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El ser humano y su circunstancia


Artur Pastor (1922-1999)

Hemos podido afirmar que a la teoría del habitar le incumbe todo aquello que toca al ser humano y su circunstancia.
Esta afirmación, podemos creerlo, no deja afuera ningún aspecto relevante, pero quizá peque de una amplitud excesiva. Parece oportuno señalar en algún modo una perspectiva más específica proyectada sobre este territorio tan vasto. A los arquitectos les interesa el habitar desde el punto de vista en que éste afecta a la conformación material, energética y figurativa de todo el conjunto integrado de transformaciones del ambiente que se realizan con este fin. En los términos más operativos, cómo es que las solicitaciones de la vida humana demandan a la contextura de edificios, ciudades y territorios.
Es desde este punto de vista —que es también un punto de partida— que se ha intentado construir del modo más riguroso posible una Teoría del Habitar.

Punto de inflexión


Mark Eshbaugh

Hasta hoy, de la intuida estructura fundamental del lugar, sólo nos es dado observar y operar con la exposición analítica de la plétora de dimensiones humanas del habitar.
En otras palabras, del conjunto tenemos la enumeración más o menos prolija (y habrá que ver si exhaustiva) de elementos, pero no nos damos cuenta aún de su ley de composición, de aquella regla que hace de la proliferación de componentes una estructura. Debemos afrontar, entonces, un punto de inflexión.
El problema es que, por lo que parece, el carácter de estructura es relativamente accesible a nuestra intuición o sospecha, pero es realmente difícil tratar, mano a mano, con la conformación efectiva de su íntima complejidad. Parece que sólo advertimos aspectos, sin duda interesantes, pero que no logramos, con los fragmentos observados, armar el rompecabezas.
Quizá la solución a este asunto sea apuntar a construir el producto interno de las relaciones mutuas entre las dimensiones del habitar. Tal nuestra empresa, luego de este punto de inflexión.

Demandas del habitar: cuestión de género


Anne Arden McDonald (1966)

Ciertas muchachas pueden acusar, con toda razón, a este sitio como androcéntrico. Sepan disculpar.
A efectos de subsanar esta falencia, las mujeres que piensan en el habitar deben aportar su perspectiva de género. Aquí las escucharé con atención y mucho respeto. Porque creo que las mujeres han aportado ya mucho en la historia y en la teoría del habitar. El problema, tal como es habitual en tantos casos, es que tales aportes han sido invisibilizados.
Quiera la fotografía que ilustra estas líneas resultar una invitación cortés a una necesaria participación reflexiva y expresiva de todas las mujeres que aporten su peculiar visión a este asunto.


La habitación, más allá de la arquitectura


Kenneth Josephson (1932)

¿Puede hablarse, sin incurrir en metáforas, en la habitación de territorios alternativos a los tratados aquí?
¿Puede habitarse la memoria, la imaginación, el sueño, el relato o el discurso? ¿En tales ámbitos, se constituyen, necesariamente, lugares? ¿Se pueden habitar ámbitos aunque no constituyan, por este hecho, lugares?
Ya no son preguntas para un arquitecto. Son preguntas que lanzo, en una botella que derivará por los mares, a psicólogos y antropólogos. Ojalá alguno me conteste alguna vez.

Un aporte singularmente sensible e inteligente


Bert Teunissen (1959- )

El fotógrafo holandés Bert Teunissen ha tenido una idea singularmente interesante, sensible e inteligente. Ha fotografiado a personas en sus ámbitos propios bajo la consigna de ilustrar los paisajes domésticos de distintos lugares del mundo. El resultado es muy especialmente significativo y constituye un aporte inestimable a la Teoría del Habitar.
Véase su página web:

Ética y política de la Teoría del Habitar


Nikolaos Gyzis (1842 –1901) La escuela clandestina (1886)

Desde que se advirtiera la relación entre el saber y el poder, existe una orientación ética y epistemológica dirigida a la consecución operativa del poder como causa eficiente del afán cognoscitivo. Se busca saber para conseguir más poder relativo.
Pero esta no es la única alternativa posible. Una opción —quijotesca, puede parecer— nace para alentar la esperanza de un saber de valor emancipatatorio y liberador que informe a quienes padecen del imperio de una injusta tiranía. Porque sucede que quienes detentan el poder sobre las formas populares del hábitat imponen su poder tanto político, como económico, cultural y simbólico. Y los habitantes del llano no conocemos aun lo que nos conviene saber a nuestro respecto.
Es de suponer que una Teoría del Habitar así dirigida constituya, como motivación, motor y destino, una liberación de los avasallamientos actuales de la condición de habitante, constreñido bajo las especies de usuario y consumidor.


Insistencias sobre el estudio de la vida cotidiana

Camillo Bortoluzzi (1868- 1933) Mercado en Venecia (1894)

La experiencia vital tiene a la cotidianidad como una suerte de tejido sustentante, una localización habitual en precisas circunstancias de espacio, tiempo, figuras y formas. Esto significa que la vida cotidiana merece ser estudiada, investigada y descubierta tras esas pantallas de invisibilidad por exceso de transparencia: su presunta obviedad y la falaz creencia en su conocimiento de primera mano. Debe ser conocida en sí misma como estructura sustentante de la vida y como una manifestación recurrente de su misma sustancia.
En la medida que la cotidianidad reviste este carácter para ser abordada cognoscitivamente, es en su condición de ethos que debe ser considerada bajo un examen ético específico. Hay una ética de lo ordinario, de lo habitual, de lo corriente, que no es insignificante ni banal ni intrascendente. Esta ética de lo cotidiano y de los hábitos es merecedora de la mayor atención teórica... y práctica.
Pero lo más importante quizá radique en hacer caudal de los exámenes tanto cognoscitivos como éticos para dar forma a una techné, a un arte de vivir. Y este es el aspecto que justifica por todo lo alto el haber acometido el desafío del tratamiento profundo y detenido de la vida cotidiana.

¿Por sus frutos se valora una teoría?


Productos de la labor de Alvar Aalto (1898- 1976)

En 1620, Francis Bacon publicó un manifiesto científico titulado Novum organum. En él razonaba que «saber es poder». La prueba real del «saber» no es si es cierto, sino si nos confiere poder. Los científicos suelen asumir que no hay teoría que sea cien por cien correcta. En consecuencia, la verdad es una prueba inadecuada para el conocimiento. La prueba real es la utilidad. Una teoría que nos permita hacer cosas nuevas constituye saber.
Harari, 2014

¿Qué frutos dará el desarrollo pleno de una Teoría del Habitar?
Podría esperarse, acaso, que la práctica arquitectónica profesional tuviese entonces un importante y sólido respaldo científico. Habrá que ver qué se obtiene con ello y también, a qué precio. Porque podría suponerse que saber a ciencia cierta de la condición humana del habitar supondría un progreso, pero también pudiese ser que tal hecho no redundara en beneficio de la humanidad habitante, sino en los consabidos Contabilizadores del Aire, que cada vez explotan las cosas mejor. Si esto último sucediera, se beneficiaría, como siempre, a los conocidos de siempre en desmedro de la posibilidad de liberación de las amplias mayorías sociales de tales personajes.
Todo esto hace pensar que los aspectos performativos de la Teoría del Habitar deben ser sopesados con prudencia ética peculiar. No sea que obremos desprevenidos como aprendices de brujo.

Debate sobre la psicología del habitar


Simon Vouet (1590 –1649) Venus durmiente (1640)

Existen más que justificadas expectativas sobre los trascendentes aportes que pueda hacer la psicología a la Teoría del Habitar.
Antes se ha insistido en la naturaleza intrínsecamente antropológica de la cuestión sobre el habitar. De ello deriva el consecuente obvio interés de corte sociológico que esta temática pudiera promover. Pero el aporte de la psicología nos aproximaría aún más a las personas de carne y hueso y sueños.
En principio pudiera suponerse que una psicología de la conducta habitable tendría mucho que decir, siempre y cuanto no se contentara con describir tal conducta, sino que —es esperable— se arriesgaría a interpretar los hechos de las complejas interacciones entre las personas y los lugares que constituyen. Conductistas, están desafiados a observar, medir, cualificar y cuantificar.
En lo que me es personal, me inclino a tener más esperanzas en los aportes de la psicología profunda. Esto, porque el habitar es una conducta sí, que debe ser descrita y medida, pero que también debe ser interpretada y analizada en sus dimensiones simbólicas e imaginativas. Por ello, psicoanalistas, también están desafiados. (Y por favor, cultiven un lenguaje comprensible para los legos).
También tengo cifradas esperanzas en los aportes de la Psicología Social. Lo que sucede en este caso es que no dispongo de un acceso suficientemente fluido a la especialidad. Psicólogos sociales, también ustedes están desafiados.
Hace ya mucho que pude acceder a los aportes singularmente interesantes de la Psicología Ambiental. Por alguna oscura razón, he perdido el contacto, si bien tengo altas expectativas sobre un recentramiento de alguno de sus cultores en algo así como en la Psicología de los lugares habitados. También los psicólogos ambientales están desafiados a ocuparse de la cuestión y, asimismo, a divulgar ampliamente sus hallazgos.
Y aún no sé si he agotado la posibilidades y opciones de las disciplinas psicológicas.

Dimensiones del decoro


Álvaro Siza (1938- ) Casa Fez (2010)

Cuando, por fin, llegamos a considerar el decoro, nos encontramos con un obstáculo epistemológico casi infranqueable para determinar su dimensión real. Si bien esta debe, por fuerza, existir, hay que admitir lo arduo que resulta no sólo definir conceptualmente lo decoroso, sino fijar las medidas y tasas aceptables de tal condición. Igualmente problemático sería dar con una verificación cabal bajo algún aspecto experimental.
También en lo que hace a su ineludible dimensión simbólica parece haber dificultades tanto para definir convencionalmente el decoro, ya para indicarlo en su emergencia positiva. Todo lo más que podemos, parece ser, es señalar una ausencia relativa de decoro en una situación, sin poder indicar, a ciencia cierta, cuál aspecto particular podría subsanar esta circunstancia.
Todo parece indicar que la dimensión dominante del decoro pertenece al orden de lo imaginario. Y esto plantea un problema asaz complejo. Si el decoro, condición exigible al lugar habitado, tiene una clara dimensión imaginaria, no debe creerse que su consecución deba abandonarse a la fortuna y a la feliz conjunción de medios materiales y talento artístico, sino que compromete el esfuerzo de nuestros científicos sociales para indagar el fondo de nuestros psiquismos para encontrar allí las claves.

Dimensiones de la dignidad


Albert Müller-Lingke (1844- 1930) Familia con bebé en la cocina (s/d) 

Si se atiende a la dignidad, es preciso reconocer las dificultades casi insalvables para dar cuenta de su dimensión real. Por mucho que nos interroguemos no podemos verificarla en los hechos, por así decirlo.
Sin embargo, su dimensión simbólica es clara, nítida y uno podría creer que casi es por entero constitucional. Resultar una condición alguna como situación digna puede, en efecto, agotarse en un puro acto de significado. Quizá tengamos dificultades para expresar en forma pormenorizada qué —y sobre todo por qué— una circunstancia resulta digna, pero no tenemos muchos apuros para indicarla como tal, en forma por lo demás clara y distinta.
Pero también es preciso considerar que existe una ineludible dimensión imaginaria, toda vez que toda situación humana es un conato o proyecto. Si bien podemos indicarnos en una situación digna instantánea, forzoso es considerar también cómo devendría con el correr del tiempo, la historia y la peripecia vital.

Dimensiones de la adecuación


Antonio Bonet, Juan Kurchan y Jorge Ferrari, arqs. Sillón BKF (1938)

Para ver una cosa hay que comprenderla. El sillón presupone el cuerpo humano, sus articulaciones y partes; las tijeras, el acto de cortar. ¿Qué decir de una lámpara o de un vehículo? El salvaje no puede percibir la biblia del misionero; el pasajero no ve el mismo cordaje que los hombres de a bordo. Si viéramos realmente el universo, tal vez lo entenderíamos.  
Jorge Luis Borges, 1975

En principio, parecería que la adecuación tiene una clara dimensión real: el cuerpo comprueba experimental, manifiesta y directamente, qué dispositivos y disposiciones resultan efectivamente adecuadas. Puede que el aspecto de algún implemento pueda parecernos extraño, pero la adecuación parece verificarse en la realidad contundente del uso o de la implementación.
Sin embargo, es necesario consignar que la adecuación de una entidad a su función tiene un componente simbólico que no debe desdeñarse. La habituación funciona como un código convencional en donde aquellas formas que tenemos como familiares se reconocen en su adecuación figurativa antes de la concluyente verificación en la práctica.
Pero aún existe otra dimensión singularmente interesante, que es la imaginaria. Opera con complejos y oscuros desplazamientos en las ideas recibidas acerca de la adecuación forma-función. El interés por esta dimensión radica en su potencial creativo que puede conmover las dimensiones simbólicas y reales para operar transformaciones tanto en la conciencia social, así como en las formas convencionales tenidas como adecuadas.

Desde el elemento germinal



Si se ignora al hombre, la arquitectura es innecesaria.
Álvaro Siza

Hay que encontrar el necesario nudo borromeo1 que vincule entre sí las formas imaginarias, las simbólicas y las realidades de la domesticidad contemporánea.
Esta operación se justifica para la consecución de lo esencial de la arquitectura de la morada contemporánea en un modo que refleje las verdaderas solicitaciones del sujeto habitante. A la arquitectura de la casa se llegaría por una senda que se originaría en lo hondo del psiquismo de las personas de carne y hueso. A esta arquitectura se llegaría concebida desde su necesario elemento germinal.
Puede sonar arduo, pero ¿no es reconfortante emprender el camino con tal esperanza?

1 Se llama nudo borromeo al constituido por tres aros enlazados de tal forma que, al separar uno cualquiera de los tres, se liberan los otros dos.

La lenta y larga marcha


Joseph-Désiré Court (1797 – 1865) Mujer tendida en un lecho (1829)

… una teoría de los lugares, de las situaciones, de las inmersiones se pone en marcha lentamente…
(Sloterdijk, 2004: 24)

Es significativa tanto la sucesión de menciones, así como el orden en que se exponen.
En efecto, la asociación de la tríada lugar/situación/inmersión es singularmente interesante toda vez que Peter Sloterdijk no menciona explícitamente una teoría arquitectónica del habitar, sino que obedece a una erudita indagación filosófica sobre la existencia de las esferas. Es significativo también el orden, de indudable prosapia ilustrada, que enlista primero una onto-epistemología, un examen de las prácticas y un análisis estético especifico y correspondiente. Todo muy afín para obedecer a una simple casualidad.
Lo que nuestro autor nos enuncia, pero no explica, es porqué todo esto se pone en marcha tan lentamente. ¿Será porque los innumerables lectores de Sloterdijk se lo toman con mucha calma y esa prudencia que antaño se denominaba frónesis?

Atención a lo infraordinario


Ray  Metzker (1931 – 2014) Susurros en la ciudad (1963)

Lo que ocurre cada día y vuelve cada día, lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual, ¿cómo dar cuenta de ello, cómo interrogarlo, cómo describirlo?
Georges Perec, Lo infraordinario.

Antes conviene peguntarse para qué interrogar y describir lo infraordinario.
Y una posible respuesta que conlleva una cuota no despreciable de resignado realismo prosaico es que es por el hecho que nuestra vida abunda en ello, separando los episodios singulares, a lo que les prestamos justificada atención por su emergencia, mientras que la sustancia inerte de los días parece casi no suceder. Acaso sólo vivimos en la torva espera de que algo especial suceda, precisamente cuando acontece casi nada. Pero en verdad en ese entonces se van depositando con calma y algo de método ciertos posos en la memoria que sólo en un lejano futuro podremos rescatar del olvido, del tiempo perdido. Quizá lo infraordinario sea la sustancia propia de la vida, aún de las más heroicas y agónicas.
Otra cuestión importante es preguntarse por qué interrogar y describir lo infraordinario. Para quienes queremos construir una Teoría del Habitar operativa y rigurosa, quizá el asedio a lo cotidiano sea toparse de frente con su objeto de conocimiento. Y quizá este objeto de conocimiento se ofrezca así, como un ruido de fondo de la vida, como el susurro que nos envuelve y cobija mientras esperamos los Acontecimientos.

La cuestión de la prelación epistemológica


Caspar David Friedrich (1774 –1840) El caminante sobre el mar de nubes (1818)

¿En qué orden es imperioso ordenar los conceptos para erigir una teoría de la arquitectura fundada en el habitar?
La cuestión es delicada porque, intuyo, el orden supone una fructífera prelación epistemológica en donde los conceptos de desencadenen según un desarrollo que resulte productivo. Esto es, que la sucesión de los términos claves en el discurso teórico será lograda en la medida en que fluyan cada vez más caudalosos, aplicándose a todas las esferas comprendidas por la condición humana de la que son expresión.
He conjeturado que el orden propuesto por Immanuel Kant puede ser oportunamente asumido aquí. Así, al conocimiento fundamental del habitar y de sus consecuentes inmediatos le sigue como una derivación ética y política la que se cierra por todo lo alto con una estética y teoría de la producción social del habitar. Pero puede pensarse que en esto opera cierta pereza intelectual al rescatar un venerable proyecto ilustrado, justo cuando parece que éste destella los últimos fulgores de su inevitable y próximo ocaso, si no es que no ha sucedido ya.
De este modo, la cuestión sigue abierta e inquietante.

Borradores de una genealogía de la Teoría del Habitar (IV)


Monumento a Andrea Palladio en Vicenza

Ninguna empresa es verdaderamente humana si no contiene, en su origen, un proyecto urdido sobre una conjetura de mundo futuro.
Puede decirse que la Teoría del Habitar ha nacido con la impronta originaria de concebir el alumbramiento de un necesario humanismo arquitectónico. Hoy como nunca nos es imperioso, imprescindible y acuciante un humanismo que sea capaz de liberar la condición humana de los aherrojamientos propios del lastimoso estado de nuestra civilización. En un mundo en que el sentido de adhesión a las cosas reifica la propia sustancia de la arquitectura, esto es, cuando se tiene por realidad arquitectónica la cosa construida por sobre el vínculo que este artefacto guarda con quien la habita, el humanismo nos es obligado. En un estado de cosas en que olvidamos el fin superior de la arquitectura, que libera a sus habitantes de las constricciones de la necesidad, el humanismo práctico nos es insoslayable. En una perspectiva de sustentabilidad futura de la propia humanidad como tal, el humanismo arquitectónico nos resulta urgente.
Con este sino es que se desarrolla el pertinaz impulso a ahondar en una Teoría del Habitar que nos abra una feraz ventana a un futuro más confortador que este lamentable presente.

Borradores de una genealogía de la Teoría del Habitar (III)


La cabaña de Heidegger en Selva Negra

Otro origen innegable de la Teoría del Habitar lo constituye la pregunta específicamente teleológica referida a la arquitectura.
La cuestión proviene allí donde se solapan los sentidos de las locuciones por qué y para qué. En efecto, hay que preguntarse por el porqué de la arquitectura —que es una cuestión en procura de una justificación humana del arte y la técnica—, a la vez y simultáneamente en concurrencia con la instancia que interroga acerca del paraqué —esto es, la finalidad última de todo esfuerzo arquitectónico—.
Aquí situados, no podemos conformarnos con hacer del proyectar y construir fines en sí mismos: menos aún considerar el artefacto construido como finalidad específica. La casa es apenas el ingenio del que se sirve el hombre para tener lugar en el mundo.
Es el sosiego de los seres humanos allí donde tienen efectivo lugar el fin de la arquitectura. Porque habitar es connatural a nuestra condición de existentes, la arquitectura nos es imperiosa como medio eficaz de poblar un lugar que hacemos nuestro.

Borradores de una genealogía de la Teoría del Habitar (II)


Maestro de Weltenchronik. Construcción de la Torre de Babel (h.1300)

La revisión del funcionalismo arquitectónico no es el único germen crítico de la Teoría del Habitar. En efecto, tal teoría proviene también de la revisión de la idea habitualmente recibida que equipara punto por punto la arquitectura con la actividad profesional de los arquitectos.
En realidad, aquello que efectivamente realizan los arquitectos es una contribución parcial y especializada a toda una compleja actividad social de producción. Pero si se advierte esto, entonces no es posible concebir una actividad social de producción si no es considerando como antecedente necesario una demanda social específica, así como una ulterior implementación práctica en la vida social. Esto significa: entender la arquitectura en el entramado integral de relaciones sociales implicadas por el desarrollo del hábitat humano.
Estas consideraciones críticas a la ideología corporativista habitual ponen en evidencia el papel del habitar humano como causa material y final de unos actos sociales totales y no ya un ejercicio social y cultural restringido.

Borradores de una genealogía de la Teoría del Habitar (I)


Páginas de Hacia una arquitectura de Le Corbusier (1923)

La Teoría del Habitar es una deudora crítica del funcionalismo arquitectónico.
De este origen proviene la especial atención a la tradicional utilitas, puesta en especial consideración por la arquitectura renovadora del siglo XX. Supone esto ya una tradición de reflexión teórica, acompañada por la práctica proyectual y constructiva que buscan ser consecuentes con la destacada consigna que hace de la producción arquitectónica una consecución de bienes útiles.
Sin embargo, como herederos críticos y no seguidores irreflexivos, quienes han contribuido a la emergencia de esta Teoría del Habitar han tomado distancia de las limitaciones del funcionalismo mecanicista y reductivo.
Es que las arquitecturas no sólo se dejan apreciar en su implementación operativa mecánica, ni se agotan en el simple uso. La función de las arquitecturas afecta más hondamente a la condición humana. Descubrir los extremos de este compromiso es, precisamente, una de las tareas autoimpuestas de tal Teoría.