Parece que el secreto de la isla es
secreto de espacio y secreto de mujeres a la vez. Quien quiera descubrirlo ha
de seguir su olfato para las particularidades de la feminidad. Odore di
donna: ¿un secreto de cocina? ¿Una
connivencia con la luna? ¿Es el reino de las mujeres un hogar ampliado, un
hogar del que emanan fragancias prometedoras, una aromasfera en la que quienes
curiosean la comida levantan la tapa de los mismos asadores y potes? ¿O se está
más cerca del secreto de la isla cuando pasa una mujer joven, envuelta en su
aura de feromonas, en su promesse de bonheur biológica? No tiene sentido solicitar información de los isleños, dado
que son productos del misterio de la isla, o en el mejor de los casos sus
líricos, no sus exploradores. Naturalmente estarían de acuerdo en que sin las
mujeres, las madres, no funcionaría nada en su vida, aunque sólo fuera porque
se encargan de los niños pequeños y porque constituyen la mitad del cielo, la
mitad de la cama. Desde el punto de vista de las contribuciones de lo femenino
a la emergencia de la isla humana y su conformación interior, respuestas de
este nivel resultan estériles.
Sólo se avanza en este asunto si se
introducen los conceptos de mujer y espacio en una visión biológica y
topológica desacostumbrada; se trata, entonces, de hablar del cuerpo femenino,
sobre todo del maternal, en expresiones geométricas o teóricas con respecto al
lugar de acampada. Este cambio de perspectiva tiene en cuenta el hecho de que
por las adquisiciones evolutivas del biograma de los mamíferos comenzó a
existir un tipo radicalmente nuevo de animales-madres: caracterizado por la
conquista “revolucionaria” del espacio ventral femenino como zona de puesta de
huevos hacia dentro. Por ello aparece una realidad topológica
histórico-naturalmente única, en tanto que ahora el cuerpo de la madre se
convierte en el nicho ecológico del retoño. Por la interiorización del huevo se
reduce el riesgo interno de la incubación, así como por el riesgo nuevo del
parto. La historia del éxito de los mamíferos demuestra que esa transacción fue
ventajosa. De ella no sólo resultaron nuevos animales-madres integrales, que
albergan en sí parásitos congéneres, sino tipos nuevos de hijos, que crecen en
el mundo con un valor de vinculación superior y un riesgo de separación más
brusco.
(Sloterdijk, 2004:297s)