Recientemente, Craig Calhoun (2007) señalaba en
qué medida puede ser productivo un concepto como el de la liminaridad para
elucidar las pautas de relación dentro del teatro de ópera. Aunque Calhoun se
refería a que una puesta particular —La nozze di
Figaro— crea un espacio liminar —exterior
a la vida cotidiana y sin embargo lo suficientemente cercano para vincularse
con ella en forma crítica de una manera que no hubiera sido posible sólo con la
palabra hablada—, yo quiero extender su análisis y mostrar que el concepto de
liminaridad también nos ayuda a iluminar
las relaciones que se establecen dentro del teatro.
El concepto de liminaridad , tal como fue
elaborado por el antropólogo Victor Turner, supone la existencia de un umbral
más allá del cual las prácticas específicas se distinguen de lo cotidiano. El
umbral se identifica con el estado de transición que se produce durante una
iniciación, es decir, cuando la persona aún no ha abandonado por completo sus
antiguas maneras y todavía no ha adoptado plenamente las nuevas.
(Benzecry,
2012)
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