Géraldine Lay
(1972)
Allí
donde el cuerpo tiene su morada, roza con levedad y a sus anchas cada pormenor
del atrezo.
Los
posabrazos, los picaportes, los interruptores eléctricos, los grifos, conocen
cada gesto y se rinden obedientes a las sevicias de la manipulación. Mientras
tanto, los cuadros esplenden imágenes cada vez más desgastadas hasta su casi
invisibilización. Los pisos se deslustran, se roen las alfombras, las pinturas
decaen. Pero las cosas persisten en el ser que les confiere un preciso sentido:
confabuladas con el habitante respiran su atmósfera.
Sólo al
morador le es dado acceder al arcano de la ley interior del atrezo esa ley que
se construye paso a paso con la deriva de la vida hecha historia.
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