Plumas ajenas: Andrew Merrifield


En todas las políticas del encuentro ocurre: no es que las personas actúen en el espacio, es que las personas se convierten en espacio al actuar. Ya nada es escénico, nada es necesariamente urbano; nada es accesorio ni redundante, alienante o similar; toda acción, toda conectividad humana, cada cuerpo, si está realmente conectado, literalmente llena el espacio; la acción respira y los propios cuerpos de los participantes se convierten en el principal elemento escénico, la forma del espacio y al mismo tiempo el contenido del espacio. En este sentido la política del encuentro siempre se configura como un encuentro en alguna parte, un lugar de encuentro espacial. Siempre será un rendezvous ilícito de solidaridad y vinculación humana, un topografía virtual, emocional y material en la que algo arraiga, algo irrumpe e interviene en el paralelismo, en la parálisis.
Andrew Merrifield, 2012

Dimensiones humanas de las ventanas (VII) Magnitudes ergotópica, nomotópica y erotópica


Eyolf Soot (1859 –1928) A la luz de la lámpara (1895)

Las ventanas son dispositivos arquitectónicos especialmente elaborados, por lo que, con su mera presencia, denotan un esfuerzo, un trabajo, una energía aplicada en pos del mejor acondicionamiento del lugar.
Con esto se reconoce una dimensión ergotópica inherente: allí donde hay una ventana, hay trabajo insumido. Es necesario reparar cómo se remunera, económica y simbólicamente tal magnitud.
Asociada a ésta aparece otra dimensión importante: la concepción, diseño y disposición de las ventanas sigue reglas más o menos rigurosas. Cada ventana es un conjunto de reglas aplicadas en su tamaño, composición y distribución. Así, las ventanas suponen, en su alternancia con los llenos, un juego rítmico y un tono general de las fachadas.
Pero la regla más específica humana de toda ventana es que explica la asimetría de los flujos de información. En efecto, las siempre lícitas ganancias del interior, contradicen las subrepticias y eventuales fugas hacia afuera. Las ventanas, entonces, son umbrales asimétricamente delicados.
Esto nos lleva a la más intrigante y secreta magnitud de toda ventana. Se trata de la dimensión erotópica, su constitución de zona erógena de toda arquitectura, región de especial registro de inquietudes trémulas y de sutiles estremecimientos.
En definitiva, una verdadera ventana, que merezca tal denominación, es mucho más que un sumario agujero en una pared.

Dimensiones humanas de las ventanas (VI) Magnitudes alethotópica y tanatópica


Gustave Stoskopf (1869 - 1944) Campesino en la ventana (1930)

Una vez que uno va reconociendo una a una las dimensiones propiamente humanas de las ventanas, se va convenciendo que éstas desempeñan un muy importante papel en la existencia del habitante.
En lo que toca a las dimensiones existenciales, las ventanas se abren, de suyo a todo lo que emerge más allá de los límites de la morada. La ventana se abre sobre lo que sobrevendrá y la perspectiva humana está proporcionada por el diseño de la ventana en concurrencia con la actitud de la persona que la puebla. Obsérvese la humildad campesina en la ventana ilustrada. No es un puro efecto de la modestia material de la construcción, sino resultado de un particular estar-en-el-mundo.
Recíprocamente, por el costado contrario del lugar de la ventana se abre la región de la memoria y el olvido: el lugar de la vida ya vivida, por oposición a lo que vendrá con la brisa vivificante que atraviesa el umbral.
Allí, precisamente en el lugar en donde se articulan estas dos dimensiones, residen los que existen, aquellos que sabemos que vamos a morir, mientras que contemplamos absortos todo aquello que nos muestra la ventana.

Dimensiones humanas de las ventanas (V) Medida histerotópica


Caspar David Friedrich (1774-1840) Vista del estudio en Dresde (1806)

En la cultura del presente, en donde incurrimos una y otra vez en una equívoca cosificación reductiva, apenas si consideramos el escueto espesor de la carpintería de una ventana.
Pero con ello soslayamos una dimensión crucial del lugar que la ventana constituye: el lugar que se puebla con las personas que se asoman por ella. He aquí la verdadera dimensión interior propia de la ventana: la dimensión que ocupamos como habitantes del lugar-ventana. La dimensión que justifica la apertura en el muro, la localización referida al horizonte y la adecuación relativa de su amplitud. Uno puede habitar el lugar de la ventana precisamente porque ésta avía espacio y tiempo para alojarse allí.
¿No será que hemos desatendido el lugar de la ventana porque nuestros arquitectos han dejado de considerarlo y acondicionarlo como sería preciso?

Dimensiones humanas de las ventanas (IV) Magnitudes termotópica, fonotópica, fototópica y osmotópica


Albert Edelfelt (1854 –1905) Bertha (1881)

Las ventanas son lugares umbrales con un notable papel en el acondicionamiento energético.
El término castellano ventana recuerda la asociación del útil con el viento y la ventilación, el refrescamiento. Las energías que circulan por la ventana siempre ofrecen un especial interés. A través de ellas nos llegan los rumores del mundo exterior, así como la luz que se inmiscuye en los interiores. Es por todas estas características que los artistas aprecian tanto y con mucha razón el emplazamiento de sus más queridos modelos en adyacencia a las ventanas, allí donde son disfrutables las condiciones propias de un umbral térmico, acústico y luminoso. Allí donde puede aspirarse la brisa que renueva la atmósfera habitada.
Los arquitectos deberíamos proyectar y construir ventanas en donde fuese siempre bueno y favorecedor retratar a nuestros apreciados habitantes.

Dimensiones humanas de las ventanas (III) Amplitud


René Magritte (1898- 1967) La clave de los campos (1936)

Las jambas (los elementos verticales/laterales) de una ventana contribuyen decisivamente en el enmarcado de la escena, aparte de cerrar la pura estructura física.
Allí es en donde es especialmente delicada la magnitud de la amplitud, ya que una gran latitud provee generosos panoramas dominados, mientras que una adecuada estrechez brinda la posibilidad de concentrarse en un cierto aspecto del paisaje que merezca ser contemplado con atención.
Por ello es que la arquitectura de las ventanas tiene un difícil problema que resolver en lo que toca a la amplitud adecuada, digna y decorosa tanto de la ventana en sí, como del encuadre conveniente del paisaje circundante.

Dimensiones humanas de las ventanas (II) Altura


Lila Cabot Perry (1848- 1933) Angela (1891)

El punto crítico de la altura está determinado por la proporción con respecto a la elevación de la mirada.
Como ya se ha visto, la ventana debe contener el horizonte y esa es su altura fundamental. Por encima de éste se domina el cielo y por debajo, la tierra circundante. Hay sutiles ajustes entre el cuerpo y la altura de los elementos del vano. Así, el antepecho ajusta tanto al apoyo de los codos como a la roce de las manos. Por otro lado, la altura del dintel asegura la cuota de luz natural en la estancia y en la proyección cósmica de quien se sitúa en el preciso lugar de la ventana.
Porque una ventana sólo en principio es un agujero en una pared; constituye un lugar umbral ornado de singulares valores.

Dimensiones humanas de las ventanas (I) Profundidad perspectiva


La dama en la ventana. Marfil fenicio

En principio apenas si sucedió un mero agujero en un muro, un puro expediente para una sumaria ventilación, apenas un ventanuco.
Pero cuando ocurre una ventana que merezca la dignidad de tal denominación, es cuando una mirada humana la atraviesa para ver más allá.
Y entonces sucede algo virtuoso: desde el cobijo del cubil es posible dirigir una perspectiva sobre el mundo circundante. Desde el interior al que siempre regresamos puede establecerse un punto de vista para abordar todos los derroteros.
Una mujer asomada en la ventana vuelve a inaugurar, prístinas, todas las ventanas que han sido y serán.

El tipo de ciudad que podríamos querer (V) Valores estéticos



La cuestión de qué tipo de ciudad queremos no puede estar divorciada de la que plantea qué tipo de lazos sociales, de relaciones con la naturaleza, de estilos de vida, de tecnologías y de valores estéticos deseamos.
David Harvey

¿Por qué no pensar que el tipo de ciudad que podríamos querer solicitaría nuestros sentidos y sensibilidad de un modo diferente?
Dicho de otra manera: la ciudad que podríamos soñar quizá demande de una nueva mirada, una nueva forma de escuchar, de palpar, de moverse. Quizá demande una perspectiva de inmersión, en vez de la contemplación distante a la que estamos acostumbrados. Quizá exija una revisión radical de valores estéticos.
La ciudad que podríamos querer puede suscitar un calmado y gozoso estupor.

El tipo de ciudad que podríamos querer (IV) Tecnologías



La cuestión de qué tipo de ciudad queremos no puede estar divorciada de la que plantea qué tipo de lazos sociales, de relaciones con la naturaleza, de estilos de vida, de tecnologías y de valores estéticos deseamos.
David Harvey

En nuestras ciudades se suele cultivar una ingenua esperanza que ante cada problema en ella encontrará, tarde o temprano, una solución ingeniosa, smart, que conseguirá que vivamos todos necesariamente mejor.
Sin embargo, la cruda realidad es que nuestras ciudades devienen cada vez más invivibles. Porque no hay ciudades smart sin justicia social y política. Y no hay tecnologías que solucionen esto.
Por ello, deben ser desarrolladas nuevas y humildes tecnologías a partir de una base necesariamente utópica, precisamente porque la “realidad” y la resignación a ella nos lleva al desastre.

El tipo de ciudad que podríamos querer (III) Estilos de vida



La cuestión de qué tipo de ciudad queremos no puede estar divorciada de la que plantea qué tipo de lazos sociales, de relaciones con la naturaleza, de estilos de vida, de tecnologías y de valores estéticos deseamos.
David Harvey

Vivimos en ciudades según unos estilos de vida en los que hemos caído resignados.
Y no tiene que ser así. Debemos forjarnos estilos de vida soñados, deseados... y actuar en consecuencia. Sin caer en las trampas del mero voluntarismo, debemos elaborar desde el fondo de nuestras conciencias unos estilos de vida que obren como motores de transformaciones profundas en las ciudades que poblamos.
Es hora de soñar con realidades y de echarlas a volar.

El tipo de ciudad que podríamos querer (II) Sociedad, economía y ambiente



La cuestión de qué tipo de ciudad queremos no puede estar divorciada de la que plantea qué tipo de lazos sociales, de relaciones con la naturaleza, de estilos de vida, de tecnologías y de valores estéticos deseamos.
David Harvey

Las ciudades en que vivimos en la actualidad son insostenibles en los aspectos sociales, económicos y ambientales.
Planteado de un modo sencillo y franco: es necesario superar la prehistoria social en lo que toca a estos asuntos. Es forzoso poner el pensamiento antes de los meros hechos. Y el pensamiento, en este contexto, reclama conocimiento positivo, contenidos éticos y renovados modos de producción y reproducción urbanas.
Ya no es posible explotar extractivamente la naturaleza; ahora se impone su cultivo inteligente y sustentable. De otro modo terminaremos en un desierto repleto de basura. Por ello, es necesario forjar una nueva conciencia social y ponerla al frente de una acción renovadora.
El tipo de ciudad que podríamos querer debería devenir en un lugar cada vez más habitable, justo en sentido contrario a como actualmente se desarrolla.

El tipo de ciudad que podríamos querer (I) Política y sociedad


Robert Owen. Propuesta de New Harmony (1834)

La cuestión de qué tipo de ciudad queremos no puede estar divorciada de la que plantea qué tipo de lazos sociales, de relaciones con la naturaleza, de estilos de vida, de tecnologías y de valores estéticos deseamos.
David Harvey

Nuestra ciudad, aquella en que efectivamente vivimos, es el resultado de un plan —explícito tanto como también tácito— de naturaleza social y política.
Nuestra ciudad es el resultado del grado relativo de inteligencia y sensatez que se ha podido urdir en un momento que ya ha quedado atrás. En la actualidad es cuando podemos comprobar las consecuencias de este plan. De este modo, una sociedad, una economía y su política han desplegado sobre el territorio una lógica, unos procedimientos y unos modos productivos que resultan en lo que efectivamente vivimos.
Y no nos gusta mucho de lo que vivimos. Una sociedad excluyente y competitiva, una economía a la que le suele sobrar la gente y una política que es expresión de la hegemonía de los pocos poderosos sobre las amplias mayorías sociales. Nuestras ciudades se vuelven reductos peligrosos, mosaicos socioespeciales, centros históricos vaciados de vida auténtica, expansiones territoriales de unas urbanizaciones sin ciudad.
El tipo de ciudad que podríamos querer es la que fuera expresión coherente de una sociedad y una política más inteligente y sensata que la actual. Una ciudad en donde sea posible administrar en paz las contradicciones sociales inevitables, en donde el organismo urbano se pueble de eventos promotores de la vida urbana, en donde los centros históricos dejen de ser meros escenarios para el turismo banal de masas, en donde valga la pena soñar y despertar cada día.
Antes del diseño y de la construcción urbanista, el proyecto de un tipo de ciudad que podríamos querer es de naturaleza eminentemente social y política.


Arquitectura y la morfología de los lugares


Théo van Rysselberghe (1862 –1926) Familia en un huerto (1890)

Para dar el decisivo tercer paso de una verdadera asunción humanista de la arquitectura y de su proceso de diseño, es preciso contornear con sabiduría, prudencia y afecto las formas significativas de la vida en los lugares.
Con respecto a la sabiduría, esta deriva de la mirada humilde, atenta y respetuosa de las formas en que las personas tienen efectivo lugar. Se trata de un conocimiento recién por inaugurar, fruto de una perspectiva nueva y deudora de una asunción conceptual que reza: porque habitamos es que construimos.
La prudencia proviene de una ética humanista que se desprende lógica y naturalmente de tal sentencia: primero está la vida y luego y en consecuencia hay un arte que sigue las directivas de la primera. La prudencia, entonces, nos previene de imposturas, miopías y cegueras que portamos con siglos de un ejercicio tradicional de un arte de construir que ha puesto primero la cosa construida y luego ha considerado su finalidad.
Pero el aspecto más decisivo es el afecto. Es preciso imaginar una situación en que las personas toman plaza en el lugar, arreglan sus acondicionamientos sumarios y la palma de la mano del arquitecto les construya alrededor el artefacto que sigue con sensibilidad, tacto y sutileza las líneas palpitantes de la vida. Ni más allá, ni más acá de lo adecuado, digno y decoroso. Ajustado como un guante.

Las formas de la vida tienen efectivo lugar


Maya Plisétskaya

No hay que detenerse en la observación primitiva y abstracta de las formas de la vida. Es preciso considerar estas formas y su contexto.
Con ello se da un segundo y crucial paso: las formas de la vida no sólo se ofrecen en una panoplia de figuras recortadas, sino que refulgen como lo que son, signos. De esta manera, las formas son significantes de la vida haciéndose lugar y esta localización efectiva permite descubrir cómo el cuerpo interpreta sus coreografías en los escenarios, esto es, cómo las formas insertas en su contexto cobran sentido humano.
Cuando es posible contemplar cómo las formas de la vida tienen efectivo lugar empezamos a vislumbrar la actividad fundamental del cuerpo como arquitecto, como artífice de las formas-con-significado-y-con-sentido del habitar. La danza de los cuerpos, he aquí el Arquitecto primordial. Que bien pudiera ser Arquitecta, por cierto.

La vida y sus formas


Théo van Rysselberghe (1862 –1926) Joven con cinta roja (s/f)

Las formas de la vida pueden observarse, describirse, interpretarse y comprenderse mediante un abordaje adecuado. Es forzoso contornear la figura del cuerpo y seguir la estela de sus movimientos y actitudes. Hay un vasto territorio para unas nuevas anatomías y fisiologías humanas: las propias de la vida cotidiana. Se abren amplias y profundas perspectivas para un humanismo forjado en la observación de las personas en su sitio.
Es preciso y fundamental reconocer cómo, de un modo concreto, la conducta habitable constituye formas, contenidos y significaciones propios. Con esto, comenzamos a andar.

Plumas ajenas: Andrew Merrifield


El barón Haussmann arremetió contra el centro de París, contra sus barrios antiguos y sus habitantes pobres, despachando a éstos hacia la periferia mientras especulaba con el centro; la forma urbana construida se convirtió al mismo tiempo en una máquina de propiedad y en un medio para dividir y gobernar. Actualmente, la neo-haussmanización, en un proceso similar que integra intereses financieros, corporativos y estatales, arremete contra todo el planeta, secuestrando terrenos mediante desalojos forzosos de zonas de infravivienda y expropiaciones, valorizando el terreno al tiempo que expulsa a sus antiguos habitantes hacia los hinterlands globales del malestar posindustrial.
Merrifield, 2012

Un método de diseño arquitectónico


Alvar Aalto (1898-1976) Villa Mairea (1937)

Hemos de construir casas que crezcan; la casa que crece ha de sustituir a la máquina para habitar.
Alvar Aalto

Todo iniciaría en sorprender a la vida in fraganti en su acontecimiento, con una mirada apta para examinar esas formas naturales. Reconocer, comprender y valorar tales formas de la vida sólo constituye un primer paso.
Una segunda instancia se aplicaría a comprender cómo estas formas de la vida excavan la materia y las energías del sitio para constituir, de suyo, lugares. Las formas primordiales de la vida, en su coreografía, se abren paso en el sitio y a su costa es que dan forma vívida y propia a los lugares.
Luego, —y esta es la etapa de síntesis más delicada, sutil y a la vez crucial—, la mano del arquitecto contornearía con prudencia y afecto tales morfologías para dar, por fin, con la forma de las casas que crecen con la vida que albergan.

Órbitas (V) Formas tenues de la arquitectura


Edward Weston (1886- 1958) Tina Modotti (1923)

¿Y si todo estibara en reconocer en la vida y sus movimientos la ley interior que confiera forma y figura a una arquitectura producto de estas formas tenues y palpitantes?

Órbitas (IV)


Claude-Nicolas Ledoux: (1736-1806) Chaux, casa de los círculos (1790)

La vida es ternura. Por eso no la comprendemos ni la comprenderemos jamás. La piedra no comprende a la brisa Medimos las órbitas de los astros, y nos quedamos atónitos ante una flor.
Rafael Barret

Se ha dicho: lo que en realidad se ilumina es la concepción profunda del lugar abierto al movimiento.
Esta idea, todavía embrionaria, que todavía se va construyendo no sin dificultades, conduce a intentar una variante: el lugar abierto por el movimiento. Resuenan lejanas las imágenes del queso y los gusanos de Carlo Ginzburg. Pueden sospecharse sitios compactos en que los móviles se abren paso aviando espacio, tal como lo concibió Heidegger. Tener lugar entonces, está signado por un movimiento que excava en un sitio para constituir un lugar
Quizá las circunferencias y las elipses son apenas prefiguraciones muy simplificadas y primitivas de las órbitas de la vida.

Órbitas (III)


Claude-Nicolas Ledoux: (1736-1806) Chaux, proyecto de cementerio (1804)

De la intuición fundamental de la subsunción de todos los lugares a unas  ciertas órbitas parece provenir la concepción de círculos, elipses o esferas como representaciones trascendentes del mundo, bajo la especie de orbe.
También se concibe lo orbitario u orbital como el lugar propio y la medida adecuada. De allí que una pérdida de emplazamiento debido resulta un caso desorbitado y todo exceso de tasa, un caso exorbitante.
Parece haber una ancestral sabiduría que ilumina un nuevo interés por las circunferencias, las elipses y las esferas. Pero lo que en realidad se ilumina es la concepción profunda del lugar abierto al movimiento.

Órbitas (II)


Claude-Nicolas Ledoux: (1736-1806) Ciudad ideal de Chaux (1774)

Órbita, según parece, es otro nombre para Lugar.
En efecto, hay un fondo de significado que entiende el lugar previsto para el movimiento propio y necesario: tanto de las entidades sujetas a la atracción gravitatoria, así como los órganos de la visión tienen lugar desde donde todo se mira, y así, en general, el lugar geométrico de las cosas y eventos cuando tienen efectivo lugar.
El lugar ocupado por uno es, entonces, un punto de una órbita, su propia y particular órbita.