Vadim Stein
(1967)
Bloch, 1959
Los lugares son practicados por el
cuerpo. Es el trabajo del éste el que le confiere forma y efectiva realidad al
lugar.
Las danzantes no hacen otra cosa que
explotar de un modo poético aquello que los cuerpos de los comunes mortales
ejecutan como prosa cotidiana, algo cansina y bastante olvidada de sí misma.
Pero basta observar a un niño de corta edad para darse cuenta que todos tuvimos
la oportunidad de encontrar nuestro lugar mediante una práctica afanosa. Las
danzantes no hacen otra cosa que aplicarse con método a una tarea connatural a
todos nosotros: explorar todas las dimensiones del lugar con todos los gestos
posibles. Las danzantes no hacen otra cosa —y vaya que lo hacen con excelencia—
que alcanzar, con precisos y atinados ademanes, las zonas más sensibles del
espacio y el tiempo, allí donde el cuerpo tiene magnífico lugar.
Es por ello que debemos hacer algo más
que deleitarnos con la danza de los cuerpos; debemos aprendernos su más secreta
lección.
Una poética de la acción performativa
Vadim Stein
(1967)
Por una parte, el cuerpo lleva a cabo
por sí un cometido propio de un apasionado mecanismo complejo que se prodiga en
gestos, en ademanes, en actitudes con las que solemos simpatizar de manera
instintiva —porque disfrutamos vernos en el espejo que quizá nos favorezca— y
que comprendemos, aún de forma oscura, que a nuestros semejantes les es dado
expresar, ante todo, lo más propio de nuestra condición de humanos.
Pero, por otra parte, la acción
performativa va operando también arquitectónicamente, construyendo a su modo
formas y figuras de la habitación del lugar, vivificadas por el esfuerzo, por
el trabajo y las coreografías, tanto las de la vida corriente, así como las
elevadas formas del arte de la danza. El lugar se estremece por la vida y de
ella toma una forma peculiar, una arquitectura laxa, un territorio alcanzado
por el gesto, una región efectivamente poblada.
Así es que es el cuerpo el que inaugura
todo gesto arquitectónico, toda vez que la habitación de los lugares precede de
modo necesario al arte de la arquitectura.
El cuerpo se hace lugar
Vadim Stein
(1967)
El arte es un laboratorio y, en
la misma medida, una fiesta de posibilidades desarrolladas, junto a las
alternativas experimentadas, teniendo presente que tanto el desarrollo como el
resultado tienen lugar en la manera de la apariencia fundada, es decir, de la
pre-apariencia perfecta del mundo.
Bloch,
1959
Todos aquellos que pretendemos un día
ejercer el noble oficio de la arquitectura debemos observar con mucha atención
este modo poético, porque de un modo poético maestro se trata. Habitar, poblar
un lugar, ocupar vivazmente un sitio no son hechos simples; son obras de arte,
ejercicios poéticos, astucias del talento. Porque habitar no es un suceso, sino
una acción contingente, que no se lleva a cabo de una manera ni necesaria, ni
al acaso, sino de un modo específicamente contingente. Poblar un lugar es un
ejercicio posible en un contexto humano de ensayos, conatos y formas
alternativas. Ocupar un sitio es una labor esforzada y marcada por la
consecución de un fin; el fin más inmediato y a la vez, el más trascendente que
pueda tener lugar en la tierra: señalar el centro de un mundo. Y señalar el
centro de un mundo es la primera tarea poética que cada persona tiene que
desempeñar de modo simple, imperativo y apremiante.
Movimiento y reposo
Vadim Stein
(1967)
Es a través de los desplazamientos de
las marchas que el cuerpo excava laberintos en el lugar, mientras que cuando se
demora en reposo despliega esferas. Obrando de tal forma, a la vez que opera
bajo sus dos regímenes fundamentales, el cuerpo da forma a dos arquitecturas
primordiales, piezas maestras de toda arquitectura construida. En la
alternancia fundamental, el cuerpo se las arregla para ejercer sus prácticas
básicas, que son la marcha, la estancia y la trasposición de umbrales. Con
tales prácticas básicas, la coreografía del cuerpo va componiendo a su modo el
lugar habitado según una arquitectura tenue y pletórica de vida. Una
arquitectura que debemos apreciar, reconocer y amparar. Una arquitectura que
puede resultar, en su configuración, tan sabia, tan correcta y tan magnífica
como bellos son los mejores ademanes de las danzantes. Una arquitectura que
debemos apreciar primero en la belleza de la danza y luego como verdad en la
teoría de la habitación.
Concertaciones
Vadim Stein
(1967)
El movimiento de un sujeto es seguido,
de un modo casi necesario, por el de otros, sea por simpatía o antagonismo. La
vida social, en este aspecto, es un constante renovarse de complejas
concertaciones de competencia, tratamiento coreográfico recíproco, cortejo,
asedio, huida y hasta una urbana casi indiferencia apenas cortés. Es fascinante
observar cómo los cuerpos conciertan entre sí en sus marchas, en sus estancias
y en el atravesamiento crítico de los umbrales de sus distintas esferas
pericorporales. Una etiqueta precisa rige tácitamente el concierto generalizado
de intercambio de gestos. Desde antes aún que se intercambiaran entre sí palabras,
los sujetos se comunican a través de un complejo y riesgoso lenguaje corporal.
Hay, además, una concertación recíproca,
que es cierto acuerdo armónico entre las labores arquitectónicas de cada cuerpo
y las arquitecturas resultantes de una siempre tensa concurrencia. No hay más
que reparar en cómo los jóvenes y apasionados amantes consiguen, con el
perecedero sostén de sus mutuos abrazos, erigir una protectora membrana que los
apartan, felices, del resto del mundo. Hay en el desempeño corporal concertado
tanto de arquitectónico como de amoroso, porque esta última es una dimensión
necesaria de la arquitectura efectivamente vivida.
El lugar medido con los pasos
Vadim Stein
(1967)
Todo lugar habitado se mide, de un modo
concreto y vivencial, mediante los pasos. Es mediante el deambular que el
cuerpo conoce extensiones, proporciones y alcances. Desde la aguda observación
de Le Corbusier, hemos de lamentar que se impusiera, en los hábitos del
dimensionado arquitectónico, el sistema métrico decimal, que ha perdido todo
contacto con la realidad dimensional del cuerpo. Porque en las habitaciones
pobladas por cuerpos humanos, lo que cuenta, son los pasos necesarios para
enlazar una estancia con otra: los pasos que median desde el sillón de la sala
a la silla del comedor, de la cocina hasta la mesa, del lecho al vestidor… A
partir de la marcha se inauguran todas las otras operaciones corporales que
permiten apreciar las proporciones de los ámbitos. Detenerse erguido, optar por
tomar asiento, sentar plaza acostado, cambiar el rumbo, atravesar el
umbral…todas operaciones mediante las cuales las magnitudes de los ámbitos se
descubren en su concierto, en su mutua y reciproca proporción. Los pasos
también descubren los confines del lugar habitado, exploran las regiones
liminares, repasan los contornos de la forma del lugar. Operando así, los pasos
dan cuenta de la calidad practicable del lugar, mediante operaciones rutinarias
de medida y valoración.
Una poética arquitectónica de la acción performativa
Vadim Stein
(1967)
Es preciso animarse a dar el crítico
paso de la intuición, la conjetura o el acaso hacia la investigación
antropológica solvente. Pero, como en tantas otras cosas, aquí cultivamos, ante
todo, la esperanza. Una esperanza que se aplique a osar asediar lo bello, para
mejor acceder a alguna reveladora verdad. En un futuro al que no nos es dado
todavía acceder, podrá erigirse, con astucia y sensibilidad, una poética
arquitectónica de la acción performativa.
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