Excelente artículo

Véase:
https://www.pagina12.com.ar/138914-quienes-son

La bipedestación

Albrecht Dürer (1471- 1528) Adán y Eva (1504)

Cuando hayamos comprendido mejor la importancia de una física de la poesía y de una física de la moral, llegaremos a esta convicción: toda valoración es una verticalización.
Bachelard, 1953

La bipedestación humana dispensa los más hondos significados a la dimensión vertical.
El cuerpo cobra una nueva actitud y este hecho evolutivo debe haber dejado honda huella en la conciencia. El cuerpo ahora erguido es capaz de reordenar el entorno circundante. Las manos desarrollan su específica vocación por asir, lanzar, considerar y ceder, con lo que el cuerpo hace suyas porciones del mundo a título de cosas, de bienes, de productos.
De ahí que la ley y la culpa caigan y recaigan sobre el cuerpo así como lo hace la fuerza de gravedad. Y así es también como se ordenan, jerárquicas, las funciones del cuerpo, con la cabeza por todo lo alto y el corazón en el medio, dejando el vientre en lo bajo.
De ahí que todo movimiento ascensional es un triunfo sobre el peso material y una ganancia del espíritu. De allí a que arriba, en el Cielo, habiten los Divinos, dejando la tierra, abajo, a los Mortales. De allí que la rectitud, la probidad y el mérito enaltecen. La morada del hombre tiene su remate de gloria en lo alto de la cubierta
De ahí que los movimientos de bajada, son unas caídas, postraciones o humillaciones. En lo bajo habitan los errores y las pasiones indignas. En lo bajo nos hallaremos cuando nos venza el cansancio, la derrota o la muerte.
Bajo la casa, aguarda el sepulcro.

El cuerpo, sostenido con esfuerzo erguido sobre sus pies, da origen a una segunda y primordial dimensión clásica del espacio.

Lo que les sucede a las mujeres en las escaleras

Edmund Blair Leighton (1853- 1922) Ella se retira (1891)

Por lo pronto, es necesario situarse en el arranque inferior de una escalera y observar qué les sucede a las mujeres en las escaleras.
Por lo general, las mujeres suelen constituir personajes de una escena singularmente interesante, más allá donde decidan situarse. Pero si resuelven abordar una escalera, entonces sucede todo un espectáculo.
Puede que estén allá, por todo lo alto y aparezcan, literalmente divinas y ocupantes a justo título de la Región Superior, territorio de Diosas, Magas o Amadas. La Región Superior de una escalera aloja lo suprahumano, lo noble, lo íntimo. Como es natural, la mujer que de allí provenga porta estos atributos con la afectada distraída despreocupación que le conviene.
Cuando se decide a descender la escalera, la Mujer nos ofrece la expectativa de una Oportunidad. Cuando una mujer baja una escalera —y nosotros podemos verlo— hay un anuncio, una revelación, una epifanía.
Si nos encontramos con una mujer en el arranque inferior de una escalera, entonces es lugar propicio para el cortejo: la invitación a subirla en su compañía es un mensaje, no por tácito, menos elocuente. El arranque de los pasos es entonces la seducción del momento, la alegría del cuerpo, el acicate del espíritu.
Ahora, si ella comienza a descender, abandonándonos en el arranque superior de la escalera, entonces, es seguro que nos abandona, probablemente tan extasiados como exhaustos en aquel lugar que hemos sido felices. Y desciende entonces a la región de lo público, de lo plebeyo, de lo meramente mortal. ¿Volverá?

Lo que les sucede a las mujeres en las escaleras es que suscitan una plétora de emociones tal que es gran miseria no contar con mujer-que-transite-por-las-escaleras.

Sueños compartidos de los urbanitas

El dirigible Graf Zeppelin sobrevuela Montevideo (1934)

Las ciudades también sueñan, y aunque atribuirles un comportamiento humano pueda parecer una licencia poética, la metáfora tiene sentido, porque la ciudad es, además de un entorno construido, un conjunto de ciudadanos. En consecuencia resulta pertinente consultar ¿cuáles son los sueños de las ciudades? y la respuesta debe apuntar hacia los sueños compartidos de sus ciudadanos.
José Antonio Blasco, Martínez-Arrarás y Lahoz, 2016

Vivimos, de hecho, en una ciudad que ha sido soñada en el pasado.
No se trata entonces de una metáfora, sino de una comprobación del hecho incontestable que el Montevideo de 2018 es el resultado de la confluencia de proyectos del pasado, algunos urdidos allá cuando el dirigible pasaba por nuestro cielo sin detenerse. Pero es una suerte que el Montevideo actual no resulte, digamos, del sueño de Gabriel Terra, dictador de nuestro país en ese entonces. En realidad, miríadas de proyectos puestos en acción luchan entre sí y algunos de ellos logran converger de modo tal que conducen efectivamente el proyecto ciudadano.

El sueño es lo que se opone a la vigilia, pero más allá de esa realidad fisiológica, los sueños también “visualizan” los deseos humanos. En este sentido, los sueños, que pueden tener mucho de utopía, se convierten en horizontes en los que reside la ilusión, en faros que guían nuestras acciones hacia esos fines anhelados, en un motor que agita positivamente nuestra existencia.
Blasco, Martínez-Arrarás y Lahoz, 2016


La propuesta es seductora, pero puede formularse, antes de empezar, un par de inquietantes cuestiones ¿Los sueños de los ciudadanos actuales convergerán en alguna dirección? ¿Qué ciudad resultará de la convergencia hegemónica de algunos proyectos urbanos?

La dimensión propia de la amplitud

Jan Van Beers (1852- 1927) En el balcón (s/f)

A un alma se le mide por la amplitud de sus deseos, del mismo modo que se juzga de antemano una catedral por la altura de sus torres.
Gustave Flaubert

La medida de la latitud o amplitud refiere a la libertad relativa del cuerpo en el lugar.
La constricción en esta dimensión, de un modo literal, angustia. Quien puede extender sus extremidades en la holgura de su lugar, está a sus anchas. Después de la profundidad perspectiva, derivada de la marcha y después de la altura, proveniente de la bipedestación, la amplitud mide la pura y gozosa disponibilidad del lugar. Por ello, es altamente apreciado disponer de un punto de vista sobre el paisaje que domine un panorama. Por ello son también valoradas tanto la amplitud de los deseos como la amplitud de miras, signos de exuberancia moral.

Cuando reivindicamos un lugar especialmente holgado, recurrimos, ante todo, a la dimensión propia de la amplitud

Plumas ajenas: Pedro Azara

A diferencia del dios Hermes, dios de los desplazamientos, que se detenía ante el umbral, Hestia penetraba en el centro de las casas.
Las casas no se entendían como espacios enclaustrados, sino como núcleos conectados a otras moradas. La red de conexiones, que permitía la vida de las casas -los intercambios matrimoniales- también estaban bajo la protección de Hestia (en tanto que diosa virgen, Hestia no tenía familia propia, por lo que todas las familias era su familia). Los viajes que presidía siempre tenían como fin la instauración de un nuevo espacio interior.

Pedro Azara, 2016

Profundidad de los interiores

Carl Moll (1861- 1945) Interior del Palacio de invierno del príncipe Eugene de Savoy (1908)

Hay siempre una sorpresa alegre y básica en acceder a un interior bien acondicionado.
Adentrarse, sin embargo, es una tarea morosa para el cuerpo. Por eso, tiene siempre un componente de habituación que supone esfuerzos más considerables que el mero marchar. Por lo pronto hay siempre un estremecimiento en la trasposición del umbral, sensación que se va extinguiéndose con dificultad en los primeros gestos del cuerpo que se va encontrando a sus anchas. Hay que notar que, por lo general, no nos inmiscuimos en un interior, sino que somos acogidos de buena gana por él.
Un interior calmo y bien iluminado suele suscitarnos una adhesión que nos invita a profundizar. Y profundizamos las colpoprácticas exploratorias con cuidado detenimiento: conocemos nuestro lugar mediante medidas y alternadas estancias y desplazamientos.

Es con serenidad que reconocemos la honda profundidad de los interiores

Eso que necesitas lo sabes sólo tú

Jean Renoir Madame Bovary, (1933)  (Valentine Tessier)

Bovarismo es no estar contento con la realidad, un anhelo de una vida construida sobre ensoñaciones
Gustave Flaubert

Hay que preguntarle a Emma qué es lo que desea.
No nos conformaremos con lo que nos diga: atenderemos a lo que nos revele.
Porque, en el fondo, todos tenemos una vida construida sobre ensoñaciones.



Cuéntanos cómo fue

Adolph von Menzel (1815- 1905) Mesa redonda (s/f)

Tales son los términos en que inquirimos al historiador.
Claro que debemos especificar un poco más la demanda. Necesitamos un historiador social, en principio. Porque no necesitamos una gesta de héroes, sino la crónica sensible y atenta de unos procesos que tienen a la gente común y corriente como protagonista.
No nos contentamos con una crónica de usos y costumbres, por pintoresca que ésta resulte, sino una interpretación de procesos de larga duración protagonizados por los cuerpos de las personas en los lugares. Estos procesos tienen diversos significados; unos, para los actores históricos y otros para el historiador crítico. Buscamos la confrontación hermenéutica de ambas significaciones.
No nos basta, por cierto, con vagas generalidades sobre largos procesos civilizatorios. También indagamos en el dato menudo, pero revelador. Queremos diagnósticos y relación de síntomas: una relación semiológica de actos, sentimientos, mentalidades, vivencias.

Porque lo que queremos en verdad es aprender a sonsacar de nuestro presente las perspectivas históricas de lo que vendrá.

Azoteas

Adolphe d’Hastrel (1805- 1875) Azoteas de Montevideo (1840)

Cruzaron el Atlántico desde el soleado y seco Mediterráneo al inhóspito Montevideo del siglo XVIII. Los primeros pobladores de aquella perdida esquina del continente se asomaban a ellas para contemplar la llegada de los barcos a la bahía.
Entonces eran lugares singularmente importantes. No sólo constituían los cuidados remates de las arquitecturas más decorosas de entonces, eran lugares habitables con la expectativa del advenimiento de personas, noticias, mercaderías. Eran suelos elevados para asomarse a lo más allá, a lo que llega de más allá del océano. Y por encima, todo el cielo del Sur.

Hoy se abandonan a las palomas, a los desastrados tanques de agua, a las claraboyas y a los gatos.

Estudio del cielo

John Constable (1776- 1837) Estudio de un cielo nublado (1825)

Je crois que si l’on regardait toujours les cieux, on finirait par avoir des ailes.
Gustave Flaubert

Cada lugar sobre la tierra se deja cubrir por su cielo en una forma peculiar.
Sólo nos percatamos de ello cuando los azares de la vida nos llevan tan lejos que, como Los Olimareños, podríamos cantar: Este cielo no es el cielo de mi tierra. Es un vasto telón que siempre da el tono fundamental de cada paisaje y de cada circunstancia. El paisaje, en consecuencia, le debe su peculiar contextura a la efectiva configuración del cielo, que es una atmósfera, una cubierta y una luminaria.
Nuestras primeras y fundamentales clases de geografía podrían, con provecho, empezar con la cuidadosa apreciación del cielo, antes aún que la observación de los recortes del horizonte que habitamos. Comprenderíamos así el lugar habitado empezando por sus significativos confines y aprenderíamos a interrogar al cielo cómo es que se presentan las cosas hoy.

Y si la lección nos aprovechara, quizá acabaríamos por tener alas.

Recomenzar todos los días

Albrecht Dürer (1471- 1528) San Jorge en su caballo (1508)

Hay días que recomienzo con todo el convencimiento del que soy capaz
Hay días —he de confesarlo— que apenas me mueve la obstinación
Hay días felices en donde encuentro nuevos puntos en el horizonte
Hay días que repaso los antiguos errores y los sustituyo con nuevos.

¿Hasta cuándo podré recomenzar todos los días? 

El sentido del tacto

Pierre-Auguste Renoir (1841- 1919) Gabrielle y Jean (1896)

El tacto no denota posesión. La mano no agarra la pieza, sino que ésta se deja tocar. El tacto expresa confianza. Manifiesta el poder del sujeto y de la obra. Éstos no se muestran a la defensiva. No alzan barreras, ni se esconden, sino que se libran. El tacto exige quietud y cierto abandono. Sujeto y obra se entregan. Sienten ambos la presencia del otro. La comunicación se realiza por la vibración siquiera imperceptible. Vibran al unísono. Constituyen una unidad en la que cada miembro mantiene su integridad y su independencia. La mejor prueba que la obra está viva es que deje que el espectador se acerque. La obra no lo rechaza. Ambos se tienen la mano.
Pedro Azara, 2016

Tiene razón Pedro Azara: el tacto expresa confianza.
Si bien la vista y el oído son los sentidos más tenidos en cuenta, el tacto revela aspectos peculiarmente importantes de todo aquello con que habitamos. Es necesario meditar en las emociones de alegre serenidad que suscitan la apreciación cabal de las texturas. El tacto exige quietud y cierto abandono, dice Azara. Es que primero confiamos en las cosas que se dejan tocar y luego cedemos la iniciativa de los estímulos a las cosas. Estas, por su parte, libran sus condiciones que exigen un meticuloso detenimiento de las manos para percibir matices.
Y es que el asir con las manos no sólo es una interacción entre la piel y los músculos con los objetos, sino una que es una quiropráctica, un prendimiento que considera, valora, sopesa, que hace de un objeto una cosa. Asimos las cosas y tenemos entonces un mundo de cosas a la mano.
La percepción háptica, por su parte, se complementa con la propioceptiva para configurar el mundo circundante tal como es habitado. Palpamos para comprobar ciertos estados de cosas, para expresar sentimientos ya sea sociales, amistosos, amorosos o sexuales.

La parte próxima del mundo se nos revela por el contacto íntimo con la piel y es un goce estar vivo para experimentarlo.

Interpretar y estimular sueños

Vilhelm Hammershøi (1864 – 1916) Interior (1901)

En las páginas que siguen aportaré la demostración de la existencia de una técnica psicológica que permite interpretar los sueños, y merced a la cual se revela cada uno de ellos como un producto psíquico pleno de sentido, al que puede asignarse un lugar perfectamente determinado en la actividad anímica de la vida despierta
Sigmund Freud
La labor de una necesaria hermenéutica arquitectónica tiene dos aspectos recíprocamente implicados.
Por una parte hay que interpretar el fondo de las demandas sociales. Ir al fondo significa explorar en profundidad aquello que emerge parcial y equívocamente en el estado lúcido y asomarse a los elementos verdaderamente activos en la promoción del deseo. La mejor arquitectura yace en el fondo del alma humana y es preciso revelarla, traerla a la superficie y proyectar y construir en consecuencia.
Por otra, hay que estimular los sueños e imaginaciones que configuren nuevas demandas sociales. Los arquitectos aprendemos a soñar despiertos en actividades que por lo general tenemos por plenamente producto de nuestros conocimientos artísticos y técnicos. Sin embargo, con nuestros esbozos manifestamos en cierta forma sólo algún aspecto parcial de nuestros deseos más profundos y mal conocidos.

Puede que en un cierto sentido, el instrumento de proyectación arquitectónica por excelencia no sea otro que la almohada.

Ventanas

Salvador Dalí (1904- 1989) Figura en una finestra (1925)

Las ventanas son de género femenino no porque esa fuera precisamente la manera habitual que tenían los hombres de proyectar su deseo, desde fuera, sobre la evanescente aparición de una mujer asomada a su quicio, (como dice Carmen Martín Gaite), sino porque sin ese carácter específicamente femenino no podría resolver la infinita complejidad de ser un mecanismo complejo y bifronte, volcado hacia dos mundos a la vez, de una manera hermosamente unitaria.
Santiago de Molina, 2016

A las mujeres les sienta bien la situación en los umbrales, quizá porque su propia existencia tenga mucho de limen, de trémula intercesión entre adentro-y-afuera, de comunicación de mundos público-y-privado.

Vestíbulos y otros lugares umbrales

Alex 'Florstein' Fedorov (s/d)  Vestíbulo de la estación Vitebsky (2014)

Un vestíbulo es un espacio interior, común en edificios públicos y privados. Se diferencia de la entrada propiamente dicha, pues se trata de una zona de tránsito entre los espacios interior y exterior. Una entrada da acceso, pero detiene a quienes no se les concede el honor de llegar hasta el centro de la casa. Tras el filtro que la entrada establece, el vestíbulo ya forma parte del espacio interior pero aún constituye una zona que se recorre. Nadie se queda en el vestíbulo.
Pedro Azara, 2016
Entrar en un lugar es asunto delicado.
No se trata meramente de irrumpir, menos de colarse furtivo, ni de invadir con prepotencia, ni, menos aún, de violentar. Se trata de tomarse las cosas con serenidad y dar tiempo al cuerpo para adoptar la compostura debida. Es ocasión para respirar de otro modo, de percibir con discreción el aroma del ambiente, de prestar oídos a la reverberación de los sonidos, de acomodar la visión a las condiciones del umbral.
Porque de umbrales se trata. Ya hemos traspuesto la frontera del interior, pero no hemos alcanzado aún el interior. El vestíbulo no sólo se ofrece a la marcha, sino a una colpopráctica, un adentramiento de todo el cuerpo que va conquistando, paso a paso, un nuevo territorio. Nadie se queda en el vestíbulo, es cierto, pero también es verdad que algunos prosiguen su marcha y otros retroceden, impugnados.

La provisión de un vestíbulo magnífico es un gran honor que el lugar nos hace en la trémula instancia de acceder a su interior.

Circe

Bertram Mackennal (1863- 1931) Circe (1904)

Nuestra relación con los elementos míticos fundamentales se ha vuelto tan trivial que nos hemos privado de la antigua magia que volvía significativo el cuerpo.
En efecto, tanto el Aire, como el Fuego, como el Agua o la Tierra son constituyentes que demandaban en la antigüedad una consideración intelectual y emocional que sustentaba los rituales propiciatorios de la habitación del mundo.
No por casualidad las brujas de otros tiempos se demoraban en calderos puestos al fuego, donde bullían diversas sustancias y donde se inhalaba el contacto del cuerpo con el mundo. Aire, Fuego, Agua y Tierra eran las sustancias que, en determinadas circunstancias, religaban el cuerpo con el mundo. Las Circes de entonces no se contentaban con el cocido de la comida o la preparación de fármacos: conferían un profundo significado a su relación con los elementos.

En un mundo que ha olvidado la relación con sus elementos, los cuerpos apenas son entidades nimias en donde apenas es forzoso disimular el paso ruinoso del tiempo. La antigua magia es ahora una degradada e ilusoria superchería en forma de crema antiarrugas o de loción contra la alopecia.

Una estructura de fines

Andrea Palladio (1508- 1580) Cúpula de la villa Capra

Toda vez que la arquitectura o "lo arquitectónico" nombra un hacer regulado con vistas a un fin, que exige sabiduría, un carpintero o un armero que fabricaba cascos podían ser arquitectos, según cuenta Aristóteles en la Física. Este uso sorprendente del término arquitectura revela que para Aristóteles lo arquitectónico se limita a la proyectación y la construcción, sino a la ideación. Lo que el carpintero y el político tienen en común, que les permite ser calificados de arquitectos, no es el tipo de saberes y de obrar, ni la materia sobre la que obran, sino el obrar con vistas a un fin, la existencia de un plan, estuviera pensado o dibujado. El arte, la técnica o el método solo se subordinan a ningún otro proceder. Hacer arquitectura consiste en planificar, es decir operar según reglas con vistas a un resultado consecuencia del obrar, previsto y anunciado por éste. Por tanto, un arquitecto es quien logra establecer el orden, en la materia o en comunidades: ordenar el mundo y los humanos.
Pedro Azara, 2013
El concepto de arquitectura desborda su objeto.
El objeto de la arquitectura, en efecto, puede reducirse, en términos muy generales, a un conjunto de masas sabiamente ensambladas bajo la luz, tal como lo formulara en su momento el maestro Le Corbusier. Pero esta definición se constriñe al emergente material del objeto arquitectónico.
El concepto de arquitectura, por su parte, es mucho más general  y profundo aún. Toda arquitectura, más allá de su eventual materialización, es siempre una estructura de fines, en donde ciertas finalidades secundarias se someten al imperio de una principal.

La arquitectura no es apenas el arte reservado a los constructores sino de todos aquellos que identifican, conforman y configuran estructuras de fines

Avances en la indagación en el habitar

Vincent van Gogh (1853- 1890) El par de botas (1886)

Hacia el comienzo del último cuarto del siglo XX comienzan a aparecer publicadas diversas investigaciones sobre el habitar y la arquitectura.
Repasemos una sucinta enumeración:

1973 Josep Muntañola (1973). La arquitectura como lugar. Aspectos preliminares de una epistemología de la arquitectura
1975 Christian Norberg Schulz Existencia, espacio y arquitectura
1977 Amos Rapoport, Aspectos humanos de la forma urbana
1977 Christopher Alexander Un lenguaje de patrones
1979 Christian Norberg Schulz Genius loci. Paesaggio, ambiente, architettura
1979 Christopher Alexander El modo intemporal de construir
1980 Kenneth Frampton  “Lugar, forma e identidad: hacia una teoría del regionalismo crítico”
1984 Christian Norberg Schulz L’abitare. L’insediamento, lo spazio urbano, la casa

Estos estudios tienen en común un espíritu crítico con respecto al funcionalismo del Movimiento Moderno, un talante humanista y una vocación por la renovación del contenido del ejercicio profesional de la arquitectura. Es de suponer que fueron elaborados al calor de la apasionada década de los ’60. Todos ellos supusieron un importante impulso para la maduración reflexiva de la Teoría del Habitar.

Conviene repasarlos con empeño.

Plumas ajenas: Christian Norberg-Schulz

Un término concreto para definir el ambiente es lugar. Es común decir que actos o eventos tienen lugar; en efecto, es imposible imaginar cualquier acontecimiento sin referirlo al lugar. El lugar es evidentemente una parte integral de la existencia. Pero ¿qué cosa entendemos con la palabra lugar? Obviamente, cualquier cosa menos que una abstracta localización. Entendemos por esto un ensamblado [insieme], hecho de cosas concretas con su sustancia material, forma, textura y color. La composición de estos elementos define un “carácter ambiental”, que es la esencia del lugar. En general, el lugar es definido en su carácter o “atmósfera”. Por ello, un lugar es un fenómeno “total” cualitativo, que no puede ser reducido a ninguna de sus particulares características, como por ejemplo, sus relaciones espaciales, sin perder de vista su naturaleza concreta

Norberg-Schulz, 1979

¿Qué hace el cuerpo en los lugares habitados? V

Harold Harvey (1874- 1941) La carta (1937)

Ahora ya sabemos que el alma es el cuerpo y el cuerpo el alma. Nos dicen que son diferentes porque quieren persuadirnos de que podemos quedarnos con nuestras almas si los dejamos esclavizar nuestros cuerpos.
George Bernard Shaw

Como hemos visto ya, el cuerpo mide, valora, ordena, proyecta y diseña el lugar. De esto debe inferirse, necesariamente, que el cuerpo, en definitiva, construye y reconstruye efectivamente el lugar.
El cuerpo es quien confiere significado y sentido al sitio y a las cosas que lo pueblan. En este sentido, el cuerpo es la verdadera causa material de la existencia efectiva del lugar. Sin la presencia humana, lo único que persiste es un mero sitio físico, sin ningún atributo significativo particular. Mediante las operaciones no mecanicistas del cuerpo, el lugar cobra medida, valor, disposición y designio constitutivo que se cumple en su efectiva realización.

El lugar habitado por los mortales es una obra en construcción.

La mejor de las arquitecturas

Harald Sohlberg (1869- 1935) Noche estival (1899)

El amor y el deseo son las alas del espíritu de las grandes hazañas.
Goethe

La mejor de las arquitecturas es la que portamos en los enigmas del deseo.
Por ello, debe haber un método de diseño arquitectónico que ahonde hermenéuticamente en las anfractuosidades del alma. Pero preguntarle ingenua y directamente a la conciencia puede resultar frustrante. Hay que indagar en el fondo que no se expresa con el lenguaje estereotipado de la imaginación alienada. Hay que saber oír las voces profundas del cuerpo.

Es difícil, por cierto, pero tiene que sernos posible.

Lo que habita el fondo de nuestras casas

Ernestine von Kirchsberg (1857- 1924) Villa suburbana con jardín (1924)

Oïkos, en grec ancien, dit à la fois ce que nous nommons « maison » (bâtiment où l’on habite), « patrimoine » (biens meubles et immeubles possédés par une communauté ou un individu) et « famille » (ceux qui vivent sous le même toit)
Roger-Pol Droit,
«Qu’est-ce qui, de la maison des Grecs, habite encore silencieusement les nôtres ?»,
Oikos es un recuerdo largamente sedimentado en el antro profundo de nuestras conciencias, así como en lo hondo de nuestras casas.
Los edificios en donde vivimos han cambiado sustancialmente en todos sus aspectos: físicos materiales y formales, simbólicos, sociales y económicos. Sin embargo, allí dentro, muy adentro y oculto tras capas de apariencia, persiste algo de una antigua idea de la casa como edificio que se habita. La almendra del recuerdo esquivo de la morada, del reducto, del lugar del que parten todos los caminos, del centro de coordenadas de tiempo y espacio. Oikos es un fantasma tranquilo que reside aún en nuestra residencia.
Desde que hemos ingresado en la etapa civilizatoria tardocapitalista, el contenido efectivo de la actual idea de patrimonio ha sufrido toda clase de transformaciones. Basta comparar nuestra relación con los bienes propios de nuestros abuelos con la correspondiente de nuestros hijos. Sin embargo, en el corazón de nuestras más profundas nociones económicas, ahí está el resabio de la idea de casa como patrimonio. Oikos es un fantasma evanescente en nuestro capital material y simbólico.
¿Qué decir, por su parte, de la familia? Los más diversos arreglos microsociales se amparan ahora bajo esta denominación titubeante. Pero en todo caso, en el círculo más estrecho de los afectos y los vínculos más regulares y cotidianos, algo de la antigua idea de casa como linaje aún perdura, apenas titilante. Oikos también es un fantasma vacilante en el orden regular y cotidiano.

Así, en cada lugar habitado con vocación de residencia, aún anida un fantasma tranquilo, evanescente y vacilante que preferimos conservar bajo el título de oikos.