Reescrituras (XLVI): Cómo la luz pinta las personas y las cosas

Richard Bergh (1858- 1919) Noche de verano nórdica (1900)

Cada lugar sobre la tierra es iluminado en una forma especial.
Por más que sepamos que es Sol es uno, podría afirmarse, sin faltar del todo a la verdad, que cada lugar posee un determinado aspecto de su luz. Ese peculiar matiz es una de la más clara señal de identidad de cada emplazamiento.
Ojalá cada ser humano tenga la dicha de saber que ocupa un lugar especialmente iluminado por el sol, y estando allí, pueda permanecer en calma, rendido del todo ante la evidencia. Es, en todo caso, una felicidad tenue, pero imprescindible. 

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Todo lugar, según se deja ver, empieza por ser un tono cromático fundamental.
Es preciso que todo el arte del habitar —y por ende, todo el arte de la arquitectura— desarrolle la pintura de las cosas, las circunstancias y las personas a partir de la conciencia muy despierta de tal cuestión.

Por este extremo puede empezar a reconocerse la contextura muy propia y exclusiva de cada lugar. Por este extremo puede empezar a reconocerse bajo qué sutiles matices cada cosa, circunstancia y persona encuentran efectivamente su lugar. Por este extremo puede empezar a reconocerse que la arquitectura hará bien en germinar a su manera en el terreno fértil de su propio contexto.

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