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Improntas


Johan van der Keuken (1938-2001)

Los influjos del lugar resultan en marcas sobre el cuerpo.
El cuerpo es el palimpsesto en donde se escriben las geografías e historias de lo vivido. El cuerpo, hollado por el lugar, delinea a su modo los mapas y crónicas cognitivas. Y, ya se sabe, se llega a un punto en que no se sabe distinguir con claridad el territorio de su mapa, la res gestae de la historia rerum gestarum. Los mapas y las crónicas se retrovierten sobre el lugar y ya no estamos seguros de las precedencias: ¿el territorio precede al mapa? ¿la crónica del uno mismo precede acaso a su historia factual?
El mundo es acaso lo que aprendemos de él mediante las marcas del lugar en el cuerpo. Mientras tanto, no dejamos de inscribir improntas en el lugar mediante nuestros cuerpos marcados.

Influjos


Johan van der Keuken (1938-2001)

Desde el lugar operan influjos sobre el cuerpo.
Diversas formas de materias, energías e informaciones operan sobre el cuerpo, afectando su sensibilidad tanto como su entendimiento. Se experimenta diferentes avenencias con el ambiente, de donde resultan asimilaciones, homeostasis y reacciones. Puede afirmarse que vivir es, de modo concreto, interactuar dinámica y sosteniblemente con el ambiente, aprendiendo de tales operaciones. ¿De dónde proviene la inveterada costumbre de disociarnos del lugar, recluyéndonos apenas en la envoltura de la piel, si esta es apenas una frontera lábil entre nuestro organismo y el ambiente que nos ampara? Las personas son unas con sus circunstancias y resultaría enojoso —si no imposible— pasar un bisturí analítico entre el ser y sus circunstancias. Ahora bien, si esta operación se muestra como descabellada, ¿por qué tratamos a la arquitectura divorciada como cosa apartada de quienes la habitan?


La vocación de plenitud del lugar


Linda Butler (1947)

Cuando una persona puebla un ámbito, lo colmata con su presencia vital, lo vuelve tan palpitante como pleno en su condición.
Mientras que los sitios manifiestan su condición en términos de vacuidad, de receptáculo, de potencias, los lugares se presentan llenos, ocupados, concretos y palpables. Cualquiera puede irrumpir en un sitio, pero para ingresar a un lugar hay que solicitar el permiso correspondiente. Un sitio se constituye en un aviamiento del espacio y el tiempo, mientras que un lugar siempre supone una suerte de esfera de relativa clausura. La apertura de un sitio supone un desbrozamiento, una negación inaugural, un espaciado o cesura. Pero la apertura de un lugar es asunto diferente: es preciso trasponer circunspecto unos umbrales, contar con la aquiescencia del locatario y disponer de sendas de adentramiento con precisas indicaciones de detención. Los lugares cultivan una vocación intrínseca de plenitud.

Precisiones sobre el término lugar


Jerome Liebling (1924-2011)

Puede parecer que el término lugar es más vago e impreciso que, por ejemplo, la mención específica del destino funcional del ámbito en que nos encontramos, tal como sala o alcoba o incluso camino.
Sin embargo, cuando expresamos algo como: Tengo lugar en la sala, o Me he hecho un lugar en la alcoba, o marcho ahora por el camino, entonces proferimos una aserción plena de sentido específico que indica con exactitud y plenitud una situación y una circunstancia.
Porque cuando mencionamos el carácter de lugar hacemos referencia a palpitantes realidades plenas de vida concreta, en vez de contentarnos con la pura indicación de sitios.

La relación finalista entre el habitante y la contextura efectiva del lugar


Sonia Handelman Meyer (1920)

¿Dónde identificarse uno si no es en su propio lugar? ¿Dónde constituir un orden de referencias en el mundo si no es respecto al lugar propio? ¿De qué guardar memoria si no es de la peculiar contextura finalista del lugar que poblamos?
El sentido de la presencia anida en la vocación finalista del lugar. Somos aquello que somos de un modo concreto teniendo lugar, esto es, ofreciendo un semblante resguardado en el paisaje que nos circunda. Hacemos presencia en el lugar que nos aloja.
Pero también el lugar concreto ocupado por el cuerpo constituye el soporte de nuestro orden referencias que no permite andar por el mundo. Allí a donde nos dirijamos, lo haremos munidos de un hondo mapa cognitivo que tiene su crítico avatar allí donde constituyamos nuestro lugar en las circunstancias. Por ello, todos los mapas callejeros indican, con notorio énfasis, el punto en donde Usted está aquí.
Por otra parte, la contextura efectiva de nuestro lugar es la matriz en donde todas las historias y geografías pueden tener efectivo desarrollo e incumbencia subjetiva. El lugar, en definitiva, se superpone, en la conciencia, a la memoria del lugar.

Tener lugar


Henri Cartier-Bresson

Si uno se detiene a reflexionarlo, las personas experimentan cada una a su manera una pasión del lugar que pueblan.
El mundo nos pone en nuestro lugar mediante influjos, esto es, materias, energías e informaciones que dan cuenta de un cierto rigor, una cierta inclemencia, un cierto ensañamiento de las situaciones y los acontecimientos sobre nuestros cuerpos. Las situaciones y los acontecimientos fluyen raudos hacia nuestro interior más recóndito, conmoviéndonos el ánimo.
Tales influjos dejan marcas, señales, improntas sobre el cuerpo. La letra del mundo entra a golpes de aprendizaje. Por ello es que el tiempo nos siembra así el semblante y aún la contextura interior de memorias en forma de arrugas, de rictus, de frunces.
La composición coherente de influjos e improntas constituye lo que experimentamos como vivencias. Así, las situaciones y los acontecimientos se imprimen en la geografía e historia del cuerpo. La pasión del lugar que vamos ocupando día a día se superpone con la historia vivida. Eso es tener lugar.

La conceptualización del lugar como la primera herramienta de análisis tanto como de síntesis


Elio Ciol (1929)

La Teoría del Habitar se centra y rota en torno a la conceptualización rigurosa del concepto de lugar.
Es una idea primera y fundamental. El lugar puede definirse como un campo —esto es, una estructura espacial y temporal— significativo para la habitación humana. Esta estructura espaciotemporal constituye un concepto singular tanto en el desarrollo analítico de la Teoría del Habitar tanto como en su necesaria síntesis operativa.
Porque hay que pensar y discurrir en términos de lugar para luego dar forma y figura a las más diversas transformaciones ambientales que se sintetizarán finalmente como lugares.

La constitución tópica y crónica del ser situado


Elio Ciol (1929)

Las personas somos seres situados, lo que quiere decir que existimos en un marco de circunstancias que hacen que tengamos concreto lugar.
Cada sujeto es titular inescindible de su lugar y esto hace de su titular una precisa determinación tanto espacial como temporal. De modo concreto este lugar efectivamente poblado es tanto un espacio como un decurso temporal. Así vamos por el mundo: cada uno con su lugar a cuestas, cada uno portando a la vez la carga de la pasión del mundo tanto como la facultad trascendente de construirlo según una ley singular.
Así, el Mundo que poblamos es, a la vez, uno y diverso.

Un fenómeno de humana presencia y población


Antoni Arissa (1900-1980)

El lugar corresponde a la constitución del fenómeno de humana presencia y población.
Mientras que el mero sitio es apenas una circunstancia vacante, un accidente de las cosas, el lugar señala la situación y acontecimiento de los seres humanos en cuanto son efectiva y concretamente existentes. En cada persona que tiene efectivo lugar se verifica una irradiación de sentido a la coexistencia de personas y cosas que pueblan el mundo. Si las cosas pueden adquirir unos significados y su concatenación mutua constituye un mundo es por obra de la humana presencia y población. Si las cosas pueden adquirir unos significados y su concatenación mutua es porque un sitio se ha transformado, por obra de la existencia humana, en un lugar.

Razón, significado y sentido del lugar (III)


Henri Manuel (1874-1947)

A consecuencia de que en el lugar cada cosa cobra un significado y los significados concurren en la habitación efectiva de la persona, el lugar adopta, en sí mismo y para sus habitantes, un sentido especial. Este sentido del lugar fundamenta la oportunidad de la Teoría del Habitar. De un modo tópico y crónico, allí donde su existencia tiene efectivo sentido es en donde tienen lugar. Se trata del costado humilde de la postura de todo ser humano en el mundo. Si el sentido positivo de la vida radica en un trascendente ser-en-el-mundo, el sentido del estar ahí es su costado humilde, cotidiano y ordinario.
Y con ser humilde, cotidiano y ordinario, es inevitable. Por esto es que es ética y estéticamente imperativo habitar bien.

Razón, significado y sentido del lugar (II)


Henri Manuel (1874-1947)

En todo sitio habitado, en todo lugar, la presencia humana escribe una mitografía mediante la disposición de los atrezos.
Cada objeto adquiere, en su situación relativa, un significado que se asocia en un acto de sentido que contornea el cuerpo y lo hace partícipe constituyente de su lugar. Así, cada gesto, cada movimiento del cuerpo, supone una relectura constante de un mensaje palpitante: Aquí se vive, en el sentido humano de la expresión. Mediante las constantes verificaciones de los roces, las cosas y las efusiones del cuerpo se reconocen mutuamente; cobran significados, devienen significados, desvelan significados.
De esta forma, los lugares constituyen textos y la existencia humana tiene allí y entonces su pleno y hondo significado.

Razón, significado y sentido del lugar (I)


Henri Manuel (1874-1947)

Los seres humanos somos seres situados o, mejor dicho, seres en situación.
Constituir con plenitud y cabalidad la condición humana es ocupar un sitio poblándolo de una densa malla de significados y sentidos. Los eventos que nos contornean son tocados por nuestra presencia y se vuelven objetos con cualidad relacional de cosas.
La razón del lugar es la índole específica de la presencia humana allí, perturbando y confiriendo forma de modo irreversible a la naturaleza física del sitio.

La conquista poética del lugar


Vadim Stein (1967)

Toda nuestra admiración es poca cuando reparamos en cómo se aplican las danzantes a la conquista poética del lugar.
Es que el cuerpo de las bailarinas realiza de modo insuperable eso que el cuerpo de todos nosotros hace de modo más prosaico y pobre: tener lugar.
Tener lugar es ocupar de modo pleno espacio-y-tiempo, es realizar perceptible e inteligible la operación de hacerlo, hurtándolo de la condición amorfa e insignificante de la Naturaleza. Tener lugar es poblar con una presencia concreta y viva una situación tanto como una ocurrencia.
En la belleza del gesto de la danzante está toda la belleza potencial de nuestra propia condición humana. Por ello, las bailarinas pueden considerarse, de lo humano, lo excelente.

La ciudad como arquitectura sistémica de lugares (I)


Jaanus Jamnes (s/d)

Recordemos cómo el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define el término ciudad.
Conjunto de edificios y calles, regidos por un ayuntamiento, cuya población densa y numerosa se dedica por lo común a actividades no agrícolas.
Esto puede hacernos pensar que el agregado de edificios en concurrencia con el ámbito público constituye la sustancia de la ciudad. Así existiría una consustanciación entre la arquitectura de los edificios y la consecuente urbanización: el encarnizamiento constructor de los arquitectos constituiría por agregación las ciudades. Hay que reconocer que esta es una idea bastante tosca y —lo demostraremos de modo sucinto— errónea.
Lo que define sustancialmente una ciudad es una comunidad de asentamiento específicamente estructurada por su densidad y número, así como por su particular estilo de vida que puebla una arquitectura sistémica de lugares. Las personas —a título de urbanitas— tienen efectivo lugar allí, en la ciudad y esto significan que ocupan un sistema complejo, unitario y estructurado de lugares que prolifera tanto en acondicionamientos particulares como como ámbitos públicos que los asocian. Es la comunidad humana de urbanitas la sustancia viva de las ciudades y no el agregado de edificios y calles. Estos últimos elementos son apenas una consecuencia productiva de la existencia de las personas que allí tienen lugar.
Ese tener efectivo lugar es el hecho constitutivo de la ciudad. Y lo demás viene en consecuencia.

La explotación del suelo y el cultivo del lugar (I) Expolio


Frank Herfort (s/d)

Hay un urbanismo y una arquitectura urbana que es producto de la pura y dura explotación del suelo. Es el urbanismo y la arquitectura urbana que solemos conocer en vivo y en directo.
Tales prácticas sociales de producción de lugares ejercen un expolio de recursos ambientales, culturales y simbólicos. Todo el ambiente, con su frágil y delicada complejidad, se ve convertido en puro suelo aprovechable, explotable, objeto de producción y mercantilización, uso y abuso. Pero también es la cultura urbana la que se ve reducida a una explotación reductiva: de todo aquello que una ciudad supone, apenas si importa esquilmar uno sólo de sus valores emergentes, que es el valor económico de cambio del suelo. Y, por último, pero no menos importante, de todo aquello que aún es portadora la ciudad como símbolo y expresión de civilización y vida en común, de todo esto sólo resta el valor potencial y efectivo del metro cuadrado construible.
¿Suena desagradable? A esto es a lo que estamos acostumbrados y es esto lo que habitamos como peces en el agua estancada de nuestras propias y autoinfligidas peceras.

Lugar en blanco


Kazimir Malévich, (1879 - 1935) Blanco sobre blanco (1918)

¿Qué es lo que hace que la literatura sea literatura? ¿Qué es lo que hace que el lenguaje que está escrito ahí sobre un libro sea literatura? Es esa especie de ritual previo que traza en las palabras su espacio de consagración. Por consiguiente, desde que la página en blanco comienza a rellenarse, desde que las palabras comienzan a transcribirse en esta superficie que es todavía virgen, es ese momento cada palabra es en cierto modo absolutamente decepcionante en relación con la literatura, porque no hay ninguna palabra que pertenezca por esencia, por derecho de naturaleza a la literatura.
Michel Foucault, 1994

Un lugar en blanco es el soporte y antecedente de todos los lugares.
Antes de constituir un lugar efectivo, con formas y figuras, cuerpos e ideas, masas y volúmenes, debe constituirse un marco vacante para su irrupción en la existencia. Tal es el lugar en blanco: una pura disponibilidad de la propiedad de constituir entidad, una oportunidad a la emergencia de lo porvenir, un permitir advenir del ser. Y, sin embargo, es ya un lugar, porque si fuese un no-lugar, nada podría allí constituir sino un efímero e inane pasar.
Un lugar en blanco es quizá una abismal cavidad y no sabremos nunca a ciencia cierta si nos fascina u horroriza, ya en forma alternativa o ya de modo concurrente. Pero la vida y la literatura —mutuamente referidas en sus recíprocas constituciones— ¿no provienen de esa especie de ritual previo que traza en las palabras su espacio de consagración?
Acaso la misma existencia no sea otra cosa, en su origen, que un gesto puramente vermiforme que, a la vez, niega y ocupa en un mismo ritual los lugares en blanco disponibles.

Dimensiones fundamentales del lugar


John William Waterhouse (1849 –1917) Lamia (1909)

El Lugar es algo más que la vivencia de la vida cotidiana. Es el ‘momento’ en el que lo concebido, lo percibido y lo vivido adquieren una cierta coherencia estructurada”
Andrew Merrifield, 1993

Hay que pensar en forma particularmente honda en qué cosa mentamos cuando decimos tener lugar. Tiene lugar aquello que ocurre en la plena efectividad del espacio y el tiempo. Lamia, así como se la ilustra, tiene lugar en las precisas circunstancias en que aquello que piensa, representa y vive se alían inextricablemente en una estructura. Esta estructura es, precisamente, Lamia, la que tiene lugar allí y en ese entonces. Existimos teniendo lugar.
Y esto significa algo sustancialmente distinto de ocupar un sitio. Significa una aleación íntima de representación simbólica, de imaginación y de una realidad de la que apenas Lamia puede saber y vivir.
Por ello es que todas las Lamias que se maravillan con su propia imagen en la superficie del agua. Porque en ese instante comprueban con el estremecimiento de su piel que tienen lugar allí, entre las rocas y los lirios, a la sombra.

Tener lugar en una morada


Ann Deman, Madre Tierra II (s/d)

Disponer de una morada es muy diferente de poseer una vivienda o una casa, es desplegarse morosamente en un sistema jerarquizado de lugares.
La idea de morada proviene de ‘morari’, esto es, tardanza, detención y también puede asociarse a ‘mores’ (costumbre). La idea de querencia no anda lejos: estriba en un hábito que es una inclinación a demorarse en un sitio que se vuelve un emplazamiento al que se vuelve una y otra vez. Si uno se aleja de su morada o querencia, lo aqueja la nostalgia, el dolor provocado por el alejamiento. Una vez que podemos ser entidades errantes, nos complacemos en ir y volver, alejarnos y recaer, errar y asentarnos. Allí donde persistimos en volver, recaer y asentarnos, allí constituimos la morada.
Pero también la constituimos en nuestros tránsitos: habitamos siempre una distancia relativa del núcleo de nuestra morada. Una suerte de impulso gravitacional nos afecta en cada sitio por el que transcurrimos. Esa variable sutil pero siempre clara nos indica en qué situación espacial y temporal ocupamos en cada caso, en cada peripecia, en cada circunstancia.
Disponer de una morada es algo muy diferente de disponer de un cobijo, de un abrigo o simplemente de un techo. Disponer de una morada es experimentar con toda la clarividencia existencial disponible dónde tenemos lugar: en un campo de fuerzas de la vida.

Cesuras, límites


Henri Cartier-Bresson (1908- 2004) Siphnos, Grecia (1961)

El límite es el verdadero protagonista del espacio, como el presente, otro límite, es el verdadero protagonista del tiempo.
Eduardo Chillida, 2004

Es cuando adviene un límite, una frontera, una cesura que cobramos conciencia tanto del espacio como del tiempo. Un lugar efectivamente vivido se contornea precisamente en la región espaciotemporal en que deja de serlo. Es por intercesión de las pausas que damos cuenta figurativa de la existencia cabal de aquello que nos concierne.
Para eso existe la arquitectura del lugar: para contornear articulada y tenuemente la existencia en las diversas figuras espacio temporales que denominamos aquí.

Sobre los lugares de demora


Ronda, España

Que se dispongan aquí y allá lugares para la estancia pensativa será en un no lejano futuro, reivindicaciones sociales tanto más agudas cuanto más frenético se vuelva el pulso de la vida cotidiana.
El habitar calmo se está volviendo un bien escaso. Por ello, la disposición de estancias de demora, esto es, lugares en que sea posible detenerse a pensar, se volverá una demanda social imperiosa y no sólo un emplazamiento puramente pintoresco o amable. En la medida en que nuestras ciudades se nos vuelven cada vez más hostiles y fugaces, estos lugares singulares en que pueda suceder la reflexión detenida y gozosa en su tranquilidad serán cada vez más apreciados.
¿Sólo entonces terminaremos por entender que los acontecimientos urbanos deben ponerse al servicio de las personas? Ojalá conservemos algo de cordura para reparar esta cuestión a tiempo.