Lo urbano es lo que se escapa a
la fiscalización de poderes que no comprenden ni saben qué es. En efecto, lo
propio de la tecnocracia urbanística es la voluntad de controlar la vida urbana
real, que va pareja a su incompetencia crónica a la hora de entenderla.
Considerándose a sí mismos gestores de un sistema, los expertos en materia
urbana pretenden abarcar una totalidad a la que llaman la ciudad y ordenarla de
acuerdo con una filosofía —el humanismo liberal— y una utopía, que es, como
corresponde, una utopía tecnocrática. Su meta continúa siendo la implantar como
sea la sagrada trinidad del urbanismo moderno: legibilidad, visibilidad,
inteligibilidad. En pos de ese objetivo creen los especialistas que pueden
escapar de las constricciones que supeditan el espacio a las relaciones de
producción capitalista. Buena fe no les falta, ya hacía notar Lefebvre, pero
esa buena conciencia de quienes diseñan las ciudades agrava aún más su
responsabilidad a la hora de suplantar esa vida urbana real, una vida que para ellos
es un auténtico punto ciego, puesto que viven en ella, pretenden regularla e
incluso vivir de ella, pero no la ven en tanto que tal.
Manuel
Delgado, 2017
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