Apostar resignadamente por la filosofía

Johann Hamza  (1850–1927) El lector (s/f)

Apostar por la filosofía hoy es rebelarse contra su imposibilidad y su muerte. Esto se ha traducido, demasiado a menudo, en posiciones justificatorias y en el fondo victimistas acerca de la defensa de la filosofía, como si fuera una especie en extinción que hay que preservar en un zoológico. Pero la filosofía no puede justificarse ni mucho menos preservarse. Todo lo contrario: tiene que practicarse y exponerse. Salir de allí donde se decreta su muerte para redescubrir su necesidad. Ya en 1978, la filósofa húngara Agnes Heller escribía: «La necesidad de la filosofía crece sin cesar; tan sólo la propia filosofía lo ignora todavía».
Marina Garcés

En tiempos como los actuales, cuando nuestra fe ingenua en el logos trastabilla y cede ante la más paralizante perplejidad, apostamos resignadamente por la filosofía.
Ante la brutalidad con que se actúa en el presente, apostamos resignadamente por la filosofía.
Ante el cinismo generalizado de quienes no conciben otra producción que aquella que resulte funcional al sistema, apostamos resignadamente por la filosofía.

Aquí, al menos, seguimos investigando con la imaginación, tal como quisiera en su momento Fernando Pessoa.

La consumación: material, funcional, simbólica

Canaletto (1697- 1768) Plaza San Marco (1760)

En estos tiempos en que todo se consume, es preciso reivindicar la virtuosa consumación de la arquitectura.
Una arquitectura consumada es aquella que persiste en su ser, más allá de las oscilaciones circunstanciales del gusto o la adhesión más o menos entusiasta y efímera. La consumación material es algo más que la pura perduración del artefacto bien construido: es la pacífica aceptación de un orden que trasciende la pura circunstancia y logra conferir al lugar una identidad histórica cabal.
Una arquitectura consumada es aquella que se conserva lozana en su implementación siempre renovada. La consumación funcional no es la pura perduración de la entidad útil, sino en la renovación constante y viviente de cambiantes de sus prestaciones.

Una arquitectura consumada es aquella que desarrolla y potencia, a través de la historia, una significación propia y a la vez, constantemente renovada. Porque la consumación simbólica de la arquitectura trasciende muy largamente los presupuestos que dan origen al gesto tectónico: es la historia de la vida que allí tiene lugar la que se significa y le confiere su potencia simbólica al significante construido.

El necesario análisis de las demandas sociales (I)

René Magritte (1898- 1967) Imperio de la luz (1954)

De nuestro deseo apenas si llegamos a conocer, siquiera sumariamente, sus expresiones racionalizadas.
Este hecho es capital para justipreciar los requerimientos que tienen como impulsores las efectivas demandas sociales. Los requerimientos siempre son apenas emergentes de deseos, anhelos y sueños más profundos y mal conocidos. Pero lo que hay que satisfacer son precisamente estas pulsiones hondas que no consiguen expresarse con claridad suficiente.
El problema de nuestra cultura contemporánea es que el mercado ofrece con profusión imágenes, representaciones y mistificaciones que se ofrecen como falaces sustitutos de un deseo que yace no sólo ignorado, sino trastocado en fantasmas ilusorios.
Si uno le cree a la propaganda, quienes limpian sus casas ansían con fervor unas superficies especialmente despejadas de obstáculos, brillantes y prístinas. Pero estas representaciones se dirigen a incontables ocupantes de habitáculos estrechos, ocluidos por el exceso de equipamiento y de limpieza problemática. La publicidad apela con exceso obsceno al pensamiento mágico y a las emociones que nos impone la ideología.

Es necesario indagar a fondo en los entresijos de las expresiones racionalizadas del deseo. Eso, en la hipótesis de que busquemos satisfacer cabalmente tales oscuras pulsiones y no, apenas, servirnos de su constante insatisfacción frustrante.

Puertas en el alma

Siena


No me puedo explicar qué virtud secreta tiene esta puerta, pero lo cierto es que esta fotografía tiene una dosis de melancolía que me conmueve especialmente.

Lo que aprendemos de los cuadros: Thomas Cole

Thomas Cole (1801- 1848) El sueño del arquitecto (1840)


El sarcasmo es saludable: promueve la reflexión autocrítica

Crítica a la idea de casa como máquina de habitar

Margarete Schütte-Lihotzky, (1897-2000) Cocina de Frankfurt (1926)

Pueden señalarse tres aspectos principales en la crítica al mecanicismo arquitectónico.
El primero es que hacer de la arquitectura una máquina es operar reduccionistamente. La arquitectura no puede considerarse, en sí, como un artefacto maquinal sencillamente porque no puede soslayarse la peculiar incumbencia que tienen las personas en ella. No habitamos máquinas, habitamos lugares que no sólo nos amparan, sino que nos incluyen y comprenden en su propia definición específica.
En segundo lugar, un habitante es, en su contextura existencial, una entidad viviente mucho más compleja que un simple maquinista, operador (o sirviente) de una máquina. Un ser humano habitante impregna con su propia condición de tal el lugar habitado caracterizando de un modo propio y específico la propia arquitectura.
Por último, pero no por ello menos importante, la relación entre las personas y la arquitectura conforma una implementación simplemente hombre-máquina. La consumación propia de esta relación es finalista, no instrumental. No nos servimos de la arquitectura, sino que, al habitarla, la consumamos en su condición.

Por estas razones, la casa es mucho más compleja, rica y distinta en naturaleza que una máquina de habitar.

La casa que crece

Peter Ilsted  (1861–1933) En la alcoba (1910)

Hemos de construir casas que crezcan; la casa que crece ha de sustituir a la máquina para habitar.
Alvar Aalto
La casa que crece. Una idea rotunda, luminosa y comprometedora.
Más allá de la ideología de la arquitectura orgánica, puede entreverse una arquitectura desarrollada, con recursos propios de un ser viviente, a partir de un germen, de un principio originador.
El principio originador de una casa que crezca no es una entidad biológica nueva, ni una novedad biotecnológica: es la vida humana en los lugares. Es un hálito vital, un sueño de vivir, un deseo de efectiva existencia que debe ser amparado, protegido y promovido en su forma, su desarrollo y su consumación.
Hay que amparar una cierta constitución relacional de la intimidad protegida. Y hay que proteger esa prefiguración en su desarrollo propio y diferencial, de modo de promover efectivamente su cabal consumación en una estructura que aúna a los sujetos, su habitación y las conformaciones tectónicas.

El discurso teórico, de momento, contornea la idea, sin ofrecer aún una propuesta de realización concreta. Pero ya es algo.

Rituales: contenidos, sentidos, valores. (III) Atravesamiento de umbrales

Carl Vilhelm Holsøe (1863- 1935) Muchacha en un balcón (s/f)

Con mucho, el ritual del atravesamiento de umbrales configura el caso más interesante: la experiencia vivida de una transformación está implícita cada vez que se abre una puerta y se pasa de Uno a Otro ámbito.
Se experimenta con tal pasaje una mutación de estado, de condición, de carácter. Las tribulaciones de la vida pública quedan algo afuera cuando uno traspasa el umbral doméstico. Y viceversa. La etiqueta relajada y confiada en el ámbito íntimo es sustituida por un preciso y más envarado protocolo en el ambiente público. El ánimo, la actitud y el porte del viandante callejero mutan en los adecuados al residente. Y todas estas mutaciones mediante el simple atravesamiento del umbral que une y separa uno y otro ámbito. Todas estas transformaciones a través de la práctica de las puertas.
El sentido principal de este ritual es el descubrimiento, la desocultación, la revelación. No por casualidad se ha hablado de puertas de la sabiduría: cada apertura supone una ruptura, una discontinuidad en el espacio-tiempo en donde algo se nos descubre.

Pero es en el ámbito de los valores donde aparecen los aspectos más interesantes. Hay que señalar la trascendencia de los ritos de pasaje, rituales que sobresignifican precisamente el ritual del atravesamiento y el cambio de estado. En la arquitectura, el valor de estos rituales estriba en todos los complejos vinculados con la liminaridad y la articulación, propiedad de los vanos, que unen y separan, a la vez, a las estancias y ámbitos.

Ensimismamiento

Florencia


Llovía mansamente esa tarde. Fue entonces que sorprendimos a Florencia mirándose a sí misma en el espejo oscuro del Arno. Nosotros estuvimos allí y aún no sabemos qué hacer con tanta dicha.

Lo que aprendemos de los cuadros: Rembrandt

Rembrandt (1606- 1669) Filósofo meditando (1632)


Dedicado a todos aquellos que dudan de la pertinencia de una semiótica de la arquitectura.

Coreografías del adentramiento. III. La apropiación

Henri Brispot  (1846–1928) El buen burgués (1893)

En la fase superior del adentramiento no se trata de meramente irrumpir ni de habituarse a hacerse un lugar; ahora se trata de apropiárselo.
Y ese apropiárselo conlleva una compleja serie de operaciones de producción. Producción de signos de identidad, que son improntas de presencia, afincamiento y heredad. Producción de trazas de referencia, con una arquitectura de cosas que cobran por su implementación habitable un sentido propio y diferencial. Producción de memoria, porque no se trata sólo del puro y abstracto espacio sino de tiempo vivido en lugares concretos, esto es, estructuras a la vez microgeográficas y microhistóricas.

Pero ante todo este hondo adentramiento no es otra cosa que la repetición cíclica de ensañadas coreografías del adentramiento, que comenzaron por ser apenas irrupciones, continuaron con gestos de habituación y culminan, por fin en la apropiación.

Inquietantes benefactores

Krzysztof Lubieniecki (1659–1729) Vendedor de gafas (1729)

En nuestra sociedad nos asiste una curiosa pléyade de inquietantes benefactores.

Tienen en común la misión autoasignada de ayudarnos a ver. Pero mientras los ópticos nos suministran artefactos para perfeccionar nuestra acuidad visual, hay otros, operadores de los llamados mass media, que se autoatribuyen la tarea de reemplazar nuestra visión y juicio. Los primeros venden lentes, los segundos, ideología. Pero ambos bandos están integrados por igual por bienintencionados ciudadanos. Asistámonos con precaución.

Rituales: contenidos, sentidos, valores. (II) Marchas

Claude Monet (1840- 1926) Rue de la Bavole, en Honfleur (1864)

Mientras que circular es apenas desplazarse de un punto a otro, habitar una marcha supone una vivencia mucho más rica y honda en significados.
Transitar una senda es construir una mediante una acción que tiene mucho de misión, de ejercicio, de performance. Si mediante una detención en una estancia localizamos una situación estratégica, es sobre el camino abierto que nos desempeñamos tácticamente.
Estos contenidos de la marcha abren sendas tanto como desencadenan importantes factores de sentido. El principal es el propio de la exploración vivida del propio mundo, cuestión equiparable, punto por punto, con la propia vida. Otro sentido peculiarmente importante es cómo se despliegan, opuestas, dos dimensiones existenciales: hacia el sentido de la marcha, hacia adelante se abre aquello que vendrá, lo que se desocultará del ser de las cosas, lo que sobrevendrá. Mientras tanto, hacia atrás quedarán las regiones de lo ya vivido, allí donde moran la memoria, el olvido y la muerte. La marcha constituye el tiempo efectivamente vivido, una vez que la distancia se vence.

Mientras que la habitación de una estancia supone un distanciamiento del sujeto, por lo general, la marcha aparece adscripta a la vida pública y a los valores propios de intercambio comunitario. Asimismo, mientras que toda estancia comienza y culmina con la conformación de una cierta esfera, la concatenación total de las marchas constituye un laberinto tanto como estructura como valor.

El lugar al que volvemos

Fuente en Castelvecchio, Verona


Es bueno saber que un rincón memorable del mundo el agua fluye fresca y limpia, midiendo el paso del tiempo.

Lo que aprendemos de los cuadros: Franciszek Żmurko

Franciszek Żmurko (1859- 1910) A la orden del Padishah (1881)


Este cuadro me ha resultado profundamente inspirador para vincular entre sí a las representaciones del deseo con la idea de una arquitectura cabalmente satisfactoria.

Coreografías del adentramiento. II. La habituación laboriosa

Jean Baptiste II Charpentier (1779–1835) Joven en Biblioteca (s/f)

Cuando un sujeto habita con cierta recurrencia un interior, sucede un moroso proceso de habituación, que modula unas especiales coreografías del adentramiento.
Ya no se trata de una irrupción inaugural, sino de un gesto repetido y enriquecido por labores de exploración más exhaustiva, con el arreglo de las cosas y con diversas formas del trabajo. Adentrarse habitualmente constituye una labor esforzada, un vencer, una a una, las más sutiles resistencias de la materia propia del interior: su conformación de sitio que se vuelve, gesto tras gesto, en un lugar. Es un trabajo cotidiano el que va enrareciendo el sitio para abrir el lugar a la acción del cuerpo.

Las danzas del día a día, las coreografías de los hábitos prospectan, excavan y conquistan cavidades, no sin un esfuerzo tan erosivo como vivificante.

Entre el cielo y el suelo, recortada en el horizonte

Jenő Benedek  (1939 – ) Torre de Babel (2000)


Ahí está. No ya la torre, impracticable como realidad tectónica. Pero sí la tentativa, el conato, la osadía insensata que nos concede nuestra extraña condición de humanos.

Rituales: contenidos, sentidos, valores. (I) Estancias

Johann Hamza (1850–1927) Interior con retrato (1927)

Poblar una estancia constituye un caso de ritual de habitación. Como ritual, en este contexto, debe entenderse toda acción o sucesión de acciones dotadas de una forma significativa que confieren un peculiar sentido existencial tanto al comportamiento del habitante como al ámbito en que se desarrolla. Así, la habitación de una estancia es la forma significativa en que el locatario hace de un ámbito precisamente un lugar de permanencia.
Una estancia se puebla con un contenido de demora; allí donde uno se detiene, se aloja, tiene lugar es en una morada, siquiera circunstancial. Un sitio, entonces, deja de ser un mero accidente espacio-temporal para volverse, significativamente, un lugar de espera. Es entonces que sucede una estancia en los dos sentidos principales del término: tanto en la acción del habitante así como en la conformación efectiva del lugar habitado. Una estancia no es siempre y en cualquier ocasión, una habitación, en el sentido de un interior construido: constituyen estancias allí donde el viandante se detiene a descansar, donde toma asiento, en donde localiza una situación estratégica.
Los varios contenidos del ritual activan unos ciertos factores de sentido. Una estancia se conforma como un apartamiento, una toma de distancia, un confinamiento o reclusión. Quien puebla una estancia ha vuelto un emplazamiento determinado en un mundo propio, un espacio hurtado a la conexión general de todos los demás sitios de la naturaleza. Toda estancia, de un modo fundamental, constituye una esfera más o menos nítidamente articulada contra el fondo de todo lo que se da.

Un valor destacado de toda estancia es su amparo relativo, esto es, cómo los confines de la burbuja espacial alojan en su seno pueden, tanto física como simbólicamente, resistir las perturbaciones extrañas al sujeto habitante. Toda estancia, aún la más librada a las inclemencias de la intemperie, abriga y protege existencialmente a su sujeto actor.

Magias

Villa Bardini, Florencia


Siempre es una fortuna cruzar continentes y océanos para toparse con algún rincón mágico de esta vasta Tierra.

Coreografías del adentramiento. I La irrupción circunspecta

Nicolay Bogdanov-Belsky (1868- 1945) En la puerta de la escuela (1897)

Nuestro primer adentramiento siempre se vive en algún modo encandilado por la novedad y la revelación tras el inaugural atravesamiento del umbral.
Por ello, nuestra coreografía es titubeante, exploratoria y circunspecta. Una vez transpuesto el umbral, nuestra condición de extraños nos constriñe a la marcha prudente, a la exploración atenta de la estructura y contextura del lugar: nuestro cuerpo, en su totalidad, pide permiso. Este pedir permiso parece naturalizado por la educación, cuando hay presencia de locatarios. Pero aun cuando no hayan personas allí, la circunspección se impone: la discreción corporal se rinde, entonces, a los genius loci.

Habrá que indagar cuáles son los elementos o factores que nos indican, sutilmente, hasta dónde y cuándo nos adentraremos en un lugar que nos acoge como extraños. Cuando logremos establecer con claridad y exactitud la naturaleza de estos elementos o factores o energías que consiguen situarnos allí en nuestro lugar, apenas llegados allí, entonces sabremos algo sustancial acerca de la arquitectura del habitar.