A mis apreciados estudiantes salteños
Ciertas
definiciones clave
En
el contexto en donde he situado mis indagaciones, el concepto de habitar
ha devenido deslizándose, en una forma naturalizada, desde la filosofía de la
existencia (Martin Heidegger, Jean-Paul Sartre) hasta los umbrales de la
antropología social. Así, partimos de la conocida sentencia: “El habitar es
la manera como los mortales son en la tierra.”
El habitar es un conjunto de prácticas y
representaciones que permiten al sujeto colocarse dentro de un orden
espacio-temporal, al mismo tiempo reconociéndolo y estableciéndolo. Se trata de
reconocer un orden, situarse dentro de él, y establecer un orden propio. Es el
proceso mediante el cual el sujeto se sitúa en el centro de unas coordenadas
espacio-temporales, mediante su percepción y su relación con el entorno que lo
rodea. Habitar alude
por lo tanto a las actividades propiamente humanas (prácticas y
representaciones) que hacen posible la presencia —más o menos estable, efímera,
o móvil— de un sujeto en un determinado lugar y de allí su relación con otros
sujetos.
En
esta acepción, habitar se distingue particularmente de la idea de vivir,
en cuanto este último concepto es mucho más amplio que el existir situado. En
efecto, si consultamos el Diccionario de Filosofía de Nicola Abbagnano,
el significado del término vida, se nos refiere: “La característica
que ciertos fenómenos tiene para producirse o regularse por sí mismos o la
totalidad de tales fenómenos”
Si
nos preguntáramos dónde un ser vivo cualquiera consigue vivir,
deberíamos responder con rigor mencionando al ambiente en general, más
específicamente a un cierto ecotopo o nicho ecológico.
Estos términos describen de modo específico ciertas condiciones físicas que
hacen efectivamente posible que el ser vivo de referencia pueda desarrollar su
vida allí. Es cierto que ciertos científicos, que suelen, por lo general, ser
muy escrupulosos en el lenguaje que emplean, a veces se refieren al “hábitat”
de una cierta especie. Este uso, aunque muy difundido, puede criticarse por
tratarse de una forma de antropomorfismo, esto es, proyectar una relación
propia del hombre al resto de los seres vivos.
Porque
en donde un ser humano habita es en un mundo, en un lugar o en un hábitat. Esto
es: en “la totalidad de las cosas existentes [cualquiera que sea el
significado de existencia]”
Al
hacer un somero repaso de la deriva, puede verse una línea de hilvanado
histórico entre el aporte crucial de la filosofía de la existencia con respecto
a la arquitectura, en ocasión en donde la primera interpela agudamente las
convicciones más enérgicas del ejercicio profesional de la arquitectura
moderna, signado por un mecanicismo funcionalista que con el tiempo haría
crisis. De allí a dirigir el pensamiento teórico en demanda de una antropología
social de la constitución efectiva de lugares concretamente habitados, parece
hoy, en perspectiva, un desenlace acaso inevitable. Es precisamente de estos
aportes en que emerge, como contestación teórica, una teoría arquitectónica del
habitar que opta por recentrar el objeto de sus desvelos, no ya en las
cosas construidas, sino en las personas habitantes y en aquello que producen
como arquitecturas vivas. Este recentramiento emerge como un humanismo
militante y crítico.
La sombra
del antropocentrismo
En
el Renacimiento europeo confluyeron un conjunto amplio de condiciones sociales
y económicas que ambientaron la emergencia (renaciente) de un humanismo de
características peculiarmente destacadas. Una nueva forma de entender al ser
humano supuso un recentramiento del mundo, en una forma muy precisamente
amparada en la fase inicial y pujante de la modernidad capitalista. En cierta
forma, esta modernidad fundada en el desarrollo técnico y artístico dio lugar
al surgimiento de una representación de ser humano como protagonista
enseñoreado sobre la naturaleza. Así, a los esplendores del triunfante
humanismo le siguió de cerca y como una sombra un antropocentrismo dominante.
En
la actualidad, esto es en la fase crepuscular de la modernidad capitalista,
este antropocentrismo se ve aguda y críticamente interpelado:
Podríamos definir el antropocentrismo en
un sentido moral como aquella teoría que coloca los intereses humanos en el
núcleo de la ética concediendo valor intrínseco a los sujetos y valor
instrumental al resto de animales y su entorno. El biocentrismo, en cambio, desde
una perspectiva holista, colocaría en el centro de la moral a todos los seres
vivos al afirmar que todos ellos poseen valor intrínseco y relevancia moral. En
esta línea podríamos distinguir la ética sensocéntrica, que concede respecto
moral a los seres sintientes y se apoya en las experiencias subjetivas del
dolor y el placer para fundamentar una teoría basada en la existencia de
intereses como fuente del valor, y el ecocentrismo, que coloca a la biosfera
entera como objeto de la consideración moral.
La
visión del ser humano en su mundo se ha visto cuestionada al comprobar que la
actitud de explotación y sobreexplotación insostenible de meros recursos puede
acabar tanto con la vida en el planeta, así como con la supervivencia de la
propia especie. El autosuficiente antropocentrismo deja de ser una oscura
presencia para devenir un problema moral, ético y práctico. En los tiempos que
corren, se consolida una nueva visión culposa de la condición humana, en donde
se echa en falta una ética que salvaguarde la prosecución de la vida y nuevo
marco para prácticas más prudentes y compasivas con la propia Naturaleza.
Llegados
a este punto quizá sea oportuno preguntarse si todo humanismo es, de modo
necesario, un antropocentrismo. Ciertamente, nuestras asunciones en tanto
sujetos (epistémicos y morales) están hoy en proceso de deconstrucción, pero no
por ello dejaremos, de momento, de constituir existentes moralmente
responsables:
Cuando Javier Muguerza señala que la
ética no puede ser sino antropocéntrica se hace cargo de que, efectivamente,
los seres humanos somos los únicos seres morales. A pesar de las
investigaciones que parecen demostrar que algunos primates parecen tener algo
similar a un sentido de justicia, es la capacidad lingüística la que permite
articular la moral. Como señala Jesús Mosterín, “sin lenguaje puede haber
compasión, cooperación y quizá algo así como un sentido de la justicia, pero lo
que no puede haber es moral ni ética, pues una moral es un sistema de reglas
explícitas, articuladas lingüísticamente, y la ética es la reflexión
argumentada sobre la moral”
Al
humanismo confiado y exultante de la modernidad naciente le pudo acompañar un
antropocentrismo depredador, pero al humanismo en cierto modo desengañado de la
modernidad tardía le puede seguir un antropocentrismo resignado, muy consciente
de una debilidad abrumadora y de una falibilidad que aconseja una muy especial
prudencia en el obrar. De un centramiento fundado en relaciones de poder bien
se puede pasar a otro, gravado por la responsabilidad ética.
La Teoría
del Habitar y la sombra del antropocentrismo
La
Teoría del Habitar ha sido desarrollada como una reflexión de naturaleza
arquitectónica que clama por el aporte científico de una antropología social
especialmente dedicada a este aspecto. En la corta historia de su desarrollo,
hay un arco que proviene de una reflexión sobre la condición humana, pasa por
todos los más diversos aportes de la antropología, la etnografía, la
sociología, la psicología social y la geografía humana, para cerrarse con una
vocación militante por un humanismo que haga del habitar la clave
epistemológica, ética y estética de un nuevo modo de entender y desarrollar la
arquitectura. En las actuales circunstancias históricas, parece que tal deriva
se muestra acaso como ineluctable.
Pero
el humanismo que se propugna ya no es la emergencia triunfal de una formación
social y económica en plena eclosión histórica, sino quizá la propia de una que
esté hoy en lenta agonía. No es un humanismo de esperanzas de dominación, sino
de prudente conmiseración con una constitución frágil y precaria. No puede
acompañarse con un antropocentrismo prepotente, sino con el amparo de un
compromiso ético con la vida y no apenas sólo con la existencia situada. Pero,
en mi opinión, sólo la indagación profunda y prudente desde la condición
humana, puede darnos a nosotros mismos la chance de que otro mundo nos sea, por
fin, posible.
Montevideo, 16 de mayo de 2022
Referencias
Abbagnano,
N. (1961). Diccionario de Filosofía. México: Fondo de Cultura
Económica.
Felipe Martín, V.
(2016). Antropocentrismo y ética ecológica. Tesis de grado en
Filosofía. Recuperado el 16 de mayo de 2022, de
https://riull.ull.es/xmlui/bitstream/handle/915/2941/Antropocentrismo+y+etica+ecologica.pdf;jsessionid=21D89481FCC1555D0C194342FC1AB8E7?sequence=1
Giglia, Á. (2012). El
habitar y la cultura. Perspectivas teóricas y de investigación. México:
Anthropos Editorial.
Godoy, F. (Julio de
2014). El retorno del lugar. Antropología y prácticas de lugaridad. Revista
Sustentabilidad (es)(10). Recuperado el 16 de mayo de 2022, de
www.sustentabilidades.usach.cl:
http://www.sustentabilidades.usach.cl/sites/sustentable/files/paginas/10-07_0.pdf
Heidegger, M.
(1954/1994). Construir, habitar, pensar. En M. Heidegger, Conferencias y
artículos. Barcelona: Del Serbal.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario