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La constitución habitable del paisaje


Alfred Stieglitz (1864-1946)

Si interrogamos al Diccionario por la voz paisaje, comprobamos que, en una primera acepción, significa: Parte de un territorio que puede ser observada desde un determinado lugar.
Esto quiere decir que, desde un sitio efectivamente poblado, esto es, un lugar, se puede percibir una parte o aspecto de un territorio y este hecho funda o establece un paisaje. Así, el principio del hecho que es el paisaje no radica en la realidad física del sitio natural, sino de la actitud de examen atento que inviste el habitante del lugar en su doble tarea de inteligir el territorio y percibir sus formas a través de sus sentido y entendimiento. Tal examen atento no es una mera efusión subjetiva caprichosa, sino un evento de relación constitutiva del ser humano como habitante que tiene lugar.
Por estas consideraciones, aquí se sostendrá que el hecho de habitación precede y es necesario a la constitución del paisaje. En otras palabras, para que ocurra efectivamente un paisaje, es preciso y prescriptivo que se constituya un lugar como constructo de la habitación humana. Ahora bien, toda vez que se ha constituido efectivamente un lugar, entonces, aquello que percibimos de esta situación, estemos donde estemos, es un paisaje.

Habitar el paisaje


Alfred Stieglitz (1864-1946)

Una vez que irrumpimos en el horizonte y lo poblamos con una contundencia que no ignora el estupor, es entonces que habitamos un paisaje.
Podemos llamar paisaje, en este contexto discursivo, al acto de encajarse los elementos en una estructura de sentido. Porque tierra, cielo y horizonte sólo adquieren su relevante estatuto de mundo cuando y sólo cuando las personas tienen lugar allí.
Porque es por obra del habitar del hombre que un sitio de la naturaleza alcanza, por fin, el carácter óntico de lugar y la forma efectivamente perceptible de paisaje.

Poética del paisaje


Alfred Stieglitz (1864-1946)

Porque las personas tienen lugar es que pueden constituir los paisajes como hondas y perdurables experiencias estéticas.
En el fondo, toda experiencia estética construye un paisaje. Y es en las anfractuosidades de la memoria, en los entresijos de la conciencia, en las profundidades del psiquismo en donde las experiencias estéticas se trasforman en poéticas. Los paisajes ocurren en cada ocasión que hacemos presencia y población, así como se inmiscuyen en nuestros sueños. Entonces deseamos recrear, transformar y producir en cada solar y en cada ocasión, las fantasmas de la memoria y el deseo. Entonces creemos recuperar un paraíso perdido. Entonces recuperamos unas emociones singularmente sentidas.
Y lo que añoramos, en todo caso, es el lugar aquel que hemos poblado con plenitud, allí donde pudimos constituir nuestro mejor paisaje.

La constitución habitable del paisaje


Alfred Stieglitz (1864-1946)

Si interrogamos al Diccionario por la voz paisaje, comprobamos que, en una primera acepción, significa: Parte de un territorio que puede ser observada desde un determinado lugar.
Esto quiere decir que, desde un sitio efectivamente poblado, esto es, un lugar, se puede percibir una parte o aspecto de un territorio y este hecho funda o establece un paisaje. Así, el principio del hecho que es el paisaje no radica en la realidad física del sitio natural, sino de la actitud de examen atento que inviste el habitante del lugar en su doble tarea de inteligir el territorio y percibir sus formas a través de sus sentido y entendimiento. Tal examen atento no es una mera efusión subjetiva caprichosa, sino un evento de relación constitutiva del ser humano como habitante que tiene lugar.
Por estas consideraciones, aquí se sostendrá que el hecho de habitación precede y es necesario a la constitución del paisaje. En otras palabras, para que ocurra efectivamente un paisaje, es preciso y prescriptivo que se constituya un lugar como constructo de la habitación humana. Ahora bien, toda vez que se ha constituido efectivamente un lugar, entonces, aquello que percibimos de esta situación, estemos donde estemos, es un paisaje.

Habitar el paisaje


Alfred Stieglitz (1864-1946)

Una vez que irrumpimos en el horizonte y lo poblamos con una contundencia que no ignora el estupor, es entonces que habitamos un paisaje.
Podemos llamar paisaje, en este contexto discursivo, al acto de encajarse los elementos en una estructura de sentido. Porque tierra, cielo y horizonte sólo adquieren su relevante estatuto de mundo cuando y sólo cuando las personas tienen lugar allí.
Porque es por obra del habitar del hombre que un sitio de la naturaleza alcanza, por fin, el carácter óntico de lugar y la forma efectivamente perceptible de paisaje.

Joven filósofo en el bosque

Richard Baxter

Es acaso imposible no recordar una célebre fotografía de Martin Heidegger caminando por su bosque. En aquella imagen, el personaje maduro echa sus manos a la espalda y en ellas aprehende el bastón que le asistirá en su fatiga.
En la presente, el joven no lo necesita aún y es de esperar que sus reflexiones emerjan ágiles y gozosas. Ya dispone de todo lo necesario: de razón y tiene lugar en el bosque, que es el escenario propicio para la marcha pensativa. A no dudarlo, serán las reflexiones que acompañarán sus sendas de toda la vida por todo el bosque. Hasta que necesite el auxilio de un bastón.

Martin Heidegger

Habitar el cielo


Richard Baxter

Hay una alegría esencial de la existencia en la habitación del cielo.
Son tres los constituyentes fundamentales de todo paisaje: la tierra, el horizonte y el cielo. Este último contiene todo lo presente inasible del mundo, la región alta, enigmática y sagrada, el más allá poblado de signos. Del cielo proviene la condición marco ambiental de nuestra existencia, el tono general que ilumina las cosas de la tierra y el fondo perceptivo de los confines del lugar.
Situarnos como presencias plenas bajo la bóveda animada del cielo es una experiencia estética de la que no podemos privarnos bajo ninguna circunstancia. Porque es allí que aunamos nuestro mundo con el universo. Ni más ni menos.


Los pasos en las huellas


Santiago Rusiñol (1861 –1931) El patio de la Alberca (Granada) (1895) 

Acaso no haya mejor fortuna que, aunque sea en un breve instante en la vida, uno logre inmiscuirse en otra mirada, pisar otras huellas, respirar singulares y señaladas emociones que se pueden compartir con extraños, sin culpa.

Arquitectura de paisajes


Jenny Saville (1970) Apoyada (1992)

En realidad, toda mi obra ha sido una especie de paisaje, el paisaje del cuerpo, o la arquitectura del cuerpo en la naturaleza, o la naturaleza de la carne, o la forma en que la luz afecta al cuerpo.
Jenny Saville, 2016

Encuentro algo especial en la pintura de Jenny Saville.
Un hálito cognoscitivo, ético y estético que roza precisamente no ya la realidad episódica de un cuerpo, sino del propio cuerpo. Hay una atmósfera ligeramente inquietante en ese ir hacia el encuentro quizá demasiado cercano con el cuerpo. Hay un espíritu inclemente con una verdad quizá indecible de la humanidad, pero que se vuelve patente por obra de la operación estética que abandona sus formas habituales. Y hay un resultado que abofetea y despabila: he ahí algo que deberíamos haber visto ya.
También es una revelación que la artista confiese su adhesión a la pintura de paisaje, que es la disciplina artística con ánimo heurístico por excelencia.

Véase la entrevista a la artista en:

Paisajes urbanos y emplazamientos de su apreciación


Alrededores de Florencia desde las alturas de los jardines de Boboli

Disfrutar en calma de los paisajes es una señalada y constante demanda social que debe ser atendida con rigor y sensibilidad por arquitectos y urbanistas.
Para responder a esto, los profesionales deben, por una parte, cuidar, preservar y cultivar con método y rigor los paisajes urbanos que sus urbanitas aprecian. Se dice fácil; lo difícil es llevarlo a cabo.
Pero, por otro lado, también debe atenderse a la situación de los fruidores eventuales de tales paisajes. Es forzoso brindar los acondicionamientos necesarios para que el urbanita esteta se emplace con calma para su apreciación. Y no se trata de proliferar sin ton ni son con miradores y bancos. Se trata de alojar con cariño y respeto a quienes están, por otra parte, en condiciones de ejercer condignos cariños y respetos por los lugares que constituyen, por obra y gracia de sus actitudes, paisajes urbanos especialmente queridos y queribles.

Aletheia


Luigi Zago (1894 –1952) Playa de Montevideo (1950)

Habitamos escudriñando el cielo y los confines aparentes de la tierra, atentos y anhelantes de signos de lo nuevo, de lo que aún no es, pero podría ser, de lo que fuera bueno que llegara a ser.
Esta forma de contemplación del horizonte constituye una actitud existencial de principalísima condición: completa en sí la estructura fundamental del lugar y del paisaje, a la vez que deja asomar el desocultamiento virtuoso del porvenir.

Paisaje revisitado (V)

Santorini, Grecia

Habrá un estadio histórico en que, más que medir la riqueza por los saldos de las cuentas bancarias, se pueda justipreciar por el valor de aquello que se deja considerar por la ventana.
Reconforta haber visitado el establecimiento de un artesano en madera griego que dispone de esta magnífica habitación con vistas.

Cuando lo visite en Oía, en Santorini, no deje de solicitarle echar un vistazo. El artesano tiene tan buen talante que no cobra por ello.

Paisaje revisitado (IV)

Rodas, Grecia

Los puntos de vista elevados abonan la ilusión del poder y el dominio sobre lo circundante.
Pero para el viandante, apurado por los apremios de la industria turística, le duele la fugacidad de la experiencia de esta cala en Rodas, que uno apenas pudo divisar a lo lejos, pudo aquejarse de un amor a primera vista y  pudo dolerse que no será posible sino con otro viaje y otro tiempo, comprobar la transparente frescura de las aguas.

Volveremos.

Paisaje revisitado (III)

Meteora, Grecia

Hubo tiempos que fue peligroso habitar la llanura y en donde estas alturas azotadas por el viento prometían una confortante cercanía con Dios.
Todo habitante está situado entre el suelo y el cielo: habita un horizonte. Pero los religiosos de Meteora prefieren acercarse todo lo posible al transparente firmamento que aloja el sueño, el consuelo de la fe y una conveniente distancia con un mundo convulsionado.
Es incontrastable una especial simpatía con estos ermitaños de la altura.

¿Y nosotros? ¿A qué altura decidimos habitar? ¿Cuán lejos del suelo y cuán cerca del cielo? Y viceversa.

Paisaje revisitado (II)

Delfos, Grecia

Los griegos son un pueblo sabio, es de reconocerlo.
No puedo explicar el por qué pero si rendirme a la evidencia de que, si hay un lugar en el mundo que merezca considerarse un centro u ombligo (omphalos), éste lugar es Delfos. Una vez que uno recorre el paraje, lo siente, aunque de un modo oscuro.

A partir de tal momento, uno debe situarse tanto más cerca o lejos de este punto singular en el mundo. Pero, en cada lugar en que uno esté, lleva consigo la referencia de su existencia.

Paisaje revisitado (I)

Olimpia, Grecia

Con mucho gusto volvería a Grecia y en más de una oportunidad.

Una de mis caprichosas razones sería, a no dudarlo, volver a respirar la mansa brisa bajo los árboles y las columnas de Olimpia. Cuando anduve por allí, sentí una rara familiaridad que no estribaba tanto en lo que se veía, sino que transitaba por allí, en el aire. Puede que, en definitiva, añore de Olimpia un hálito especialmente acogedor y propicio.

Pasiones sobre el paisaje (V) Paisaje urbano

Calles Londres y París, Santiago de Chile

Es significativo que allí en donde el furor de los planificadores urbanos flaquea, allí donde dos órdenes diferentes unen sus bordes, allí donde se abandona el sentido común dominante, allí... ocurre la magia del paisaje urbano.
Es más que posible que, sin el concurso de ingenieros de tránsito, urbanistas zonificadores y políticos autoritarios, nuestras ciudades resultarían mucho más caóticas y agobiantes de lo que ya son. Pero por fortuna, aquí y allá, se rescatan a sí mismos ciertos enclaves de pura poesía del habitar. Lugares en donde es amable el paso y la contemplación calma y se destierran el apuro y la codicia.

La vida urbana palpita en esos raros lugares en donde todo parece confabularse con la paz y plenitud del viandante.

Pasiones sobre el paisaje (IV) El hallazgo de lo casi prístino

Los Andes en Mendoza

En nuestro actual estadio civilizatorio ansiamos en ocasiones tomar contacto, siquiera efímero o episódico, con aquellas regiones del mundo que tienen aún un aspecto prístino, disimulando las improntas y sevicias de la presencia humana.
Hay un afán por alcanzar la región más transparente de la atmósfera, refrescarse con las aguas más límpidas, transitar inaugurando sendas, sentir el fuego de la tierra.

Pero son ilusiones. Aún las nieves de las cumbres registran la presencia perturbadora de nuestra condición de especie invasiva y predadora. Ya no tenemos confines por atravesar.

Pasiones sobre el paisaje (III) Apropiaciones arquitectónicas

Valparaíso, Chile

Se consigue una cuota no menor de complacencia en aquellos raros y virtuosos casos en que masas y volúmenes construidos ajustan con su entorno tal como lo hace una mano con su guante correspondiente.
Colores y texturas contribuyen con hacer de un enclave un punto singular de un lugar que quedará impreso con singular agrado en la memoria afectiva.

A veces, arquitectos, constructores y habitantes hacen las cosas bien.

Pasiones sobre el paisaje (II) Paisajismo de demorada tradición

Campiña vecina a San Gimignano

No es desde ayer que ciertos pueblos habitan una comarca. A través de los siglos, la interacción entre las personas y su ambiente modela, adapta, corrige y perfecciona el paisaje.
La campiña toscana es un ejemplo superior de lo que se consigue mediante el acuerdo fructífero y armónico que pone a personas y cosas en su lugar.

El resultado de tal concierto pervive y palpita hondamente en casi cualquier espectador. ¿Aprenderemos algún día la lección?