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Es hora de dejar hablar a los objetos... y al curador del Museo Británico

Kester (s/d) Trono de armas (s/f)

En todo el mundo hay monumentos al soldado desconocido, y el Trono de armas se enmarca en esa misma tradición. Es un monumento a todas las víctimas de la guerra civil de Mozambique y un registro de los crímenes cometidos contra todo un país; de hecho, contra todo un continente. Y es también —lo que resulta algo más inusual para un objeto tan conmemorativo— una obra de arte que nos habla de esperanza y determinación. El Trono de armas trata en igual medida de la tragedia humana y del triunfo humano.
Neil McGregor, 2010

Esta pieza me parece que tiene un patetismo muy especial precisamente porque se ha hecho en forma de silla. Al hablar de sillas, hablamos de un objeto cuya forma es un reflejo de la del cuerpo humano, y cuyas partes —brazos, patas, respaldo…— se convierten casi en una metáfora de las de las personas vivas: brazos, piernas, espalda… Así pues, hay algo particularmente inquietante en una silla hecha de armas diseñadas expresamente para mutilar brazos, espaldas, piernas o pies.

Neil McGregor, 2010

La actitud sedente

Eurípides, relieve del siglo I a.C.


Los astutos griegos no se contentaron con inventar una cómoda silla (klismos) sino además —y esto es mucho más importante— la práctica del cuerpo necesaria para su uso, además de los signos sociales del estatuto de aquellos que se sientan, por oposición a quienes aguardan de pie.