Los bares constituyen
casos especiales de establecimientos gastronómicos. La sociabilidad allí es
distinta y está fuertemente condicionada por el consumo de bebidas alcohólicas.
De allí que ostenten un carácter específico de lugar de encuentro y cruce de solitarios.
Acodándose
Suelen ubicarse en
las esquinas y siempre están cerca.
Parece que, por lo general, convocan a los vecinos de un barrio, en una
circunscripción que tiene la escala de la caminata cotidiana. Su nota esencial
es la barra, equipamiento relativamente fijo que dispone a los parroquianos
apoyándose en un codo (y levantando periódicamente el otro).
lustración 1. John French Sloan (1871- 1951).
Bar de McSorley (1912)
Por lo general, en
estos establecimientos, lo que domina es la habitación de tribus. Pueden ser
pequeños grupos, pero es frecuente tener la sensación que hay siempre propios
(o habituales) y extraños. El patrón, tras el mostrador es el administrador
taciturno de las irrupciones de unos y otros.
lustración 2. Denry Torres (1923- 1983) Boliche (s/f)
Cada uno de ellos
tiene un aroma inconfundible proveniente en gran medida del fondo de los vasos.
Tienden a la oscuridad y es frecuente la proliferación de objetos que ofician,
cada uno de ellos de signos de identidad en el tiempo. De esta manera,
resplandecen tenues atrapando las miradas idas.
Pero escudriñando más
hondo en las miradas, que aparentan errar distraídas o absortas en sus propios
pensamientos, puede distinguirse, con un tenue fulgor, la atención persistente
al encuentro que a veces es una conquista. Puede que los sentidos estén algo
abotargados por la bebida, pero, en el fondo, anida un ansia del Otro.
Ilustración 3. Ricard Canals (1876- 1931). En el bar (1910)
Los bares son los
verdaderos puertos de los marineros, que trascenderán todas las diferencias
idiomáticas para ensayar los rudimentos del esperanto más viejo del mundo. Pero
da casi lo mismo que los caminos recorridos sean transoceánicos o a la vuelta
de la esquina: a la vuelta de un vaso, sucede un cruce de laberintos y los solitarios
proletarios del afecto se encuentran.
Ilustración 4. Edgard Degas (1834- 1917). Los bebedores de ajenjo (1876)
Algunos laberintos
terminan en ciertos rincones de los bares: se trasforman en estancias y entonces las miradas se
aquietan en una forma especial. Ya los parroquianos dejan de esperar y allí
quedan, a disposición de los poetas tangueros, siempre lúcidos.
Turbio
fondeadero donde van a recalar
barcos
que en el muelle para siempre han de quedar…
sombras
que se alargan en la noche del dolor…
náufragos
del mundo que han perdido el corazón….
Cadícamo,
Nieblas del Riachuelo, (1937)
Interrogando el fondo del vaso
En algún lugar del
mundo hay una barra que merece ser visitada. Una y otra vez. Quizá pudiéramos
entonces cruzar una mirada de conquista allí donde nos espera, con cierta
melancolía, Otra mirada. Y si no hubiese un virtuoso cruce de miradas, siempre
nos quedará el espejo y la copa.
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