Once años


Albrecht Dürer Cabeza de un apóstol (1508)

Como desde aquel entonces, solitario, cabizbajo y meditabundo.

El texto fotográfico


Christian Coigny (1946)

La música callada,
la soledad sonora
San Juan de la Cruz

Entre los años 1959 y1967, el compositor catalán Frederic Mompou compuso su Música callada.
En esta fotografía hay una virtud que opera haciendo irresistible la asociación de ideas. Algo ya ha sucedido y lo que resta es silencio. El umbral de la puerta es la instancia clave, mientras que los objetos, impávidos, son hitos en la retirada irreversible del acontecimiento. La luz se detiene, escrupulosa, sobre los pormenores de las formas, para que quede todo verazmente consignado y cada cosa pueble el lugar que le corresponde.
Hay en la escena una sonora soledad, ahora que todo ha acontecido. La imagen fotográfica es el texto de un concluyente punto final.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (XIV)


Christy Lee Rogers

Una poética arquitectónica humanista no debe olvidar nunca que los lugares habitados son, ante todo, regiones respirables.
Estas regiones respirables son a las que volvemos una y otra vez atraídos por las fragancias entrañables de la vida. Es preciso promover, amparar y cultivar con método y sensibilidad tales aromas. Para que nos complazca recaer en nuestros lugares y circunstancias.
La dimensión osmotópica de la vida es una magnitud discreta, elegante y a la vez, primitiva que informa de las virtudes vivideras de un lugar.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (XIII)


Dave Anderson (1970)

No alcanzan, ciertamente, las dimensiones de mero buen sentido. También es preciso considerar las magnitudes de la magia.
La luz merece ser objeto, por cierto, de una cuidadosa administración, pero también es indiscutible su valor como exhorto fascinante. Por obra de la radiación luminosa, por los juegos de las penumbras y por labor de las sombras, la arquitectura seduce en la dimensión que le es más propia. Una arquitectura humanista no debe resignar la dimensión superior de la magia. Las personas la merecen


Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (XII)


Alec Soth (1969)

Hay arquitecturas geométricamente rigurosas, así como inclementes en una verificable frialdad, física cuanto simbólica.
Una poética arquitectónica humanista se desvela por una consecución de productos que se juzgan ante todo y en principio con la piel. Por ello relega todo aspecto que haga soslayar esta consideración. Abrigar y guardar los cuerpos al reparo de los extremos térmicos es el punto de partida y la medida final fundamental de las virtudes arquitectónicas.
Porque el juicio de la piel apenas estremecida es determinante para una arquitectura puesta al servicio de las personas.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (XI)


Mike Brodie (1985)

Vivimos en una honda caja de resonancia de la música de la existencia.
El lugar oye tanto como nuestro ser y se prodiga en ritmos, armonías y melodías tanto como lo hace nuestro cuerpo palpitante de vida. Por ello es imperioso temperar tanto los instrumentos cuanto con los ámbitos en donde suceden los sonidos. Por ello es preciso completar mediante la arquitectura el escenario de todas las inspiraciones y todas las efusiones. Por ello es obligada la consideración del lugar como ámbito sonoro que registra los pulsos de la respiración social.
La arquitectura humanista es, literalmente, aquella que promueve, procura y dobla los cantos a la vida.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (X)


Jake Borden

Así como en el horizonte miramos hacia adelante, hacia lo que vendrá, recíprocamente dejamos a la espalda la vida ya vivida. Y perseveramos recordándola.
Una arquitectura humanista debe prodigarse en los lugares de memoria, en las zonas de reserva y en los tesoros de la evocación. Las cosas de vivir, atesoradas en el espacio tanto como en el tiempo, conservan, en su reunión, en sus mutuas relaciones y en su composición significativa, la constitución de una arquitectura efectivamente vivida que es preciso amparar del olvido y el abandono.
Persistimos en nuestro ser mientras conservamos la facultad de conferir sentido al orden de nuestras cosas.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (IX)


Jindrich Štreit (1946)

En un sentido existencial, las personas habitamos un horizonte. Y en este horizonte hay, adelante, un punto singular, que es el lugar de lo que vendrá.
La arquitectura humanista se compromete con el amparo de tal horizonte. Es preciso que siempre tengamos el mundo organizado según la línea que separa las cosas de la tierra de las del cielo. Es preciso modular cercanías y lejanías, advenimientos y fatigas, sembrados y cosechas. El lugar de las personas siempre comprende uno y otro lado, porque habitamos su región fronteriza.
La poética arquitectónica es una poética de oteros, terrazas y amplios balcones vueltos a lo que vendrá.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (VIII)


Mike Brodie (1985)

Vivimos tiempos en que la baratura comercial de las cosas abomina de la gloria del trabajo implementado en ellas.
El trabajo y su valor están en cuestión: el primero entendido como penuria y el segundo con su mísera asunción como costo. Las cosas se quieren fáciles, baratas y desechables.
Pero una poética arquitectónica humanista reacciona vivamente contra esta ideología dominante. Los lugares del hombre se consiguen sólo con esfuerzo peculiarmente valioso de las personas, que aportan la imprescindible cuota de valor a las cosas del vivir. En virtud de ello, el trabajo debe ser adecuadamente valorado, dignamente considerado y decorosamente tratado en la conciencia social.
No nos merecemos lugares baratos. Nos merecemos lugares valiosos.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (VII)


Albarrán Cabrera (1969)

Los seres humanos necesitamos ser encantados.
Hay en el habitar una importante dimensión afectiva que es preciso desplegar en todos y cada uno de los lugares que las personas ocupen. Los lugares deben enamorar a las personas toda vez que estas los hacen propios. Cada lugar poblado debe desenvolver su capacidad de seducción sobre el ánimo de los habitantes que allí celebran identidad, pertenencia y memoria.
Porque sólo lo que llegamos a amar es pasible de atención, cuidado y cultivo.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (VI)


Tasneem Alsultan

El habitar humano se construye siempre bajo un complejo agregado de reglas que definen un juego.
Por lo general, las reglas de los juegos sociales suelen suponer restricciones a las acciones individuales en favor de ciertos órdenes sociales de convivencia, más o menos pacífica y relativamente consensuados. También sucede que no todos los actores sociales detentan cuotas equitativas de poder, con lo que, el ejercicio de formular y hacer cumplir las reglas, proviene de una imposición socia asimétrica.
Pero una arquitectura humanista debe desarrollarse en el sentido de construir reglas que amparen tanto como promuevan la solidaridad intersubjetiva y la liberación generalizada. Sin dejar de ser, por ello, reglas.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (V)


Stephanie Sinclair

Los interiores habitados deben contar con la hondura conforme a la propia de los sujetos que los pueblan.
Es que las personas se abisman hacia su subjetividad y el lugar que habitan debe registrar, amparar y cultivar esa interioridad constitutiva. Porque las personas no son sucintas en su ser, es necesario que los lugares que ocupen se desarrollen en profundidad, a efectos de dar a cada sujeto su lugar apropiado. Y quien reivindica las honduras subjetivas particulares, asimismo lo hace con los abismos psicosociales propios de los grupos.
Si comprendemos esto, comprendemos que la arquitectura puede servir a la constitución liminar de las personas en lo que le es más propio: el lanzarse, a la vez, hacia adentro y hacia afuera.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (IV)


Jake Borden

El humanismo arquitectónico implica una superación histórica de la noción equívoca del Existenzminimum.
Allí donde el Existenzminimum se ensaña en confinar los cuerpos y las cosas, el humanismo arquitectónico se prodiga en holguras para que las cosas de la vida consigan estar a la mano, sí, pero cómodamente dispuestas para los rituales de su implementación. Porque hay una arquitectura de gestos del cuerpo en su relación con los atrezos que hay que comprender, respetar y amparar.
La arquitectura humanista supera la idea mezquina del empaquetamiento de los usuarios. Porque no se trata de meras cosas animadas necesitadas de un estuche ajustado, sino de seres humanos desenvolviendo las danzas de la vida. Y, en tales danzas, deben encontrar en cada gesto, las cosas de vivir a la mano. Todas las cosas.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (III)


Alec Soth (1969)

La amplitud conforme es quizá la dimensión primera del confort.
Es exigencia mínima y fundamental que el cuerpo desarrolle sus coreografías de modo tan adecuado como digno y decoroso. Por ello, la amplitud es la medida en que el cuerpo vivo en acción mide efectivamente el lugar habitado. Estas complejas operaciones deben acompasarse y conciliarse en los modos en que los sujetos se alían y compiten entre sí por las extensiones del lugar. La medida de la amplitud se manifiesta en los tonos diversos de las concéntricas esferas pericorporales mediante las cuales los habitantes danzan sus vidas. De esta manera, el acomodo conforme de las amplitudes supone un proceso meticuloso en donde el cuerpo se abre paso en espacio y tiempo, teniendo efectivo lugar.
Una arquitectura verdaderamente humanista debe considerar que debe un celoso servicio a la danza de los cuerpos habitantes, como patrón arquitectónico de composición y dimensionado fundamental, mediante la expresión de la amplitud conforme en todos y cada uno de los lugares habitados.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (II)


Tasneem Alsultan

Una poética arquitectónica humanista debe desarrollar un sutil sentido de las proporciones aplicado a la altura conforme.
El cuerpo y sus expansiones deben abrirse lugar no sólo apenas en un sentido físico, sino también ético y estético. Los gestos, las efusiones y las expresiones del cuerpo deben encontrar unas alturas que, a la vez, resulten adecuadas, dignas y decorosas. Así las alturas son adecuadas en atención a la seguridad, dignas en relación con la estatura moral de los habitantes y su condición especialmente localizada en sus circunstancias, así como resultan apropiadamente hermosas con arreglo a la debida proporción de las danzas de los cuerpos y la contextura general del lugar en donde se desarrollan.
El sentido de las proporciones aplicado a las alturas conformes es uno de los más entrañables compromisos de la arquitectura humanista.

Dimensiones de una poética arquitectónica humanista (I)


Jindrich Štreit (1946)

Una arquitectura humanista comienza por ser concebida, desarrollada y resuelta a partir de la práctica de marcha del habitante.
Lejos de conformarse con los ejes geométricos del espacio abstracto, se compone con la práctica del lugar concreto, a lo largo del espacio-y-el-tiempo vividos. Así la composición de los lugares obedece a la ley del laberinto, de la sucesión de esferas, de la sucesión de umbrales. La profundidad perspectiva efectivamente hecha experiencia por el habitante es, por ello, la dimensión primigenia. La sucesión de los pasos, tanto en el andar acuciante como en el errar distraído debe configurar el sustrato compositivo de tal arquitectura.
Una arquitectura así se echa a andar, siguiendo de cerca la marcha de sus habitantes. Y cuando seguimos esta marcha, seguimos su vida. Como corresponde.

Examen de lo infraordinario (III)


George Georgiou (1961)

Una vez que nos situamos, podemos negar, a la vez, tanto el tránsito como la detención y, de este modo, nos constituimos en el umbral que nos corresponde.
Al fin llegamos a nuestra habitación del paso, de la frontera, del término. Al fin estamos y dejamos huella de Un Lado, pero afectados por la emergencia plena del Otro Lado. Nos constituimos como seres liminares, esto es, habitantes de comienzos y confines.
Asomarse a un espejo y trasponer una puerta tienen en común una sutil taciturnidad en donde nuestro acaso se reduplica en el lugar. Porque siempre estamos en el borde, expectantes. Porque somos ese borde. El borde que alía a la vez que escinde el pasado con el futuro, adelante con detrás, afuera con adentro.
Así es que llegamos a nuestra condición originaria, estremecidos defensores de los dinteles y los arcos.

Examen de lo infraordinario (II)


George Georgiou (1961)

Solemos incurrir en detenciones, cuando y en donde nos disponemos a esperar. Nos asentamos, sentamos plaza, nos paramos en la huella. El camino deja de serlo entonces para mudarse en un hito. Nos acodamos en el lugar recién consagrado.
Parece que mientras andamos, hablamos, pero cuando nos detenemos, escribimos. Es que nos registramos en nuestro lugar de quietud. Somos el cuerpo que escribe estoy aquí, cuando se realiza tal operación, porque no solo basta con llevarla a cabo, sino que hay que significarla en toda su futilidad. Es que tenemos lugar allí, en el lugar que hacemos —tan equívoca y tan legítimamente— nuestro.
Si andamos, practicamos un laberinto, mientras que estando construimos esferas. Constituyendo estancias, hacemos lugar a la habitación y comenzamos por detentar una morada. Luego reemprenderemos la marcha. Ahora es tiempo de darse el tiempo.

Examen de lo infraordinario (I)


George Georgiou (1961)

Con respecto a la marcha, sólo podemos estar razonablemente seguros que hemos operado una partida. En cuanto a una eventual llegada, sin embargo, todas son irresoluciones, salvo en un caso, del que nadie quiere hablar, por lo general. Así que todo es partir o, más bien, recomenzar el viaje que uno ha iniciado en aquellos lejanos tiempos en que dio sus primeros pasos, calurosamente festejados por sus familiares más cercanos.
Los recorridos cargan con el peso del significado de ser representaciones de toda la vida, reducida a su operación esencial e infraordinaria, que es constituir un andar, una expedición, una empresa. Por ello, el errar, el paseo, el despreocupado vagabundeo son verdaderas magnificencias que sólo se pueden permitir algunos en unas muy señaladas circunstancias. Por lo general, todos vamos recto, raudos y cabizbajos a nuestros asuntos.
Pero todo andar no es otra cosa que la elemental coreografía de nuestra condición primigenia de transeúntes, ambulantes precarios de una única peripecia.
El ir y venir constituyen, de este modo, alternativas ilusorias de un único deambular ajetreado entre los morosos comienzos y el postrero destino final.

El interés por lo infraordinario (III) La poética de la vida


Georges Perec

Lo que pasa realmente, lo que vivimos, lo demás, todo lo demás, ¿dónde está? ¿Cómo dar cuenta de lo que pasa cada día y de lo que vuelve a pasar, de lo banal, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual? ¿Cómo interrogarlo? ¿Cómo describirlo?
Georges Perec

La propuesta de nuestro autor es tan genial como quijotesca.
En efecto, es de esos emprendimientos cuya asunción es ensalzable, pero de consecución probablemente farragosa. Es que lo que vivimos, más allá de los eventos extraordinarios, merece una poética, además de un asedio científico riguroso. La poética, en todo caso es un juego de espejos, mientras que la indagación se da de lleno con la sustancia propia del habitar.
El autor de nada menos que un título como La vida, instrucciones de uso es un cultor de un asedio literario a lo infraordinario, y, al hacerlo, señala un camino para quienes, desprovistos de talento literario, no obstante, buscamos afanosamente la poética propia de la vida, para aprender algo de ella.