Noticia
sobre el artículo “El oxímoron en
arquitectura”
En la
Red sobreabunda la producción intelectual en tal medida en que se forja en los
navegantes las sensaciones tanto de agobio como de inmediatez. Es mucha la
información, es cierto, pero también es comprobable que los textos y discursos
son apreciados, por lo general, con cierta superficialidad.
Es por
ello que uno celebra la ocasión en que encuentra una ocurrencia que promueve la
reflexión detenida. En este caso, el artículo encontrado es especialmente
valioso. Se trata de “El oxímoron en arquitectura: De los “palacios sociales”
del XIX, al “clasicismo proletario” soviético y las “viviendas monumentales” de
Ricardo Bofill”. Está publicado por José Antonio Blasco en un sitio que, sin
dudarlo, es destacable por su seriedad: Urban
networks. Se encuentra en http://urban-networks.blogspot.com/2015/06/el-oximoron-en-arquitectura-de-los.html
Introducción:
el oxímoron en arquitectura
El
artículo comienza presentando la idea de oxímoron
aplicado al discurso teórico arquitectónico:
Un oxímoron es la reunión de dos nociones con significado
opuesto que, superando la aparente contradicción, pueden generar un tercer
concepto de gran expresividad. El recurso literario anima al lector a rechazar
lo absurdo de la contraposición y a buscar la comprensión del sentido
metafórico de la extraña pareja (por ejemplo, fuego helado, luz oscura,
instante eterno, etc.).
El
valor poético que tiene un oxímoron parece radicar, entonces en que una inicial
contradicción ofrece, en una segunda instancia, un momento crítico del que, en
definitiva, aparece una idea nueva que supone en alguna medida una revisión de
nuestras ideas corrientes. De esta manera, puede entenderse que la luz no
siempre tiene la condición general de revelar lo visible, sino que también
puede tener la facultad de sumir algo en las sombras. Así, se puede reelaborar
nuestras ideas acostumbradas sobre la luz y la percepción visual.
Este
interés por el oxímoron se especifica en la arquitectura, particularmente al
proponer palacios para la gente corriente:
También existe el
oxímoron en la arquitectura. En el campo
residencial, los palacios y las viviendas comunes se encuentran en las
antípodas, compartiendo únicamente su componente habitacional. Por eso, la
reunión de ambas tipologías, tradicionalmente incompatibles, genera la
sorpresa. En el oxímoron, se reúnen lo exclusivo y lo popular, lo monumental
con lo corriente, la grandilocuencia con la humildad, la singularidad con lo
cotidiano.
Aquí
conviene repasar los pares de adjetivos, porque ninguno de ellos tiene el mismo
valor.
En
efecto, la yuxtaposición de lo exclusivo
y lo popular parecen ofrecer en principio una contradicción insalvable. Sin
embargo, describe bastante bien la situación frecuente de nuestros mosaicos
socio urbanos: zonas exclusivas para ricos y regiones también exclusivas para
pobres. Sucede que se suele asimilar más frecuentemente la idea de exclusión o
exclusividad a los sectores pudientes. Pero también los horrendos slums obreros del siglo XIX fueron
“exclusivos” para la población depauperada. También los barrios obreros
desarrollados por algunos industriales de la época son, en este sentido,
exclusivos.
La unión de lo monumental a lo corriente no tiene, en principio, tal grado de aparente contradicción. Para los vecinos de Anafiótica, en Atenas, la presencia de la cercana Acrópolis es tan monumental como corriente. Ya quisieran muchos emplazamientos genuinamente populares contar con una compañía de tal naturaleza en su paisaje. Un monumento, que se concibe en principio como una estructura arquitectónica para recordar no tiene necesariamente que ignorar lo corriente como entidad digna de ser conservada en la memoria histórica. Sucede que solemos pensar en lo excepcional, lo destacado o lo que constituyó un suceso puntual como merecedor de recuerdo. Pero no parece tan descabellado pensar en monumentos de la vida cotidiana. El valor patrimonial de las modestas residencias de la Colonia del Sacramento, del siglo XVIII, radica en su testimonio aún palpitante de unas vidas corrientes.
Residencias populares
del siglo XVIII en Colonia del Sacramento, Uruguay
Las
cosas se ponen realmente difíciles cuando se unen la grandilocuencia con lo
humilde. Sobre todo si se entienden estos términos según la presunción de una
antitética desmesura. Sin embargo, no sería muy aventurado encontrar una “voz”
o “palabra” contundente para lo depurado. Pero esto ni sería
grandilocuente ni humilde si con esto sólo se concibe unión improbable de la
exagerada elocuencia con lo reducido a lo menesteroso. De esta forma, sólo
cabría en este caso reformular el par antagonista en la forma sublime (o noble) sencillez (o depuración).
Una vez que uno lo reajusta, es posible entrever una síntesis superior.
Juntar
lo singular con lo cotidiano, por su parte, no es tarea demasiado esforzada. En
realidad lo problemático es determinar las medidas exactas de singularidad y
cotidianidad de un evento cualquiera. Los objetos singulares en arquitectura,
tan destacados por la literatura especializada, son eventos también cotidianos
en el contexto que los ampara en su ocurrencia. Podría pensarse en que la
hipertrofia del narcisismo profesional arquitectónico es tan recurrente que se
termina volviendo una cotidianidad más. Lo que queda claro, en todo caso, es el
carácter problemático de la calificación ya de singular, ya de cotidiano.
De
todo esto queda que la proposición cuidadosa de un cierto oxímoron tiene, por
lo menos, una relativa fertilidad crítica y conceptual, la que ampara la
eclosión de novedades en el campo teórico-arquitectónico. Así las cosas,
podemos conservar la confianza y la expectativa sobre qué nuevas ideas y conceptos
pueden forjarse con este recurso. Pero antes es oportuno revisar algunas
condiciones de situación y partida de nuestras reflexiones.
Sobre
las ideas que nos sitúan en una perspectiva dada
Es
costumbre que un discurso argumentativo comience por situar tanto al emisor
como al receptor en un emplazamiento común. Esto favorece el intercambio de
ideas mediante el recurso de comenzar el decurso del pensamiento desde un lugar
en donde emisor y receptor comparten algunas imprescindibles certezas. Este artículo
propone iniciar el camino desde aquí:
La Arquitectura (con mayúsculas) nace con vocación de
eternidad, pero la arquitectura (con minúsculas), asume la temporalidad de sus
propuestas. La primera suele verse representada en los grandes edificios monumentales
mientras que la segunda aparece habitualmente en las viviendas comunes.
Este
planteo establece dos proposiciones que —asume su autor— todo receptor podría
compartir. La primera sostiene que existe una actividad que, mediante un
recurso de escritura puede diferenciarse en algo más que un simple matiz: nada
menos que su relación con el tiempo histórico. Esto aparece fundado en que,
mientras que en el lenguaje hablado, los dos términos son indiscernibles, en la
escritura —en el formato propio de la disquisición teórica por excelencia—
aparece una clara oposición: Arquitectura/arquitectura. Tal comportamiento de
los términos hace pensar que, primero, existe una esencial homologación que
puede ser negada en la escritura al señalar una crucial diferencia.
Esta
diferencia proviene de la distinción propia de la antigua Grecia entre dos
oficios: por una parte el arkitecton
—artista calificado para ejecutar edificios públicos— y el oikódomos —artesano constructor de casas—. Con el correr del
tiempo, los conceptos se corrieron semánticamente hacia la oposición arquitectura/construcción. Por otro
lado, José Antonio Blasco comenta: “Los
italianos diferencian entre architettura y edilizia”. Lo que es común a
estas dicotomías es que Arquitectura es
lo que hacen los arquitectos, lo que sólo en principio parece una obviedad.
Puede
pensarse que, a lo largo de la historia se ha constituido una suerte de sentido
común en torno a una diferencia constante que puede tabularse del siguiente
modo:
arkitecton
|
oikódomos
|
architettura
|
edilizia
|
arquitectura
|
construcción
|
Arquitectura
|
arquitectura
|
A esta
última oposición le corresponde otra, que oficia como argumento:
“eternidad”
o persistencia en el tiempo
|
temporalidad
|
Esta
diferencia aparece correlativa, en el
artículo que estamos examinando, con las siguientes:
exclusivo
|
popular
|
monumental
|
corriente
|
grandilocuente
|
humilde
|
singular
|
cotidiano
|
Grandes
edificios (públicos)
|
Viviendas
comunes
|
Esta
última dicotomía constituye el eje principal en donde se desarrolla el
artículo: Los grandes edificios públicos guardan una especial relación con el
tiempo histórico y son concebidos, construidos e implementados para perdurar en
largos períodos de tiempo. Esta caracterización se extiende a los palacios
aristocráticos. Los grandes edificios y los palacios operan como lo elementos
primarios de los que hablaba, en su momento, Aldo Rossi.
Los grandes edificios
públicos desafían el tiempo. Concebidos para ser
testimonio de los logros de la sociedad que los levanta, reúnen los requisitos
para conseguir esa ilimitada travesía. Su creación es muy elaborada, cuentan
con presupuestos elevados, sus materiales son de calidad, su papel en la identidad
de una sociedad es muy relevante, y su
multifuncionalidad, tanto propia (con grandes espacios adaptables) como urbana
(gracias a que su valor icónico que supera el del uso particular) abre muchas
posibilidades para afrontar los inevitables cambios del porvenir. Esto, que
caracteriza a los edificios públicos, es en gran medida trasladable a las
residencias históricas de las clases sociales elevadas, particularmente a las
villas o a los palacios urbanos de la aristocracia. En general, los “elementos
primarios”, como los definió Aldo Rossi, cuentan con una admirable capacidad de
transformación, que hace que sean capaces de atravesar los siglos con relativa
facilidad.
A
estos edificios de calidad material y simbólica, de papel destacado en la vida
social, así como portadores de funciones sobresalientes en la vida de las
ciudades, se oponen las viviendas comunes. Estas producciones —populares,
corrientes, humildes, cotidianas— se someten a las circunstancias cambiantes
del tiempo. Carecen en general de elaboración de diseño, tienen una calidad
material relativamente endeble y, por ello, constituyen en conjunto un fondo
del que se recortan las figuras de los “elementos primarios”.
Porque las
viviendas comunes parten de unas circunstancias muy diferentes. Las viviendas
no han recibido esos dones que permiten navegar por el tiempo. Realmente, la
inmensa mayoría de los edificios habitacionales “normales” que pueblan nuestras
ciudades son recientes. Esto sucede incluso en los centros históricos, donde
las viejas residencias obsoletas han sido sustituidas por otras más modernas
(aunque en ocasiones muestren un “aspecto” antiguo). Esta obligada adaptación a
los tiempos cambiantes se produce por diversas razones. Por una parte, porque
son tipologías muy vinculadas a los modos de vida de la mayoría de la sociedad,
que evolucionan con cierta rapidez y exigen transformaciones funcionales y
tecnológicas que muchas veces resultan imposibles de aplicar (en parte, por la
escala de sus espacios y fachadas o por su tecnología, que ofrecen dificultades
de ajuste). También porque la gran masa social no dispone de los recursos
necesarios para afrontar unas construcciones de coste elevado y , en
consecuencia, las viviendas se encuentran sometidas a presupuestos económicos
modestos que obligan a trabajar con materiales más humildes, que acaban
mostrándose “perecederos”. La vivienda estándar, en muchas ocasiones, ha nacido
como solución de emergencia, en unas condiciones poco favorables que la han
llevado a sufrir dramáticamente las consecuencias del paso del tiempo. En
definitiva, las viviendas de las clases medias y bajas son ajenas a los
esplendorosos palacios de la nobleza o la alta burguesía.
Se
reconoce en el artículo que las viviendas corrientes constituyen un valioso “rumor de fondo” que se reputa capital
para una “imagen de base” de la
ciudad.
En
definitiva, el artículo construye su argumentación sobre la base de un
propuesto sentido común, que concibe a la actividad arquitectónica atravesada
internamente por la dicotomía Arquitectura/arquitectura. A partir de esta
disyunción se construyen oposiciones en los contenidos del modo que se
distribuyen lo grandilocuente, exclusivo, monumental, singular, propio de los
grandes edificios que constituyen “elementos primarios”, por oposición a la
trama general de viviendas comunes, signadas por su carácter cotidiano,
corriente, popular y, necesariamente,
humilde.
El
examen de ciertos ejemplos y un significativo silencio
…cuando se reunieron estos dos mundos que,
tradicionalmente, se han mantenido separados (palacio y vivienda) se produciría
un cruce sorpresivo que generaría el oxímoron
Así
que se estudiará en el artículo de referencia qué resulta de concebir,
conjuntamente, un palacio de viviendas
populares. De allí que se examinen tres ejemplos históricos: los “palacios
sociales” propios del socialismo utópico del siglo XIX, las realizaciones del
llamado “clasicismo proletario” en los primeros tiempos de la revolución Rusa
de 1917 y, por último…las “viviendas monumentales” de Ricardo Bofill.
La
ilustración de estos ejemplos es singularmente prolija y merece que se le
dedique una lectura atenta y sensible. Para ello está el propio artículo. Aquí
me detendré en ciertos aspectos que el texto de referencia no trata. De lo que
se trata es de establecer un significativo contexto histórico para unos
diferentes conceptos de morada popular.
Los
socialistas utópicos se lanzaron a imaginar arquitectónicamente un nuevo orden
social, animados por una reflexión crítica sobre el estado de las cosas en su
siglo. La concepción de un nuevo modo de vivir toma forma tanto de la crítica
social como de aquello que la época concebía como arquitectura. Por ello, el
oxímoron de un “palacio social”, en este caso, se resuelve desde una
especulación filosófica a la que se le confiere una forma arquitectónica
disponible entonces en unas ciertas condiciones sociales y culturales.
Los
socialistas utópicos poco podrían saber acerca de las formas adecuadas de la
habitación obrera, pero tenían claro como no
debían ser.
Algunos
arquitectos historicistas encontraron en el alojamiento popular en los albores
de la revolución de Octubre una oportunidad para ejercer su profesión como
sabían: vistiendo los más diversos programas habitables con un ropaje clásico.
Las escuelas de arquitectura de la época enseñaban las mañas de esta manera de
concebir el oficio. A poco de entender que los tiempos no daban para ejercicios
de historicismo, la dura realidad económica condujo a que tal modelo de
producción cayera por su peso: a nuevas condiciones socioeconómicas
corresponden nuevos métodos constructivos y, de allí, nuevas formas de
expresión. Lamentablemente, a las desesperantes condiciones sociales por el
alojamiento se sumó una nueva lógica productiva de matriz industrialista, en
donde la investigación formal y simbólica se resignó a la menesterosidad.
Por
fin, se trata el caso de la arquitectura de las “viviendas monumentales” de Ricardo
Bofill, realizadas en pleno tardocapitalismo. En este caso se dispone de
medios, mercado y tecnología para ofrecer vastas y grandilocuentes
escenografías que, mientras que evocan las arquitecturas “clásicas” en su
público consumidor, ofrecen a los críticos ilustrados una cuota de ironía con
la que se vuelve posible tomar distancia de la calificación contundente de
“elegante” kitsch. Todo muy convincente y posmoderno, dado la moda del tiempo.
Cabe preguntarse si la tecnología disponible resistirá y con qué éxito, las
sevicias del tiempo.
Son
tres ejemplos de ejercicio de propuesta arquitectónica en pos de una forma
factible para la vivienda común. Sus circunstancias históricas son diversas y
sus resultados sólo guardan unas aparentes analogías. El contenido es
diferente, las condiciones sociales y culturales de producción son diferentes.
Por
otra parte, se guarda en el artículo que estamos analizando un silencio sobre
el caso de los conjuntos residenciales obreros en Viena, hacia 1930, del cual
es ejemplo emblemático el Karl Marx Hof. En este caso, no se trata de
especulaciones teóricas, ni de revestimientos historicistas, ni, mucho menos,
de escenografías postmodernas. Se trata de una tentativa de ofrecer lugares para la habitación popular en
una forma arquitectónica adecuada a su tiempo, digna de sus ocupantes y, sobre
todas las cosas, decorosa.
¿Cuáles
son las formas arquitectónicas propias de las moradas populares?
Para
responder a esta pregunta —que es la que surge de mi lectura del artículo de
referencia— es necesario revisar algunos puntos teóricos. Se trata aquí de
cuestionar el sentido común propuesto.
Hay
que empezar por analizar críticamente la presunta obviedad que afirma que Arquitectura es lo que hacen los arquitectos.
En realidad, los arquitectos son profesionales que realizan un servicio social
en respuesta a las demandas sociales de lugares para habitar. Lo que define
positiva y sustancialmente la arquitectura es, por ende, la demanda social de
lugares para habitar y no el mero ejercicio de un grupo profesional
especializado.
Por
ello, la arquitectura (o la Arquitectura) es
una sola, más allá que la división social en clases diferencie sus
demandas. Existe una diferencia esencialmente política entre las demandas de lugares
para habitar de naturaleza pública y las demandas de lugares para habitar de
promoción y uso privados. También es cierto que existen diferencias de
naturaleza económica y social, según la estratificación socioeconómica. Desde
este punto de vista, la dicotomía Arquitectura/arquitectura no es más que una
ideológica división clasista en el seno de una actividad social de producción.
La
arquitectura de los lugares de habitación popular es más que un “rumor de
fondo”: su calidad material y simbólica es el signo ciudadano inequívoco de su
verdadera prosperidad y justicia social imperante. Puede pensarse que una
sociedad justa quizá no abunde necesariamente en destacables monumentos
destinados a la posteridad, pero, seguramente, contará con lugares en que viva
su pueblo en forma adecuada, digna y será una arquitectura corriente y decorosa. Y si el pueblo consigue vivir en formas
arquitectónicas de esta naturaleza, habrá de persistir en el tiempo, tanto como
perduren estas condiciones favorables. Porque las formas arquitectónicas no se
sustentan en sí, ni en el interior crítico de la disciplina, sino en las
condiciones sociales, culturales y económicas que son su contenido.
Pensar
en un palacio de viviendas populares se vuelve productivo sólo cuando se
construye un proceso intelectual de depuración crítica del oxímoron originario.
Un
palacio es una residencia sólo en atención a una muy primaria determinación
funcional: un palacio aristocrático es una instalación material y simbólica
propia de una sociedad que tiene a algunos pocos como sus mejores y al que le reserva, en exclusividad, un marco de
habitación y representación social que se reputa, en las creencias dominantes,
como el mejor de los posibles, dadas
ciertas condiciones materiales, sociales, culturales y tecnológicas. Un
palacio, entonces, no es una forma necesaria, sino contingente, no es ni un
ropaje, ni una escenografía. Un palacio es una forma sublimada de la arquitectura reservada para unos pocos y felices.
Una
residencia popular no se reduce a una vivienda humilde: también está
constituida por una realidad material tanto como simbólica. Aparece reservada
en exclusividad a todos aquellos que “no son los mejores”, pero que son
protagonistas masivos del tono general de las ciudades. La arquitectura de las
residencias populares obedece a las condiciones materiales, sociales,
culturales y tecnológicas que una sociedad destina a sus mayorías. La forma de
la arquitectura apropiada por y para el
pueblo…es una forma que los arquitectos de una sociedad justa habrán de descubrir en su propia adecuación,
dignidad y decoro. Quizá no sean ciertamente palacios, pero no estarán necesariamente
condenadas a la menesterosidad material y simbólica; en todo caso serán formas
también sublimadas de la arquitectura dispuestas por y para las amplias mayorías.
Interesante perspectiva sobre el oximorón en la arquitectura moderna.
ResponderBorrarMuchas gracias por su interés. Aguardo con expectativa todo aporte que le promueva el material publicado.
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