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El derecho a habitar de los urbanitas (II) Dignidad

Carlo Trois (1925- 2002)

La urbanización anticiudadana contemporánea es la expresión de la hostilidad mutua de los urbanitas, precisamente segmentados por niveles de ingreso y capital cultural.
La ciudad del futuro sólo podrá reconstruirse, no sin mucho esfuerzo, a partir de un pujo sostenido de fraternidad generalizada, allí en donde cada uno de nosotros ocupe y pueble el lugar que corresponda a su identidad diferente y que lo una a sus vecinos los lazos de la solidaridad que expresen las distintas versiones de la dignidad mutuamente reconocida. Es preciso construir el sistema de lugares urbanos en donde los urbanitas se encuentren a sí mismos con sus respectivas fisonomías proyectadas en fraternal asociación de iguales y sin embargo diferentes.
Ya no se trata de adecuación solamente; se trata de adecuación y dignidad mutuamente relacionadas. Se trata de un urbanismo ético.

El punto de las magnitudes conformes

Tivadar Csontváry Kosztka (1853- 1919) Mujer sentada junto a la ventana (1890)

La dignidad humana de todo habitante lo vuelve una entidad mucho más compleja y elevada que la de un mero usuario.
Por ello, el valor de los lugares habitados no se puede determinar en forma mecanicista, puro ejercicio de unas elementales somatometría y ergonomía. Es preciso considerar todas y cada una de las dimensiones humanas del habitar y a todas éstas y en conjunto, otorgar magnitud conforme. Esto de las magnitudes conformes es la congruencia ética de los gestos rituales del cuerpo con la múltiple dimensión de cada ámbito habitado.

No se trata de estándares minimizados por racionalizaciones reductivas. Se trata de la medida de la dignidad humana de los lugares habitados. Una dignidad que no es constricción, empaque ni exceso: unas magnitudes conformes.

Estética de la dignidad

Karl Ehn (1884–1957) Karl Marx hof (1930)

El ser humano es un ser-en-situación.
De ello se infiere que su dignidad como ser humano comprende el conjunto de condiciones que hacen posible su existencia. El lugar habitado debe ser tan digno como dignos son las personas que lo ocupan. Tal cuestión es tanto de contenido ético como de expresión estética. El contenido ético necesario de la dignidad del lugar habitado por el hombre es indisoluble de su expresión estética decidida y franca.

Los arquitectos comprometidos por la conformación del hábitat popular no deberíamos olvidarlo nunca.