Plumas ajenas: Georges Perec

Para esta joven pareja, que no era rica, pero que deseaba serlo, simplemente porque no era pobre, no existía situación más incómoda. No tenían más que lo que merecían tener. Mientras soñaban con espacio, con luz, con silencio, eran devueltos a la realidad, no sombría, pero sí mezquina simplemente —lo que quizá era peor—, de su vivienda exigua, de sus comidas corrientes, de sus vacaciones escasas. Era lo que correspondía a su situación económica, a su posición social. Era su realidad, y no tenían otra. Pero existían, a su lado, en torno a ellos, a lo largo de las calles por las que no tenían más remedio que pasar, los ofrecimientos engañosos, aunque tan cálidos, de los anticuarios, de las tiendas de ultramarinos, de las papelerías. Desde Palais–Royal hasta Saint–Germain, desde el Champ–de–Mars hasta l’Etoile, desde el Luxembourg hasta Montparnasse, desde l’Ile Saint Louis hasta el Marais, desde los Ternes hasta la Opera, desde la Madeleine hasta el parque Monceau, París entero era una perpetua tentación. Ansiaban ceder a ella, con embriaguez, en seguida y para siempre. Pero el horizonte de sus deseos se cerraba despiadadamente; sus grandes sueños imposibles pertenecían a lo utópico.

(Georges Perec, 1965)

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