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Estética del habitar (III)


Elio Ciol (1929)

De los movimientos recíprocamente implicados de la inmersión y la impregnación de los habitantes en su lugar resulta una síntesis que no dudaremos en designar como cognición. En efecto, el conocimiento del lugar habitado —tanto el primario y empírico, así como el elaborado y racional— suponen una síntesis del vaivén crónico entre los juegos, estrategias y tácticas propios del lugar y de su habitante.
Así, el conocimiento profundo de la propia situación emerge entre la indagación anhelante del sujeto y de la respuesta estética y poética del lugar conformado por una estructura que le confiere forma y significado.

Estética del habitar (II)


Elio Ciol (1929)

El segundo momento del asedio metodológico estético es la consecución de una general impregnación de la vivencia del lugar.
Por impregnación debe entenderse la honda participación de la conciencia del lugar en el ánimo y la memoria. Los seres situados deben alcanzar la virtud que los niños ejercen con sus talantes henchidos de asombro: ser atravesados en su vivencia por las configuraciones habitables de los sitios poblados. La impregnación es, en esta asunción, el efecto hondo que tiene en la propia constitución de las personas la reunión concertada de efectos que el lugar opera sobre sus habitantes. Puede entenderse a esta impregnación como la reacción local ante la situación subjetiva de inmersión.

Estética del habitar (I)


Elio Ciol (1929)

En lo que toca a la experiencia estética del habitar, la primera operación metodológica es la plena inmersión del sujeto en el lugar.
La plenitud de la inmersión comprende la totalidad de los sentidos y tiene como principio abandonar la pura visibilidad acostumbrada. Mirar siempre constituye una distancia entre el sujeto y su objeto, mientras que una inmersión implica el decidido buceo en la atmósfera del lugar, en el paisaje sonoro, en la miríada de texturas.
Habitar el lugar desde la perspectiva estética implica a todo el cuerpo y ningún estímulo ambiental debe ser soslayado.

Texturas


Gunnar Smoliansky (1933- )

Es conveniente prestar una peculiar atención a las texturas en arquitectura.
No es sólo ni apenas un asunto de piel, sino de un sentido del tacto propio de las arquitecturas del habitar, estructuras sensibles que siempre andan rozando las arquitecturas sabiamente ríspidas. Son las burbujas pericorporales las que tantean en los pormenores superficiales de las construcciones materiales. Son las envolventes sutiles del cuerpo las que van a dar, con leves roces, con los muros, a veces hasta con los cielorrasos, siempre con los pisos.
En arquitectura, las texturas demandan una peculiar atención, más allá de las solicitaciones puramente visuales que parecen demandarnos de forma abrumadora. Es preciso sentir las arquitecturas en formas complementarias a los encantamientos de la pura luz, para considerar estos delicados tactos.

Atmósfera


Julie de Waroquier (1989)

La habitación del lugar tiene instancias que, pese a su aparente futilidad, revelan con singular belleza su condición fundamental.
Los golpes de brisa en los cortinados son uno de estos fenómenos en los que nada importante parece suceder y quizá sea esto lo que merezca mayor atención y sensibilidad. La evidencia perceptible que habitamos una atmósfera es un evento que no debemos soslayar, so pena de incurrir en un intrascendente prosaísmo. Porque lo que habitamos es una materia leve, fresca y movediza, es que el batir cadencioso de las cortinas revela esta condición de modo ejemplarmente sencillo y por qué no, poético.
No nos permitamos la miseria de no celebrar que la brisa bata nuestras cortinas y nos cubra una piel capaz de percibir esta alegría esencial de la brisa.

El mecanismo pertinaz del embellecimiento

Robert & Shana ParkeHarrison (1968- )

Hay una poética que busca conformar su objeto de modo integral para constituirlo, en sentido estricto, como un bien hermoso, esto es, un bien estético con la forma debida. Pero también hay poéticas que propenden al embellecimiento, lo que implica aplicar dispositivos cosméticos al objeto con el fin de revestirlo de tal manera que resulte bello en su apariencia. La segunda alternativa es quizá la dominante en la cultura popular contemporánea.
En cierta manera, nuestros maestros en estos temas han propugnado la superioridad ética de la primera opción sobre la segunda. Pero lo cierto es que el embellecimiento facultativo domina sobre la constitución ontológica de lo hermoso.
El predominio de las actitudes proclives al embellecimiento es indicio del prosaísmo difundido por los entresijos simbólicos de la vida cotidiana. En las circunstancias ordinarias, parece más dificultoso disfrutar de un fresco ramo de flores convenientemente renovado que de una lámina que conserve ilusoriamente un aspecto prístino y convenientemente enmarcada, esto es, sustraída al continuo de los eventos de la naturalez

Cirugías de la condición humana contemporánea


Jenny Saville (1970- ) Closed contact (1996)

La pintura de Jenny Saville tiene una extraña contundencia, un corrosivo realismo y una mirada que no se priva aún de una cierta piedad. Toda una proeza estética, en los tiempos que corren.

Breve admonición del confinamiento de la belleza en los museos


Museo Nacional de Artes Visuales, Montevideo

¿Por qué nos cuesta tanto soñar con un mundo en que la Belleza deambule por calles, plazas y rincones ciudadanos, en donde pueda gozarla a sus anchas el hombre libre? ¿Por qué nos empecinamos a hurtarle a la Belleza la luz del sol y enclaustrarla en las penumbras discretas a salvo del palpitar de la vida ciudadana? ¿Por qué la Belleza no sienta plaza si no es en el lado antagonista del umbral, en el sitio del más allá?
El confinamiento de la Belleza en los museos corresponde a la operación de definición nominalista del arte. En efecto, las instituciones sociales hegemónicas se reservan para sí tanto el delineado autoritario de las fronteras conceptuales de qué cosa sea el “arte” tanto como se aplican a levantar muros de exclusión y confinamiento a las “obras” o “eventos” que merecen la cocarda triunfal de “obras de arte”. Operación correspondiente y cómplice con las ceremonias obscenas de la especulación financiero en torno a los fetiches consagrados.
Seremos de verdad libres el día que se disuelvan los muros de los museos para dispersar el arte auténtico en el paisaje por todos habitado.

Estética arquitectónica: estética de la inmersión y del tacto


Monasterio de los Jerónimos, Lisboa

Todo puede comenzar por respirar la atmósfera del lugar. La arquitectura comienza por darle una cualidad especial al aire.
Pero esto es sólo el comienzo necesario y vital. La intromisión en el corazón palpitante del lugar es una experiencia de todo el cuerpo: una inmersión totalizadora. En tal intrusión la piel es el instrumento sensible por excelencia.
Pero si se habla de piel es inevitable mencionar el contenido erótico. Más propiamente, erototópico: el lugar exige una adhesión emocional, un compromiso, un interjuego. A las emociones profundas de la inmersión le corresponden las magias de las texturas y los ritmos, los tránsitos y las pausas.
Hay mucho que elaborar en torno a una estética propia de la inmersión del cuerpo, del recorrido de los lugares con la piel, de las formas del anhelo en las arquitecturas que palpitan con la habitación.

Poéticas arquitectónicas y valor agregado


Eugène Vallin (1856-1922) Comedor Masson (1306)

En nuestros tiempos la poética arquitectónica apenas si implica una administración especialmente mezquina del valor agregado.
Asombra ahora ver el empeño que los artesanos medievales se aplicaban a la resolución de cada pormenor, haciéndose las cosas tal como es debido. Un recorrido por las cubiertas de la Catedral de Milán, por ejemplo, puede resultar aleccionador. Por otra parte, suscita no menos asombro la prodigación de trabajo artesano y diseño integral en las arquitecturas art nouveau. En comparación, nuestra arquitectura corriente contemporánea es barata, chapucera y deprivada del sentido superior del trabajo bien realizado.
En la actualidad, el sentido de lo cumplido en la obra arquitectónica se agota con la magnitud del presupuesto disponible. Y es una tragedia, porque nos rodeamos de cosas y edificios depauperados material y simbólicamente, con lo que se nos vuelve más expeditivamente consumibles y menos simbólicamente consumables. Así de pobre es nuestra vida.

La condición estética de la arquitectura


http://carmeloportal.com

No falta el desencantado profesional de la arquitectura que piense que la belleza es facultativa en arquitectura: de un modo muy básico, la habría según la magnitud del presupuesto disponible. Obtendría belleza aquel que fuera capaz de pagar un cierto sobreprecio para incluirlo en su demanda.
El problema es que la condición estética —no hablemos de belleza— no es facultativa en arquitectura. La relación que entablan las personas con la arquitectura que habitan supone siempre una mediación sensible y juicios específicos de valor. Por ello es que las “soluciones” abaratadas para el alojamiento popular resultan ya no desangeladas, sino lisa y llanamente infamantes. Evidencian la estigmatización real y simbólica que una sociedad de suyo injusta les inflige a los conciudadanos de más modesta condición económica y cultural.
Una arquitectura humanista no puede resignarse a las afrentas cotidianas que la profesión arquitectónica y la industria de la construcción condenan a los sectores depauperados de nuestra sociedad.

Los cuatro sentidos en una promenade architecturale más un epílogo


Gerrit Rietveld (1888–1964) Casa Schröder (1924)

Saber ver la arquitectura implica recorrerla, percibirla en movimiento y confrontando los diversos aspectos que va mostrando paso a paso. La alternancia de perspectivas, la mutación de masas y espacios, los pormenores de la luz y, sobre todo, las diferencias apreciables entre estas son capitales para la percepción visual cabal de la arquitectura. Pero no se trata sólo de verla.
También se la oye deambulando atento a la resonancia de los pasos, también se verifican las reverberaciones de la música de la vida en cada rincón, también se diferencian ámbitos según su brillantez o sordera acústicas. Saber oír la arquitectura es una facultad necesaria y concurrente.
El olfato cumple un papel frecuentemente soslayado. En efecto, las alternancias de los tonos osmósicos, de las diferentes aromas y fragancias propias de cada reducto son cruciales para la emoción básica del reconocimiento.
En cuarto lugar, cabe mencionar a la exploración táctil, asociada firmemente con las sensaciones kinestésicas que transforman los esfuerzos en dimensiones concretas, en desniveles, en calidades diferentes de lo alcanzable. En términos de confort, una promenade architecturale es un ir y venir entre zonas diversas que se juzgan con la piel y con la confortación resultante.
Pero es a título de síntesis superior de todas estas sensaciones emerge un epílogo que puede resultar adecuado denominarlo gusto, si con esta expresión reservamos significado por la adhesión emocional profunda que resulta de nuestra fruición en movimiento de la arquitectura

El museo como umbral


José Gurvich (1927-1974) Hombre astral (1962)

De pronto, los museos de Bellas Artes nos demuestran, en efecto, que la Belleza tiene domicilio estable.
Manuel Delgado, 2018

Tanto como los teatros, los museos son lugares liminares, situaciones de umbral que atravesamos con un detenido estremecimiento virtuoso.
Puede que la miseria cotidiana, que tiene su aspecto estético en la insignificante fealdad cotidiana necesite atesorar con circunspección, en ciertos señalados lugares, a la Belleza infrecuente. Precisamente para sustraerla de lo habitual y para hacer del recinto que la guarda, protege y también oculta, una suerte de templo o sagrario.
¿Por qué nos cuesta tanto soñar con un mundo en que la Belleza deambule por calles, plazas y rincones ciudadanos, en donde pueda gozarla a sus anchas el hombre libre? ¿Por qué nos empecinamos a hurtarle a la Belleza la luz del sol y enclaustrarla en las penumbras discretas a salvo del palpitar de la vida ciudadana? ¿Por qué la Belleza no sienta plaza si no es en el lado antagonista del umbral, en el sitio del más allá?

Acerca de la experiencia estética


Tiziano Vecellio (1477/- 1576) Venus de Urbino (1538)

En la locución ‘experiencia estética’ puede concebirse un núcleo epistemológico fundamental para el desarrollo de una teoría estética adecuada a nuestro contexto.
Con esto se quiere decir que la concepción de experiencia estética aúna, estructurados, tres componentes ineludibles y mutuamente imbricados. Estos son: la cognición estética, las prácticas de recepción y la producción de juicios estéticos. Una vez que uno se propone, en primer lugar, a la propia estética como el desarrollo riguroso de una teoría consistente y rigurosa sobre al aisthesis, esto es, el fenómeno estético en sí, entonces no puede sino concluir que debería afrontar cognoscitiva, práctica y productivamente la experiencia estética como tal.
El modelo de la experiencia estética reconoce que existen, en la vida social, ciertas predisposiciones culturalmente determinadas para entablar ciertos vínculos de apreciación estética en ciertas condiciones. Favorecen la situación de apreciación estética, entre otras condicionantes, la ritualización social de la contemplación, el recorte figural de los objetos a enjuiciar, el reconocimiento sociocultural de valores reconocidos, el distanciamiento relativo de la actitud práctica cotidiana y la asimilación a paradigmas de prestigio social y cultural.
La experiencia estética es un constructo teórico que pretende dar cuenta del fenómeno implicado no sólo cuando un sujeto contempla y aprecia una “obra de arte” (pictórica, escultórica, dramática, musical…), sino también cuando se lo vincula con la manipulación de un objeto de diseño, o con la habitación de un hecho arquitectónico o con la disposición contemplativa ante un paisaje.

Estética de lo depurado


Felix Nussbaum (1904- 1944) Jarra en la ventana (1929)

Puede ocurrir una ventana, por lo demás común y corriente, que concentre sobre sí toda una estética de lo depurado.
No es quizá necesario que tenga un diseño especialmente sofisticado, pero sí que emerja en el entorno circundante como lo que es, un marco umbral para la reflexión honda y calma. No es quizá necesario que domine un paisaje exquisito, pero sí que permita apreciar la línea que separa las cosas de la tierra del cielo, con la debida proporción entre ambas regiones contrapuestas. No es quizá necesario que se la habite en forma especial, pero sí que albergue con contundencia las cosas de vivir el lugar propio de la ventana.
Si así suceden las cosas, entonces tendremos la posibilidad de apreciar la estética de lo depurado.

El tipo de ciudad que podríamos querer (V) Valores estéticos



La cuestión de qué tipo de ciudad queremos no puede estar divorciada de la que plantea qué tipo de lazos sociales, de relaciones con la naturaleza, de estilos de vida, de tecnologías y de valores estéticos deseamos.
David Harvey

¿Por qué no pensar que el tipo de ciudad que podríamos querer solicitaría nuestros sentidos y sensibilidad de un modo diferente?
Dicho de otra manera: la ciudad que podríamos soñar quizá demande de una nueva mirada, una nueva forma de escuchar, de palpar, de moverse. Quizá demande una perspectiva de inmersión, en vez de la contemplación distante a la que estamos acostumbrados. Quizá exija una revisión radical de valores estéticos.
La ciudad que podríamos querer puede suscitar un calmado y gozoso estupor.

Virtudes de algunas situaciones

Villa en el Lago de Como

Hay lugares tan hermosos que incurrir en un desatino arquitectónico es un delito de lesa humanidad.
Pero es que en cada lugar es imperativo interrogar amablemente a los genius loci sobre aquellos recaudos imprescindibles para no incurrir en faltas irreparables al decoro. Deberemos prestar oídos atentos a las voces profundas de la tierra, del agua, del aire y del fuego, elementos constitutivos del lugar. En caso contrario, es mejor de abstenerse; la Tierra no merece ser mancillada con la desidia, la avaricia y el afán de ocuparlo todo.

A este respecto, toda prudencia es poca.

Ética y estética del confort

Valentine Cameron Prinsep (1838- 1904) Dulce reposo (s/f)

Nos conviene forjar un concepto claro, distinto y operativo de confort.

La exigencia de claridad apunta a que el término confort remita, por un lado, a una significación inequívoca y, por otro, que tenga un referente hondo y entrañable en la condición humana del habitar. El reclamo por la distinción es complementario de lo anterior: debe discriminarse cuidadosamente la idea rigurosa de confort de aquellas equívocas vecindades tales como la de privilegio, estado infrecuente o puro sentimiento subjetivo de placer. En fin, la operatividad es función de la fertilidad del uso del término en un discurso general que aborde las dimensiones éticas y estéticas del habitar humano, esto es, las prácticas y las producciones.

Esta sensible línea que recorta la ciudad sobre el cielo

La plaza Independencia con el Palacio Salvo en construcción. Montevideo

Lo que habitamos es un horizonte: las arquitecturas en concierto urbano se desarrollan entre el suelo y el cielo  y su forma se delinea mediante el contorno que lo separa del este último.
Para cada ciudad, el trazado moroso de esa línea de cielo (skyline, en inglés) es un capital patrimonial especialmente valioso. Merece el cuidado y atención que no suele tener el mero pujo especulativo que impulsa hacia lo alto. Merece el cuidado y atención que no se agota en una burocrática regulación municipal de alturas. Merece el cuidado y atención que son un exacto y particular reflejo de la cultura arquitectónica de cada ciudad.

La preservación, cuidadosa administración y acertado cultivo de esa sensible línea que recorta la ciudad contra el cielo es una política urbanística del primer orden estratégico

El juicio de confort

Charlotte Perriand (1903- 1999)

La arquitectura se prodiga en maravillas.
Dentro de las variadas modalidades de juicio de valor arquitectónico vale la pena detenerse en el caso del juicio de confort. Es cierto que la literatura crítica no abunda en tales juicios, pero es innegable que la satisfacción subjetiva del habitante debe ser tenida en cuenta. No basta con el erudito encomio de la buena forma, ni tampoco con el juicio experto sobre la excelencia tectónica. Se debe recabar el sentimiento sincero y auténtico del habitante sereno de espíritu, sensible a los roces del cuerpo y atento al fondo de su más genuino deseo de equilibrio dinámico con el ambiente habitado.
Quizá el juicio de confort sea, en definitiva, uno de los principales juicios de valor específicos de un habitar sensato.

Porque, en definitiva, los mejores esfuerzos y logros del talento humano del diseño y la construcción se deben a la humana condición de habitar. ¿O es que jugamos a un juego con otras reglas?