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El sentido de un monumento



Un monumento, como una obra de arte, responde a un fin, tiene sentido, y no es un capricho, pero la función a la que atiende no es evidente. No es gratuito, pero tampoco es un objeto de uso. Objeto o acción enigmática, plantea cuestiones acerca de su existencia. Se puede vivir sin él, incluso mejor, porque un monumento es molesto. Plantea preguntas que no siempre queremos tener presentes.
Pedro Azara, 2016

Un monumento constituye una operación compleja de memoria.
No se trata de la interposición simple de un signo que remita inmediatamente a lo recordable, sino de una compleja operación de discurso de rememoración. Los signos arquitectónicos del monumento constituyen mitos aplicados a la operación histórica completa de recordar algunos eventos según unas operaciones significativas particulares que perduran en la memoria de la arquitectura del lugar en un modo también particular. El espacio y el tiempo histórico cumplen un papel significante activo y los significados atribuidos de partida sufren complejos procesos de sometimiento a efectos de memoria y olvido, con lo que su significación sigue una larga y morosa deriva.
El sentido de un monumento debe encontrarse en la idiosincrásica operación de rememoración en el espacio/tiempo habitado.

Lugares del olvido


Jakub Schikaneder (1855 – 1924) Día de Todos los Santos (1888)

Mientras vivimos, dejamos atrás la vida ya vivida. Pero, en el momento postrero, ésta nos alcanza.
Mientras vivimos, arrojamos hacia atrás todos los eventos ya experimentados a título, ya de memoria, ya de olvido. La vida ya vivida, todo esto que nos acecha la espalda clama quedamente en los sueños, peculiarmente en los que afectan rememorar ruinas. Aquellos lugares que antaño hemos frecuentado suelen presentarse algo ajados por imperio del olvido. Porque el recuerdo y el olvido van juntos, implicándose mutuamente.
La arquitectura ha consagrado parte no menor de sus esfuerzos a la tarea de guardar memoria. Para ello, las ciudades proliferan en monumentos, artefactos aptos tanto para recordar, así como para olvidar los más de los aspectos de que valiera la pena guardar aleccionadora memoria. En efecto, todo monumento recorta a su modo al evento o personaje recordado según una figura que irrumpe en el paisaje presente, a la vez que la habituación lo va volviendo, no ya invisible, sino casi insignificante.
Un monumento de lo que hace memoria es del gesto político —vuelto presente y recurrente— de recordar, más que del referente histórico del caso.