Notas para una filosofía del habitar (XX) Teoría y poética


Alvar Aalto (1898- 1976) Sanatorio de Paimio (1933)

Toda Teoría arquitectónica debe guardar una adecuada relación con una Poética correspondiente.
En primer lugar, la Teoría no puede sobrevolar liberada de algún anclaje con la Poética. El riesgo de tal estado de cosas es desarrollar una teoría puramente especulativa, superestructural y descomprometida con las verificaciones operativas de la práctica. Por otra parte, una poética huérfana de teoría desemboca, por obra de estas circunstancias, en cualquier parte.
Pero en segundo lugar es preciso precaverse con la idea falaz de una Teoría dictando paso a paso la marcha de la Poética. Tanto las productividades específicas de teoría y poética se resienten con ello, así como se difiere toda posibilidad de implementación práctica hasta que no se haya dilucidado el conjunto exhaustivo de aspectos teóricos necesarios.
De este modo, es preciso pensar en una teoría y una pluralidad de poéticas mutuamente concertadas, pero de ninguna manera revueltas o confundidas.

Notas para una filosofía del habitar (XIX) Un humanismo arquitectónico necesario


Alvar Aalto

Hacer más humana la arquitectura significa hacer mejor arquitectura y conseguir un funcionalismo mucho más amplio que el puramente técnico.
Alvar Aalto

Desde el centro originario de la Arquitectura Moderna del siglo XX provienen dos inquietudes fundamentales: la generalizada preocupación por la función, la utilidad y la implementación práctica en arquitectura, ampliamente difundida en los integrantes de aquella vanguardia de maestros, y una singularísima ansia por la humanización de la arquitectura, producto del magisterio solitario del maestro Aalto.
El funcionalismo moderno —sumido en la actualidad en un proceso de revisión crítica— supone hoy un modo fundamental de responder a la cuestión del para qué de la arquitectura. A través del compromiso de la conciencia arquitectónica con la utilidad es que se afronta, desde un sesgo particular, el desafío teleológico fundamental.
Pero el aporte de Aalto introduce, con mucho, el ingrediente crítico necesario para una decidida orientación ética y estética en arquitectura. Se trata de considerar en toda su magnitud la tarea de hacer más humana la arquitectura. Esta es la tarea que la Teoría del Habitar adopta como suya y la compromete a la edificación sistemática y rigurosa de un necesario humanismo arquitectónico.

Notas para una filosofía del habitar (XVIII) Existencia y habitar


Martin Heidegger

La Teoría del Habitar debe reconocerse deudora de la filosofía de la existencia.
Es en el marco de tal filosofía que el habitar presenta su carácter propio y diferencial. Allí es de donde proviene la pregunta constitutiva de la Teoría. Desde tal punto de partida es posible afrontar los problemas que implica.
Y, sin embargo, también es necesario señalar su especificidad, tanto como es razonable reconocer su genealogía. Es que existir comprende situaciones más allá de la localización pobladora de un lugar. En este sentido, el habitar comprende las condiciones humildes de la existencia, la cotidianidad concreta, las situaciones corrientes que nos acompasan el día a día.
De este modo, así como podemos vislumbrar el mundo sobre el hombro de ciertos gigantes, también deberemos reconocer la magnitud sencilla de nuestra perspectiva.

Entrevista con Carlos Rehermann en Radio Cultura. Disponible en https://mediospublicos.uy/habitar-es-la-cuestion/

Notas para una filosofía del habitar (XVII) Las prácticas fundamentales del habitar


Franz Stegmann (1831–1892) En el coro de la catedral a Aquisgrán (1890)

Por lo que parece, al menos hasta hoy, la arquitectura es objeto por parte de su habitante de tres modalidades fundamentales de prácticas: la marcha, la estancia y la trasposición de umbrales.
La marcha constituye la práctica más primitiva: nuestros primeros pasos inauguran una senda en el mundo que no cesamos de recorrer hasta el instante postrero. Antes incluso de ser humanos del todo, nuestro espacio-tiempo era apenas si una inquieto y curioso deambular. Por ello, esta práctica primordial inaugura la principal dimensión del lugar, articulando y asociando íntimamente espacio y tiempo.
La práctica de la estancia se desarrolla evolutivamente mucho después, cuando fue posible históricamente un sedentarismo que produjo algo más que meras pausas en el camino. Con esta práctica primordial, ya es posible distinguir y oponer el espacio y el tiempo, a la vez que particularizar los modos en que se desarrollan, en la experiencia vital, las tradicionales tres dimensiones atribuidas al puro y abstracto espacio.
Fruto de la oposición dialéctica de estas prácticas, emerge, como primera, fundamental y propiamente arquitectónica, la práctica fundamental que consiste en trasponer umbrales. Hay arquitectura entonces cuando se articulan Uno y Otro Lugar, mediante un umbral que une y separa ambos. La vida humana cobrará con ella nuevos e intrigantes significados.
La historia de la arquitectura no hace entonces sino comenzar.

Notas para una filosofía del habitar (XVI) Arquitectura y habitar


Paul Gustav Fischer (1860–1934) Velada en el Teatro Real (1888)

Una vez que uno se adentra por los pasillos laberínticos de la Teoría del Habitar, abandona, quizá para siempre su visión anterior de la propia Arquitectura.
El consabido juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz cede paso a la vibrante imagen de una arquitectura viva. Para que se complete a cabalidad el cuadro, las personas deben irrumpir con su propia vida, teniendo lugar. Recién entonces la arquitectura cobra un sentido humano positivo como servicio social. A las formas lábiles de los modos de vida le corresponderán, según características variables y contingentes, unos modos de constituirse los lugares en arquitecturas soñadas, proyectadas, construidas y habitadas.
Al preceder el habitar a la arquitectura, todo será diferente. Más humano.

Notas para una filosofía del habitar (XV) Esferas y laberintos


Villa Pisani

En la cultura occidental disponemos de dos formas arquitectónicas fundamentales: las esferas y los laberintos. Ambas suponen una caracterización específicamente arquitectónica que representa o duplica la propia condición humana.
Si nos imaginamos nuestro habitar de la manera más sencilla y contundente posible, entonces, tarde o temprano, nos las vemos con una esfera. Una tenue pompa, una frágil burbuja, un globo de vida al abrigo de las circunstancias. Así es la imaginación de cualquier ámbito, de cualquier refugio, de toda habitación.
Pero si concebimos nuestro interior en su insondable hondura, entonces intuimos el laberinto. Ésta es la estructura capaz de alojar a la vez la memoria y el olvido, la celda de reclusión o el retiro íntimo, el ámbito tanto de la imaginación de la vigilia, así como de los pormenores del sueño. El laberinto sólo puede ser recorrido con mapas apropiados; por ello nos es más propio que cualquier arquitectura sólida ejecutada por simples mortales.
Esta última, en definitiva, no puede hacer otra cosa que ofrecer torpes y precarias versiones de una combinación figurada entre estos luminosos a la vez que oscuros paradigmas.

Notas para una filosofía del habitar (XIV) Referencia, significado y sentido


Étienne-Louis Boullée (1728- 1799) Cenotafio de Turenne (1786)

En la actualidad es preciso cuidar y especificar tanto el acceso cognoscitivo a las entidades que son materia sometida a examen, tanto como cultivar con rigor una terminología precisa y, asimismo, desarrollar con apreciable prudencia y método un discurso que cierre la figura.
Las relaciones mutuas que tienen entre sí las cosas, las palabras y los discursos son arduas de definir y conflictivas en su constitución. Es por ello que hay que tomarse las cosas, las palabras y los discursos con mucho cuidado. Porque son precisamente estos los falibles instrumentos con los que construimos conceptos a título de conjeturas sobre lo real.
Tengo para mí que referencia, significado y sentido son apuestas o conatos que el pensamiento propone a la discusión con los semejantes y con la propia realidad.
Así, la relación entre una cosa y la palabra que pretende designarla es una referencia revisable que aguarda la prueba negativa del argumento de su inadecuación. Hasta ese entonces, el término habitar parece nombrar /una conducta observable, describible e interpretable de los seres humanos en los lugares que pueblan/. La relación entre el término y el ‘hecho’ es una referencia propuesta.
Por su lado, el término habitar se relaciona con el discurso que la incluye e implementa. Esta relación es convencional y suele entenderse como significado. El desarrollo coherente del discurso ajusta permanentemente el significado, con lo que el significado corriente o inicial cuando emerge una teoría a su respecto, se va pormenorizando en forma sucesiva y progresiva.
Por último, la figura conceptual se cierra con la relación entre el discurso que se desarrolla acerca del habitar y el habitar mismo, tal como se presenta a la conciencia histórica en su circunstancia. A esta relación se le suele denominar sentido.
En un modo análogo al andar de una persona en una bicicleta, el concepto de habitar se va construyendo y manteniendo vivo en la medida en que giren, concertados, una referencia, un significado y un sentido aliados y confabulados con el saber de su materia. Pero, cuando uno detiene críticamente este movimiento armónico, todo se viene al suelo. Y hay que empezar de nuevo.

Notas para una filosofía del habitar (XIII) Saber y poder


Michel Foucault

Scientia potentia est
Thomas Hobbes

Imposible soslayar la denuncia de Michel Foucault. Allí en donde el conocimiento es poder, la ‘verdad’ es función del ejercicio del poder del sapiente poderoso. La lucha por la verdad científica también es una lucha política (o quizá lo sea de un modo fundamental). La advertencia tiene un componente no sólo de prudencia epistemológica, sino un contenido liberador en potencia.
En efecto, es necesario estar advertido para asegurarse que la Teoría del Habitar, como cualquier teoría, tome forma epistemológica efectiva en unas adecuadas circunstancias históricas. De nada sirve anticiparse y de poco aprovecha llegar tarde. De este modo, al impulso heurístico debe agregarse, necesariamente, una decidida militancia para construir las condiciones sociales y económicas para que el habitar del hombre resulte de los propios y auténticos dictados del habitante.
Porque la Teoría del Habitar que preconizamos aquí tiene un compromiso ético con el saber propio y liberador del habitante.

Notas para una filosofía del habitar (XII) Saber e ideología


Levittown en New Jersey. En

No one who owns his own house and lot can be a Communist. He has too much to do
William Levitt

La lucha por el saber se desarrolla, al menos, en dos frentes.
En el primero de ellos, el saber disputa terreno a la ignorancia. Puede resultar algo desolador estimar cuán poco sabemos efectivamente del habitar y, recíprocamente, apreciar la cuantía abrumadora de todo que ignoramos. Sin embargo, podemos consolarnos —filosóficamente— con la idea que hoy por hoy es clara la necesidad imperiosa de saber. Ya es algo.
El segundo flanco lo constituye la confrontación del saber con aquello que creemos —falazmente— saber. Se trata de la ideología que tomamos hecha de los modos hegemónicos de obrar y pensar. Mercaderes de toda laya nos convencen una y otra vez de la errónea idea de saber qué es lo que deberíamos desear para solucionar nuestras demandas de habitación. La Teoría del Habitar debe empoderar a los habitantes para que sean éstos, emancipados real y simbólicamente, quienes elaboren por sí y ante sí, un saber propio y liberador.
Porque la Teoría del Habitar que preconizamos aquí tiene un compromiso ético con el saber propio y liberador del habitante.

Notas para una filosofía del habitar (XI) Yo y mi circunstancia


Gustave Doré (1832 –1883) Ilustración de Don Quijote (1863)

Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.
José Ortega y Gasset, 1914

La cuestión del habitar es apenas un aspecto concreto de la propia condición humana. Somos seres situados, esto es, somos unos en una circunstancia y unos con una circunstancia.
Nuestra habitación del mundo, nuestra presencia en los lugares, nuestro poblamiento de los pagos es, entonces, tan entrañable como nuestra propia constitución de seres-ahí. Esto pone a la Teoría del Habitar ante dos desafíos. El primero es el del aporte al esclarecimiento particular de un aspecto de la propia existencia para ahondar en su caracterización general, mientras que el segundo y recíproco es precisar de modo contundente su propia especificidad en tan comprometido contexto.
La administración metódica de ambas y opuestas solicitaciones marcará, entonces, el desarrollo filosófico futuro de esta disciplina.

Notas para una filosofía del habitar (X) La condición humana

Vincent van Gogh (1853- 1890) Un par de zapatos (1887)


La perplejidad radica en que los modos de la cognición humana aplicable a cosas con cualidades «naturales», incluyendo a nosotros mismos en el limitado grado en que somos especímenes de la especie más desarrollada de vida orgánica, falla cuando planteamos la siguiente pregunta: «¿Y quiénes somos?»
Hanna Arendt, 1958

La condición humana supone una noción especialmente ardua de definir quizá por su carácter de idea-horizonte, esto es, que la expresión no alude a una cuestión que pueda tenerse más o menos a la mano, sino que fuga, vertiginosa, hacia delante de nuestro entendimiento.
Algunos arquitectos de hoy necesitamos un humanismo que nos guíe la razón pura, la razón práctica y, sobre todo, la capacidad de juzgar y obrar. Pero, ¿qué humanismo? Porque no se trata de introducir, solapadamente, una metafísica del ser humano, ni una idealización pura, ni rescatar algún odre viejo de la tradición. Lo que necesitamos es un humanismo tan realista como resignado.
Tal humanismo es un saber del der humano tal cual luce y resulta en la actualidad. Ni más ni menos. Ni el de ayer ni el de mañana. El ser humano, aquí y ahora, como uno con su circunstancia: hijo de su tiempo y de su historia, tan verdadero cuanto inteligible.

Notas para una filosofía del habitar (IX) Operatividad y especulación

Gustavo Dall'Ara (1865- 1923) Calle 1 de marzo (1907)

¿Operatividad pragmática o especulación humanista?
Difícil de responder a la cuestión con honestidad, de momento. El problema de la constitución posible de la Teoría del Habitar es materia disputable.
Por una parte, se origina en una demanda propia de algunos arquitectos inquietos por la constitución epistemológica y teleológica de su disciplina. Esta inquietud fundante demanda una condición de operatividad inmediata, acuciante y urgente. Una arquitectura señalada por una poética humanista pugna por crecer y desarrollarse como alternativa posible a lo dominante.
Y, sin embargo, ¿cómo evitar que, a una demanda concreta de praxis, el pensamiento no corresponda más que con idealizadas especulaciones humanistas? ¿Cuáles serían las virtudes imprescindibles para que de la teoría se desprendiese, como un corolario inmediato y necesario, un método de obrar? ¿Cómo evitar la fascinación de las hermosas y falaces imágenes de la pura ideología?
Difícil de responder a la cuestión con honestidad, de momento.

Notas para una filosofía del habitar (VIII) Topografías de lo abstracto y lo concreto


Caspar David Friedrich (1774- 1840) Monje frente al mar (1810)

La Teoría del Habitar tiene un paisaje primordial que opera como paradigma tanto ontológico como cognoscitivo.
Por encima, allá en lo alto, domina el cielo, región de la especulación, de la abstracción y el vuelo de las imaginaciones. Proviene de allí aquello que no podemos alcanzar y nos contentamos con desear, aquello que se oculta en las brumas o parece figurarse en las nubes, aquello que reina en lo alto sobre nuestras resignadas condiciones de mortales. Por nuestra parte, lanzamos y proyectamos hacia esta comarca todo lo que constituye nuestras más cruciales interrogaciones, lo que no hacemos más que vislumbrar vagamente, lo que conjeturamos y soñamos.
Mientras tanto, por abajo, la tierra nos atrae con gravedad hacia el examen atento, la consideración a lo concreto y a las fatigadas expediciones de la vida. De la tierra proviene aquello que asimos y consideramos, aquello que cultivamos y sacrificamos, aquello sobre lo que ejercemos nuestro falible imperio. Hollándola es que la hacemos territorio, pago y paisaje.
Pero, allí en el medio de ambas regiones, a modo de inflexión, de rótula, de articulación fundamental, allí estamos los que habitan el horizonte. Somos los que atribuimos sentido a los signos de lo que vendrá y los que arrojamos hacia atrás el tiempo vivido hacia las simas del olvido y la memoria. Conferimos sentido al paisaje habitado y al hacerlo, reclamamos porque éste nos retribuya en su espejo uno correspondiente a nuestra propia constitución. Y detrás y más allá de este paisaje fundamental persiste un Silencio atronador que ni afirma ni niega nada al respecto.

Notas para una filosofía del habitar (VII) Espacio, tiempo y lugar


Salvador Dalí (1904- 1989) El nacimiento de una divinidad (1960)

Espacio y tiempo son abstracciones operativas que provienen del concepto mucho más concreto de lugar.
Hay que reconocer que debe haber abundantes y sólidas razones para la diferenciación entre unas tres dimensiones espaciales y el tiempo. Sin embargo, para reflexionar con rigor con respecto al habitar, parece conveniente desandar este prolongado curso del pensamiento para recuperar la vivencia concreta y vital del lugar.
Esto tiene la virtud de concentrarse en ese tener lugar constitutivo de la condición humana, así como para descubrir, en una antropología atenta del cuerpo, una proliferación de dimensiones emanadas de la situación propia del cuerpo. En Teoría del Habitar es posible concebir una Estructura Fundamental del Lugar a partir de la constitución de una panoplia estructurada de dimensiones que el cuerpo del habitante irradia sobre el sitio que puebla.
Como corolario subsiguiente a todas estas consideraciones, la Teoría construye la hipótesis de la existencia de una Arquitectura del Lugar, como estructura blanda y sutil que toma contacto, punto por punto con la arquitectura material que somos capaces de proyectar y construir.
Con todo, el examen filosófico profundo de esta cuestión constituye un desafío para el examen riguroso y calificado. ¡Ayudadnos, filósofos!

Notas para una filosofía del habitar (VI) Valores de verdad en la Teoría


Francisco de Goya y Lucientes (1746 1828) La verdad, el tiempo y la historia (1800)

Decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es, es lo falso; decir de lo que es que es, y de lo que no es que no es, es lo verdadero

Aristóteles. Met., T, 7, 1011 b 26-8

Con el concepto de verdad afrontamos un serio y complejo problema filosófico en donde es fácil perderse en los laberintos de una reflexión que nunca termina por esclarecer precisamente aquello que, antes del compromiso con la explicación, parecía de suyo más que claro y distinto.
Pero lo que los discutidores de toda la historia pudiesen haber omitido considerar, quizá fuese intuido genialmente por el maestro Goya. A las pruebas de arte puede uno remitirse.
La verdad, lejos de ser pasible de una concepción aislada y abstracta, quizá pudiese comprenderse como integrante de una estructura triádica que asocia y confabula en un problema común a la ‘verdad’ como valor posible de una oposición (verdad/falsedad), en concurrencia con el ‘tiempo’, resultante de la oposición de aquello que parece permanecer y aquello que cambia; y también en concurrencia significativa con la ‘historia’ (en su doble condición de gesta de los hechos y relato de tales hechos)
Si se medita sobre el contenido de la pintura alegórica, entonces es posible acariciar la esperanza que muchas de las antinomias filosóficas (pero no todas) pueden ser, si no conciliadas, al menos concertadas en una nueva síntesis.
Esa nueva síntesis sólo se conseguiría con un serio y metódico trabajo filosófico que no estoy en condiciones de afrontar. Por esto, apelo a quienes tienen vocación, herramientas y mañas de filósofos, para que realicen el trabajo que sólo puedo, por mi parte, arrojar aquí a título de conjetura.

Notas para una filosofía del habitar (V) Epistemología


Gaston Bachelard

Pareciera que la imagen de la casa fuese la topografía de nuestro ser íntimo
Gaston Bachelard

¿Es posible un conocimiento científico del habitar?
La inconmensurable belleza de la Poética del Habitar de Gaston Bachelard hace que tal pregunta se vuelva un desafío difícil de esquivar. Es que nos merecemos un conocimiento tan riguroso como sensible y tan razonable como productivo. La humanidad se lo merece, a pesar que no hace mucho esfuerzo en ello todavía.
El compromiso epistemológico de una Teoría del Habitar es asunto de primer orden de importancia. Se trata entonces de urdir una antropología específica, de contenido y compromiso profundo y de instrumentación práctica ineludible. Es una antropología específica por aplicarse a un aspecto nuclear de la condición humana. Supone un contenido y compromiso profundo con una práctica social difundida en cada comarca y en cada ocasión de la vida. Y, en lo que toca a la instrumentación práctica ineludible, ahí está esperando una nueva arquitectura, otra arquitectura, posible y necesaria, acuciante y expectante.

Notas para una filosofía del habitar (IV) Opacidad y transparencia


Roberto Doberti

El Doctor en Arquitectura Roberto Doberti ha meditado con especial detenimiento acerca de la transparencia del habitar como objeto de consideración cognoscitiva y reflexiva.
“Todos habitamos y habitamos siempre”, afirma. Y por esto mismo, es difícil constituir al habitar como objeto de conocimiento separado apropiada y kantianamente de la conciencia del sujeto. El habitar resulta, en el pensar cotidiano, demasiado transparente para reparar en él.
De este modo, es necesario opacarlo en una medida que resulte operativa. Por una parte, es necesario dotarlo de cualidades de figura, eso que los fotógrafos de antaño llamaban revelado. Por otra, no puede exagerarse la nota, ya que, si el tema de reflexión se volviese demasiado opaco, ya no sería posible elaborar una perspectiva cognoscitiva, sino una enojosa prospección de materia oscura.
De este modo, necesitamos teñir operativa y cognoscitivamente al habitar con algunos tintes reveladores que nos lo muestren, a la vez, bajo las condiciones complementarias de opacidad y transparencia.

Notas para una filosofía del habitar (III) Realidad y representación


Alberto Orrego Luco (1854 – 1931) Atardecer en Venecia (s/f)

Ya no hay lugar razonable para el realismo objetivo ingenuo.
Los tiempos nos piden una especial prudencia con los signos de la realidad, esto es, con sus modos de representarse. Pero esto no supone incurrir en una suerte de no menos anacrónico idealismo.
Se vuelve forzoso interpretar los signos de lo real como tales entidades: asociaciones estructuradas de significantes y significados interpuestos entre la realidad y la conciencia. Por ello, todo conocimiento es hipotético y revisable según se vayan sucediendo los tiempos y las circunstancias. Por ello, toda proposición es una conjetura que debe contrastarse con algún género de experimento que pudiese desmentirla. Por ello, debe apuntarse, con humildad cognoscitiva, a elaborar relatos que contendrán cuotas variables de verdad y falsía hasta llegar a seducir la imaginación de un modo especialmente logrado.
Quizá la evidencia o la verificación pretendidamente rigurosa sean, en el fondo, fenómenos más estéticos de lo que queremos admitir de momento.

Notas para una filosofía del habitar (II) Hechos e interpretaciones



No existen hechos, sólo interpretaciones.
Friedrich Nietzsche

Las inercias del cientificismo positivista conducen a considerar, a título de hipótesis operativas, que el habitar es un hecho o conjunto de ellos y tales hechos son pasibles de conocimiento riguroso mediante la observación y la descripción.
Pero puede pecarse por lo menos de ingenuidad: algunos   —a quienes  les asiste por cierto una cuota de razón— aseveran que 1) sólo existen, frente a la conciencia, propiamente interpretaciones, esto es, construcciones cognoscitivas que hacen de la correspondencia de sus proposiciones un valor discutible y deficitario con respecto a la realidad; y 2) los hechos, en sí, no son accesibles a la conciencia salvo por la mediación conjetural, hipotética y revisable de las interpretaciones de unas conciencias por lo demás falibles, interesadas, y también inventivas.
Por todo esto, parece de prudentes suponer que acerca del habitar se podrán elucubrar siempre interpretaciones aquejadas por su revisabilidad, por su provisoriedad, por su adecuación precaria con la realidad, aunque mejores y preferibles en todo a la rotunda ignorancia.

Notas para una filosofía del habitar (I) La pregunta por el habitar


Albrecht Dürer (1471-1528) Melancolía I (1514)

La filosofía requiere de una distancia que no es neutral, sino crítica. Cambia el punto de vista normal, habitual, ya aceptado por el sentido común. Desencaja nuestra relación habitual con lo que somos, con lo que vemos, con las palabras que usamos. Pero esta distancia es la condición para un compromiso más veraz. El problema es cuando se convierte en un refugio o en una zona de confort. Entonces, aunque se usen términos o referencias filosóficas, ya no se está haciendo filosofía.
Marina Garcés, 2016

¿Por qué no preguntarse por el habitar?
Tal la cuestión que puede mover el talante —quizá melancólico— de algunos arquitectos desvelados por la finalidad última de su quehacer tanto como por la causa primera de la razón de ser profunda de la propia arquitectura. En este sitio se ha abundado tanto en la cuestión que ya resulta naturalizada en las inercias del pensamiento.
Pero los verdaderos vocacionales de las preguntas —los filósofos— ¿no consideran pertinente esta cuestión? ¿Es posible que con el célebre “Construir, habitar, ¿pensar” (1954) de Martin Heidegger se hayan dado por satisfechos? Difícil de creer. Cierto es que Peter Sloterdijk ha aportado inestimables aportes en su monumental trilogía dedicada a las esferas. Pero todavía falta para que el habitar, en sí mismo, se convierta en un tópico frecuentado en filosofía.
Aquí intentaremos lanzar una botella a los mares para que los filósofos de toda laya se den por desafiados.