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La ciudad como fenómeno socioterritorial
Ante todo, debemos precisar que nuestro abordaje
inicia en una asunción teórica de la ciudad como fenómeno socioterritorial,
esto es, un fenómeno de unos modos específicos de habitación en donde se
encuentran, mutuamente relacionados, una comunidad de asentamiento con un
territorio designado bajo una nominación específica. Una ciudad, así entendida,
es una comunidad de urbanitas que tienen efectivo lugar de población en un
territorio identificado que sirve de referencia mutua, de concentración
territorial de intensos intercambios de toda índole (mercancías, relaciones
interpersonales, símbolos) y de distinción de los usos agroproductivos del
suelo.
La razón de ser histórica de las ciudades radica en
el cruce complejo de intercambios sociales, en la radicación, a la vez
competitiva y complementaria de manufacturas e industrias, así como la
concentración relativa de las residencias. Así, la comunidad de asentamiento
concurre como tal a un emplazamiento mutuamente ventajoso y desafiante: la
diversidad social, económica y cultural de los urbanitas es el componente
fundamental de la existencia floreciente de la ciudad como territorio habitado.
En forma recíproca, el territorio que es pasible de
nominarse como ciudad constituye un foco de intensidad significativa que
distribuye sobre su entorno geográfico tributario (hinterland) un campo de
relaciones de dominio político, económico, social y cultural. El núcleo de la
ciudad irradia, sobre el campo espaciotemporal habitado, hegemónicas directivas
que imprimen formas y figuras al territorio, dando lugar a una peculiar y
distintiva arquitectura en donde se asocian estilos de vida sociales con formas
y figuras urbanoterritoriales, tanto de carácter geográfico como histórico.
La ciudad del capitalismo tardío
Más allá de una caracterización genérica de ciudad,
corresponde especificar ahora qué ha sido del fenómeno urbano en nuestra actual
fase histórica, que corresponde a la del capitalismo tardío. En tal fase,
caracterizada por Jordi Borja como la propia de una urbanización sin ciudad,[i]
el territorio se ha extendido a escalas metropolitanas, mientras que el tejido
social urbano ha perdido gran parte de su heterogénea complejidad de comunidad
de asentamiento unitaria, para configurar ahora un mosaico de urbanizaciones
diversas, cada una con un peculiar y distintivo estilo de vida. De esta manera,
la ciudad, como tal, aparece en una situación de crisis.
La razón de ser de la ciudad tardocapitalista
aparece reducida a hegemónicas conductas sociales de mercado, en donde los
actores urbanitas se disponen en frenética competencia mutua en una suerte de
ajedrez territorial, en donde cada uno lucha por conquistar una posición más
conveniente a sus intereses individuales, haciendo acopio de recursos apropiados
de capital económico, social y cultural. Lo que signa las conductas efectivas
de los agentes es el consumo del suelo urbano en términos de emplazamiento
diferencial y su consecuencia en la distinción social: el mercado inmobiliario
suministra a cada uno un emplazamiento territorial según su disponibilidad
económica, social y cultural, agrupando estilos de vida relativamente
equiparables en enclaves diferenciados en el extendido paisaje urbano.
El consumo de bienes, incluyendo la vivienda, tiene que verse como algo
no muy distinto al uso de un lenguaje, a través del cual los miembros de una
sociedad definen su identidad y lugar en la sociedad. Desde esta perspectiva,
vemos la clasificación de bienes de consumo en el mercado como la manifestación
material de una clasificación de personas y roles sociales –desiguales o no. Es
decir, los bienes que consumimos definen el tipo de persona que somos dentro de
orden simbólico establecido. Sin una visión clara de esta estructura, es
difícil entender el impacto de las desigualdades económicas o el origen de las
preferencias en el mercado. [ii]
La realidad socioterritorial de la urbanización del
capitalismo tardío se traduce en una segmentación diferencial aguda, no sólo de
zonas privilegiadas habitadas por ricos alejadas convenientemente de las zonas
depauperadas, sino en hostiles geografías e historias urbanas en donde cada
cruce de ciertas avenidas, ciertos atravesamientos de límites, y ciertas
incursiones sobre zonas extrañas de la otrora ciudad son hechos furtivos,
riesgosos y de consecuencias materiales y simbólicas dramáticas. Ya no se habita,
como antes, en Montevideo o Buenos Aires, sino que se vive en Pocitos,
Punta Carretas, Palermo o Recoleta.
La segregación socioterritorial
El fenómeno urbano de la
época es aquello que aquí elegimos denominar segregación socioterritorial. En
la literatura disponible, por lo general, se utilizan expresiones como segregación
espacial o segregación urbana. De momento, pasaremos por alto la
puntillosidad terminológica.
La segregación
socioterritorial que nos ocupa obedece a tres caracterizaciones principales, a
saber:
1. La fragmentación o
segmentación del tejido socioterritorial urbano extendido, a través de dos
procesos recíprocos:
2.
La localización de distintos estilos de vida, clasificados básicamente
por su estratificación económica, aunque también social y cultural, ocupando
cada uno de ellos una región urbana diferenciada, proceso que homogeneiza
relativamente la población de cada enclave.
3. La constitución de
zonificaciones sociourbanas antagónicas, signadas por procesos de exclusión
social de pobladores diferentes a los sectores relativamente hegemónicos en
cada localización, proceso recíproco al anterior que delinea en el territorio
urbano una suerte de mosaico socioterritorial.
Es de hacer notar que
sólo con la concurrencia concertada de estas tres caracterizaciones que se
pueda hablar, con propiedad, de segregación socioterritorial urbana. En efecto,
tal fenómeno no puede verificarse en una ciudad hasta que ésta no adquiera una
condición territorial extendida, de tal suerte que se establezcan, con claridad,
diferenciaciones geográficas físicas y económicas suficientes para denotarse
con suficiente claridad relativa. Por otra parte, el mero avecindarse de una
población que desarrolla, por sí, un determinado estilo de vida no es signo de
segregación por sí mismo, sino cuando se la complementa, dialéctica y
necesariamente, por procesos de exclusión de pobladores de diferente constitución
de estilo de vida.
La historia de las
ciudades modernas muestra que son los sectores sociales acomodados los que
mudan su localización hacia regiones aventajadas desde el punto de vista
ambiental, poniendo distancia recatada de los enclaves populares. Pero también
es cierto que estos últimos reaccionan, si bien no simétricamente, sí de forma
recíproca: las barriadas populares afirman su identidad y referencia por
oposición a los enclaves burgueses. Por su parte, los sectores medios
encuentran sus intersticios cercanos tanto como resulte posible a las regiones
de los acaudalados y tan distantes o diferenciadas de los barrios humildes como
les sea relativamente factible. Mientras tanto, otros no hacen más que
resignarse a inmiscuirse allí donde puedan quedar tácticamente invisibilizados,
poblando de modo furtivo las regiones olvidadas del territorio.
Ahora bien, estos
fenómenos de fragmentación, homogeneización y exclusión mutua se llevan a cabo
con innumerables, recurrentes y ordinarias acciones cotidianas propias de
consumidores de un tipo especial de mercancía: la locación urbana. La efectiva
constitución de la ciudad tardocapitalista como liza general de consumidores en
disputa competitiva es deudora de, al menos, dos condiciones principalísimas.
En primer lugar, el suelo urbano debe constituir de
modo pleno una mercancía, esto es, debe comprarse y venderse libremente en un
mercado abierto y generalizado, en donde las fuerzas innominadas de la economía
dicten su férrea ley: cada emplazamiento urbano merece el valor que algún
agente económico pueda estar dispuesto a desembolsar por él, en virtud de las
más que sólidas razones de la racionalidad especulativa de los actores
económicos. Según esta asunción, el valor del suelo urbano está determinado por
la maximización posible de la inversión inmobiliaria prevista precisamente allí
y en esas circunstancias.
En segundo término, y a consecuencia de la primera
condición, el concreto carácter de lugar que tiene el territorio urbano
habitado cede paso a un abstracto carácter de espacio. Mientras que los
lugares son emplazamientos plenos de existencia humana que los puebla, ocupa y
significa, los espacios urbanos son haciendas, son vacíos disponibles para una
intervención que construya un emprendimiento social y económico que explote un
recurso.
Los “lugares” son arenas estables, “plenas” y “fijas” mientras que los
“espacios” son “vacíos potenciales”, “posibles amenazas, zonas a las que temer,
resguardarse o huir” (Smith, 1987:297). El pasaje de una política del lugar a
una política del espacio, agrega Dennis Smith, está estimulado por el
debilitamiento de los vínculos fundados sobre una comunidad territorial dentro
de la ciudad. Se alimenta también de la tendencia de los individuos a retirarse
a la esfera privada del hogar y del reforzamiento de la sensación de
vulnerabilidad que acompaña la búsqueda de realización personal o de seguridad
o del debilitamiento generalizado de los colectivos.[iii]
Esta distinción entre lugar y espacio está lejos de
resultar de un preciosismo terminológico o teórico. Obedece a una importante
diferenciación antagónica de prácticas sociales. Mientras que los lugares
urbanos son resultado de una labor comunitaria de producción, el espacio urbano
es apenas un recurso especial del consumo depredador. Las ciudades han
necesitado de continuos, acumulativos y esforzados procesos de producción
material, social y simbólica de lugares, tarea a la que sólo se aplica el
esfuerzo concertado de una comunidad de asentamiento a lo largo de la historia
y mediante la producción social total de una geografía humana. Pero, si la
acción urbanizadora es dejada en manos de las fuerzas del mercado, lo que prima
es el consumo distintivo del paisaje urbano. Es por ello que la segregación
territorial es expresión contundente del accionar de una horda competitiva de
consumidores de locaciones urbanas a título de blasones de exclusividad
distintiva.
¿Qué otra cosa que una aguda segregación
socioterritorial puede emerger de una sociedad despiadada de meros consumidores
de suelo urbano, de una economía que confronta los cada vez más desiguales
estilos de vida, de un urbanismo de puros espacios construidos y lugares
abolidos? En verdad, ¿puede esperarse otra cosa que una urbanización difusa que
yuxtapone monocultivos socioterritoriales mutuamente hostiles y diversamente
empobrecidos de vida ciudadana? Lo que no han conseguido los más dementes
urbanistas, los más perversos politicastros, los más sórdidos empresarios, lo
han alcanzado, por fin, las pacíficas, silenciosas y razonables fuerzas
impersonales del mercado. El problema es que nos observamos en el espejo
miserable del territorio urbano y nos devuelve la efigie de un estúpido sin
atributos, un anónimo fragmento de pifia.
Perspectivas
¿Será que la separación física y social de los individuos tiene un
trasfondo más profundo, que va más allá de la situación de pobreza y del ámbito
laboral?[iv]
Los urbanitas, abocados a la empeñosa tarea de consumir
la ciudad, hemos de terminar por agostarla. Mientras que las sensatas
comunidades de asentamiento de otros tiempos consiguieron consumar por
todo lo alto realidades socioterritoriales de las que hoy muchos turistas
visitamos sus despojos escenográficos, apenas si nos queda ya la evocación memoriosa
de entidades como Madrid, Roma o Florencia. Creemos, ingenuos, habitar hoy
Montevideo, pero apenas si nos atrevemos a darnos una vuelta por nuestro
barrio. Pero Montevideo, como tal, ha sido. Dependerá de nuestra sensatez,
de nuestro empeño y de mucho trabajo reconstruirla algún día. Digamos, si vale
la pena.
Montevideo,
10 de Julio de 2020
Referencias
[i] Borja, Jordi (2019) “Derecho a la ciudad, de
la calle a la globalización”. Publicado en https://www.jordiborja.cat/derecho-a-la-ciudad-de-la-calle-a-la-globalizacion/
[ii]
Espino Méndez, Nilson Ariel “La segregación urbana: Una breve revisión teórica
para urbanistas” Revista de Arquitectura, vol. 10, 2008, pp. 34-48.
Publicado en https://www.redalyc.org/pdf/1251/125112541006.pdf
[iii]
Wacquant, Loïc
(2006). Los condenados de la ciudad. Gueto, periferias y estado. Buenos
Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2013
[iv]
Arballo, Mariana (2016). Segregación territorial, ¿cuáles son sus causas y
consecuencias?: el caso de Montevideo. Tesis de Licenciatura, Montevideo.
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