Habitaciones elementales (IV): Tierra

John Atkinson Grimshaw (1836 – 1893) Oro otoñal (1880)

Creemos que es posible fijar, en el reino de la imaginación, una ley de los cuatro elementos que clasifique las diversas imaginaciones materiales según se vinculen al fuego, al aire, al agua o a la tierra.
Gaston Bachelard, 1942

Habitar la tierra es situarse en un paraje bajo el sol.
Hollar la tierra en situación de establecimiento es, entonces, poblar una circunstancia, marcar un aquí en el palimpsesto del mundo. Es el primordial gesto del poder: detentar un aquí es proyectar una soberanía, es transformar un lugar en un territorio. La tierra es el lugar allí donde tiene lugar la raíz del establecerse. La tierra, de un modo especial es un componente peculiar de la economía política del habitar y constituye un bien singular en su comportamiento. En su seño yacen tanto a los antepasados como los tesoros.

Mientras que las ensoñaciones del fuego, el aire y el agua se manifiestan ilusorias y evanescentes, es en la tierra en donde aguardan las certezas ominosas de la cruda vigilia: carecer de todo lugar aunque más no fuera para otra cosa que yacer muerto, es la consigna del miedo más primitivo de pobreza.

Recomenzar todos los días

Albrecht Dürer (1471- 1528) San Jorge en su caballo (1508)

Hay días que recomienzo con todo el convencimiento del que soy capaz, he dicho, pero cada día me cuesta un poco más.
Hay días —he de confesarlo— que apenas me mueve la obstinación, he dicho, pero a veces es la pura inercia del hábito pernicioso de la escritura o, mejor dicho, grafomanía.
Hay días felices en donde encuentro nuevos puntos en el horizonte, he dicho, pero también es cierto que veo menos y debería consultar no sólo con el oftalmólogo.
Hay días que repaso los antiguos errores y los sustituyo con nuevos, he dicho y persisto en estratificar renovadas equivocaciones, sin dar en el clavo.

¿Hasta cuándo podré recomenzar todos los días? 

Perplejidad

Procuratie Vecchie, Venecia


¿Qué es lo que hace que la repetición implacable del mismo arco —cincuenta veces en planta baja y el doble en las altas— no resulte monótona, sino elegante y adecuada?

Lo que aprendemos de los cuadros: Antonello da Messina


Antonello da Messina (1430- 1479) San Jerónimo en su estudio (1475)

En otro lugar he dicho que hay cuadros que son verdaderos ensayos teóricos. Este es un tratado sobre una doble condición de la arquitectura: una constitución tectónica exterior que lleva en su seno una contextura más sutil y próxima a la experiencia táctil del cuerpo. ¿Puede creerse en la pura imaginería pictórica o en una singular perspicacia?


Indicios

Carroll Jones III (1944- ) Escena americana (s/d)


No sé por qué me gustan tanto estas fotografías que consiguen concentrarse en los elementos esenciales para contar mucho con apenas los indicios imprescindibles.

Habitaciones elementales (III): Agua

Edgard Degas (1834- 1917) Mujer en una bañera (1883)

Creemos que es posible fijar, en el reino de la imaginación, una ley de los cuatro elementos que clasifique las diversas imaginaciones materiales según se vinculen al fuego, al aire, al agua o a la tierra.
Gaston Bachelard, 1942

El agua y la vida no suelen proliferar mucho una lejos de la otra.
Pero es el trato íntimo y simbólico de las personas con el agua lo que signa de un modo especial los lugares habitados. Concomitante con la ablución ritual está la entrevisión propia en el reflejo de la superficie: Narciso se reconoce a sí mismo en la circunstancia del lugar y quizá esta instancia es el Conocimiento fundamental que nos hace tener efectivo lugar. Pero cabe considerar antes la vivencia profunda del contacto de la piel con el agua, percepción precursora de toda otra experiencia cognoscitiva  del cuerpo en el lugar. Hay que recordar toda esa ancestral experiencia de flotar al amparo de la matriz, que nos instruye nuestro prolongado desarrollo prenatal. Nuestra piel ha conocido antes el agua que las agradables brisas de la atmósfera.
Quizá sea todo esto algo que ver con que al agua, cuando volvemos, siempre lo hacemos de un modo primitivamente placentero.

Por ello, acaso no haya refinamiento más consumado que flotar, plácidos, aligerados de peso y confiados en un agua a la que podemos siempre considerar, a justo título, sagrada.

Acerca del compromiso ético-arquitectónico humanista

Santiago Rusiñol  (1861–1931) Lluvia veraniega (1891)

El compromiso ético-arquitectónico con la condición humana supone una triple determinación.
En primer lugar, el todo artefacto y toda acción profesional arquitectónica tienen su sentido último y fundamental en la comprensión profunda y cabal de la vida humana que allí tendrá lugar. Comprender significa a la vez conocer, respetar y obligarse con la condición humana.
También el compromiso humanista tiene un importante aspecto de amparo, de contención, de cuidado. La vida humana, en todas sus peripecias, debe ser protegida en el más amplio sentido de la expresión.
Pero aún resta un aspecto más profundo: la vida humana, en su efusión más auténtica, debe ser alentada por la acción arquitectónica. La buena vida genuina y sana debe ser promovida activamente por las condiciones psicológico-ambientales producidas por el lugar soñado, proyectado y efectivamente construido.

La deontología arquitectónica, en este sentido, trasciende las determinaciones del hecho construido para comprender, amparar y alentar la propia habitación.

La cuota justa de luz

Palacio Pitti, Florencia


La medida justa de luz es la que permite que digan lo suyo las penumbras y las sombras.

Lo que aprendemos de los cuadros: Alfred Stevens

Alfred Stevens (1823- 1906) El baño


Mucho han abundado los artistas en las escenas de baño, pobladas con agrado por bellas mujeres. Pero este cuadro, en particular, me ha resultado especialmente revelador en torno al papel del agua en el confort habitable.

Habitar el atravesamiento de los umbrales

Félix Vallotton  (1865–1925) Interior con mujer en rojo (1903)

El atravesamiento de umbrales tiene una cualidad fundamental para cualquier gesto arquitectónico concebible.
Es que toda arquitectura comienza por diferenciar, oponer y articular Uno y Otro Lugar. El umbral sucede mediante la constitución efectiva de un pasaje que, a la vez, une y separa Uno y Otro Lugar.
El atravesamiento de este pasaje se vive como una transformación, ya que, si bien conservamos nuestra identidad, cambia nuestro estado; tenemos lugar, nos hacemos nuestro lugar tanto en Uno como en Otro Lugar. Nada hay más de cabal promenade architecturale que una secuencia alineada de umbrales que van dejando el mundo exterior para adentrarse en la intimidad de una alcoba bien dispuesta.
Cada umbral tiene su peculiar conformación arquitectónica: hay umbrales concisos y expeditivos para simplemente irrumpir o escapar, mientras que hay hondos vestíbulos o airosas galerías donde constituir graduadas transiciones. Las miserias del Existenzminimum han confinado a las más significativas de estas transiciones cotidianas al mero expediente de escuetos y furtivos corredores, privados tanto de dimensiones así como de significación propiamente arquitectónica.

En cosas así nuestra vida corriente se pierde la oportunidad de revelar, en cada paso que atraviesa cada umbral, que este gesto elemental supone una revelación, remite siempre a la adquisición de una siempre nueva sabiduría. Y así la vida cotidiana se nos vuelve, día tras día, tenue, distraída e insignificante.

Habitaciones elementales (II): Aire

Frederic Leighton (1830- 1896) El jardín de una posada en Capri (1856)

Creemos que es posible fijar, en el reino de la imaginación, una ley de los cuatro elementos que clasifique las diversas imaginaciones materiales según se vinculen al fuego, al aire, al agua o a la tierra.
Gaston Bachelard, 1942

Un lugar, desde el punto de vista vital, comienza por ser un ámbito respirable y quizá sea la dimensión osmotópica, que orienta al perceptor mediante la alternancia de fragancias, la más primitiva forma de experimentarlo. No es pecar de excesiva especulación que en la almendra recóndita de todo deseo auténtico de habitar resida un aroma que ansiamos respirar.
Por ello, un poeta como don Pablo Neruda comienza por construir su casa del siguiente modo:
Yo construí la casa.

La hice primero de aire.
Luego subí en el aire la bandera
y la dejé colgada
del firmamento, de la estrella, de
la claridad y de la oscuridad.
...

Es que el deseo de habitar un lugar, es un anhelo de aire, un sueño de atmósfera, una inspiración, un soplo. La arquitectura comienza en un estado leve, evanescente, sutil. Que la piedra, el ladrillo, la madera o el metal no mitiguen esa condición primera y esencial; tal la consigna de aquellos que deberemos esforzarnos por una arquitectura tanto vivida como deseada.

Acerca del compromiso ético-arquitectónico con la finalidad

Albert Chevallier Tayler (1862- 1925) El consejo de las tres (s/f)

El saber arquitectónico tiene objeto propio y diferencial situado más allá del artefacto construido: conocer en profundidad y simpatía el efecto en la vida humana que allí tiene amparo es el verdadero e implacable horizonte. Por ello, la Teoría del Habitar constituye un intento necesario para asediar una materia específica y acuciante.
Por su parte, toda acción arquitectónica que aspire a su plena consumación social tiene en la finalidad habitable un cabal fin en sí mismo. Fin para el cual todo el saber técnico y profesional, así como todo desvelo del esfuerzo tiene allí una meta definida y trascendente.
En definitiva, no hay demostración más estimable del verdadero talento arquitectónico, cuando las virtudes de todo lo conocido, lo actuado y lo realizado se verifican con el pulso de la vida.

Por ello, el habitar constituye un horizonte finalista para la arquitectura: porque es  hacia allí donde convergen todos los saberes, los esfuerzos y los talentos.

Habitar la marcha

Thomas Fearnley (1802- 1842) Paisaje con caminante (1830)

Para los teóricos del Movimiento Moderno de comienzos del siglo XX, deambular se reducía a un puro circular, esto es, apenas un desplazarse de una estancia a otra. Sin embargo, la habitación de la marcha es un modo muy primitivo de habitar un espacio-tiempo.
Es que en el mundo, ante todo, se nos han abierto para siempre sendas, desfiladeros, intersticios practicables en donde poblar consiste, de un modo fundamental,  en vencer una distancia en un tiempo vivido. Antes de poder detenerse en un enclave y constituir una estancia, es preciso llegar allí.
Es marchando que se constituyen las sendas: se abre el espacio de un modo heideggariano, aviándolo, viviendo el tiempo en el cambio de lugar. Negamos el punto de partida mediante el asedio al punto impropio en el horizonte. Y lo que sucede es el camino.
Nuestro actual hábito sedentario y recurrente nos oculta que el conjunto de sendas que efectivamente hemos recorrido constituye el intrincado laberinto que denominamos, en forma concisa, vida o peripecia personal. Laberinto que, si observamos bien, asombra por los largos rodeos que hemos dado antes de dar con esos lugares especiales de cruce en lo que atisbamos, aquí y allá, una felicidad como virtuosa discontinuidad en afanosas búsqueda de quién sabe qué cosas del más diverso carácter.

Porque marchar, gesto antiguo y fundamental, tiene que ver tanto con dejar atrás el olvido, la memoria y la muerte, así como también poner todo por delante aquello que sobrevendrá tras el horizonte: el esforzado desocultamiento de las cosas.

Habitaciones elementales (I) Fuego

Antonio Cortina Farinós  (1841–1890) El descanso de la modelo (1890)

Creemos que es posible fijar, en el reino de la imaginación, una ley de los cuatro elementos que clasifique las diversas imaginaciones materiales según se vinculen al fuego, al aire, al agua o a la tierra.
Gaston Bachelard, 1942

Ya en el mito de Hestia se emparentan la arquitectura, la mujer y el fuego.
Desde ya hace mucho, entonces, el cuidado sacrificial del fuego constituye un centro recóndito de lo doméstico, de aquello que no por casualidad llamamos hogareño. Habitar el fuego es volver, en el espacio y en el tiempo a una confortable cavidad que ampara la pasión de vivir.

Y es que habitar, cabe la imaginación ancestral del fuego, consiste en volver, siempre volver, allí en donde se custodia el hogar, la mujer y el fuego: allí donde cierto fundamento de la vida tiene efectivo lugar.

Sobre compromisos: (III) El carácter social

Alexandre Calame  (1810–1864) Chalets en Rigi (1861)

Adolf Loos argumentaba que la arquitectura no es un arte, ya que no es asunto privado de un artista.
El argumento, a mi juicio, tiene una cuota de verdad acompañada con otra de error. Con el razonamiento no podemos negarle a la arquitectura el carácter de arte, pero, sin duda, hay que admitir que la arquitectura no es asunto privado de un artista. La arquitectura es asunto social, porque es social la relación que entablan las personas con los lugares que habitan. Este carácter social impregna los modos en que las realidades arquitectónicas se conciben, se demandan, se proyectan, se diseñan, se construyen y, sobre todo, se implementan.

La Teoría del Habitar, en sus señalamientos éticos, incluye necesariamente un compromiso con el carácter social del ejercicio de la arquitectura.

Fascinaciones

Teatro Alla Scala, Milán


Nada iguala la magia de estos amados lugares en donde pasamos de un mundo a otro, nos apoltronamos cómodos, nos elevamos en ánimo y espíritu hasta el glorioso cielorraso y luego... volvemos a nuestras ocupaciones convenientemente aligerados de los pesares de la vida corriente.

Lo que aprendemos de los cuadros: Friedrich

Caspar David Friedrich (1774- 1840) El monje frente al mar (1810)


Hay —quiero creerlo, al menos— una cierta virtud heurística al reducir una situación fenomenológicamente compleja y circunstanciada hasta una escena simple y depurada, que somete las cosas y su orden a su esencia

Habitar una estancia

Anna Ancher  (1859–1935) Contemplando el trabajo del día (1883)

Tras su aparente y cotidiana simplicidad, la habitación de una estancia supone un conjunto complejo de constituciones existenciales.
Al poblar una habitación, en efecto, se comienza por constituir centros o ejes que ordenan la composición de cosas y personas en el lugar. Existen ocasiones en que la marca ostensiva de esta centralidad aparece más acusada en un cierto objeto o en una persona. En la escena que ilustra estos comentarios hay un centro clave en la lámpara, que hace posible que los pintores puedan, a su vez, centrar sus miradas en el cuadro. Los emplazamientos corporales de los artistas cierran y completan la composición, a la vez que le confieren sentido existencial al acontecimiento.
Por otra parte, la habitación de una estancia constituye un estado, esto es, una situación ambiental y emocional que conforma una estructura diferenciada y propia de un emplazamiento aquí-y-ahora. Estar allí cobra un sentido único y diferencial: un estado, un orden de coexistencias y sucesiones de eventos. Es de un modo específico que en la estancia, mediante la constitución de un estado propio, coexistencias y sucesiones tienen efectivo lugar, advienen a su ser efectivo.
Sentar uno sus reales en una habitación también supone la constitución de esferas concéntricas, toda vez que a cada entidad significativa presente su situación implica, necesariamente, la conformación simultánea de un contexto, de una circunstancia, abriendo un abismo de esferas en donde una lámpara se sitúa, concretamente, en el ámbito que ilumina, a la vez que esta esfera iluminada tiene lugar en un marco de penumbras que tiene lugar a su vez entre los cerramientos de la estancia... y así, ordenadamente, hasta los confines del mundo: esferas marcadas siempre por una diferencia esencial y significativa.

Y esta constitución ordenada de esferas significativamente diferenciadas tienen, finalmente, una contextura arquitectónica efectiva al adoptar una forma efectiva y particular de amparos, tal como opera el mantel de la mesa y los cortinados, tal como muros y cubiertas que alojan la escena, así como también hay una arquitectura hecha de miradas y respiraciones taciturnas, a la luz de la lámpara y reposando calmos en la penumbra.

Comentando a Jan Gehl (XIV)

Ángeles Martínez (1953- ) Calle que mira al puerto 2 (s/d)

Si queremos que las ciudades y los edificios se conviertan en lugares atractivos para que las personas los usen, habrá que tratar consistentemente a la escala humana de un modo nuevo. Trabajar con esta escala es la faceta más dificultosa y más sensible de todas las que aparecen en el proceso de planeamiento. Si esta tarea es ignorada o fracasa, la vida urbana nunca tendrá oportunidad de florecer. La extendida práctica de moldear las ciudades desde arriba y desde afuera debe ser reemplazada con nuevos procedimientos que vayan desde abajo y desde adentro, en línea con el siguiente principio: primero la vida, después el espacio y por último los edificios.
Al revés del orden que antiguamente proponía el planeamiento urbano, que priorizaba los edificios, luego el espacio y (a lo mejor) un poco de la vida, trabajar con la dimensión humana requiere que la vida y el espacio sean tomadas como las cuestiones primordiales antes que los edificios.
Jan Gehl, 2010

Muchos nos damos cuenta que en nuestra ciudad hace falta tener en cuenta la escala humana.
Lo difícil es determinar con precisión qué es y cómo se aplica esta escala humana en el diseño arquitectónico y urbano. Por ello parece valiosa la sugerencia de concentrar el foco de la atención disciplinar en la vida humana y cómo es que ésta interactúa en los lugares habitados. Para ello es preciso desplazarse desde la perspectiva demiúrgica del diseñador de edificios para afrontar la propia de un etnólogo de la vida cotidiana. Una mirada que prospecte en su objeto, antes que contentarse con su aspecto superficial e idealizado.

Algunos tendremos que mirar y atender a otros aspectos que los consabidos en arquitectura y urbanismo. Y contar qué es lo que desde allí se ve.

Sobre compromisos: (II) Humanismo

Henri Caïn  (1857–1937) El brindis (s/f)

El ejercicio profesional de una arquitectura que abreve en la ética de la Teoría del Habitar tiene un segundo compromiso fundamental y es con el humanismo en su orientación.
Esto significa que es el hombre, su peripecia y su condición el objeto final de todo desvelo cognoscitivo, práctico y artístico de parte del arquitecto. La obra arquitectónica, como producto es apenas un medio para rendir servicio a su poblador, a la vida que despliega allí y al horizonte superior de expectativas que desde allí se abre.

La obra arquitectónica, entonces, no se circunscribe al artefacto construido, sino que comprende, ampara y alienta la vida humana que tiene allí lugar.