La poética del habitar, una poética de acción vital, en principio


Vadim Stein (1967)

¿Dónde buscar la poética del habitar?
Es preciso buscarla en la poética de la acción vital. La más consumada estetización de esta poética la constituye la danza, arte de la práctica corporal del espacio y el tiempo. Pero no debe uno quedarse con la maravilla de estos cuerpos gráciles y sobredisciplinados. Se debe entender que las danzantes vuelven excelente y excepcional una virtud cotidiana de todos los cuerpos humanos. Tal virtud es la conquista del lugar mediante la acción vital, según las coreografías propias de las urgencias y hábitos de la vida cotidiana.
De este modo, conmovidos por la belleza de lo excelente, tornaremos a dirigir nuestra atención a las danzas corrientes de las personas que se afanan en tener su lugar allí donde pueblen, donde su vida ocupe espacios y tiempos, donde su vida corriente encuentra su morada.
Y aprender mucho de ello.

Una virtud poética para cultivar la estructura fundamental del lugar


Jehad Nga

La sensibilidad, el entendimiento y la comprensión no son de modo alguno suficientes para dar cumplimiento a la estructura fundamental del lugar.
También es preciso coronar todo el proceso con un decidido resultado poético. Con la percepción, el entendimiento y la comprensión sólo tenemos sobre nuestras espaldas los recursos cognoscitivos y ético-prácticos, pero es imperativo hacer algo con ellos. Y hacer algo es una tarea poética, por definición. Para ello es necesario percibir y entender cómo es que la propia vida llega a producir la estructura fundamental del lugar, esto es, cómo es que la condición humana habita su lugar produciéndolo a su imagen y semejanza. Porque la tarea arquitectónica de la hora es una interpretación atenta, sensible y facilitadora de los pujos de la vida en los lugares.
Dejemos entonces a la vida llegar a ser y aprendamos la sabia humildad de ponernos a su servicio.


El entendimiento y comprensión de la estructura fundamental del lugar


Katy Grannan (1969)

El desarrollo de una sensibilidad especial para percibir la estructura fundamental del lugar lleva de la mano a su entendimiento y comprensión.
En primer lugar, es necesario reparar que podríamos acaso entender y comprender tal estructura sin llegar a percibirla en sus pormenores, pero esto resultaría en una aprehensión puramente intelectual y conjetural. Poco podríamos avanzar al respecto desprovistos de la capacidad de percibirla por detrás de sus manifestaciones más emergentes. Pero, por otro lado, es necesario rendirse a la evidencia que, a los efectos de actuar práctica y productivamente sobre los lugares efectivamente habitados, nos será ineludible tanto el entendimiento como la comprensión profunda de la realidad operativa de una estructura que no percibiremos nunca desnuda en su ser, sino como ley interior de una patente y palpable arquitectura del lugar.
Por ahora —y quizá, como siempre— vemos las cosas a través de un cristal o espejo oscuro. No estoy seguro si algún día disiparemos la niebla epistemológica, pero confío en que podremos encontrar los instrumentos de observación adecuados para alcanzar en alguna forma, a la vida que acecha del otro lado.

Una sensibilidad destinada a percibir la estructura fundamental del lugar


Jake Borden

La estructura fundamental del lugar es una estructura resultante de la presencia y población del habitante en el campo espaciotemporal en donde tiene lugar.
Es una estructura estructurante en el sentido que confiere forma a su lugar proyectada de modo preciso por obra de la presencia y población del cuerpo del habitante. Es una estructura fundamental en el sentido en que se entiende que la figuración efectiva del lugar es resultado de una vocación de forma propia de este sustento primero y último. Es una estructura, en el sentido en que confiere coherencia a la red de vínculos entre sus componentes, coherencia que no puede faltar en cualquier combinación compleja de elementos con vocación de forma.
Podemos —y debemos—desarrollar una sensibilidad especial para percibir esta estructura fundamental del lugar, en la medida en que, recíprocamente, tal estructura opera sobre el lugar que habitamos. Porque debemos mirarnos con una especial atención en tal espejo.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (XIV) La visión

Aleksey Myakishev (1971)

Por su lado, la visión, en nuestro actual estadio civilizatorio, configura el más sofisticado herramental sensible.
Hemos equiparado el poder de la mirada al desvelamiento de la verdad de las cosas y fenómenos del mundo, a título de evidencia. Hemos hecho del atisbo el dispositivo heurístico primordial toda vez que discutimos de perspectivas epistémicas. Hemos multiplicado nuestra acuidad mediante instrumentos que acercan lo lejano, que amplían lo invisible y que nos separan a nosotros sujetos de conocimiento de aquello que apartamos para apreciarlo cognoscitivamente mejor.
Y así vamos por la vida, maravillados con los fantasmas de la luz, la penumbra y la sombra. Hemos hecho del mundo y por imperio de la visión una mágica fantasmagoría y anhelamos esta condición para los lugares que habitamos.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (XIII) Confortación térmica


Thomas Freteur

Toda peripecia del habitar puede comenzar con una sensación térmica en la piel.
Una de nuestras actividades más básicas, en efecto, es medir las cualidades del lugar mediante el ajuste de las emisiones de calor a través de la piel. El mundo se juzga por su frescura o tibieza y para ello hay valores precisos, aunque variables según las circunstancias. Se trata de medidas complejas, pero claras y distintas, a partir de las cuales se empieza por apreciar un grado claro y distinto de confort térmico. Es por la piel que comenzamos a juzgar nuestra relación con el mundo, desde antes de huir del vientre materno.
Con ello, el confort medido con la piel es una vivencia profunda, arcaica, primitiva. Hay quien la considera la madre de todas las sensaciones.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (XII) Prestar oídos


Julie Blackmon (1966)

Los seres humanos habitamos unas campanas sonoras pobladas de rumores, estrépitos y ecos.
Hay una dimensión sonora que poblamos prestando oídos y profiriendo lo nuestro. Hacemos presencia y población con músicas, palabras, gritos y susurros. Medimos la contextura de los ámbitos mediante la reverberación y nos solazamos en las raras y silenciosas calmas. Cuán honda es nuestra casa, nuestra aula, nuestro estudio es una medida de la que da cuenta el sonido al extinguirse en los rincones. Cuán despojada es nuestra alcoba lo informa la brillantez de la conversación apenas susurrada que no se adormila sino en cortinas y alfombras. Cuán imponente es una nave de un templo sólo se verifica cuando se escucha del órgano la voz majestuosa que fulgura en las bóvedas.
Por todo ello es necesario temperar las habitaciones, como si de instrumentos musicales se tratase

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (XI) Husmeos


Vivienne Mok (1986)

Nada más arrancado el infante de su vientre materno, el cosmos irrumpe a través de su primera inhalación. El mundo, en su inaugural acontecimiento, comienza por oler.
El husmeo, por ello, es la más primitiva actividad que pueda experimentarse en la vida. Y el olor del lugar nos inunda para siempre. El anhelo por la supervivencia biológica nos exige respirar y el olfato es el sentido que da cuenta de lo que irrumpe con el aire. ¿Es posible concebir una vivencia más intensa, honda y primitiva? Cierto es que, con los años y el aprendizaje a través de otros sentidos, también aprendemos a sepultar nuestra fragante experiencia originaria en las profundidades de la memoria y el olvido. Cierto es que, con los años y el aprendizaje la cultura nos rodea de un lenguaje de aromas cuidadosamente seleccionados y clasificados para evocar, seducir y también para abominar. Cierto es que habitamos una dimensión que se mide de modo primitivo pero infalible con la nariz.
Pero, en el fondo de nuestro psiquismo, debe yacer aún aquel aroma inaugural del mundo que daríamos tanto por recuperar.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (X) Juegos


Emmanuel Smague (1968)

Quieren las cosas de la condición humana que a cada gesto en cada situación se le sobreimprima el imperio de una regla.
Es que las personas vivimos jugando en todas y cada una de las más circunstancias que no alojen. Quizá porque lo circunstante lo es efectivamente por esa reduplicación del ademán en la regla. Por ello nuestra conducta nunca es espontánea como lo apreciaría la ingenuidad dominante, sino es una observancia aprendida de normas. Habitamos, entonces, también una dimensión que delinea los contornos espaciotemporales de cada juego de la vida, que impone regulaciones y que hace de toda acción una jugada.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (IX) Afectos


Pedro Isztin (1964)

Llamamos erototopo al campo o dominio de deseos insular-humano, porque el deseo erótico ofrece el paradigma de cómo la competición afectiva en los grupos estimula y controla, a la vez, la vida del deseo de quienes viven juntos.  
Sloterdijk, 2004
Los seres humanos palpitan de vida y de deseo.
Hay en el habitar de las personas una dimensión propia de los afectos; proximidades y lejanías relativas que sólo se aprecian en términos de vida del deseo. Todo un mundo de vida puede caber en un abrazo peculiarmente ceñido, mientras que no hay distancia más insalvable que la del desamor, del odio o del desprecio. Hay una dimensión que se aprecia con el roce leve de la piel, con los pormenores del aliento, con las urgencias del deseo. Hay una dimensión que se practica con caricias, con delicados asimientos, con intensas pasiones. Hay una dimensión que se produce con el calor propio del cuerpo, con la vocación de acercarse a Uno y tomar distancia de todos los Demás.
Hay en el habitar humano espacio y tiempo para alojarse en los reductos más apretados e intensamente vividos.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (VIII) Trabajos


Pedro Isztin (1964)

Habitar supone una labor esforzada del cuerpo. Habitar insume trabajo y tal aspecto es una dimensión específica que es necesario descubrir, practicar y también producir.
No es muy a menudo que reflexionamos cuánto hemos hecho y cuánto esfuerzo hemos acumulado para conseguir llegar a la posición que ocupamos tanto en términos físicos como sociales. Este lugar que poblamos y que no puede ser ocupado por otro sin nuestra aquiescencia hospitalaria, es no sólo un territorio conquistado, sino es un lugar cultivado y desarrollado por nuestra obstinación tópica, además que conforma un valor que madura históricamente. La obstinación tópica es la denominación ética específica aplicada en la labor productiva del lugar como tal. En cada lugar habitado, entonces, hay una dimensión propia de las fatigas acumuladas por su locatario, que, en cierta oportunidad, puede detenerse a considerar la cuestión sólo cuando dispone de la facultad del descanso reflexivo.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (VII) Declinaciones


Jake Borden

El ser humano, pues, se emplaza enhiesto en el horizonte a la vez que constituye, en sí mismo, un umbral entre el advenimiento al que enfrenta y a la declinación que deja atrás.
La vida ya vivida fluye hacia las regiones que se abisman tras el horizonte y hacia atrás, hacia las simas de la memoria y el olvido, hacia las sombras de la muerte. Pero no se pierde. Acecha el umbral y sobrevuela los sueños. La vida vivida debe dejarse atrás, que es el lugar apropiado a su peculiar condición. La vida vivida no se echa atrás por su propia vocación sino con una actividad persistente que la arroja allí.
Porque con las declinaciones también se vive. Siempre que nos vigilen la espalda. Siempre que habitemos de espaldas a la vida ya vivida

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (VI) Advenimientos


Pedro Isztin (1964)

Erguido sobre la tierra, el cuerpo humano abre ante sí el horizonte y en una cierta dirección dirige toda su atención, talante y vocación.
Hacia adelante y tras la línea que separa la tierra del cielo se agazapan los advenimientos y a ellos se proyecta el ser humano. Vivimos pendientes de lo que vendrá, de lo que concluirá por manifestarse, aquello que emerge de su escondrijo. En tal dirección del horizonte tenemos no sólo la mirada acechante, sino también allí dirigimos los oídos, también hacia allí dirigimos nuestros pasos y nuestro ánimo. Somos seres animados por la esperanza. Y ésta no es un estado pasivo del espíritu, sino el motor que nos mueve el arrojo. Porque hacia lo que vendrá es que estamos siempre proclives, siempre deseosos, siempre dispuestos. Habitamos entonces también la dimensión fluida de los advenimientos.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (V) Adentramientos


Margaret Stratton (1953)

Cualquier animal semoviente puede irrumpir en una madriguera, pero quizá sólo al ser humano le sea dado poblar una dimensión propia del lugar que es el adentramiento.
Adentrarse en un interior es más que simplemente inmiscuirse. Es prospectar la sustancia íntima del lugar, es hender la interioridad como tal, es trasponer no sólo un umbral, sino también una cierta profundidad, que sólo puede habitarse como tal por un adentramiento humano. No es la marcha, el mero deambular por el ámbito el que da cuenta de tal dimensión, sino de una metódica inmersión en el medio interior, en donde a la vivencia se le superpone la práctica y la producción del propio adentramiento. Esta actividad, práctica consciente de las cavidades, produce y reproduce la profundidad a veces hermética de los ámbitos interiores. Porque hacerse uno un lugar en un interior no es una simple conducta, sino la producción esforzada de una obra de arte.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (IV) Asimientos

Emmanuel Smague (1968)

Una vez que los brazos consiguen apartarse, liberados del compromiso locomotor, las manos aprenden una estratégica habilidad de asir.
Con los asimientos, se arrancan de la naturaleza las cosas. Se colectan, se consideran y se coleccionan. Con el perdurable hábito del prendimiento, el mundo que nos rodea es un mundo ahora a la mano, esto es, un concierto de cosas aprehendidas al ambiente. El mundo es vasto, pero allí donde hacemos presencia y población, allí nos rodeamos de enseres, de un orden de chucherías, de cosas hurtadas. El asimiento es el primer gesto que hace de las cosas unos bienes. Una región próxima del mundo se hace con el gesto prensil de las manos. Y quizá la idea de proximidad en sí misma. El mundo circunvecino es aquel en donde proliferan las cosas que ultrajamos con la manipulación.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (III) Anchuras


Tyler Mitchell (1995)

Al erguirse sobre sus pies, el cuerpo humano eleva física, moral y simbólicamente sus brazos.
Al situarse sobre el horizonte, las extremidades superiores —ahora lo son— abrazan las anchuras del mundo. Es que ahora hay un mundo que ceñir con un gesto. Es que ahora hay una dimensión nueva en mundo, que es la amplitud, producto del ademán. Es que ahora hay un nuevo repertorio de signos de la holgura y del constreñimiento.
Así es que se inaugura el desahogo del lugar. Abriendo los miembros superiores.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (II) Bipedestación


Stanley Kubrick (1928-1999)

La bipedestación es un hábito que se aprende no sin esfuerzo y con importantes consecuencias.
Constituye un primer aprendizaje que se reduplica virtuosamente: aprendemos a aprender y ya no nos detenemos. Pararse no es contentarse con adquirir un trabajoso equilibrio apenas estable, sino hincar una presencia en la tierra, abrir un horizonte y cubrirse con todo el cielo. Pararse, quizá, es una operación necesaria para comenzar a situarse, tarea compleja que sólo culminará cuando, con el auxilio de un espejo, comprendamos íntimamente que tenemos lugar en un orden de cosas que aprenderemos a llamar mundo. Pararse es adquirir un primer bien constitucional.
Parándose, las personas se encaraman en su condición de tales.

Las actividades que dan lugar a las distintas dimensiones corporales del habitar (I) Marcha


Stanley Kubrick (1928-1999)

Los animales semovientes practican el lugar hendiéndolo con la marcha.
Pero quizá sólo a los seres humanos le es dado construir, con tal práctica, una dimensión primordial en su mundo. Un mundo que no cesa en abismarse hacia adelante. Porque es posible desandar el camino o detenerse para reordenar las cosas del mundo, entonces la vida puede ser comprendida como una marcha pertinaz, en una asociación inescindible de espacio y tiempo. Porque es posible y oportuno discurrir mientras se marcha, duplicando simbólicamente la actividad en una producción de sentido. Porque es posible y acaso inevitable dolerse con la marcha sin retorno del ser querido y más deseado. Porque vivir, en un sentido fundamental, es marchar, perduramos en el hábito que comienza por rasgar el lugar.

Antropología del habitar ¿Especialidad disciplinar o interdisciplina?


Chris Killip (1946)

En el marco expectante acerca de una antropología del habitar de constitución tan urgente como necesaria, es de prudentes preguntarse si acaso ésta constituiría una especialidad disciplinar o un caso de interdisciplina asociada con el ejercicio arquitectónico.
Es de creer que haya puristas que exijan un desarrollo autónomo y autosuficiente de la ciencia, deslastrándola de los compromisos de la práctica profesional y de toda implementación ulterior. Pero, por otro lado, puede oponerse con buen sentido que las urgencias sociales demandan una interacción intensa de la teoría antropológica comprometida con la práctica social. Hoy es difícil decidir de modo concluyente en tan delicada cuestión.

Antropología del habitar


Cristina García Rodero (1949)

Puede sospecharse que la antropología del habitar pudiera resultar de la interacción de dos vertientes convergentes.
Por un lado, la que elabora un asedio cognoscitivo al cuerpo habitante, mientras que, por otro, avanza una complementaria que estudia los lugares de la vida cotidiana. Toda vez que se constate que, en definitiva, no es posible escindir comprensivamente a las personas del lugar que pueblan, ambos avances resultarán necesariamente concurrentes.
La antropología de los lugares de la vida cotidiana puede construirse sobre una mirada sobre los enclaves que ofician de escenarios a la vida, según las diversas condiciones sociales, culturales y económicas. Puede constituir una mirada complementaria y un importante recurso metódico.