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Ut serviam


Alvar Aalto (1898- 1976) Universidad Politécnica de Helsinski (1964)

Hacer más humana la arquitectura significa hacer mejor arquitectura y conseguir un funcionalismo mucho más amplio que el puramente técnico.
Alvar Aalto

Hacer más humana la arquitectura comienza por desplazar la atención de las cosas construidas hacia aquello que las personas hacen allí.
¿Significa hacer mejor arquitectura? ¿En qué sentido? Se puede creer, al respecto, en tres aspectos principales:
  1. Mejor es una arquitectura puesta al servicio del hombre, de sus demandas y solicitaciones.
  2. Mejor es una arquitectura que responda al llamado profundo de la propia humanidad, antes que de un principio abstracto o el presunto espíritu de una época histórica.
  3. Mejor es una arquitectura que no sólo se contente con dejar ser operada como un mecanismo, para volverse pleno y gozoso escenario de la vida.
Porque el verdadero servicio de la arquitectura constituye mucho más que un funcionalismo puramente técnico

Un legado


Alvar Aalto en 1935

Los problemas más difíciles no surgen de la búsqueda de una forma para la vida actual, sino más bien del intento de crear formas que estén basadas sobre verdaderos valores humanos.
Alvar Aalto

Con Alvar Aalto, la idea de función se especifica en una preocupación por la humanización del diseño y la arquitectura.
Cuando el racionalismo mecanicista se empeña en cultivar una morfología apropiada al Zeitgeist, el maestro opta por el compromiso ético con lo humano. Y en verdad, es de lamentar que Aalto no hubiese prodigado su labor teórica, tan sucinta que es fácil soslayarla en beneficio de la contemplación extasiada de su producción arquitectónica material.
Hoy nos queda el legado y el compromiso que pretenda, en cierta forma, rescatar una mirada y sobre todo, un horizonte.

Oposiciones (I)


Charles Chaplin en Tiempos Modernos (1936)

La Teoría del habitar, a la vez que es una enunciación propositiva de nuevos conceptos, principios y reglas del arte, constituye una oposición a un conjunto de tópicos presentes en el pensamiento arquitectónico aún dominante.
Así es que, mientras que es una consecución de la milenaria preocupación por la utilidad y la finalidad —lo que supone una deuda con los funcionalismos clásico y moderno— también existe un decidido rechazo a las limitaciones propias del funcionalismo mecanicista. Esto significa que la Teoría del Habitar observa el estatuto del habitante como el de un actor protagónico, pleno de humanidad, dignidad y decoro, allí donde el funcionalismo mecanicista apenas si considera una relación usuario/máquina no solo aplicada a los ingenios cotidianos, sino que llega a considerar la casa como una máquina de habitar.
Por aquí se empieza.

La teoría del habitar y el funcionalismo (III)

Maurits Cornelis Escher (1898-1972) Mano con esfera reflectante, (1935)

En el derrotero de la senda del funcionalismo, la Teoría del Habitar opta por adelantarse un paso y así trascender el problema de la función para abordar el compromiso arquitectónico con la finalidad.

El avance por la senda teleológica es, con mucho, un desarrollo prudente, esforzado y también prometedor. Ya no basta con contentarse en el empeño de que las cosas funcionen, sino que se aborda, con toda su profunda complejidad el dilatado territorio de la implementación humana de la arquitectura. Que los artefactos arquitectónicos funcionen implica, por lo pronto, que se operen, usen y practiquen. Y sin embargo, las disquisiciones sobre la finalidad arquitectónica no se agotan en tales aspectos. El para qué de la arquitectura, la causa final del vínculo existencial entre seres humanos y los lugares que pueblan, la implementación cabalmente humana de este tener efectivo lugar, todo esto es materia de una necesaria reflexión.

La teoría del habitar y el funcionalismo (II)

Aino Aalto en sillón Paimio, fotomontaje 1930

El funcionalismo moderno se contentó con un enfoque mecanicista eficaz, aunque reductivo.
La Teoría del Habitar debe rescatar la atención a la condición humana, concreta, pragmática y superior debida al magisterio de Alvar Aalto. No por casualidad esa preocupación inspira a Christian Norberg-Schulz en su indagación sobre los aspectos que vinculan la existencia y los lugares habitados.

En la actualidad estamos en condiciones especialmente favorables a poner en el centro de la atención a la propia condición humana, por encima de todo lo demás.

La teoría del habitar y el funcionalismo (I)

Ludwig Mies van der Rohe (1886 - 1969) Casa Farnsworth (1946)

Del funcionalismo, larga tradición en el pensamiento arquitectónico, se puede heredar, con provecho y oportunidad, el compromiso con el para qué de todos y cada uno de los extremos del obrar.
Lo que la Teoría del Habitar tiene por aportar es un compromiso sustantivo con la realidad efectiva del cumplimiento de la función, más allá de una ideología que se contenta con argumentar sobre su presunta significación de esta función. En otros términos, nos preocupa ahora que las cosas funcionen efectivamente, más que nos persuadan de ello de modo puramente retórico.

Es que, en realidad, mucho funcionalismo resulta, en los hechos, poco funcional. Pero, como el compromiso de la Teoría del Habitar es con el efectivo habitar del hombre, y no ya con la retórica de la imagen fotografiable de la arquitectura, los eventos arquitectónicos verifican su valor en su implementación funcional efectiva.

Viejas cuestiones (XXXV): La ilusión domótica

La domótica promete la proliferación de ingenios capaces de controlar la gestión ambiental de la casa desde donde estemos en cada circunstancia.
¿Constituye la domótica la novedad distintiva de nuestro habitar próximo futuro?


No estoy seguro que la proliferación de chismes ingenieriles nos haga la vida más llevadera. Me inclino a sospechar que la clave de nuestro habitar radica en que una casa es algo muy diferente a una máquina para habitar, pese a Le Corbusier.

Tres críticas al funcionalismo del siglo XX (III)

Herman Braus (1868-1924)

El funcionalismo ha enarbolado la famosa consigna que reza: La forma sigue a la función.
Esta sentencia fue presentada por Louis Sullivan como propia, pero en realidad era deudora de sus lecturas de  ciertos textos del escultor Horatio Greenough. En verdad, la fórmula fue propuesta originalmente por el anatomista alemán Herman Braus.
Para el autor original de la sentencia, el sentido era superar las limitaciones de la tradicional anatomía descriptiva para complementar este estudio con el de la fisiología. Cuestión bastante razonable, en principio.
Mientras tanto, para el escultor Greenough, ya se trataba de una suerte de metáfora que ligaba el resultado formal del obrar con respecto a la intención expresiva. Para Louis Sullivan, la idea evocaba una necesaria y genuina expresión del propósito de un edificio en la síntesis de su forma. Esto, desde el punto de vista conceptual riguroso, peca de una generalidad y vaguedad alarmantes, aunque resultó eficaz y seductora en su momento.
El desarrollo del funcionalismo hizo un uso y abuso retórico de la fórmula hasta rarificar su sentido: hoy, que la forma siga a la función no quiere decir, estrictamente, casi nada.

La Teoría del Habitar persigue conceptos material y formalmente consistentes, que iluminen una congruente teoría analítica de la función. E intenta no apropiarse retóricamente de consignas ajenas y vacías.

Tres críticas al funcionalismo del siglo XX (II)

Władysław Bakałowicz (1833- 1904) Elegante dama con vestido blanco (1904)

La segunda crítica de la Teoría del Habitar al funcionalismo arquitectónico moderno proviene de cómo se concibe a los sujetos. Para el funcionalismo, las personas son reducidas a su condición de usuarios, mientras que para la Teoría del Habitar las personas deben considerarse, en toda la extensión del término, habitantes.
Esto tiene hondas significaciones. Un usuario se limita a hacer uso de los útiles: opera mecánicamente optimizando el esfuerzo y éste es todo su papel. Pero las personas usan las cosas no sólo en los términos fijados por el arquitecto, sino que viven habitando, lo que conlleva implementaciones que desbordan el puro uso. Al abrir una puerta, las personas no sólo realizan una operación mecánica con el picaporte, sino que irrumpen en un lugar, modificando las condiciones habitables del ámbito al que acceden. Modulan su conducta con muy precisos matices de etiqueta y atribución de significado que desbordan la pura operación usuaria de los mecanismos. Los habitantes existen situados y a la vez operan, usan e implementan superiormente la finalidad habitable de los lugares.

La distinción entre usuarios y habitantes constituye una crítica humanista al funcionalismo moderno.

Tres críticas al funcionalismo del siglo XX (I)

Grabado sobre Arquímedes publicado en  Mechanics Magazine, Londres (1824).

Desde la perspectiva de la Teoría del Habitar, se pueden señalar, al menos, tres críticas al funcionalismo tal como este fue desarrollado en los albores del siglo XX.
La primera crítica es la reducción mecanicista del concepto de función. Para el funcionalismo moderno, toda función se reduce a una operación puramente mecánica, tal como la operación de una palanca. Esto constituye un riesgoso caso de verdad parcial: toda operación es una función, pero no toda función es una operación. El concepto de función es, de suyo, mucho más rico cuando se trata de funciones propiamente humanas. Las funciones operativas son apenas un subconjunto al que hay que agregar los usos y finalidades. Estos últimos no son materia mecánica, pero sí deben constituir materia de examen en toda disciplina que trate de las implementaciones de las cosas del mundo por parte de las personas.

Y la arquitectura trata de unas especiales implementaciones de las cosas del mundo con el fin de habitarlo.

Reescrituras (XXVIII): Una forma humana para la función

Alvar Aalto (1898- 1976) Detalle de puerta en Villa Mairea (1936)

La forma del picaporte es una con el gesto de la mano humana que la opera. Con el picaporte, las cosas no hacen más que comenzar.


* * *

En efecto, con la operación se pone de manifiesto la relación entre el operador y su mecanismo. Pero no puede detenerse la observación en este aspecto: es preciso considerar los rituales del uso y las vivencias hondas de la finalidad. Es preciso, siempre y en todo caso, considerar la forma y contenido humano de la función en arquitectura.

La Teoría del Habitar tiene una deuda con el funcionalismo, pero se proyecta crítica y propositivamente más allá: hasta donde alcance el designio humano en los lugares, ni más ni menos.

La fase superior del funcionalismo

Charles y Ray Eames  Casa Eames (1949)

La preocupación del para qué de la arquitectura constituye una larga tradición en arquitectura, desde que Vitruvio proclamara el principio superior de la utilitas.
La arquitectura renovadora del siglo XX se propuso afrontar este desafío de manera decidida, hasta que del estudio de la función se elaborara primero una teoría mecanicista de ella y luego una ideología que cristalizó en el denominado funcionalismo moderno.
Tanto las limitaciones de corte mecanicista como el carácter ideológico del funcionalismo condujeron en su momento a una crisis que sólo una depurada y humanista teoría de la función habitable puede superar con oportunidad y eficacia.

La Teoría del Habitar supone entonces el intento contemporáneo de una superación humanista del funcionalismo moderno.

Alternativas al existenzminimum (III)

Jules-Alexandre Grün (1868 - 1934) Un grupo de artistas (1929)

Allí donde el existenzminimum constriñe, es preciso oponer algo más que holguras dignas: es oportuno reivindicar ámbitos para la libertad decorosa del cuerpo en los lugares.
Liberación y desalienación de los cuerpos, las personas y los agentes sociales, es la consigna ahora. La medida decorosa de los lugares es el margen de libertad efectivamente conseguido a la economía mezquina de los contabilizadores del aire. Pero, a no engañarse, la libertad de apenas algunos no basta. No se trata de embanderar las demandas sociales con privilegios encubiertos: los beneficios del decoro deben alcanzar a todos y a cada uno, en todos los ámbitos que ocupen a todos los títulos.

Es preciso conquistar amplios intervalos a la libertad en los lugares. No hay vida buena en el constreñimiento alienador.

Ceremonias decorosas

Nicolas Tournier (1590- 1639) Reunión a la mesa (s/f)

No basta con lo adecuado y digno: es preciso realizar conjuntos estructurados de actos en forma decorosa.
Por esto, nuestros hábitos constituyen ceremonias que siempre queremos decorosas. Siempre hay un modo de llevarlas a cabo, siempre hay un modo para que tengan lugar, siempre hay un modo en que nos establezcamos en una situación condigna. Porque, como existentes, como ser-en-situación que somos, la circunstancia que nos rodea, nos aloja y oficia de contexto debe honrar nuestra dignidad.
El decoro no es un ornato facultativo, sino la compostura formalmente necesaria a nuestra civilización. Por eso, tenemos derecho y es justo que reivindiquemos lugares decorosos para que nuestra vida tenga efectivo lugar.


Alternativas al existenzminimum (II)

Mujeres de Argel, 1899

A la mezquindad del existenzminimum hay que oponerle la reivindicación de la dignidad y la dimensión social de los lugares y elementos arquitectónicos.
Debemos combatir el regresivo y avasallador envasado de la vida oponiendo el tamaño conforme a los rituales sociales. Este tamaño conforme a los rituales sociales no resulta de la observancia inerte de las formas hegemónicas de la etiqueta sino que deben provenir de una sistemática indagación sobre las efectivas demandas sociales.

Se vuelve imperioso defender unas dignas holguras capaces de cobijar con respeto debido las significaciones sociales de nuestro vivir.

Rituales eficaces

Leopold Horovitz (1837- 1917) El estudio del artista (1868)

El amor no es repetición. Cada acto de amor es un ciclo en sí mismo, una órbita cerrada en su propio ritual. Es, cómo podría explicarte, un puño de vida.
Mario Benedetti
A las prácticas habituales del cuerpo les rodea un aura de una muy tenue magia: los hábitos son rituales eficaces, más que simples operaciones mecánicas.
Nos creamos el mundo con esfuerzos recurrentes: hay en los lugares una dimensión ergotópica, esto es, la dimensión que da cuenta del trabajo que nos insume vivir los lugares. Toda actividad tiene, en el espacio y el tiempo, una recurrencia que se asocia a un hábito y éste tiene un valor especial que es más que su puro y simple resultado práctico. Se hace lo que hay que hacer, de la forma debida: aquí se formula, por ejemplo, un ritual eficaz para preparar la comida, para consumirla y para aprovecharla mucho más allá de las determinaciones insoslayables de la pura subsistencia.

Parte indisociable de los rituales es el dónde, esto es, el lugar allí donde el acto cobra todo su sentido. Y quien pregunta por el dónde de los rituales eficaces de la vida, está inquiriendo por la arquitectura, en su aspecto más propio.

Alternativas al existenzminimum (I)

Le Corbusier (1887- 1965) Petit Cabanon, Roquebrune, 1951

Nuestra actual normativa de edificación suele hacer acopio de especificaciones mínimas, las que por interesadas razones, se vuelven normas de uso.
Alturas mínimas, anchos mínimos, superficies mínimas: vida mínima o existenzminimum.
En la actualidad hay dos razones principales para revisar esta actitud mezquina ante el lugar habitado por nuestros congéneres:
  • La primera, es que es preciso otorgar una holgura necesaria al tamaño conforme de todas las cosas en relación con todos los cuerpos, todas las capacidades, todos los requerimientos, todas las coreografías de la vida.
  • La segunda, que es preciso abrir paso a una flexibilidad en la implementación, para evitar que haya elementos arquitectónicos de un solo uso posible.


Hay que conseguir nuevos estándares de adecuación: holgados y multipropósito.

La implementación decorosa de los elementos arquitectónicos

Guy Rose (1867- 1925) La réplica difícil (1910)

No es para quedarnos en casa que hacemos una casa
no es para quedarnos en el amor que amamos
y no morimos para morir
tenemos sed y
paciencias de animal
Juan Gelman

Hacemos una casa para mucho más que quedarnos alojados en ella.
El cobijo nos es necesario, sí, pero no menos que el abrir  ventanas y terrazas a lo más allá. El habitar decoroso es el habitar de la libertad como finalidad esencial. Por eso es que hacemos una casa desde donde lanzarnos a un mundo que no es menos nuestro.

Y para que el mundo nos sea nuestro es preciso habitar nuestros lugares con el decoro que expresa nuestra esencial y final libertad.

La implementación digna de los elementos arquitectónicos

Frank Bramley (1857–1915) Helen Chalmers (1908)

La implementación digna de la arquitectura y sus elementos es aquella que vincula virtuosamente las calidades del lugar con la condición humana de quien lo habita.
Somos quienes somos ocupando con legítimo título nuestros propios lugares y haciendo uso de los lugares en comunión fraterna con los nuestros. No se trata de explotar un recurso durable, sino de cultivar la propia vida en los lugares, haciendo del uso un enriquecimiento mutuo de personas y lugares.

Porque la verdadera dignidad no se sustenta ni en la posición social ni en las calidades del lugar que se habita, sino en el preciso escenario en donde estos dos factores interactúan y potencian mutuamente.

La implementación adecuada de los elementos arquitectónicos

Rediseño de picaporte de la firma Soss

La operación adecuada de los elementos arquitectónicos debe ponernos a todos en condiciones de igualdad.
Porque todos somos diferentes en capacidades, destrezas, tallas, pesos y demás características relevantes, las operaciones de los elementos arquitectónicos deben ser simples, intuitivas y amigables. A todos, esencialmente iguales en su condición humana y profundamente diferentes en sus constituciones físicas y psicológicas no debe resultar adecuada la implementación operativa.

No nos olvidemos de las diferencias, a efectos de conseguir igualdad en el acceso.