razón en este oficio.
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