Plaza de
Oriente, Madrid
Para tratar de determinar cuán
óptimos eran los asientos de un lugar, se desarrolló una escala de cuatro
puntos, en combinación con un estudio de 1990 sobre la calidad urbana en el
centro de Estocolmo. De modo resumido, se puede afirmar que los requerimientos
generales que hacen a la calidad de un buen sitio para sentarse son: un
microclima agradable, una correcta ubicación, preferentemente cerca de un
borde, con la espalda contra la pared, vistas interesantes, un bajo nivel de
ruido que permita la conversación y la ausencia de polución. Las vistas son muy
importantes. Si hay atracciones especiales, como ser espejos de agua, árboles,
plantas, espacios que no se extienden al infinito, buena arquitectura y obras
de arte, el individuo querrá verlas. Al mismo tiempo, pretenderá observar la
gente y las interacciones que se dan en el espacio que lo rodea.
Jan
Gehl, 2010
El
necesario buen sentido en diseño urbano debe considerar la provisión de lugares
dotados, en principio, de un amparo,
un pliegue, un reparo ambiental imprescindible. No es mucho, en principio, pero
lo cierto es que no abunda en nuestras ciudades.
La
segunda condición fundamental radica en la conveniente locación, esto es, situaciones accesibles, sociópetas (atractivas
para la interacción social) y convenientemente dimensionadas en su aforo óptimo
(distante tanto del agobio de la aglomeración como del vacío de presencia
humana).
Un
tercer requisito lo implica el adecuado acondicionamiento
psicoambiental, que suponga unas condiciones aptas para la interacción
perceptiva y comunicativa entre las personas.
El
último, pero no por ello menos importante de los factores es la disposición un
digno y decoroso motivo de atención,
un factor que concite la reacción de agrado y aprobación que vuelva deseable la
estancia de las personas allí.
Enumeradas
de tal manera, no parece, en principio, muy complejo el cumplimiento de estas
cuatro condiciones, pero lo cierto y doloroso es qué escasa es su consecución
en la mayoría de los enclaves urbanos en que vivimos. Quizá por ello, cuando
nuestros viajes son afortunados y damos con algunos emplazamientos logrados,
nuestra memoria afectiva guarda hondo su recuerdo.