Definición
1.
Construcción realizada para habitar. ║ 2. Lugar en que se desarrollan las
actividades y relaciones interpersonales propias de la vida hogareña.
Pertinencia
La
casa constituye la construcción humana por excelencia con destino a la
habitación, entendida ésta como una estructura compleja y completa que
corresponde a la implementación humana en la totalidad de sus manifestaciones,
tal como se la concibe aún en la actualidad.
Comentario
La
casa se origina en las chozas primitivas de cazadores, desarrolladas como
elementales refugios o abrigos, construidos generalmente con maderas y pieles.
Constituye
una estructura compleja y completa que constituye el lugar por excelencia de la
reproducción social. Allí se construyen morosamente, se desarrollan a lo largo
de las instancias formativas de la vida y se consolidan como legado a la
endoculturación, los hábitos alimenticios, las etiquetas de la vida corriente,
las coreografías de las actividades más recurrentes y, en suma, toda la
dimensión entrañable de la vida social referida a un núcleo que conforma
efectivamente un hogar.
Debe
diferenciarse la casa, fenómeno habitable no sólo físico material cuanto
sociocultural, así como superestructura simbólica, histórica y onírica, opuesta
a la vivienda, objeto relativamente moderno fruto de la implementación
mercantil de un bien de uso en un bien de cambio o mercancía. En el sentido que
buscamos implementar aquí, el vocablo casa no designa un tipo edificatorio,
sino todo el ámbito de lo doméstico por excelencia.
Una
casa constituye un ámbito definido en las tres acepciones del término: es un
lugar comprendido dentro del conjunto de sus límites o amparos, es una forma
significativa envolvente de su estructura física y humana y es un conjunto
variable de estancias provistos también lugares umbrales.
Como
configuración genérica de un lugar, una casa constituye una estructura compleja
a la vez que completa, ya que encierra en sí el habitar radicado de un hogar,
entendido por tal un componente nuclear de la vida social que sienta sus reales
y se avecina en un lugar y contexto concretos. La casa constituye una esfera
definida tan claramente como se extienda el habitar del hogar en términos de
residencia, domicilio y alojamiento duradero. Así mismo constituye en su
complejidad interna un laberinto en donde anida un germen concreto y particular
de la vida social desarrollándose tanto en el espacio como en el tiempo.
En
la casa, todas las alternativas de actitud corporal tienen su lugar, y es allí
el lugar por excelencia en donde estas encuentran su mayor densidad de
significados. Estos significados no sólo son propios de cada una de las
actitudes corporales, sino que la propia articulación de sus diferentes
modalidades es también significativa por sí misma.
En
lo que toca a su escala y complejidad de ocupación, la casa comprende toda una
extensa panoplia de muestras, desde una modesta sala indiferenciada y estrecha
de una infravivienda a un extenso y complejamente articulado palacio. No se
trata esto sólo de una estratificación socioeconómica simple sino un complejo
de realidades físicas y socioeconómicas diversas en estilo y proyección.
Existen, de hecho, estilos de vida que promueven estructuras físicas diversas,
con distinto valor contextual y que se encuentran en tensión activa con la
estructura arquitectónica de los lugares concretos.
En
el interior de la estructura de la casa se desarrollan de variados modos todas
las esferas de diferentes proyecciones sociales del lugar: ámbitos relativamente
públicos, privados e íntimos. Es precisamente allí en donde se particularizan
de modo ejemplar los dispositivos arquitectónicos que articulan estos ámbitos,
según su carácter. En la casa se organizan los emplazamientos particulares de
las personas según género, edad o capacidades, arreglados en forma variada
aunque recurrente según status y roles.
Todas
las actividades sociales tienen en la casa una expresión ritual: alojamiento,
cocina, comida, interacción social, trabajo, estudio, descanso, sueño… En el
ámbito hogareño se implementan a su modo y escala todas las actividades humanas
y en él tienen lugar unos rituales precisos en forma de hábitos ejemplares para
su implementación en el ámbito público. El repaso de tales rituales es materia
especialmente importante para la Teoría del Habitar, dado que tanto su
diversidad como exhaustividad son, a su modo, paradigmas de las conductas
públicas.
Las
formas de uso o implementación de la casa se caracterizan, en general, por su
recurrencia, frecuencia y consolidación en el tiempo. Los sujetos implementan
con singular intensidad los lugares que hacen propios en el uso y tienden a
automatizar los rituales de operación, así como proyectan, a su modo, la
finalidad propia de cada ámbito. Apropiarse de unos lugares es una actividad
compleja que supone una continua experiencia y ajuste de los gestos corporales
hasta conseguir una aceptable y confortable consonancia con las posibilidades
brindadas por cada ámbito habitado. Este apropiarse implica una efectiva
identificación que hace de los lugares de la casa unos patrones de uso de
lugares análogos, más allá de sus confines.
En
la casa cobra una peculiar conformación según diversos estilos de vida que se
manifiesta en el uso y destino de las habitaciones y la distribución y arreglo
de equipamientos y útiles. En este contexto es en donde proliferan los ajustes
más minuciosos y particulares entre la arquitectura, las cosas y las personas.
Así
como se disponen las cosas en el espacio, también y muy significativamente las
diversas actividades en la casa se suceden rítmicamente en el tiempo. El
habitar de los lugares cambia de carácter según el discurrir periódico de la
vida. Este componente temporal es un aspecto tan importante como el componente
espacial del habitar.
Los
modos y formas en que las casas se conciben y construyen constituyen materia
propia —aunque no exclusiva— de una necesaria historia social del habitar. La
historia social de la casa, en cierto modo, constituiría un eje mayor a partir
del cual irradiarían los modos y formas de habitar los ámbitos que no
constituyen moradas en sentido estricto.
Ilustraciones
Caspar David
Friedrich (1774-1840) Mujer en la ventana
(1822)
No es
para quedarnos en casa que hacemos una casa
Juan Gelman
Paul Signac (1863-
1935) Un domingo (1890)
Casi todos deseamos un refugio de paz
en un mundo conflictivo. No obstante, el ámbito doméstico se ve atravesado por
no poca violencia simbólica y aún física.
Vilhelm Hammershøi
(1864- 1916)
Interior
con Ida tocando el piano (1910)
Si se pone algo de atención, se puede
oír la música del piano, ahora que el pintor ha capturado la verdadera luz del
interior.
Vilhelm Hammershøi
(1864- 1916) El coleccionista de monedas 1904)
Parece que lo que señala
distintivamente nuestra contemporaneidad es la soledad y el ensimismamiento.
Con toda nuestra actual tecnología de la comunicación cada vez estamos más
eficazmente incomunicados.
Anton Faistauer
(1887- 1930) Mesa puesta (1916)
Así como los antiguos griegos
infirieron la presencia de seres humanos en una playa desierta en donde
encontraron trazados geométricos en la arena, ante una mesa servida sabemos que
hay gente habitando y que, quizá, se nos invite a compartirla.
James Tissot (1836-
1902) Tormenta pasajera (1876)
En las ocasiones en que el tiempo se
vuelve áspero, la arquitectura del lugar se concentra —en la percepción— en su
carácter primordial de refugio.
Hans Thoma (1839-
1924) Un pacífico domingo (1876)
Quizá uno de los beneficios de la edad
avanzada sea el disfrute calmo de aquello que Le Corbusier designaba como
alegrías esenciales, tales como el aire, el verde y el sol. A esto agregaría el
ejercicio moroso de los hábitos de toda una vida.
Pieter Janssens
Elinga (1623- 1682) Habitación en una
casa holandesa (1672)
En la actualidad vivimos nuestros
espacios domésticos de manera muy diferente. No obstante, algo de los
tranquilos interiores holandeses se guarda en un rincón profundo de nuestra
memoria cultural.
Véase
también
Cocina,
Comedor, Alcoba, Cámara, Sala, Baño, Corredor
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