El
hacer, el poiein del que me quiero ocupar, es aquel que se
acaba en alguna obra y que llegaré pronto a limitar a ese género de obras que
se ha dado en llamar obras del espíritu (Válery, 1937)
Limes
Partimos de la tesis
que la arquitectura constituye una reproducción tardía de configuraciones
espontáneas de espacio en el cuerpo grupal. Aunque el hecho humano se base en
un efecto invernadero, los invernaderos primarios antrópicos no poseen, en
principio, paredes y tejados físicos, sino, si se pudiera decir así, sólo
paredes de distancia y tejados de solidaridad. (Sloterdijk, 2004:
277s)
La
síntesis de la forma arquitectónica opera, en principio, con el muy simple
recurso de articular el lugar. Esto es, en distinguir, oponer y vincular entre
si Uno y Otro lados. Por muchas buenas razones, se interpone entre los lados
suelos, muros y cubiertas. Hay también excelentes razones para practicar en
esos elementos, aquí y allá ciertas horadaciones de valor singular.
Mientras
que un sistema de muros cierra un recinto, las puertas y ventanas operan tanto
clausurándolo como abriéndolo hacia otras regiones del lugar. Precisamente
porque los vanos se pueden atravesar de diversos modos, son los que atrancan de
modo contundente los interiores con un golpe de sus hojas en los marcos.
La
arquitectura no hace más que dibujar un orden tectónico allí donde los cuerpos,
habitando los lugares, señalan aquí y allí. Conformar un umbral, entonces, es
reconocer la pertinencia y oportunidad de delinear una frontera, un límite,
para ritualizar su atravesamiento. Atravesar un umbral es vibrar con un cambio
de condición, de etiqueta, de estado.
Ilustración 1. William Paxton Dejando el estudio (1921)
Cada vez
que nos detenemos brevemente en un umbral, debería aquejarnos una cierta
tensión: si no nos contentáramos con la vida desatenta, percibiríamos el cambio
dramático de estado que conlleva. ¿Abandonaremos el lugar de nuestra anterior
estancia? ¿Hacia dónde nos dirigimos? El umbral posee una ambigüedad
propiamente poética.
Es la
vida misma la que prolifera en límites que atravesamos, una y otra vez. Una arquitectura viva que merezca tal nombre
debería promover la percepción dichosa de los sutiles hímenes que rasgamos cada
vez que trasponemos una puerta.
Ilustración 2. Silvestro Lega (1826- 1895) La
curiosa (1866)
En el
caso de las ventanas, es cierto que no las atravesamos con tránsitos, sino con
miradas, con corrientes de aire, con complejas relaciones vivenciales con
respecto al ambiente inmediato. El atravesamiento de las ventanas, por lo
general, se traduce en flujos asimétricos de información: la intimidad queda a
salvo si más sabemos del exterior y menos dejamos escapar del interior.
Ilustración 3. Caspar David Friedrich
(1774-1840) Mujer en la ventana
(1822)
Podemos,
como extraños, situarnos educadamente ante la puerta de entrada y tocar, para
solicitar la aquiescencia para entrar. Mientras tanto, es intolerable que nos
posemos de la misma manera ante una ventana, a través de la cual sólo nos
inmiscuimos de modo invasor. La situación, ante un umbral o un antepecho,
supone ordenar unas proyecciones existenciales que es preciso alojar en un
escenario arquitectónico adecuado.
Ilustración 4. Alexander Mann (1853- 1908) La espera (s/f)
Ilustración 5. Wladislaw Czachórski (1850-
1911) Pensativa (1883)
Para
el constructor, practicar una ventana en un muro es resolver un problema
estructural: cómo salvar la distancia entre sus jambas. Pero para un arquitecto,
las cosas son un poco más complejas. El arquitecto debe considerar el lugar habitable que se sirve de una ventana,
a la vez que este hueco guarde una composición rítmica con los demás en la
fachada.
Ilustración 6. Johannes Vermeer (1632- 1675) El geógrafo (1669)
Es a
través de la ventana que nos llega el viento, la luz y la posibilidad de ver más allá. Con mucho, una ventana es más que
un simple agujero en la pared. En realidad, constituye un muy sofisticado
recurso arquitectónico, de larga historia.
Estancias
Toda
vez que proliferamos en límites conectados en sucesión, originamos estancias,
lugares de parada, deliberación y descanso. Ya hemos transpuesto la
correspondiente puerta, y allí donde reina una presencia, sucede un lugar.
Dejar las puertas abiertas supone ahondar el ámbito, profundizar una dimensión
arquitectónica particular, la que mide la profundidad
del interior.
Ilustración 7. Vilhelm Hammershøi (1864- 1916)
Interior con Ida tocando el piano
(1910)
Ilustración 8 Samuel Dirksz van Hoogstraten
(1627- 1678) Vista de un corredor
(1670)
Las
antiguas enfiladas —puertas alineadas que comunican una sucesión de
habitaciones— exasperan esta profundidad interior, insinuando el infinito. Las
puertas abiertas, en este caso, tiemblan al unísono.
Ilustración 9 Emanuel de Witte (1617- 1692) Interior con mujer al virginal (1670)
Los
umbrales, entonces, suponen unas presencias que conmueven los lugares: se
constituyen estancias servidas por tal o cual ventana o puerta. Este servicio
se traduce en unas sutiles, pero claras, incitaciones a adoptar diversas
actitudes. Es con la complicidad de los umbrales que damos ritmo a las
coreografías cotidianas del vivir. Con la proliferación de estancias
articuladas —una-para-cada-función— nuestros ritmos son claramente marcados,
mientras que adoptan un aspecto más “líquido” en los lugares contenedores
inarticulados.
Tránsitos
Podemos
creer que, así como por la ventana entra la luz que permite la lectura, también
a través de ella, entró furtiva la Carta. Antes de la proliferación de
iluminación artificial, las ventanas eran fundamentales para administrar las
condiciones del ambiente interior. En ese entonces, había un lugar propio de la
ventana.
Ilustración 10. Johannes Vermeer (1632-
1675) Joven leyendo una carta junto a una ventana (1658)
Todo
el sentido de habitar un lugar en la tierra se resume en las calidades de la
luz que transita, cansina, por las ventanas. En su tránsito por las ventanas,
la luz se filtra, muda de color, modula su intensidad, revela la presencia de
las cosas, mientras que, a la vez, sume a otras en la penumbra. La luz, en sus
tránsitos, es la energía cómplice de la arquitectura. La luz que entra por una
ventana se merece un lugar propio en la arquitectura del lugar.
Ilustración 11. Vilhelm Hammershøi (1864- 1916)
Motas de polvo danzando en los rayos de
luz (1900)
Por su
parte, el tránsito por las puertas supone conectar dos regiones del mundo o de
la vida. Detenidas en el umbral, las personas dejan su trabajo en el exterior,
para abordar las tareas que les aguardan en el interior. Por más que se pase de
un trabajo a otro, puede celebrarse el tránsito con una sonrisa: los ámbitos
comienzan a acontecer en el umbral de las puertas.
Ilustración 12. Anna Bilińska-Bohdanowicz Mujer bretona en el umbral (1889)
Ilustración 13. Judith Gautier (1845- 1917) El Japón
(p. 16) (s/f)
Una
puerta torii, en Japón, separa y une a la vez dos territorios con una radical
diferencia de carácter: de un lado, lo profano, del otro, lo sagrado. Es una
puerta —no podría ser de otra manera— la que señala el tránsito trascendente de
una dimensión a otra.
Ilustración 14. Nicolay Bogdanov-Belsky (1868-
1945) En la puerta de la escuela
(1897)
Traspasar
una puerta también significa, en ocasiones, acceder a la integración de un
grupo. Los lugares no se reducen, por cierto, a meros sitios físicos; son
también sociales. ¿Estarán todas las puertas dispuestas para dar la bienvenida
a nuevos integrantes de nuestros grupos? También hay puertas para excluirlos.
Ilustración 15. Fritz Beinke (1842- 1906) Los
fugitivos (1906)
Las
ventanas, por su parte, no se conciben normalmente para transitar por ellas. Es
por eso que son los lugares de fuga e intromisión por excelencia. Una ventana
es, en cierta forma, siempre una promesa de liberación.
Lugares umbrales
A los
jóvenes les atraen especialmente los umbrales. Allí hacen sus lugares a los que
acuden una y otra vez. Quizá porque sea en los umbrales donde se aprende más.
¿Tenemos los arquitectos el suficiente cuidado en nuestros diseños para que lo
vivan gozosamente los niños y adolescentes?
Ilustración 16. Petrona Viera (1895-1960) Niñas (s/f)
Ilustración 17. Giuseppe Crespi (1665- 1747) La
sirvienta de la cocina (1712)
Los
umbrales son importantes también en su ausencia. El agobio del confinamiento y
el trabajo penoso se magnifica por la reducción de una ventana a un mísero
recurso de iluminación.
Ilustración 18. Els Rijerse (s/d) Estatua en
honor a las prostitutas en Ámsterdam (2007)
Ilustración 19. Robert Völker (1854- 1924) Hermosa vista (1924)
Los
umbrales, una vez que se enriquecen con respecto a su mera condición de
elemento constructivo, abren plaza a lugares de una especial constitución. Se
configuran, en esos casos, los lugares umbrales.
Un
lugar umbral es un lugar de conexión de dos ámbitos; como lugar que es,
constituye un sitio físico que puede poblarse con una presencia habitable de
condiciones ricas en ambigüedades. Se existe en la transición de dos ámbitos,
se da una demora en los cambios de actitud, así como se da una parada o
detención en un lugar que, por otro lado, promueve el tránsito.
Poética de los umbrales
Los
umbrales deberían ser destinatarios de una atenta sensibilidad por parte del
arquitecto. El desarrollo en el tiempo de la forma arquitectónica vivida está
ritmado por el atravesamiento de diversos umbrales, cada uno de ellos especial
a su manera. Pueden tener el espesor de apenas una hoja de puerta hasta constituir
un pleno lugar acondicionado. Gran parte de la poética arquitectónica es una
poética de los umbrales.
Ilustración 20. Émile Claus (1849- 1924) El viejo jardinero (1885)
El
pulso constante de las vibraciones de la vida pasa por los lugares umbrales.
Seguramente, un indicio elocuente de nuestra calidad de vida cotidiana radica
en los sentidos que confiramos a su constante atravesamiento y también por
ciertas estancias en ellos.
Ilustración 21. Adriano Cecioni (1836- 1886) Las bordadoras (1866)
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