Albert
Schröder (1854-1939) Cabaña medieval
(1939)
La arquitectura siempre
contiene un habitante. Y eso aun antes de ser habitada. Al proyectar esta
paradoja es de las más productivas para no olvidar que el futuro de la obra
debe sustituir ese molde imaginado en el proyecto, por el habitante real.
Dicho de otro modo, la
arquitectura nunca es una habitación vacante. Cada obra construida mantiene un
sistema previo de relaciones con el hombre, sea con sus medidas o con sus
sueños, que hace imposible concebirla deshabitada aunque permanezca vacía. Toda
habitación tiene preformado un habitante fantasma que se convierte en el
acontecimiento fundacional para el espacio que le rodea. De ese modo cada obra
de arquitectura es un recipiente de esa criatura hechizada por el espacio aun
antes de tener nombre y cuerpo propio.
Santiago
de Molina, 2016
Este
admirable texto me pareció en su momento una coincidencia punto por punto con
mi postura proclive a señalar la absoluta necesidad de la Teoría del Habitar
para un ejercicio profesional arquitectónico consecuente.
Sin embargo...
Si
uno lo medita y se detiene en cada palabra enunciada, puede comprobar algunos
matices: Puede reconocerse una vocación de íntima relación entre la
arquitectura y sus habitantes.
Sin
embargo, no dice esto nada de la relación entre la arquitectura y los
arquitectos. Hay que admitir que existen otras perspectivas profesionales de
asedio. Hay quien se las ve con el desafío milenario de construir estructuras
estables y durables, puesta a prueba de las mañas del artesano constructor.
Para éste, el habitar es la consecuencia necesaria y posterior de la gesta
constructiva. También hay quien se las ve con la anticipación ideal del objeto,
con el proyecto de formas en el espacio. Tal proyectista puede contar apenas
con una idealización del habitante, con una figura fantasmal.
Pero
para cierto ejercicio de la arquitectura y sólo para éste, el habitante
preexiste y es condición necesaria y autoral del lugar habitado. Sólo para éste
cierto ejercicio, atormentado por la duda y la perplejidad, es imperiosa una
Teoría del Habitar.