El cuerpo y la estructura fundamental del lugar


Andrea Giacobbe

El cuerpo humano vivo es una estructura que proyecta sus dimensiones allí donde tiene lugar.
Vivir, para el cuerpo, consiste en diseminar por todo su alrededor una compleja y rica red de tensiones que conforman la estructura fundamental del lugar. La cabal comprensión de este hecho y la asunción de las consecuencias cognoscitivas, éticas y estéticas que esto conlleva, esclarece la emergencia de una arquitectura propia del lugar. Tal arquitectura laxa, viva y palpitante de pasión interactúa a su vez con el orden de articulaciones materiales y energéticas propuesto por la arquitectura construida. Esta interacción entre estos dos aspectos recíprocamente supuestos y necesarios es la arquitectura concreta que habitamos.
Y todo tiene su origen necesario en las efusiones del cuerpo vivo.

Ritos de paso


Elvinas Vilutis (1984- )

Verdaderamente no somos consciente del natural retardo que se produce en las puertas. Para ello a veces no solo se ornamentan, sino que se incluyen educados traspiés, obstáculos y hasta se juega con bajar la altura de sus dinteles invitándonos con ello a realizar genuflexiones inconscientes. Todo vale con tal de hacernos pasar por ese umbral con mayor parsimonia. (Y parsimonia es una buena palabra para hablar de las puertas habituales porque remite a ahorro y a lentitud).
Santiago de Molina, 2019

Esta niña ya sabe lo que muchos adultos hemos olvidado.
Para atravesar ciertos umbrales es necesaria una debida parsimonia. Hemos aprendido con advertencias precisas primero, automatizado luego en la conducta y producido en los órdenes de las marchas ciertos significativos cambios de ritmo. En tiempos pasados, las jambas, los umbrales y los dinteles estaban ricamente decorados, ya que los artesanos sabían de estas pausas ceremoniosas. Pero en estos tiempos mezquinos, una puerta es apenas una abertura por donde, desde el punto de vista semiótico, parece que sólo puede uno escabullirse furtivo.
Cuando se recupere una poética arquitectónica humanista se propiciará de modos semiótico y estético apropiados las sutiles pausas en los pasos de las puertas.

Soñar


Robert & Shana ParkeHarrison (1968- )

Es preciso soñar con perseverancia, obstinación y apasionamiento.
¿Hacia dónde dirigir los ímpetus por cambiar esta desolada realidad de la vigilia? Hacia el espejo oscuro que nos revela nuestro verdadero semblante, quizá monstruoso sí, pero en todo caso auténtico. ¿Mediante qué mecanismos podremos soltar amarras del pensamiento rutinario? Mediante la colisión salvaje e incontrolada de nuestros deseos, nuestros terrores y nuestra auténtica configuración feliz. ¿Cómo será posible atisbar, cultivar o producir las formas nuevas de la vida? A través de la iluminación nocturna de las más profundas fantasías.
No se trata de rehuir la cruda vigilia, sino, por el contrario, de trabajar allí en donde aún tenemos mejores posibilidades de encontrarnos con nosotros mismos.

El mecanismo pertinaz del embellecimiento

Robert & Shana ParkeHarrison (1968- )

Hay una poética que busca conformar su objeto de modo integral para constituirlo, en sentido estricto, como un bien hermoso, esto es, un bien estético con la forma debida. Pero también hay poéticas que propenden al embellecimiento, lo que implica aplicar dispositivos cosméticos al objeto con el fin de revestirlo de tal manera que resulte bello en su apariencia. La segunda alternativa es quizá la dominante en la cultura popular contemporánea.
En cierta manera, nuestros maestros en estos temas han propugnado la superioridad ética de la primera opción sobre la segunda. Pero lo cierto es que el embellecimiento facultativo domina sobre la constitución ontológica de lo hermoso.
El predominio de las actitudes proclives al embellecimiento es indicio del prosaísmo difundido por los entresijos simbólicos de la vida cotidiana. En las circunstancias ordinarias, parece más dificultoso disfrutar de un fresco ramo de flores convenientemente renovado que de una lámina que conserve ilusoriamente un aspecto prístino y convenientemente enmarcada, esto es, sustraída al continuo de los eventos de la naturalez

Mundo y universo


Elia Locardi (1980- )

Parece haber un matiz muy tenue pero decisivo entre las ideas de mundo y de universo.
Puede que el concepto de mundo parta de una vivencia concreta, de una experiencia de constituir un aquí, el que constituye el lugar que le concierne. Mientras tanto, la idea de universo proviene de una abstracción lógica, de la concepción de una totalidad de aspectos de lo real en el que nuestros mundos pueden tener sus lugares.
Hay un término para referirse al todo de lo que es, conteniendo en su seno todo aquello que llega efectivamente a concernirnos. El tópico frecuentado que afirma que cada casa es un mundo no hace otra cosa que señalar esta articulación cognoscitiva de esferas. Y quizá toda arquitectura efectivamente habitada no sea otra cosa —y nada menos que— una articulación emergente entre un mundo y el universo.

Asunto de perspectivas


Elena Shumilova

Uno debería volver a ver las cosas con la mirada del niño que ha sido.
Las cosas tenían entonces otros estatutos, otras jerarquías y otros misterios. Los ambientes proliferaban en sorpresas olfativas, los sonidos se organizaban en planos diferentes, y las luces y las tibiezas del aire eran una maravilla. El mundo era nuevo y abundaban ciertas ocurrencias de esas que —no se sabe nunca bien por    qué— perduran en la memoria afectiva con cierta persistencia.
Ahora parecen nimiedades, pero (quién sabe), puede que fuesen secretos cruces de sendas. Por ello es que creo que hay que prestar cierta atención a las perspectivas de nuestros niños. Porque están señalando, en algún modo, la orientación de sus caminos.

Ensimismamiento


Dalibor Talajic (1973- )

Hay ocasiones en que todo el mundo queda confinado entre la cabeza y el alcance exiguo de las manos. El cuerpo se encoge sobre sí y la conciencia profundiza en la cavidad resultante. El sujeto se ensimisma, esto es, se vuelca sobre su mismidad.
Un vaso, en ocasiones, contiene un fármaco para lidiar con la vigilia.

Una habitación para escribir


Eduardo Gageiro (1935- )

Démosle una habitación propia y quinientas libras al año, dejémosle decir lo que quiera y omitir la mitad de lo que ahora pone en su libro y el día menos pensado escribirá un libro mejor
Virginia Woolf, Una habitación propia, 1929

Participemos de la felicidad efectivamente conquistada por la mujer de la fotografía. Ya dispone de una habitación propia, con vistas y condiciones proclives para dar todo de sí. Parece contar con cierta tranquilidad para abordar su desafío. Puede que se favorezca con el material adecuado para prepararse, el ámbito digno para desarrollarse y la arquitectura del paisaje decorosa para producir lo suyo.
No importa ya tanto que escriba su libro mejor; lo verdaderamente importante que tiene lugar allí y está en su pleno derecho.

Las voces y los ecos


Eduardo Gageiro (1935- )

Hay ocasiones en donde se puede experimentar una cierta generosidad en la arquitectura del lugar.
Una de las medidas —y no la menos importante, por cierto— es el intervalo entre los rumores de la vida y el eco en las profundidades del ámbito. De las voces a los ecos comprende un espacio-tiempo de honduras que es gozoso experimentar en la expansión prudente del cuerpo en el lugar. La reverberación de los pasos, de los murmullos circunspectos, de los roces de los cuerpos es la medida propia de la magnificencia de una arquitectura que no necesita de más ornato para denotar su escala.
No cualquier enormidad es una grandeza, pero cuando esta última tiene efectivo y oportuno desempeño, constituye el gesto espléndido propio de lo singular.

Irrupciones

Eduardo Gageiro (1935- )

En los umbrales está todo por suceder.
Por esto las puertas son lugares singulares en toda arquitectura articulada y viva. Por esto los umbrales constituyen instancias señaladas en nuestra existencia corriente. Por esto deberíamos atravesarlas con mayor circunspección que la usual.
Precisamente porque en los umbrales se murmura y advierte lo que vendrá

Un aporte singularmente sensible e inteligente


Bert Teunissen (1959- )

El fotógrafo holandés Bert Teunissen ha tenido una idea singularmente interesante, sensible e inteligente. Ha fotografiado a personas en sus ámbitos propios bajo la consigna de ilustrar los paisajes domésticos de distintos lugares del mundo. El resultado es muy especialmente significativo y constituye un aporte inestimable a la Teoría del Habitar.
Véase su página web:

Prestar oídos al rumor de los muros


Hans Gedda (1942- )

¿Adónde van las palabras que no se quedaron? se pregunta Silvio Rodríguez.
Quizá sea bueno prestar oídos a los rumores apagados que aún congregan los muros.


Poética cotidiana


Marian Schmidt (1945- )

Es preciso rescatar cierta poética cotidiana de su actual casi invisibilidad.
Si bien la existencia ordinaria aparece como un rutinario sucederse del mero tiempo —curso que en ocasiones señaladas se interrumpe con ciertas importantes epifanías de lo extraordinario, excelente y único en su especie— no podemos resignarnos al insignificante prosaísmo. Lo usual puede ser hermoso, esto es, adoptar precisamente su forma cabal y, al hacerlo, resultar una poética en pantuflas, una poética de uso doméstico, una poética corriente.
Porque al hacer perceptible, consciente y palpitante una cierta poética cotidiana ponemos en valor la mayor porción de nuestra efectiva existencia, a la vez que incrementamos la perspicacia para lo extraordinario.

Hábitos de penumbra


Oded Wagenstein (1986- )

Con una frecuentación mínima pero necesaria podemos movernos por nuestro ámbito habitado no tanto gracias al auxilio de los sentidos como por la asistencia de la memoria.
Hay una cierta virtud en los hábitos de penumbra. Porque en tales circunstancias, nos quedamos con lo esencial de nuestras estancias, ensimismados y dueños soberanos de nuestro aquí. A la mitigación de la luz le corresponde también cierto dichoso casi silencio y una tibieza que tanto conforta la piel como el ánimo.
Entonces estamos allí, en todo el profundo y entrañable sentido de tal expresión.

Dejemos que las cosas hablen


Lorenzo Meloni (1983- )

En esta ocasión, cualquiera de mis palabras serían una torpeza. Prefiero hacer silencio para que el discurso de la fotografía diga lo suyo.

Márgenes


Maciej Dakowicz (1976- )

Nuestras urbanizaciones, a la vez que atraviesan los límites propios de la ciudad, proliferan en márgenes.
Me explico. La urbanización difusa, en la actualidad, rarifica el carácter propio de la ciudad a fuerza de extenderse sobre el territorio de manera inorgánica, inconexa e ingobernable. Pero esta extensión se realiza a costa de trazar márgenes en donde pueblan, de un lado y de otro, diversas —y antagónicas—condiciones de urbanitas. De un lado, los integrados al sistema de producción y consumo; del otro... los disfuncionales, los carentes, los habitantes de ominosa catadura que, no obstante, siguen siendo, empecinadamente, urbanitas. De un lado, los servicios, los bienes y las vigilancias; del otro los restos, los detritos y las miradas furtivas y al acecho.
Al paso que vamos ¿cuánto tiempo pasará para que terminemos arrojados al otro lado del margen? Porque lo que a la ciudad formal le sobra siempre es gente.

Los urbanitas y el fuego


Sergey Maximishin (1964- )

La condición de habitante urbanita implica un considerable gasto energético.
Nos estamos cociendo en una gigantesca hoguera que afrenta el aire con sus humos. Los urbanitas desarrollamos un estilo de vida que tiende a agotar nuestros recursos energéticos finitos. Expoliamos el fuego a la vez que sobrecalentamos la morada común. La lucha por algo que quemar vuelve más hostiles a los lobos del hombre.
¿En qué dirección dirigir nuestros ruegos, imprecaciones y expectaciones para cambiar el rumbo antes del desastre definitivo?

Los urbanitas y la tierra


Hollie Fernando

Los urbanitas devastamos la tierra.
A fuerza de tratar meramente con un abstracto suelo, que sólo conserva magnitudes de rentable superficie edificable, nos desentendemos de la tierra concreta. Mientras que las raíces de los árboles se abisman en los miserables alcorques, nos contentamos con pisotear las superficies con ímpetus abandonados de sí. Olvidamos que, antes o después, regresaremos a ella, porque de ella provenimos.
¿Se ha reparado en el hedor pestilente que despiden las zanjas que se abren en la tierra ciudadana? Es el olor de nuestra mísera condición de vertedores nauseabundos.

Los urbanitas y el agua


Claudia Wycisk (1985- )

Por donde anda la vida, circula el agua.
Los urbanitas no tratamos este elemento como se merece. Explotamos con rapacidad las fuentes, desperdiciamos su suministro, insignificamos su valor material y simbólico, y la vertemos, sucia, a los mismos lugares desde donde la extraemos, que es este planeta que nos va quedando cada vez más chico. Los urbanitas no deberíamos olvidar que se trata de un recurso a veces limitado, que algún día constituirá un delito ambiental penado su mal uso y quizá sólo la justipreciemos cuando escasee de modo crítico. Los urbanitas deberíamos volver a homenajearla en fuentes públicas que enseñen a los niños de mañana de qué se trata este elemento.
No deberíamos condenar el agua siempre a las ocultas cañerías: deberíamos, en cambio, formar con estanques unos espejos para podernos reconocernos allí.

Los urbanitas y el aire

Diana Markosian (1989- )

De las atmósferas que gustamos respirar (y que nos resultan, por otra parte, inspiradoras) las ciudadanas no son, por lo general, las preferidas.
Y, sin embargo, con todo su complejo mefitismo y con toda su efectiva contaminación, son las atmósferas que respiramos y que nos inspiran el día a día corriente. Por lo que corresponde que acondicionemos la ciudad, cuidemos los vientos y examinemos las prácticas sociales que afectan la calidad del aire. La ciudad es una atmósfera que volvemos desagradable por culpa de nuestro estilo de vida insostenible.
¿Merecemos esta continua inmersión en la maloliente esfera en que quemamos hidrocarburos en forma intensiva? ¿Merecemos este húmedo calentamiento global? ¿Merecemos este aire envenenado?

El derecho a habitar del urbanita


Max Pinckers (1988- )

El derecho a habitar la ciudad es mucho más que el derecho a servirse de un bien útil o disfrutar de sus atractivos.
Es el derecho a intervenir en su conformación física, social y política. Es el derecho a contribuir a generar reglas de convivencia, a vivirlas y a construir los consensos que vuelvan razonable la obediencia a ellas. Es el derecho a generar los contenidos humanos que confieran sentido específico y diferencial a tener lugar allí y en un entonces.
Habitar un lugar, para un urbanita, es detentar el derecho a la adecuación, a la dignidad y al decoro en las condiciones integradas de la vida social tal como puedan ejercerse en la ciudad que la comunidad erige, desarrolla y gestiona.

El derecho a la ciudad


Guillaume Darribau (1978- )

El Derecho a la Ciudad amplia el tradicional enfoque sobre la mejora de la calidad de vida de las personas centrado en la vivienda y el barrio hasta abarcar la calidad de vida a escala de ciudad y su entorno rural, como un mecanismo de protección de la población que vive en ciudades o regiones en acelerado proceso de urbanización. Esto implica enfatizar una nueva manera de promoción, respeto, defensa y realización de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales garantizados en los instrumentos regionales e internacionales de derechos humanos,
Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad, 2004

La formulación del derecho a la ciudad comienza por dar un importante paso que trasciende la vivienda como objeto para diseminarse sobre el lugar efectivamente poblado.
No es sólo un cambio de tipo cuantitativo y territorial sino, por el contrario, es una mutación cualitativa y multidimensional que afecta, en definitiva, a nuestra condición humana de seres situados. Mediante la formulación del derecho a la ciudad se comprende de modo mejor integrado la índole humana de nuestro derecho a habitar lugares adecuados, dignos y decorosos, entendido que estos deben conformar, necesariamente, un todo estructurado. Este todo estructurado, en el presente estadio de la conciencia social, se deja llamar ciudad, por representar esta realidad social y este concepto la unidad mejor reconocible.
El derecho a la ciudad preludia el más complejo y profundo contenido del derecho a habitar.

La ciudad como arquitectura sistémica de lugares (III) Laberintos


Fernando Gordillo (1933- 2015)

La arquitectura sistémica de lugares que constituye una ciudad se ve atravesada, de un modo singularmente complejo, por una proliferación de laberintos.
Por estas sendas deambulan frenéticamente personas, bienes y signos. Llamamos, entonces, ciudad a ese entrecruzamiento de laberintos que es la clave de su secreta riqueza, a la vez que constituye su estructura materialmente sustentante. Son los intercambios, las traslocaciones, los tránsitos los que dan el pulso vital —a veces febril— de eso que se deja denominar con propiedad, ciudad.
La comprensión profunda de la ciudad como arquitectura sistémica de lugares hará posibles las necesarias operaciones de una poética arquitectónica humanista que, a la vez que consiga el renacimiento de la ciudad histórica, libere a sus urbanitas de su penosa situación actual.

La ciudad como arquitectura sistémica de lugares (II) Esferas


Fernando Gordillo (1933- 2015)

Caracterizar a una ciudad como una arquitectura sistémica de lugares implica constituir un punto de vista especialmente comprometido con la vida urbana.
Las personas, en esta asunción, son las protagonistas activas de la construcción de la ciudad a partir de la constitución de diferentes esferas que integran en un todo integrado los ámbitos íntimos, particulares, familiares, comunitarios y ciudadanos mediante una articulación propia y diferencial. Cada urbanita tiene efectivo lugar y desde su población particular tiende radios de solidaridad y distanciamiento intersubjetivos que moldean el ámbito ciudadano. Cada habitante es un foco estructural desde donde irradia una peculiar contextura espacio-temporal hacia los vecinos. Pero la ciudad no es un simple agregado de esferas individuales, sino el concierto variopinto aunque sistémico de sus mutuas superposiciones.
La ciudad es, en cierta forma, una esfera habitada cuya peculiar arquitectura le confiere forma a la vez que significado.

La ciudad como arquitectura sistémica de lugares (I)


Jaanus Jamnes (s/d)

Recordemos cómo el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define el término ciudad.
Conjunto de edificios y calles, regidos por un ayuntamiento, cuya población densa y numerosa se dedica por lo común a actividades no agrícolas.
Esto puede hacernos pensar que el agregado de edificios en concurrencia con el ámbito público constituye la sustancia de la ciudad. Así existiría una consustanciación entre la arquitectura de los edificios y la consecuente urbanización: el encarnizamiento constructor de los arquitectos constituiría por agregación las ciudades. Hay que reconocer que esta es una idea bastante tosca y —lo demostraremos de modo sucinto— errónea.
Lo que define sustancialmente una ciudad es una comunidad de asentamiento específicamente estructurada por su densidad y número, así como por su particular estilo de vida que puebla una arquitectura sistémica de lugares. Las personas —a título de urbanitas— tienen efectivo lugar allí, en la ciudad y esto significan que ocupan un sistema complejo, unitario y estructurado de lugares que prolifera tanto en acondicionamientos particulares como como ámbitos públicos que los asocian. Es la comunidad humana de urbanitas la sustancia viva de las ciudades y no el agregado de edificios y calles. Estos últimos elementos son apenas una consecuencia productiva de la existencia de las personas que allí tienen lugar.
Ese tener efectivo lugar es el hecho constitutivo de la ciudad. Y lo demás viene en consecuencia.

La ciudad del humanismo triunfante


Marcel Hartmann (1965- )

Si hubiese una futura ciudad luego y a pesar de la presente urbanización sin ciudad, esta debería ser, sin duda, la ciudad del humanismo triunfante.
¿Cómo sería tal ciudad? Difícil saberlo y pormenorizar sus formas edificadas y sus ámbitos públicos. Pero es sensato anticipar que las justas pretensiones de los urbanitas dejarán su impronta en el contenido social que rebullirá hasta conseguir su mejor buena forma. La ciudad del humanismo triunfante será, sin duda, la expresión necesaria de una sociedad en donde la vida humana conquiste el lugar central y hegemónico que ha perdido hoy.
Soñemos con empeño en una ciudad así.

La condición urbana


Frank Herfort (s/d)

Nos guste o no, nuestro futuro tiene a la condición urbana como destino fatal.
Viviremos todos según unos patrones, unos modelos y unos modos de vida marcados por la condición de urbanitas, sea donde sea que nos emplacemos particularmente. De esta forma, es forzoso rendirse a la evidencia y ejercer el papel correspondiente con la más honda conciencia de sí, aprovechar lo que se dé y producir en la ciudad del futuro los gestos de nuestro habitar más pleno.
A la misma condición humana le debemos agregar, como dato fundamental del momento histórico, la condición urbana.

Entre la ciudad de la especulación y la especulación sobre la ciudad


Thomas Struth (1954- )

La idea de especulación se refiere, a la vez, a dos modalidades de práctica social especialmente diferenciadas.
Por una parte, por especulación se tiene a ciertas formas de pensamiento de algún modo divorciadas conexiones revisables con la realidad, ya un ejercicio de la pura imaginación creadora o ya una mera expresión de deseos. Mientras tanto, en las duras condiciones socioeconómicas de nuestra realidad, por especulación se tiene la vocación por comprar bienes relativamente baratos para revenderlos con pingües ganancias. En cierta forma, así como especulan los que no saben, también lo hacen aquellos que conocen bien la realidad, aunque con resultados completamente diferentes.
Puede especularse —ya que estamos— que el problema sea de espejos (specula) y el quid del asunto radique en qué lado de este adminículo uno se encuentra.

La ciudad abstracta, la ciudad concreta, la ciudad real.


Masha Ivashintsova (1942-2000)

Aquello que creemos saber acerca de la ciudad resulta, de modo más o menos pormenorizado, una ciudad abstracta. Esto quiere decir que nuestra perspectiva cognoscitiva es forzosamente reductiva. Siempre sabemos menos de lo que conviene.
Sin embargo, en la medida en que realizamos diversas prácticas sociales en la vida urbana, conseguimos tener, de un modo siempre particular, una relación pragmática y operativa con la ciudad que ahora se muestra en su carácter concreto. Así vamos viviendo, entre las prácticas particulares y las indagaciones siempre reductivas, oscilando entre dos ciudades que nos tienen a nosotros mismos como suerte de espejos.
Mientras tanto, producimos distraídamente una ciudad, que es la real, a la que no accedemos del todo con la conciencia y a la que no todas las prácticas alcanzan a transformar decididamente, pero es el lugar efectivo allí donde habitamos.
Qué sería de nosotros si pudiésemos hacernos con el saber, el poder y la poética que nos permitiese cometer la ciudad que nos merecemos, dada nuestra especial condición. Si la ciudad abstracta, la ciudad concreta y la ciudad real superpusieran sus figuras bajo un unitario punto de vista.

La explotación del suelo y el cultivo del lugar (III) Siembra de urbanógenos


Frank Herfort (s/d)

Los urbanitas no nos merecemos estas penosas urbanizaciones sin ciudad.
Más temprano que tarde, las ciudades deberán rebrotar. Y para esto, deberán sembrarse urbanógenos, esto es, gérmenes de futura ciudad promovidos por la más amplia iniciativa social y bajo el cuidado amparador de los urbanitas, asistidos por los sueños y el deseo profundo de una nueva vida.
Precisamente allí donde la codicia vaya dejando el tendal material, formal y simbólico a su paso, allí irán las muchachas de miradas hondas y vientres hospitalarios para señalarnos el modo concreto en que la ciudad del futuro volverá a ser plenamente vivible por sus legítimos poseedores, los urbanitas.
Quizá no llegue yo a verlo, pero tiene que ser posible.

La explotación del suelo y el cultivo del lugar (II) Juego de estrategia


Frank Herfort (s/d)

Cuando a la ciudad se le inflige una decidida y ensañada explotación del suelto, los agentes hegemónicos del mercado inmobiliario se dedican a un juego de estrategia.
Se disputan posiciones, tal como si de un ajedrez se tratase. Los lugares mudan de valor económico según qué piezas inmobiliarias se desarrollen (o no) en cada emplazamiento, volviendo a la población urbana en majadas transportadas sucesivamente de emplazamientos según la dura ley del valor del suelo.
Así, la urbanización especulativa gana terreno a la ciudad histórica, esa entidad en instancias de dilución en la que creemos vivir de momento.

La explotación del suelo y el cultivo del lugar (I) Expolio


Frank Herfort (s/d)

Hay un urbanismo y una arquitectura urbana que es producto de la pura y dura explotación del suelo. Es el urbanismo y la arquitectura urbana que solemos conocer en vivo y en directo.
Tales prácticas sociales de producción de lugares ejercen un expolio de recursos ambientales, culturales y simbólicos. Todo el ambiente, con su frágil y delicada complejidad, se ve convertido en puro suelo aprovechable, explotable, objeto de producción y mercantilización, uso y abuso. Pero también es la cultura urbana la que se ve reducida a una explotación reductiva: de todo aquello que una ciudad supone, apenas si importa esquilmar uno sólo de sus valores emergentes, que es el valor económico de cambio del suelo. Y, por último, pero no menos importante, de todo aquello que aún es portadora la ciudad como símbolo y expresión de civilización y vida en común, de todo esto sólo resta el valor potencial y efectivo del metro cuadrado construible.
¿Suena desagradable? A esto es a lo que estamos acostumbrados y es esto lo que habitamos como peces en el agua estancada de nuestras propias y autoinfligidas peceras.

El derecho a habitar de los urbanitas (III) Decoro


Bruno Rosso (s/d)

Debe construirse un urbanismo fundado en derechos que culmine por consagrar una emancipación integral de la condición de urbanita.
Para ello debe lograrse, en todos y cada uno de los aspectos de la vida urbana una dosis necesaria de decoro, en donde a la adecuación y dignidad se le agregue el componente esencial de la libertad del habitante. El decoro, lejos de ser considerado un lujo privativo de un selecto grupo social, debe ser entendido en su cabal contenido liberador.
Los libres, dignos e iguales se merecen un sistema integrado de lugares decorosos, condignos y adecuados como expresión superior de su efectivo tener lugar allí.

El derecho a habitar de los urbanitas (II) Dignidad

Carlo Trois (1925- 2002)

La urbanización anticiudadana contemporánea es la expresión de la hostilidad mutua de los urbanitas, precisamente segmentados por niveles de ingreso y capital cultural.
La ciudad del futuro sólo podrá reconstruirse, no sin mucho esfuerzo, a partir de un pujo sostenido de fraternidad generalizada, allí en donde cada uno de nosotros ocupe y pueble el lugar que corresponda a su identidad diferente y que lo una a sus vecinos los lazos de la solidaridad que expresen las distintas versiones de la dignidad mutuamente reconocida. Es preciso construir el sistema de lugares urbanos en donde los urbanitas se encuentren a sí mismos con sus respectivas fisonomías proyectadas en fraternal asociación de iguales y sin embargo diferentes.
Ya no se trata de adecuación solamente; se trata de adecuación y dignidad mutuamente relacionadas. Se trata de un urbanismo ético.

El derecho a habitar de los urbanitas (I) Adecuación


Carlo Cosulich (1910- 1978)

Debe construirse un urbanismo fundado en derechos.
Y todo puede tener principio a partir de la igualdad de todos los urbanitas con respecto a la adecuación que deben tener los lugares de la ciudad. No basta con el alojamiento sumario y abaratado. Lo que corresponde es la provisión democrática de lugares adecuados para vivir en todos los aspectos que involucra la vida urbana. No basta con mínimos habitacionales infamantes para los sectores populares- Lo que corresponde es la provisión integral de lugares de magnitudes conformes, desarrollados en arquitecturas urbanas coherentes y completas. No basta con la disposición de vastos polígonos residenciales. Lo que corresponde es que la propia ciudad se propague tanto en su centro, en sus regiones pudientes y en las periferias con un sentido integrador.
Un urbanismo fundado en derechos es fruto de un humanismo de nuevo cuño cuya emergencia cada vez nos es más urgente.


Autodestrucción ciudadana



Las ciudades viven dinámicas autodestructoras. En sus entornos se generan procesos urbanizadores sin ciudad. Se impone un uso depredador del patrimonio natural, social y cultural. La ideología del miedo y la obsesión de la seguridad disuelve la convivencia ciudadana y reduce los espacios públicos. La ciudad de calidad se vuelve excluyente, la especulación prioriza el valor de cambio sobre el del uso, la arquitectura de los objetos substituye al urbanismo integrador.
Jordi Borja, 2015

Asistimos con estupor a la autodestrucción ciudadana.
Cada día avanzamos inexorablemente hacia una urbanización difusa, dispersa y desagregada. Pululan los enclaves hostiles en un mosaico sociourbano que enclasa y segrega a los ciudadanos según ingresos y subculturas.
Qué bueno es vivir en familia, afirma, no obstante, el grafiti.

El urbanita y los umbrales


Jean Pierre Bonnotte (1938- )

La tercera especie de los urbanitas la constituye aquella en donde éstos se aplican ceremoniosamente al atravesamiento de umbrales.
Allí los habitantes experimentan una emoción recurrente que es el sometimiento a una transformación de estatutos, de irrupciones, de pasajes rituales. Allí es donde tiene lugar la modulación de los matices más sutiles de lo público y lo privado, donde se inauguran ciertas historias, donde se metamorfosean las envolventes de persona que invisten al sujeto. Allí, en los umbrales, se intercambian las luces y los rumores, se transforman los adentramientos en salidas, y las personas tienen lugar en las rupturas de las fronteras más consolidadas en la arquitectura de las ciudades.
Pues así es que también puede ser entendida una ciudad y su paisaje: como una sucesión espasmódica de umbrales que atravesamos escribiendo en la ciudad el texto de su peculiar y concreta historia menuda.

El urbanita parroquiano


David Plowden (1932- )

Una segunda especie de urbanitas la constituyen los parroquianos.
Los viandantes pueden pausar su andar, pero cuando se trata de los clientes, estos deciden aposentarse, sentar sus reales en una estancia urbana y desde allí decidir hacia dónde dirigir después sus pasos. No es sólo tomarse un respiro, sino de una táctica en la dinámica de constante ocupación del lugar por parte de un urbanita que hace suyos ciertos emplazamientos. La ciudad, para estos habitantes avisados, es un sistema de lugares interconectados por los cuales es posible ir poblando en sucesión significativa.
También en este caso es preciso advertir cómo puede ser entendido el paisaje urbano tal como lo estructuran las señaladas estancias pobladas por los parroquianos.

El viandante, primera especie del urbanita


Sam Abell (1945- )

El viandante que circula o que se detiene en este o aquel otro punto de su recorrido, en efecto, discurre, en el triple sentido de que habla, reflexiona y circula. De un lado, el usuario habla, dice, emite una narración al mismo tiempo que se desplaza, hace proposiciones retóricas en forma de deportaciones y éxodos, cuenta una historia no siempre completa, no siempre sensata. También, en efecto, ese usuario piensa, en la medida que suele tener la cabeza en otro sitio, está en sus cosas, va absorto en sus pensamientos, que –a la manera del Rousseau de las Ensoñaciones del paseante solitario– no pocas veces plantean asuntos fundamentales sobre su propia existencia. Por último, el usuario del espacio público pasa, es un transhumante, alguien que cambia de sitio bajo el peso de la sospecha de que en el fondo carece de él. Esa molécula de la vida urbana, el viandante, es al mismo tiempo narrador, filósofo y nómada. Dice, piensa, pasa. Lo que lleva a cabo es una peroración, un pensamiento, un recorrido.
Manuel Delgado, 2017

Entre los urbanitas se destaca, como si de una primera especie se tratase, la omnipresencia de los viandantes, gentes que van y vienen sin cesar.
El paisaje urbano, entonces, registra una miríada de laberintos, de pequeñas peripecias y de intercambio constante de posiciones. Es preciso meditar cómo se estructura, de modo concreto, la arquitectura del paisaje de la ciudad a través de estas constantes prácticas de la marcha. Una marcha que el urbanismo mecanicista y reductivo trata apenas como circulación, cuando se trata de una frenética actividad de interpelación al sistema de lugares que conforma una ciudad.
Cabe preguntarse si acaso estamos sólo asomándonos a una entrevisión de la verdadera arquitectura de la ciudad sólo cuando comprendamos en profundidad el modo en que los viandantes la construyen, en su andar que parece, por otra parte, siempre falazmente distraído y algo olvidado de sí. Los urbanitas construyen la forma palpitante de la ciudad como la cadencia de sus pasos.

Acerca de las condiciones humildes de la existencia


Dominique Issermann (1947- )

Cuando se menciona la existencia suelen convocarse a la conciencia graves y fundamentales asuntos tales como el sentido de la vida y de la muerte, la situación de la persona en el cosmos y otros de similar trascendencia.
Aquí prestamos peculiar atención a las condiciones humildes y cotidianas de la existencia. A nuestro ordinario estar-en-el-mundo. A la constitución de una presencia a la vez que una sombra
Puede que los fundamentales desafíos de nuestra existencia sólo puedan afrontarse precisamente cuando consigamos, si bien no un acomodo desmayado, sí una confortación razonable en la vida cotidiana y su complexión simple, elemental y crónica.