Dimensiones de las ceremonias del habitar. La interacción social (III)

Frederick Arthur Bridgman (1847– 1928) Un juego interesante (1881)

El juego recurrente de la interacción social tiene una muy clara dimensión nomotópica. Cada ámbito tiene reglas de comportamiento precisas y de observancia regular. El acceso y la exclusión, la asignación de roles y posiciones, la distribución espacio-temporal son aspectos ajustados a complejos y precisos sistemas de normas que, precisamente, todos aprendemos tanto a través del juego como en la misma interacción interpersonal.
Sobre este enmallado de regulaciones se despliegan dos importantes dimensiones adicionales: por una parte, las que disponen y ordenan la división social del trabajo; por otra las que alían y confrontan un orden de vínculos de naturaleza erótica, que supone una trama a la vez recíproca y complementaria a la anterior.

Así, la actividad reglada de la interacción despliega a su modo el orden social tal como se lo vive en los cuerpos de los habitantes: distribuyendo y componiendo esfuerzos y afectos.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. La interacción social (II)

Maurice Branger (1874- 1950) Terraza de café en París (1925)

La interacción social tiene una manifiesta dimensión fonotópica. Con las modulaciones de la voz y la actitud corporal, las personas constituyen en torno a sus vínculos unas campanas sonoras que permiten dibujar las figuras del habla sobre el ruido ambiente. Una porción no menor de nuestros esfuerzos cotidianos radica en tales modulaciones.
Estos esfuerzos demandan una cuota de energía corporal considerable: la interacción interpersonal calienta el cuerpo y el ánimo. Por ello, las pausas de soledad resultan refrescantes y reparadoras.
Por otra parte, existe también una dimensión fototópica que modula desde las preferidas penumbras del encuentro íntimo y la plena y radiante atmósfera de los vínculos públicos.

Y no hay que olvidar el papel fundamental que desempeñan las fragancias. La marca distintiva de la civilización la constituyen las bienolientes convocatorias al encuentro e intercambio.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. La interacción social (I)

Carl Ludwig Jessen (1833– 1917) Familia bebiendo café (1897)

Es un peculiar y rico gregarismo el que nos vuelve propiamente humanos.
Todo desplazamiento en nuestro peculiar laberinto es un deambular entre distintas y diferenciadas instancias de interacción social. Vamos desde una íntima relación de nuestra pareja a nuestro sobrepoblado lugar de trabajo, alternando ámbitos diferenciados por la índole interpersonal de los vínculos, la profundidad perspectiva, la altura y la amplitud.
Existe una magnitud misteriosa en la que, en ciertas condiciones, un agregado de personas constituye un solo grupo, para disgregarse en subgrupos cuando se supera un determinado número o se modula diferencialmente los flujos de comunicación.

Una clase multitudinaria en donde domina la voz del expositor se disgrega rápidamente en múltiples subgrupos cuando cede la hegemonía de la comunicación unidireccional. Un banquete familiar suele celebrarse con una convocatoria amplia la que cede a la conformación de camarillas por género, edad o afinidad. La vida humana se agita formando y transformado corros.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. La limpieza corporal (V)

Mary Cassatt (1844- 1926) Mujer en su lavabo (1891)

¿Cuán profundas son nuestras actuales salas de baño?
Puede comprobarse su estrechez con el expediente de extender los brazos y con comprobar que nada queda muy lejos.

Sólo el omnipresente espejo abisma la hondura fundamental, esa ventana en que verificamos, día tras día, que el tiempo pasa, pero que, por fortuna, seguimos siendo los mismos. Mientras nos dure.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. La limpieza corporal (IV)

Friedrich Thumann (1834 –1908) En el baño (1908)

Antaño, la ceremonia del baño constituía una instancia discreta, un acontecimiento, con ciertos tintes religiosos, festivos y salutíferos.
Es natural que en tales circunstancias, la limpieza corporal tuviese muy otras características diferenciales en lo que toca a lo existencial. Hoy, el ritual del bautismo apenas si nos recuerda algo de las antiguas resonancias de la ablución lustral. La razón de la higiene y el decoro puramente social ha dominado sobre los contenidos más trascendentes.
Pero aún nuestros rutinarios lavabos conservan un aspecto de pila sacramental que el rediseño aprovecha astutamente para significar allí donde se está más cerca de la piel y en la más íntima de las soledades.


Dimensiones de las ceremonias del habitar. La limpieza corporal (III)

Hashiguchi Goyo (1880- 1921) Mujer en el baño (1915)

Si uno se resigna a considerar con atención y seriedad la publicidad televisiva, puede llegar a creer firmemente que no hay asunto más arduo que el mantenimiento decoroso de la cabellera, peculiarmente la femenina. Pero eso no es todo. Contemplar el interior de un gabinete de productos de toilette es apreciar la magnitud en que la industria cosmética se ensaña con la piel humana. Nuestra condición de consumidores nos vuelve dóciles a tales incitaciones y es así que nuestras salas de baño proliferan en toda clase de productos al alcance de la mano.
Habitar un baño, en la actualidad, consiste en central el cuerpo en un reducto relativamente reducido y estirar la mano en diversas direcciones para aplicar la más dilatada gama de productos. Todos ellos dedicados al halago de la piel.

El decoro personal, por lo visto, da trabajo. Tanto al locatario del duchero como a la industria, que desespera en los medios masivos de comunicación para que se elijan sus ofertas.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. La limpieza corporal (II)

François Lemoyne (1688- 1737) Bañista (1724)

Quizá no haya mejor música que la que produce el agua que cae sobre un estanque. La inmersión en esta música es una antigua ceremonia que nos religa con las cosas grandes del mundo. Toda purificación es una aspersión que suena a maravilla. En los patios granadinos, el agua de las fuentes es un recordatorio de un gesto religioso que trasciende creencias particulares.
La piel se estremece en contacto con el agua. Es por esto que uno de los consumos energéticos más considerables en una casa contemporánea se constituya con el acondicionamiento del agua para el baño y la limpieza. La medida crucial del confort domiciliario se constituye con ingentes masas de agua convenientemente caldeada para halagar el termómetro corporal más sensible.
La ceremonia de la limpieza corporal se cierra sobre sí misma en la dimensión osmotópica. Con la purificación por el agua no alcanza: es preciso ejercer la retórica de lo apropiado con la adecuada y decorosa fragancia a limpio. El sentido de lo conveniente se expresa en la higiene racional reforzada con el oler lustral.

De las hondas entrañas de la sala del baño salimos entonces depurados para habérnosla con la tribulación de la vida social.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. La limpieza corporal (I)

Max Klinger (1857 –1920) Bañistas (1912)

Los humanos hemos marchado lejos en pos del agua. Sólo allí donde se encontrase podríamos contar con la posibilidad de purificarnos y componer el gesto. La limpieza corporal tiene, como ceremonia, una primera dimensión que implica alejarse al encuentro del agua limpia. Aún hoy, cuando no sin gran esfuerzo y costo logramos acercar el agua al interior de nuestras casas, siempre nos tomamos distancia para la ceremonia de la limpieza corporal.
Las miserias del Existenzminimum, más el costo del acondicionamiento térmico tienden a reducir, en principio, la altura y también la amplitud: habitamos pequeñas máquinas-de-limpiar-el-cuerpo. Nuestros baños actuales tienden a constituir ámbitos-cápsula que contornean el cuerpo, circunspecto señor en el reducto de una recién conquistada soledad individual.

Es por eso que el espejo, elemento ineludible del narcisismo contemporáneo, es también un escape de alivio y perplejidad hacia otra profundidad perspectiva, tan ilusoria como acuciantemente necesaria. 

Dimensiones de las ceremonias del habitar. La comida (V)

Tomas Cole (1801- 1848) Picnic  (s/f)

La inanidad contemporánea rarifica el significado de todas y cada una de nuestras ceremonias cotidianas. Entre ellas, la de la comida se resigna a un banalizado consumo rodeado de una inquietante ansiedad. Fast food: vida apresurada y olvidada de sí.

Todo parece indicar que no somos capaces de percibir cuán hondo puede ser, en definitiva, el más llano de los platos. Porque es cada vez más considerable la distancia que vencen los productos para llegar a yacer ahí.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. La comida (IV)

Albert Cresswell (1879-1936) Dos muchachas en un parque (1903)

La recurrente amenaza del hambre hace que toda comida sea, ante todo, un proyecto, una anticipación del futuro, un plan, cuando no una confabulación.
Es así que la comida comienza por ocultarse tras el horizonte y hacia adelante, en la sima alethotópica. Llegar a constituir mesa es, entonces, un proyecto y construcción deliberados. Cada uno de los platos es primero imaginado, luego diseñado, elaborado y dispuesto ante sí.
Recíprocamente, cada vitualla es memoria, rescate y recuperación de experiencias que nunca son nuevas del todo, sino que guardan, acaso difuminadas, las huellas de nuestro primer alimento fundamental, el primer afecto, la primigenia señal de un mundo que nos brinda una tierna bienvenida.
Acaso por el juego de estas dos opuestas dimensiones, la ceremonia de la comida no deba reducirse nunca a un mero consumo, tan banal como el que más. Pero es lo que está sucediendo hoy y es preocupante.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. La comida (III)

Claude Vignon (1593- 1670) Escena de banquete (1640)

La ceremonia de la comida tiene una marcada dimensión quirotópica. Comer, en sustancia y forma, significa poner a  la mano insumos y procesos transformados en bienes buenos para comer. Alimentarse de un modo específicamente humano consiste en un elaborado acto de meter mano en la Naturaleza para organizar un Mundo. Conseguir la concurrencia de productos tan heteróclitos como el café etíope, el azúcar americano y la porcelana china tienen el doble sentido de constituir tanto una mesa europea como vastos imperios comerciales.
Es incalculable el esfuerzo social que demanda un banquete bien provisto. ¿Se ha pensado cuánto trabajo —ergon— constituye un plato de pastas? Todo plato tiene, más que una huella de carbono, una impronta de sudor acumulado que deberíamos considerar.
¿Y qué decir de las complejas redes del deseo? En la topografía moral tradicional, los placeres del bajo vientre no residen muy lejos de los correspondientes a los del alto. Gula y lujuria danzan su coreografía en el interior profundo —intestino— del cuerpo y sus destemplanzas. Obsérvese con atención la actitud corporal de los dos personajes en primer plano en esta escena.

Quizá es por todo ello que la ceremonia de la comida se puebla, con la civilización, de reglas sobreelaboradas de comportamiento: allí nace, acaso, el núcleo originario de la etiqueta social.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. La comida (II)

Alonso Sánchez Coello (1532- 1588) Banquete real (1579)

En la comida domina el nivel sonoro de la conversación entablada. Mientras que en la mesa del desayuno se murmura quedamente, en los banquetes rebrillan todas las reverberaciones del parloteo. Hay una asociación competitiva entre el rumor de los utensilios y la inteligibilidad de los discursos, con precisas modulaciones de tono, alcance y contenido. No hay nada más incómodo que un helado silencio ante una intervención desafortunada.
Por lo general se percibe una temperatura de media a alta: pretexto a medida para el escanciado en abundancia. La dimensión termotópica de la comida es, por ello, tan acusada como la energía socialmente disponible en torno a la mesa.
Algo análogo sucede con la luz: los grandes banquetes resplandecen tanto en las luminarias como en la platería y hasta en las sonrisas. Las penumbras se reservan para las tisanas en el apartamiento íntimo.

Mientras tanto, la dimensión osmotópica es protagonista asociada íntimamente con el gusto: los aromas se ofrecen anticipatorios y solícitos al apetito, sobre todo antes de la saciedad. Luego de ésta, es buena idea ventilar la estancia o la sustitución fragante de las infusiones, a modo de despedidas olfativas de la ceremonia.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. La comida (I)

Émile Friant (1863- 1932) Los canoeros de La Meurthe (1887)

Puede que ciertos homínidos hayan caído en la condición humana en la ceremonia que aúna la comida con la interacción social.
Así que es larga la marcha que cada tanto nos dirige a conformar corros en torno a la comida, la bebida y la conversación. A la mesa, a sus manjares y a las novedades de la ocasión es de aquellos lugares a los que se vuelve siempre.
Suele ser asunto especialmente delicado el conjunto de circunstancias que determinan nuestra investidura de comensales, dónde nos emplazamos y en qué circunstancias somos convocados. Un complejo juego de etiquetas y modales se pone en marcha, todo sobre la fundamental necesidad de nutrirse.
Pero lo decisivo suele ser el desempeño en la compleja esgrima de hablar y ser escuchado.
La altura de la ceremonia es la medida de la magnitud social de la ocasión: desde el expediente de un humilde refrigerio en una plaza al gran banquete de honor. La comida tiene escala social, aún en la distraída ingesta frente a la pantalla del televisor.

La dimensión complementaria es la amplitud, en donde se mide la convocatoria en términos más extensivos: vamos desde la mesilla de café, proclive a la confidencia hasta las vastas ristras de mesas en donde la localización propia adquiere características socio-geográficas.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. La elaboración de los alimentos (V)

Morgado de Setúbal (1752- 1809) Interior con cocinera (1790)

¿Cuán hondos resultan los ámbitos propios de la alquimia de la cocina?
Hay en quien prepara un alimento una especial concentración, entendida literalmente como constitución profunda de un centro entre las manos y la cabeza, entre la tradición y la emergencia de lo nuevo, entre el mero insumo y la comida efectivamente conformado, entre lo crudo y lo cocido, entre lo necesario y lo posible, entre lo forzoso y lo deseable.

Es la propia vida la que se abisma en la profundidad de los cazos.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. La elaboración de los alimentos (IV)

Del taller de Francesco Bassano La comida de los patricios (s/f)

Las dimensiones propiamente existenciales de la elaboración de los alimentos muestran un doble compromiso.
Por una parte, la cocina se ejerce siempre desde el conato, la presunción y la proyección de renovadas modalidades de elaboración, de incorporación de nuevos productos, la aplicación de novedades en los procesos y las más imaginativas mixturas. El mejor plato es el que lograremos preparar en un futuro, en donde resplandezca toda nuestra especial creatividad. En este sentido, el arte de la cocina es una actividad de las más creativas e innovadoras. Nuestro apetito siempre adquiere renovadas formas que no se sacian de un modo meramente cuantitativo.
Pero también es cierto que la elaboración de los alimentos también es deudora de la tradición, la memoria y del recuerdo de ceremonias del gusto ya vividas, peculiarmente las que nos vinculan con nuestros antepasados. Hay un valor especial en el aroma de una sopa materna o de alguna especialidad experimentada en la temprana infancia. Incluso uno de los aspectos de la propia innovación es, en ocasiones, el rescate de algún producto o elaboración rescatada del fondo del olvido.

Así, en torno al fuego, el cocinero acecha bifronte.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. La elaboración de los alimentos (III)

Basile de Loose (1809-1885) Haciendo waffles (1853)

A la tarea de reorientar las sendas de los alimentos, el fuego y el agua hacia el dominio hogareño le acompaña de cerca una esforzada aplicación a la tarea de disponer, amplia, regular y ordenadamente una plétora de elementos a la mano. Son las manos, en efecto, las que hacen de las cocinas un mundo coherente de cosas organizadas para un fin superior, que les confiere un peculiar sentido humano. La elaboración de los alimentos es la práctica hogareña originaria: una quiropráctica, en definitiva.
No por casualidad el racionalismo arquitectónico moderno apuntó desde un principio a la plena y eficaz mecanización de las agonías del trabajo. Cocineros y ayudantes fueron contemplados en sus coreografías con el fin de optimizar el servicio a una estructura coherente de instalaciones que sirven concertadamente al acopio de enseres y productos, limpieza y cocción.
Así, un nuevo orden de reglas transformó un núcleo de la vida cotidiana. Nuevas leyes de eficacia y eficiencia maquinista sustituyeron a los gestos afectivos y sobreproductores que provenían del fondo de los tiempos.

Hoy la cocina ha quedado reducida a una labor expeditiva, no poco rutinaria y en proceso de insignificación histórica y cultura. Hemos perdido cuotas ingentes de afectos conexos y eso se siente entre las superficies brillantes que amparan apenas nuestra soledad.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. La elaboración de los alimentos (II)

Hendrik Valkenburg (1826–1896) Vieja cocina (1872)

Allí donde hay efectivamente vida doméstica hay un rebullir de trastos y utensilios, crepitaciones y borboteos. La vida tiene un centro musical a la vera del fuego: rumores hondos que marcan el tiempo cotidiano.
En la estación fría es especialmente confortante el calor propio del hogar: Al fervor se le agrega el irresistible aroma de la comida, marca osmotópica de la identidad propia de la casa, más que cualquier blasón heráldico. Gran parte de la memoria afectiva originaria está íntimamente vinculada a las fragancias cotidianas que desprenden los hondos calderos. Y también de las improntas de la vida humana, afanada en torno a los enseres.

De todo esto apenas si nos quedan hoy esos breves gabinetes insípidos, desodorizados y casi impolutos que responden aún a la tradicional denominación de cocina. Pero es apenas su nombre lo que nos queda.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. La elaboración de los alimentos (I)

György Vastagh (1834-1922) La comida (s/f)

La humanidad ha recorrido una esforzada marcha por las sendas que reúnen a los alimentos, el fuego y el agua. Allí donde consiguieran confluir gentes y elementos, allí tuvo lugar un hogar.
Gran parte de la gesta humana es la profunda modificación de la historia y la geografía de estas sendas en pos de su propia domesticación: nos hicimos humanos a la vera de un recipiente puesto al fuego. Por eso, la dimensión de la profundidad perspectiva de una cocina es transhistórica, planetaria y genérica: es necesario pensar siempre en cuánto hemos recorrido como especie para llegar a estar junto a la llama.
En la dimensión de la altura, el problema crucial es la adecuada evacuación de humos, vapores y aromas. Complejas ingenierías se aplicarán para que sea acogedora la reunión de los críos con sus progenitores iluminados por el resplandor del fuego sagrado y confortador.
Por su parte, la medida específica de la sofisticación y el confort radica en la amplitud, allí donde concurre agua potable en forma regular, un fogón seguro y la más dilatada e integral provisión de alimentos.

Nuestras actuales y compactadas máquinas para cocinar apenas guardan recuerdo de las más ancestrales y auténticas magias y brujerías.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. El sueño (V)

Hendrik Goltzius (1558- 1667) Danae durmiente (1603)

En lo hondo del sueño nos quedamos con la más intrigante de las dimensiones: esa que mide hasta cuánto nos adentramos en el lugar donde dormimos. Se trata de la dimensión histerotópica, que vence la medida específica de la interioridad.
Puede que siempre durmamos en una cavidad que tiene como hondura propia la propia persona, abismada sobre sí misma. Podría pensarse también que esa histerotopía es la medida más cabal de nuestra condición humana, eso que en la gramática aparece como la crucial primera persona del singular: yo.

Pudiera también aventurarse que tal hondura es una muy propia medida y valor final de la habitación humana de todos los lugares, mediante todas las ceremonias.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. El sueño (IV)

Pierre-Auguste Renoir (1841-1919) Durmiente junto al mar (1897)

En la vigilia hay dos dimensiones de naturaleza existencial que se despliegan más allá del horizonte del lugar habitado.
Hacia adelante se desarrolla la dimensión alethotópica, que es la dimensión de lo que adviene como revelación. Mientras tanto, hacia atrás, se hunde la dimensión tanatotópica, que es la propia de lo ya vivido, la memoria, el olvido y la muerte.
En la ceremonia del sueño parece haber una inversión; parecería que la mente se arrebuja dando la espalda al futuro y encarando las simas del recuerdo y del olvido. Mientras que el cuerpo reposa de sus fatigas, el psiquismo se precipita a los complejos juegos de la memoria y el deseo.

Quizá sea entonces que podamos averiguar algo verdaderamente nuevo si volvemos la vista atrás, en dirección contraria a la pantalla hechizante de los sueños.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. El sueño (III)

Jan Gerritsz van Bronckhorst (1603- 1661) Ninfa durmiente y pastor (1650)

Nuestro sueño tiene ciertas dimensiones específicas de la condición humana.
Nos movemos en un mundo de cosas a la mano y aun cuando descansamos nos rodeamos de aquellas cosas que tanto nos auxiliarán en el sueño como nos asegurarán el viaje de vuelta a la vigilia. Así, guardamos cerca del lecho tanto los somníferos como los despertadores. La ceremonia del sueño es, se espera, una operación de ida y de vuelta de una reparadora inmersión en una apacible materia oscura.
Tal apacible materia oscura no deja de ofrecer su inquietante dimensión erotópica: el deseo cabalga raudo hacia las regiones más recónditas del psiquismo. Todo puede allí suceder.

Pero también debe contemplarse las más oscuras dimensiones. La primera es la nomotópica, que valora cómo y con qué elementos, intensidades y reglas precisas se sueña, se recuerda y se olvida. Hay unas normas precisas que trazan implacables la cartografía de la Otra Ciudad, y el Otro Tiempo.  La segunda es una medida del trabajo, una dimensión ergotópica, que redistribuye el esfuerzo físico, en donde una parte nuestra reposa exánime mientras que otra se obstina en las vastas  y minuciosas coreografías oníricas.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. El sueño (II)

Franciszek Żmurko (1859 –1910) Dama durmiendo (1910)

Dormimos al amparo de unas precisas dimensiones ambientales que determinan un grado de confort relativo.
Con mucho, la calma del sueño tiene una medida crítica en la dimensión fonotópica. El dormir se arropa en un casi silencio, un sordo rumor de la respiración honda y pausada. No se trata solamente de la adecuada insonorización con respecto al ambiente exterior, sino también de ensordecer, con cortinas, colchas y alfombras, las eventuales resiliencias del ámbito. Hay, entonces, un distanciamiento y un confinarse de naturaleza acústica.
También existen valores críticos y especialmente sensibles de naturaleza termotópica. Así como necesitamos una relativa frescura para conciliar el sueño, también demandamos adecuada aislación para prevenir el enfriamiento del cuerpo yacente.
El descanso exige también su cuota de ensombrecimiento: tal la dimensión específica de naturaleza fototópica. Así, el sueño tiene efectivo lugar en un ámbito silencioso, abrigado y oscuro, de forma de promover todas las evanescencias del onirismo.

Pero no hay que olvidar otra importante y soslayada dimensión. La tranquila respiración del durmiente se verifica en una confortable esfera osmotópica: nuestra guarida huele confortable en tanto la atmósfera se ventile adecuadamente y las fragancias propias, convenientes y deseadas dominen la alcoba.

Dimensiones de las ceremonias del habitar. El sueño (I)

Ferdinand Max Bredt (1860-1921) Mujer descansando (1921)

La fatiga termina por vencernos. Entonces buscamos un lugar propicio para abandonarnos al sueño, celebrando una y otra vez una consabida ceremonia.
Todos los días, nuestras marchas tienen una detención especial: la profundidad perspectiva del laberinto que atravesamos tiene una meta, una extenuación provisoria. Nuestra jornada modula este desmayado aproximarse al fondo de nuestra madriguera, allí donde podemos abandonarnos a yacer, custodiados por los signos de pertenencia, religiosos o mágicos, custodios de nuestra condición más indefensa.
Por otra parte, al yacer, es el resuello, la respiración y el bostezo los que miden la altura de la ceremonia. Puede que resulte muy bucólico tener al firmamento estrellado como techo, pero, por lo común, un dosel suele ampararnos de cerca la habitación del lecho. Preferimos no contar con alturas excesivas, en beneficio de la sensación subjetiva de protección, tanto real como simbólica.
Las medidas quizá más críticas y elementales del confort radican en la calidad muelle del lecho, extremo de razonable buena reputación de una habitación de hotel, así como de la amplitud, dimensión propia de la posibilidad efectiva de ajustes sucesivos de la postura corporal relajada. Un lecho mullido, suave y ancho: tal lo que el cuerpo pide y el ánimo agradece.

Pero éstas son apenas las dimensiones clásicas de la ceremonia de dormir.