Notas para una filosofía del habitar (VIII) Topografías de lo abstracto y lo concreto


Caspar David Friedrich (1774- 1840) Monje frente al mar (1810)

La Teoría del Habitar tiene un paisaje primordial que opera como paradigma tanto ontológico como cognoscitivo.
Por encima, allá en lo alto, domina el cielo, región de la especulación, de la abstracción y el vuelo de las imaginaciones. Proviene de allí aquello que no podemos alcanzar y nos contentamos con desear, aquello que se oculta en las brumas o parece figurarse en las nubes, aquello que reina en lo alto sobre nuestras resignadas condiciones de mortales. Por nuestra parte, lanzamos y proyectamos hacia esta comarca todo lo que constituye nuestras más cruciales interrogaciones, lo que no hacemos más que vislumbrar vagamente, lo que conjeturamos y soñamos.
Mientras tanto, por abajo, la tierra nos atrae con gravedad hacia el examen atento, la consideración a lo concreto y a las fatigadas expediciones de la vida. De la tierra proviene aquello que asimos y consideramos, aquello que cultivamos y sacrificamos, aquello sobre lo que ejercemos nuestro falible imperio. Hollándola es que la hacemos territorio, pago y paisaje.
Pero, allí en el medio de ambas regiones, a modo de inflexión, de rótula, de articulación fundamental, allí estamos los que habitan el horizonte. Somos los que atribuimos sentido a los signos de lo que vendrá y los que arrojamos hacia atrás el tiempo vivido hacia las simas del olvido y la memoria. Conferimos sentido al paisaje habitado y al hacerlo, reclamamos porque éste nos retribuya en su espejo uno correspondiente a nuestra propia constitución. Y detrás y más allá de este paisaje fundamental persiste un Silencio atronador que ni afirma ni niega nada al respecto.

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