Vivienne Mok
(1986)
Nada
más arrancado el infante de su vientre materno, el cosmos irrumpe a través de
su primera inhalación. El mundo, en su inaugural acontecimiento, comienza por
oler.
El
husmeo, por ello, es la más primitiva actividad que pueda experimentarse en la
vida. Y el olor del lugar nos inunda para siempre. El anhelo por la
supervivencia biológica nos exige respirar y el olfato es el sentido que da
cuenta de lo que irrumpe con el aire. ¿Es posible concebir una vivencia más
intensa, honda y primitiva? Cierto es que, con los años y el aprendizaje a
través de otros sentidos, también aprendemos a sepultar nuestra fragante
experiencia originaria en las profundidades de la memoria y el olvido. Cierto
es que, con los años y el aprendizaje la cultura nos rodea de un lenguaje de
aromas cuidadosamente seleccionados y clasificados para evocar, seducir y
también para abominar. Cierto es que habitamos una dimensión que se mide de
modo primitivo pero infalible con la nariz.
Pero,
en el fondo de nuestro psiquismo, debe yacer aún aquel aroma inaugural del
mundo que daríamos tanto por recuperar.

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