Masha
Ivashintsova (1942-2000)
Aquello
que creemos saber acerca de la ciudad resulta, de modo más o menos
pormenorizado, una ciudad abstracta. Esto quiere decir que nuestra perspectiva
cognoscitiva es forzosamente reductiva. Siempre sabemos menos de lo que
conviene.
Sin embargo,
en la medida en que realizamos diversas prácticas sociales en la vida urbana,
conseguimos tener, de un modo siempre particular, una relación pragmática y
operativa con la ciudad que ahora se muestra en su carácter concreto. Así vamos
viviendo, entre las prácticas particulares y las indagaciones siempre
reductivas, oscilando entre dos ciudades que nos tienen a nosotros mismos como
suerte de espejos.
Mientras
tanto, producimos distraídamente una ciudad, que es la real, a la que no
accedemos del todo con la conciencia y a la que no todas las prácticas alcanzan
a transformar decididamente, pero es el lugar efectivo allí donde habitamos.
Qué
sería de nosotros si pudiésemos hacernos con el saber, el poder y la poética
que nos permitiese cometer la ciudad que nos merecemos, dada nuestra especial
condición. Si la ciudad abstracta, la ciudad concreta y la ciudad real
superpusieran sus figuras bajo un unitario punto de vista.
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