Hollie Fernando
Los urbanitas
devastamos la tierra.
A
fuerza de tratar meramente con un abstracto suelo,
que sólo conserva magnitudes de rentable superficie edificable, nos
desentendemos de la tierra concreta. Mientras que las raíces de los árboles se
abisman en los miserables alcorques, nos contentamos con pisotear las
superficies con ímpetus abandonados de sí. Olvidamos que, antes o después,
regresaremos a ella, porque de ella provenimos.
¿Se ha
reparado en el hedor pestilente que despiden las zanjas que se abren en la
tierra ciudadana? Es el olor de nuestra mísera condición de vertedores nauseabundos.
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