Dedicado especialmente a Tocho 8, a través del Atlántico
¿Por dónde empezar a
andar?
Cabe
preguntarse, en primer lugar, por la pertinencia del emprendimiento. ¿Tiene sentido acometer la tarea de
conformar a una estética propia de la arquitectura? Puede responderse que
sí, con el argumento práctico que, en los hechos, la estética al uso no ha
brindado contribuciones concluyentes a la arquitectura. Es frecuente que los
arquitectos, si bien pueden reconocer con claridad un determinado valor arquitectónico
en una cierta propuesta, no puedan argumentar analíticamente por las razones de
su juicio. En definitiva, se termina apelando al sentido del gusto,
presuntamente educado y calificado, propio del sabedor del oficio. Esta
situación, a todas luces, es insatisfactoria y se hace acuciante la consecución
de un aparato de razones específico para fundar un juicio o arbitrio
consecuentemente argumentado.
Del paradigma de la
contemplación a una estética de la inmersión del sujeto en su objeto.
Constantin
Brâncuși (1876 – 1957) Mesa del silencio
(1938)
Tal
como se ha desarrollado hasta el presente, la estética se ha fundado en un
paradigma que es el de la contemplación de un objeto o evento por parte de un sujeto
sensible. Tal paradigma ha implicado un sesgo particular al desenvolvimiento
histórico de la estética. Entre otros aspectos, en la articulación duradera de
la poética con la aisthésica, esto
es, la articulación entre el arte y su recepción sensible.
En lo
que toca a la arquitectura y a una constitucional Teoría del Habitar, este
paradigma debe ser reemplazado por el de una
inmersión existencial del sujeto en su objeto. Esto, por al menos tres
buenas razones.
La
primera es que el objeto estético no puede considerarse, con rigor, el puro
objeto diseñado y construido por el artífice, sino debe entenderse una plena y
vividera experiencia constitucional del habitante. La sustancia del objeto
arquitectónico no es ya la constitución materio-energética o simbólica del
edificio, sino la relación que se
entabla en su habitación con respecto al habitante.
La
segunda buena razón es que la nota distintiva de la articulación sujeto-objeto
se funda en la caracterización trascendente del sujeto en tanto habitante, como
especificación propia y diferencial. No se trata de un sujeto escindido de su
objeto, sino constitucionalmente implicado con éste precisamente por su
condición de habitante.
La
tercera razón es que la sustancia propiamente estética en la arquitectura, —tal
como se deja apreciar consecuentemente desde la Teoría del Habitar— es una
articulación de naturaleza axiológica, esto es, es una relación que implica
valores y valoraciones. Esto quiere decir que la experiencia estética en
arquitectura es propia, específica y diferencial en un aspecto en que debe ser
examinado según su propio marco de categorías y reglas.
Hacia una estética de
la piel y el tacto.
Constantin Brâncuși (1876 – 1957) La señorita
Pogany (1913)
En
nuestra civilización hay una verdadera hipertrofia de la visualidad extendida
tanto en la sensibilidad como aún en el trasfondo de nuestras teorías estéticas
más difundidas y aceptadas. La contemplación visual es el paradigma dominante. Pero en el caso de la escultura
de Brâncuși aquí presentada, aunque no la tengamos físicamente presente,
sabemos que hay en su tacto, en sus valores hápticos y texturales un interés
específico. Y también una significación más profunda que va más allá del arte
plástico.
En
arquitectura hay sensaciones clave percibidas por la piel: el confort habitable
de un ámbito es cuestión dérmica y táctil. La arquitectura debe palparse,
recorrerse, deambularse y experimentarse con sensaciones mucho más complejas y
ricas que la pura visión. Sin embargo, la crítica se aplica a la contemplación
y a la ilustración con fotografías y esquemas de interpretación visuales,
ciertamente interesantes, pero siempre
parciales. La experiencia cabal de la arquitectura es, con mucho, una
experiencia compleja en las sensaciones y se corona sintéticamente con una
integración de experiencias propias del cuerpo.
Aisthesis del
habitante: la experiencia estética en arquitectura.
Constantin
Brâncuși (1876 – 1957) Puerta del beso
(1938)
Se
impone edificar una más adecuada estética arquitectónica fundada en la positiva
experiencia estética de la arquitectura. La emocionante Puerta del beso nos pone ante un dilema que con el aparato de
nociones al uso puede parecer irresoluble: ¿Se trata de una escultura o de un
hecho arquitectónico? No es la condición profesional del artífice la que
determina la naturaleza del artefacto. Si nos conformamos con la contemplación
es una escultura... pero si atravesamos su umbral, si comprendemos la articulación que la puerta
implica entre uno y otro lado, entonces
es un evento arquitectónico.
Es
forzoso, entonces, invertir el orden tradicional de los factores: la aisthesis
debe preceder, al menos en el caso de la arquitectura, a toda posible poética.
La recepción sensible precede dialécticamente la producción de los artefactos.
El punto ha sido esclarecido ejemplarmente por Heidegger: porque habitamos es que construimos. De esta manera, es el habitar
humano y las experiencias estéticas que suscita el que dicta fundamentos y
normas al obrar poético arquitectónico.
¿Una erótica de la
arquitectura?
Constantin
Brâncuși (1876 – 1957) Musa dormida
(1910)
¿Por
qué no?
¿Por
qué no empoderar al cuerpo, su intrínseca sensibilidad, su sintética adhesión a
los lugares más logradamente vivideros?
¿Por
qué no prestar atención a las vibraciones profundas del psiquismo en su
constitucional poblar los lugares?
¿Por
qué no buscar las formas cotidianas de un éxtasis trémulo que a todos y a cada
uno le alcanza en la medida en que le concierne su estar-ahí?
Sí,
¿por qué no?
Una estética de
forma-y fin
Los
artefactos arquitectónicos adoptan una forma siempre según un fin. La forma
arquitectónica no es un fin en sí mismo, la forma arquitectónica se debe a una finalidad, por lo que la
estética arquitectónica no puede concluir en el examen de una “depurada”
formatividad, sino que debe constituir, a título expreso, una estética de
forma-y-fin.
Esto
conduce a intentar la construcción de una estética que no se conforme con la
pura recepción sensible y superior de la forma como tal, sino con una compleja
y pormenorizada consideración de una experiencia de recepción reflexiva y
comprensiva de las formas en tantos signos de su implementación final en el
habitar.
Una
estética arquitectónica, construida como estética de forma-y-fin debe preceder
a todo juicio estético con un marco teleológico explícito, pertinente y
fundado. Y un marco así conformado obra de contexto significativo
indispensable: por ello debe ser explícita la naturaleza propia de la
implementación arquitectónica, por ello también debe argumentarse sobre la
pertinencia de las razones que asisten y, por último, sólo a la luz de los
fundamentos teleológicos de la determinación de la forma, sólo entonces, urdir
un juicio estético arquitectónico.
El juicio de confort
como juicio arquitectónico
Cabe
preguntarse por la ausencia relativa, en la literatura crítica, de juicios de
valor estéticos asociados a un juicio de confort. En realidad, la conformidad
del estado del cuerpo con respecto a la arquitectura que habita es un
fundamento de valor teleológico. Se apela más al efecto puramente plástico de
masas y volúmenes en el espacio, los pormenores de la artesana ejecución
tectónica o en el agrado proporcionado por la decoración o ya en las virtudes
del diseño. Todos estos valores son, por cierto, sumamente interesantes, pero secundarios frente al juicio de confort.
El
punto aquí es hacerse cargo, de una vez por todas, que una estética de
forma-y-fin tiene un punto de compromiso fundamental con la finalidad habitable
y con el valor que la obra promueve en su tensión vital con el habitante. Una
estética arquitectónica construida sobre el fundamento del juicio de confort es
la estética de una arquitectura vivida.
Mientras
que todo juicio de gusto es, en definitiva, un juicio sintético a priori, el
juicio de confort es un juicio pormenorizable analíticamente y resulta de una
síntesis superior a posteriori. Mientras que todo juicio estético
purovisibilista es apenas un aspecto de la experiencia arquitectónica, el
juicio de confort resulta de la composición superior de todas las formas
sensibles de percepción de la sustancia de lo arquitectónico. Mientras que los
juicios críticos son deudores, antes o después de cualquier forma de ideología,
los juicios de confort ofrecen las garantías de la reproducción de las
experiencias habitables.
La estética de una
arquitectura con vocación de vida
Constantin
Brâncuși (1876 – 1957) Ave en el espacio
(1923)
Una
arquitectura con vocación de servicio a la vida reclama una estética que parta
de considerar una inmersión existencial del sujeto en su objeto. Ya no se trata
de sabios, correctos y magníficos hechos meramente visibles bajo el sol, sino
se trata, en cambio, de entrañables vivencias con todo el cuerpo pleno de gozos
simples de estar vivo en el tiempo y en el espacio.
Por
consiguiente, es preciso poner todo el cuerpo a disposición de un habitar que
prolifera en sensaciones, experiencias y vivencias. Es la experiencia estética
de la propia arquitectura la que da la norma, la tasa y la potencia al arte de
construir. Y no ya al revés.
Desde
esta perspectiva, todo está por hacer.
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