Christian Coigny
(1946)
Toda
vez que una cierta reunión de cosas obtiene el logro de ser registrada por una
obra artística, se vuelve merecedora de la dudosa caracterización de naturaleza muerta.
Esto,
desde el punto de vista poético, puede considerarse deshonroso: las cosas, en
su mutua implicación con las personas que pueblan los lugares son, en verdad,
naturalezas vivientes. Es por esta condición que pueden conmovernos cuando
yacen desamparadas en la imagen. Un cartón parcialmente desenrollado en el piso
conserva la impronta del gesto de quien allí lo situara en su momento. Un
escobillón recostado contra una pared apenas si descansa de las fatigas de la
labor que ha limpiado el suelo de la escena. Los taburetes aguardan con ansia
indisimulada que en ellos se posen las modelos.
Mucha
naturaleza, por cierto, pero todo menos muerta, sino repleta de vida taciturna.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario