La esfera del atrezo (III)


Géraldine Lay (1972)

El atrezo constituye la esfera interior de la arquitectura del lugar.
Es preciso prestar peculiar atención a tal aspecto, ya que es la arquitectura que roza el cuerpo y las esferas pericorporales más ajustadas y definidas. Hay mucho que inferir allí del régimen de vida del habitante concreto. En este sentido, la cabal comprensión de las leyes interiores del atrezo tiene valor de diagnóstico.
El atrezo es un retrato otro del morador y como tal debe ser entendido

La esfera del atrezo (II)


Géraldine Lay (1972)

Allí donde el cuerpo tiene su morada, roza con levedad y a sus anchas cada pormenor del atrezo.
Los posabrazos, los picaportes, los interruptores eléctricos, los grifos, conocen cada gesto y se rinden obedientes a las sevicias de la manipulación. Mientras tanto, los cuadros esplenden imágenes cada vez más desgastadas hasta su casi invisibilización. Los pisos se deslustran, se roen las alfombras, las pinturas decaen. Pero las cosas persisten en el ser que les confiere un preciso sentido: confabuladas con el habitante respiran su atmósfera.
Sólo al morador le es dado acceder al arcano de la ley interior del atrezo esa ley que se construye paso a paso con la deriva de la vida hecha historia.

La esfera del atrezo (I)


Géraldine Lay (1972)

El término atrezo proviene del contexto del teatro y la cinematografía y designa, según la Academia Española, al conjunto de objetos de un escenario.
Aquí utilizaremos el vocablo para hacer mención a una arquitectura mediadora entre la estructura fundamental del lugar y la arquitectura construida del lugar. Se trata de una arquitectura y no de un agregado de cosas útiles. Hay una ley interior en el atrezo que es constituir un todo finalista y no meramente agregar utilidades. Cada objeto, más allá de su carácter de útil, es un componente estructurado de una arquitectura de cosas que roza la estructura fundamental del lugar, ofreciendo una contingente y única circunstancia a cada gesto de los cuerpos de los habitantes.
No se trata apenas de una proyección de una propia fisonomía decorosamente arreglada, sino de un régimen de vida tan estilizado, así como circunstanciado social, histórica y culturalmente.

La habitación, más allá de la arquitectura


Kenneth Josephson (1932)

¿Puede hablarse, sin incurrir en metáforas, en la habitación de territorios alternativos a los tratados aquí?
¿Puede habitarse la memoria, la imaginación, el sueño, el relato o el discurso? ¿En tales ámbitos, se constituyen, necesariamente, lugares? ¿Se pueden habitar ámbitos aunque no constituyan, por este hecho, lugares?
Ya no son preguntas para un arquitecto. Son preguntas que lanzo, en una botella que derivará por los mares, a psicólogos y antropólogos. Ojalá alguno me conteste alguna vez.

La arquitectura del lugar (III)


Eva Rubinstein (1933)

Si la arquitectura del lugar es la resultante de la concurrencia y síntesis de los factores humanos fundamentales con las circunstancias locales, se hace necesario reconsiderar nuestras ideas generalmente recibidas acerca de la poética y la estética.
Nada puede ya esperarse de una estética que se reduce a considerar apenas las cosas proyectadas y construidas. Sólo a partir de los roces, las fricciones y las texturas vividas es posible considerar una percepción estética propia de la inmersión de los habitantes. Pero las consecuencias más trascendentes, a mi juicio, aparecen en la dimensión poética. El obrar de los arquitectos profesionales se aplicaría, entonces y con sensatez, afecto y sensibilidad a dejar a la vida tener lugar.
Se trataría de una poética emancipadora de las energías de la vida humana. ¿Acaso no es hermoso soñar con tal posibilidad?

La arquitectura del lugar (II)


Margarethe Michaelis (1902-1985)

El lugar, dijimos, se conforma humanamente estructurado y localmente configurado.
Esta tensión tiene consecuencias éticas, prácticas y metodológicas. Así, en el reconocimiento, consideración y respeto de toda estructura fundamental del lugar tenemos un resguardo ético con lo humano como condición. Por otra parte, en las condiciones locales y de circunstancia, tenemos a disposición los recursos prácticos para la consecución del acondicionamiento habitable del lugar. Al análisis pormenorizado de estos aspectos le sigue, necesariamente, una síntesis que haga de la arquitectura del lugar una unidad allí donde el sujeto tenga lugar.
Y si lo humano se enseñorea sobre las circunstancias, entonces brilla en todo su esplendor la libertad humana finalmente conquistada. ¿Nos será posible esta forma de la felicidad?

La arquitectura del lugar (I)


Bernice Abbott (1898-1991)

Mientras que la estructura fundamental del lugar se construye, básicamente, con la generalidad de los factores humanos, la arquitectura del lugar, por su parte, se conforma con la particularidad local del emplazamiento y las circunstancias.
El paso de la estructura a la arquitectura del lugar es sutil, aunque lo quisiéramos cognoscitivamente claro y resplandeciente. Puede sospecharse que son aspectos contrapuestos de una misma entidad. El lugar, así, aparece humanamente estructurado y localmente configurado.
Conocer esto es conseguir atisbar cuán sutil, cuán delicada es esta contrastación fundante del lugar. Saber de esto ya es empresa que sólo podemos entrever en un futuro que hemos de construir con no pocas fatigas y esfuerzos.

La estructura fundamental del lugar (III)


Frantisek Drtikol (1883-1961)

La apuesta superior de una poética arquitectónica consiste en dejar ser a la vida lo suyo.
La pretensión de operar con la estructura fundamental del lugar se sustenta, tanto desde el punto de vista ético como del estético, en emancipar el desenvolvimiento de la existencia humana. No se trata tanto de proponer constricciones más o menos racionalizadas a la vida sino de amparar, proteger, albergar esos cuerpos palpitantes en un marco holgado de magnitudes conformes, de guantes cómodos, de hornacinas sagradas que resguarden el fuego.
Recién entonces nos daremos por satisfechos con nuestra labor.

La estructura fundamental del lugar (II)


Frantisek Drtikol (1883-1961)

¿Por qué es oportuno estudiar en profundidad la estructura fundamental del lugar?
Hay varias buenas razones. Todo lo que sepamos de ella será, a no dudarlo, de interés para avanzar en la Teoría del Habitar, dado que se trataría de una adquisición conceptual fundamental. Por otra parte, supone una importante apoyatura para una acción de cuidado y amparo, que imprimiría un sesgo práctico y metodológico alternativo al ejercicio profesional. Y también resultaría una protoforma y una impronta para una nueva poética. Una poética humanista.
Esto que hoy sólo podemos vislumbrar constituirá un más que valioso recurso cognoscitivo, práctico y estético.

La estructura fundamental del lugar (I)


Frantisek Drtikol (1883-1961)

En la versión de la Teoría del Habitar que aquí se cultiva se entiende como estructura fundamental del lugar a una cierta estructura que proyecta ciertas irradiaciones del cuerpo sobre el lugar que puebla.
Si el lugar que uno habita es, según se puede constatar empíricamente, practicable, esto es, operable con eficacia y relativa eficiencia, es porque el cuerpo ordena y sistematiza los datos de los sentidos en una configuración congruentemente ordenada y sistematizada que hace de un caos de sensaciones físicas un cosmos en donde uno tiene lugar. Esto de tener lugar es fundamental para entender la existencia de tal estructura fundamental del lugar: todas las vivencias particulares adquieren una forma según el cuerpo las propone a su entorno y éste se vuelve, recíprocamente, inteligible y objeto de prácticas y producciones.
Así, el conjunto de prácticas corporales involucradas en el habitar dista de ser una afluencia múltiple y amorfa, sino que consigue eficacia y eficiencia en la medida que se trata de una estructura estructurante, esto es, una forma que produce una forma en el acto unitario de tener lugar.

Origen, oportunidad y pertinencia de una antropología del cuerpo (III)


Lang Jingshan (1892-1995)

Podría pensarse que, con las adquisiciones y enriquecimientos de una antropología del cuerpo, se podría conseguir la unificación virtuosa del arte y la vida, pero se trata de algo aún más importante.
Se trataría, en nuestra perspectiva, de trascender el mero oficio o profesión especializada de la arquitectura, para cumplir el designio de una arquitectura entendida, ejercida y desarrollada como actividad social de producción. Porque los pulsos de la vida le indicarían, a todos y a cada uno de los oficiantes, el modo de dejar ser a la propia vida. De tal modo, el mundo se habitaría con plenitud y autenticidad.
Y esta plenitud y autenticidad es lo que nos hace falta. Mucha falta.

Origen, oportunidad y pertinencia de una antropología del cuerpo (II)


Lang Jingshan (1892-1995)

El vislumbrar la construcción rigurosa de una antropología del cuerpo constituye un resplandor de esperanza para la Teoría del Habitar.
Cabe pensar en qué demandas, que inquisiciones les podríamos dirigir. Como es natural, conseguiríamos conocer aspectos que la actual ignorancia nos oscurece. Pero más importante es considerar las consecuencias éticas y prácticas de una nueva asunción: comprenderíamos nuestra práctica profesional a la luz de la vida humana sorprendida en su acontecimiento y así nos dirigiríamos, sin duda, a una arquitectura viva. Y aún más significativo aún: estaríamos proclives y pertrechados con útiles para producirla, porque seguramente nos inspiraría con un renovado cariz.
Por ahora encomiamos la aurora de su oportunidad.

Origen, oportunidad y pertinencia de una antropología del cuerpo (I)


Marcel Mauss (1878- 1950)

...una antropología responsable, comprometida, encarnada en la sociedad, necesita de la economía, la política y el análisis de las estructuras, pero también del estudio de las interacciones personales, las percepciones y las vivencias. Y ésta es una aportación fundamental que puede hacer una antropología del cuerpo...
 (Esteban, 2004)

La preocupación teórica por el cuerpo en antropología y sociología tiene una genealogía marcada por los aportes de Marcel Mauss, Maurice Merleau-Ponty, Mary Douglas, Michel Foucault, Pierre Bordieu y David Le Breton, entre otros.
La Teoría del Habitar no puede hacer menos que reparar atención en este curso de reflexiones que cuestionan el consabido dualismo mente/cuerpo, con sus consecuencias cognoscitivas, éticas y estéticas. Como en tantas otras cosas, la Teoría supone una interpelación y un desafío a las ciencias del hombre para orientar en un cierto sentido sus indagaciones. Sólo que se demanda un asedio de la materia concreta y cotidiana de la vida humana.
Aquí nos desvela la sospecha que una antropología del cuerpo tiene mucho que aportar a una antropología del habitar.

La vida sorprendida en su acontecimiento


Géraldine Lay (1972)

Los arquitectos ocupados en el estudio del habitar debemos observar con ahínco la vida sorprendida en su acontecimiento.
Sólo así podremos ponernos a la altura del desafío por mejor servir a la condición humana. Porque sólo si somos capaces de conocer, reconocer, cuidar y albergar la existencia de las personas allí donde tengan lugar, podremos cumplir con el imperativo socioprofesional auto impuesto. Éste no es otro que permitir que todos los gestos, todas las coreografías y todas y cada una de las efusiones del habitar se desarrollen de modo a la vez adecuado, digno y decoroso.
Por eso no podemos olvidar que nos debemos, antes de cualquier otra cosa, a la vida de nuestros semejantes.

Razón, significado y sentido del lugar (III)


Henri Manuel (1874-1947)

A consecuencia de que en el lugar cada cosa cobra un significado y los significados concurren en la habitación efectiva de la persona, el lugar adopta, en sí mismo y para sus habitantes, un sentido especial. Este sentido del lugar fundamenta la oportunidad de la Teoría del Habitar. De un modo tópico y crónico, allí donde su existencia tiene efectivo sentido es en donde tienen lugar. Se trata del costado humilde de la postura de todo ser humano en el mundo. Si el sentido positivo de la vida radica en un trascendente ser-en-el-mundo, el sentido del estar ahí es su costado humilde, cotidiano y ordinario.
Y con ser humilde, cotidiano y ordinario, es inevitable. Por esto es que es ética y estéticamente imperativo habitar bien.

Razón, significado y sentido del lugar (II)


Henri Manuel (1874-1947)

En todo sitio habitado, en todo lugar, la presencia humana escribe una mitografía mediante la disposición de los atrezos.
Cada objeto adquiere, en su situación relativa, un significado que se asocia en un acto de sentido que contornea el cuerpo y lo hace partícipe constituyente de su lugar. Así, cada gesto, cada movimiento del cuerpo, supone una relectura constante de un mensaje palpitante: Aquí se vive, en el sentido humano de la expresión. Mediante las constantes verificaciones de los roces, las cosas y las efusiones del cuerpo se reconocen mutuamente; cobran significados, devienen significados, desvelan significados.
De esta forma, los lugares constituyen textos y la existencia humana tiene allí y entonces su pleno y hondo significado.

Razón, significado y sentido del lugar (I)


Henri Manuel (1874-1947)

Los seres humanos somos seres situados o, mejor dicho, seres en situación.
Constituir con plenitud y cabalidad la condición humana es ocupar un sitio poblándolo de una densa malla de significados y sentidos. Los eventos que nos contornean son tocados por nuestra presencia y se vuelven objetos con cualidad relacional de cosas.
La razón del lugar es la índole específica de la presencia humana allí, perturbando y confiriendo forma de modo irreversible a la naturaleza física del sitio.

Esa luz que es signo


Henry Wessel (1942-2018)

Cuando todo se sume en las sombras y nos hayamos en descubierto, el habitar se reduce a un muy pequeño y muy valioso destello de luz.
Tan valioso como pequeño. Sólo cuando interponemos una considerable distancia con nuestra morada podemos reparar cuánto la apreciamos. Y desde esta lejanía es que vivimos esta cualidad de constituir una luz en la cerrazón hostil del mundo.
El primer y también último mensaje de la morada es esa luz que vence a las tinieblas.

La habitación de las penumbras


Géraldine Lay (1972)

Por su parte, habitar las penumbras también tiene su encanto y su propio tono emocional.
Es que las penumbras encogen los lugares y los sosiegan. Las penumbras son propicias para el pensamiento, para la confidencia y también para el cariño. Apropiarse de las penumbras supone dosificar las atmósferas para dominar los pequeños lugares allí donde el cuerpo puede relajarse a sus anchas. Los cuerpos encuentran en las penumbras sus guantes acomodados.
La habitación de las penumbras implica un acondicionamiento especialmente refinado de los lugares para la introspección, el ensimismamiento y el autoexamen.

La habitación de la plena luz


Géraldine Lay (1972)

Cuando habitamos ámbitos inundados de luz no sólo percibimos las cosas con mera agudeza visual.
También nos sumergimos en una especial tibieza de atmósfera. Las emociones que se experimentan allí son expansivas y a veces eufóricas. El mundo se ensancha en nuestro derredor. La plena luz puede llegar a tocarse.
No por nada Le Corbusier consideraba, con justa razón, que la luz natural a raudales constituye una de las alegrías esenciales.

Texturas


Gunnar Smoliansky (1933- )

Es conveniente prestar una peculiar atención a las texturas en arquitectura.
No es sólo ni apenas un asunto de piel, sino de un sentido del tacto propio de las arquitecturas del habitar, estructuras sensibles que siempre andan rozando las arquitecturas sabiamente ríspidas. Son las burbujas pericorporales las que tantean en los pormenores superficiales de las construcciones materiales. Son las envolventes sutiles del cuerpo las que van a dar, con leves roces, con los muros, a veces hasta con los cielorrasos, siempre con los pisos.
En arquitectura, las texturas demandan una peculiar atención, más allá de las solicitaciones puramente visuales que parecen demandarnos de forma abrumadora. Es preciso sentir las arquitecturas en formas complementarias a los encantamientos de la pura luz, para considerar estos delicados tactos.

Fragilidad y futilidad


Sandro Giordano (1972)

Hay días en que se tiene una sensación vívida e inquietante acerca de la fragilidad y futilidad de la vida cotidiana en la actualidad.
Nos volvemos breves, desechables, efímeros. Así como sorbemos distraídos un escueto brebaje lejanamente emparentado con el café, nos distraemos en inanes consideraciones que concluyen en el fatídico gesto de agregar un nuevo componente a la basura. Y somos nosotros, nuestra condición cotidiana, nuestra vida corriente las que van a parar allí.
¿No será ya algo tarde como para reconsiderar nuestra relación con la peripecia ordinaria, con sus rituales y, sobre todo, con sus contenidos existenciales?