Quisiera señalar, en primer
lugar, que mi propósito no es denunciar de manera mecánica y fácil las
encuestas de opinión, sino proceder a un análisis riguroso de su funcionamiento
y sus funciones. Lo que implica que se cuestionen los tres postulados que implícitamente
suponen. Toda encuesta de opinión supone que todo el mundo puede tener una
opinión; o, en otras palabras, que la producción de una opinión está al alcance
de todos. Aun a riesgo de contrariar un sentimiento ingenuamente democrático,
pondré en duda este primer postulado. Segundo postulado: se supone que todas
las opiniones tienen el mismo peso. Pienso que se puede demostrar que no hay
nada de esto y que el hecho de acumular opiniones que no tienen en absoluto la
misma fuerza real lleva a producir artefactos desprovistos de sentido. Tercer
postulado implícito: en el simple hecho de plantearle la misma pregunta a todo
el mundo se halla implicada la hipótesis de que hay un consenso sobre los
problemas, entre otras palabras, que hay un acuerdo sobre las preguntas que
vale la pena plantear. Estos tres postulados implican, me parece, toda una serie
de distorsiones que se observan incluso cuando se cumplen todas las condiciones
del rigor metodológico en la recogida y análisis de los datos.
Pierre
Bourdieu, 1972
No
falta quien pueda pensar que podría avanzarse en el conocimiento científico de
las demandas sociales del habitar asistidos por estudios sistemáticos acerca de
la opinión pública con respecto a estos asuntos.
Las
objeciones de Bourdieu me parecen insalvables. No parece pertinente, en
principio recabar opiniones (y menos
“públicas”), sino saberes, deseos o
demandas privados y auténticos.
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