Plumas ajenas: James Holston

El descubrimiento de que Brasilia es una ciudad sin esquinas produce una profunda desorientación. Al notar que la utopía carece de intersecciones se cae en cuenta, como mínimo, de que tanto los conductores como los peatones deben redefinir la manera como conciben la locomoción urbana. En un sentido más amplio, esto puede significar que “el hombre multiplicado por el motor” —para usar un axioma futurista— ha concretado por fin su utopía. En otras ciudades brasileñas, el peatón se desplaza hacia la esquina de casi cada calle, espera a que cambie la luz del semáforo y con algo de seguridad cruza hacia el otro lado. En Brasilia, en donde el balão, la rotonda, sustituye la esquina y en donde, por lo tanto, no hay intersecciones que distribuyan el derecho a la vía entre peatones y vehículos, este sencillo cruce se hace mucho más peligroso. El desequilibrio de fuerzas que esto produce tiende, sencilla y llanamente, a eliminar al peatón: quien puede, conduce un vehículo. La ausencia de ese ritual de paso que constituyen las esquinas de las calles es tan sólo una indicación de una de las características más distintivas y radicales de la modernidad de Brasilia: la ausencia misma de calles.

(Holston: 1989)

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