Mostrando las entradas con la etiqueta configuración genérica del lugar. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta configuración genérica del lugar. Mostrar todas las entradas

Viejas cuestiones (XIII) Esferas y laberintos

Daniel Dorall (s/d) Asilo (2005)

Aquí se ha considerado dos configuraciones muy generales de los lugares, más allá de sus accidentes de forma particulares: las esferas, por una parte y los laberintos, por otra.
¿Hay otras configuraciones generales equiparables? ¿Cuáles son?

Todo parece indicar que las configuraciones de esfera y laberinto obedecen a una antigua escisión en el pensamiento. Se piensa, ya en el espacio (y ocurre una esfera como idea fundamental), o ya en el tiempo (donde acontece el laberinto).

Mientras tanto, el lugar concreto debe ser pensado aunando el espacio y el tiempo. Sólo cuando se desarrolle una verdadera historia del pensamiento de esta naturaleza podrán emerger otras configuraciones alternativas.

Menos es más. Elogio de las pocas palabras

Una “casa del alma” egipcia

Autor, fecha
Cuando un difunto, en el Antiguo Egipto, contaba con recursos, se le enterraba con una “casa del alma”, maqueta arquitectónica realizada en terracota. Pero en otros casos, los deudos de condición económica más modesta se contentaban con estas tabletas en relieve.
La de la ilustración es extraordinaria por condensar las dos configuraciones fundamentales de la Esfera y del Laberinto.
Hay ocasiones especialmente logradas en que un mensaje grande entra en un sencillo significante y atraviesa morosamente los siglos.
Chapeau.

Véase el artículo de Pedro Azara en

Esferas y laberintos

Maurits Cornelis Escher, (1898-1972) Relatividad (1953)

Las esferas y los laberintos constituyen un par de configuraciones trascendentes. Las esferas ocurren cuando prestamos principal atención al espacio en los términos más abstractos. Los laberintos son vividos y representados  particularmente en el tiempo. Pero no vivimos y ciertamente no habitamos ya en el espacio, ya en el tiempo, sino en un campo espaciotemporal de múltiples dimensiones. Por eso los lugares que habitamos efectivamente adoptan estas dos configuraciones.

Es un ejercicio apropiado para quien imagina elaborar o desvelar estas dos condiciones en todo lugar que habite. 

Ese límite que habitamos

Eduardo Chillida (1924- 2002) Elogio del Horizonte (1990)


Realmente el horizonte merece el elogio de una obra maestra. Aquello que habitamos, en principio y en lo fundamental, es un horizonte

Cielo-y-tierra: el horizonte

El límite es el verdadero protagonista del espacio, como el presente, otro límite, es el verdadero protagonista del tiempo.
Eduardo Chillida, 2004
Precisamente allí donde la tierra adquiere su forma perceptible, recortada del fondo que es el cielo, sucede el horizonte.
El horizonte es el límite entre cielo y tierra, tal como estos aparecen ante nuestra consciencia. Es el límite que comprende la figura del paisaje y es su principal elemento de composición. Es tan límite en su condición como limítrofe es nuestra propia existencia, abismados entre pasado y futuro, entre aquí y allá.

Quizá nada caracterice mejor al horizonte que la tríada de términos que le adjudica Eduardo Chillida: inalcanzable, necesario, inexistente

Signos allá en lo alto

Albert Bierstadt (1830- 1902) Entrada de Yosemite (1882)


En los confines superiores del lugar aparecen los signos del tiempo y del tono general del ambiente. Apreciar estos signos cada día constituye no solo una alegría esencial, sino un requisito irrenunciable de una vida digna de ser vivida.

El cielo

El cielo, por su parte, constituye el gran fondo de la escena habitada.
Es todo lo que está más allá y sin embargo está presente en el lugar. Es el componente de un emplazamiento que da noticia del tiempo y del tono del ambiente. Por otra parte, es la figura de los confines del lugar: abismales en el firmamento estrellado, opresivos bajo un encapotado tapiz nuboso, fantasmagórico bajo la niebla. Si la tierra es el lugar de los hombres, por fuerza los dioses se alojarán, lejanos y en la altitud.

Aquello que nos cae del cielo es todo lo providencial, lo que nos acontece imperiosamente, son derrames de poderes superiores a la voluntad humana.

La figura

Eugène Galien-Laloue (1854- 1941) En la orilla (1941)


La tierra conforma siempre una figura. A raíz de ello, probablemente, los bordes tienen, en general, mucho interés.

La tierra

La tierra constituye el sustrato del habitar.
Es la superficie que, al alcance del cuerpo, se deja marcar con signos de pertenencia, de confín, de memoria. Por ello, es la superficie en que primordialmente se desarrolla la escritura que es el habitarla. Tener los pies en la tierra es radicar emplazado plenamente en lo real.

Por más que podamos acceder incluso a una estación espacial, la tierra de allá nos acompañará siempre como soporte y referencia.

Laberintos

Fruto de nuestra habitual escisión entre el espacio y el tiempo, consideramos que habitamos esferas, cuando pensamos en el espacio y que habitamos laberintos, cuando el tiempo nos piensa.
Los laberintos han fascinado,  con toda justicia, a Jorge Luis Borges. En estas sendas quizá infinitas, el gran argentino se ha perdido, extático. Ya sabemos, que, a poco de andar, daremos con su obra en su desmesurada Biblioteca de Babel. Nos detendremos con maravilla y reemprenderemos el camino, hacia el olvido, hasta que nos quede un sólo vago eco de sus palabras.

Pero nos quedará la idea, en el indeleble rincón borgiano de nuestras memorias.

Para entendernos mejor, hoy: Configuración genérica del lugar

Definición
1. Forma genérica que adopta en principio todo lugar, que determina en el sujeto una percepción y comprensión fundamental de su habitar. ║ 2. En el primer modo, el lugar es portador de una configuración de esfera, esto es: la mención deíctica aquí señala un centro de esfera que tiene por diámetro una extensión vagamente definida, pero relativamente clara, delimitada por la indicación complementaria de un allá relativo. ║ 3. En el segundo modo, el lugar puede considerarse un hito señalado en una o más sendas, que adoptan la figura de un laberinto.