Autodestrucción ciudadana



Las ciudades viven dinámicas autodestructoras. En sus entornos se generan procesos urbanizadores sin ciudad. Se impone un uso depredador del patrimonio natural, social y cultural. La ideología del miedo y la obsesión de la seguridad disuelve la convivencia ciudadana y reduce los espacios públicos. La ciudad de calidad se vuelve excluyente, la especulación prioriza el valor de cambio sobre el del uso, la arquitectura de los objetos substituye al urbanismo integrador.
Jordi Borja, 2015

Asistimos con estupor a la autodestrucción ciudadana.
Cada día avanzamos inexorablemente hacia una urbanización difusa, dispersa y desagregada. Pululan los enclaves hostiles en un mosaico sociourbano que enclasa y segrega a los ciudadanos según ingresos y subculturas.
Qué bueno es vivir en familia, afirma, no obstante, el grafiti.

El urbanita y los umbrales


Jean Pierre Bonnotte (1938- )

La tercera especie de los urbanitas la constituye aquella en donde éstos se aplican ceremoniosamente al atravesamiento de umbrales.
Allí los habitantes experimentan una emoción recurrente que es el sometimiento a una transformación de estatutos, de irrupciones, de pasajes rituales. Allí es donde tiene lugar la modulación de los matices más sutiles de lo público y lo privado, donde se inauguran ciertas historias, donde se metamorfosean las envolventes de persona que invisten al sujeto. Allí, en los umbrales, se intercambian las luces y los rumores, se transforman los adentramientos en salidas, y las personas tienen lugar en las rupturas de las fronteras más consolidadas en la arquitectura de las ciudades.
Pues así es que también puede ser entendida una ciudad y su paisaje: como una sucesión espasmódica de umbrales que atravesamos escribiendo en la ciudad el texto de su peculiar y concreta historia menuda.