Sala de baño
en Villa Mairea
Hemos de construir casas que
crezcan; la casa que crece ha de sustituir a la máquina para habitar.
Alvar
Aalto
Esto
de la casa que crece es una metáfora
de muy hondo contenido poético
Quizá
sea precisamente por ello que resulta difícil que su asunción sea plena y
pacífica. Es que antes que considerar que la casa pueda ser algo que crezca
debe buscarse una buena razón para que a la casa se le niegue el carácter de
cosa inanimada. Por supuesto que dotar de ánima
o vida a una simple cosa es asunto pueril o carente de cordura
corriente. El sentido común no se detiene a pensar que una casa, para ser tal,
debe considerarse junto al grupo microsocial que la puebla. Y esto es lo que crece: la vida humana
que allí tiene lugar.
Como
es de esperarse, la recepción sociocultural de tal metáfora no pasa, las más de
las veces, como si de una prevención reactiva contra el mecanicismo moderno.
Una pura reacción sentimental, una erupción conservadora de la textura amable
de toda arquitectura tenida como doméstica.
Pero
es hora de asumir el verdadero sentido epistemológico de la idea que aún se
está por descubrir. Por ahora, nos queda apenas el sentido surreal de la
metáfora: ‘la casa que crece’ es una alborada de una nueva significación.
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