Existe
una condición especial en el habitar. Esta condición es la liminaridad, esto es, la existencia según los límites, los
confines. Heidegger diría, quizá, existir cabe
el límite.
Aquello
que habitamos es un horizonte. Erguidos estamos entre el cielo y la tierra, alojados
en los confines de aquello que separa cielo y tierra. Pero no por ello encerrados: más allá del horizonte
habitado hay una región que el conocimiento, entendido como empresa, está
pronto a revelar.
Esto
que está pronto a revelar, que se deja desocultar es la aletheia, lo que
desoculta la perspicacia, el saber ver más allá del horizonte. Recíprocamente,
una vez que lo que se conoce hace visible, a la mano, aquello que estaba
oculto, el error ahora reconocido, la falsa representación que sustituía el
acierto, pasa, más allá del horizonte, a la región de lo olvidado.
Sloterdijk,
con acierto, denomina alethtopo a
esta región más allá del horizonte, donde reside todo lo que está por revelarse
y, a la vez, aquello que será condenado al olvido.