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Pasajero, atravesador, curioso


John William Waterhouse 1849 – 1917) Psiché entra en el jardín de Cupido (1903)

Hay una tercera condición, mucho más misteriosa que la de transeúnte y la de residente. Se trata de la condición del pasajero, del atravesador curioso de umbrales.
Podría pensarse que proviene de una negación dialéctica de la residencia. En todo habitante de pasajes hay un lugar que se abandona mientras tiene efectivo lugar el irrumpir en uno nuevo. Por cierto, se trata de un tránsito, pero de especiales características: los confines de la meta y el destino están singularmente contiguos. Lo que se experimenta es un trémulo significado: atravesamos un límite, con algo de irreversibilidad. El pasajero vive con el estremecimiento de su cuerpo el drama de la translocación. Y se trata de un drama porque en los umbrales no se desanda el camino. Por furtivo que sea el gesto, por raudo que aparezca un eventual arrepentimiento, cada pasaje se verifica en el sentido de la flecha del tiempo.
Una vez abierto el vano, el alma ya ha cruzado para siempre el umbral, por más rápido que —de modo eventual— cierre y dé vuelta la cabeza, contrita quizá con lo que se ha manifestado del Otro Lado.

Emociones en patrones de habitar (VIII: Pasajes)

Passage des Princes (Paris)

En su magnífico cuento titulado El otro cielo, Julio Cortázar ha explotado al límite las emociones suscitadas por los pasajes.
Como los umbrales y los cruces, llevan consigo un componente de intriga. Un pasaje constituye un marco especialmente destinado al homenaje y sobresignificación de la marcha y, a la vez, de un paso o atravesamiento que siempre tendrá un especial significado. Quizá por ello es que los centros comerciales, ya desde el siglo XIX, adoptan esta disposición.

La sorpresa adopta aquí un tono de maravilla.

Patrones (VIII) Pasajes

Galería Vittorio Emanuele II, Milán

Quién sabe cuánto hace que me repito todo esto, y es penoso porque hubo una época en que las cosas me sucedían cuando menos pensaba en ellas, empujando apenas con el hombro cualquier rincón del aire. En todo caso bastaba ingresar en la deriva placentera del ciudadano que se deja llevar por sus preferencias callejeras, y casi siempre mi paseo terminaba en el barrio de las galerías cubiertas, quizá porque los pasajes y las galerías han sido mi patria secreta desde siempre.

Julio Cortázar, “El otro cielo”
Imposible no maravillarse con la magnificencia de las antiguas galerías.
Pero también es preciso reservar cierta admiración ante la habitación de los pasajes. Se trata de tránsitos especiales, de ceremonias de paso, de rituales de hondo contenido existencial.
Julio Cortázar imaginó, para siempre, una galería que conectaba el veraniego centro de Buenos Aires, a través del Pasaje Güemes con un invernal y sórdido París que emergía de la galería Vivienne.

Después de “El otro cielo” los pasajes siempre llevan a Otra Parte.

La mesa servida

Alexander Austen (1891–1909) El gourmet (1909)

Puede entenderse que una mesa servida constituye un patrón de centro decididamente marcado y algo hay de cierto en ello. Pero no todo.
Una mesa servida es, asimismo, un patrón umbral: de un lado, el hambre puramente animal, del otro, la gastrosofía, esto es, el refinamiento puramente humano, superestructural y simbólico de la comida y la confortación.
También constituye un pasaje restaurador desde el apetito a la saciedad. También un hito recurrente en los recorridos cotidianos. También es una región de cruce de intercambios sociales. Incluso no es descabellado concebir la estructura social como una red de mesas servidas interconectadas

Una simple mesa servida es un territorio complejo merecedor de la más detenida atención, aparte de la consabida e insaciable gula.